Almas desnudas (The Reckless Moment, Max Ophüls, 1949)

La peripecia de Lucia Harper (Joan Benett) por abrirse paso entre las fatalidades que se suceden a la muerte accidental en su casa del canalla amante de su hija adolescente es mostrada por Ophüls en forma de estorbos, impedimentos, trabas, zancadillas, interrupciones e inconveniencias. La genialidad de esta película está en que toda ella, lo visual y lo narrado, se cierne sobre la trama yendo más allá de ser un marco o un esquema donde lo acontecido se representa. Aquí es todo lo que llena la pantalla y los altavoces, no solo las acciones y los hechos de las personas, lo que arma el artefacto y lo convierte en obra imperecedera.

Antes de decir ni una palabra, déjenme enlazarles el puntilloso análisis que publicado en Transit hizo de Almas desnudas Cristina Álvarez López, pues llega mucho más allá de lo que yo pueda o sepa hacer, y está lleno de claves y hallazgos, de los que este texto es nota bien marginal. Además ahí está el argumento y los datos necesarios para quien no conozca la película.

Volviendo a lo mío, querría solamente apuntar esos elementos que como decía crean una trampa enredadora en la que la protagonista, madre recta y abnegada, se ve envuelta.

Están, en primer lugar, los elementos éticos. El curso de la historia es una sucesión de situaciones que van generando uno tras otro dilemas morales a los que Laura y luego quizá Donnelly (magistral James Mason, genio de la ambigüedad) deben ir resolviendo, o deberían, porque las mismas circunstancias son las que van abriendo camino, de forma que nuestra identificación con el desnorte de la Sra. Harper es mayor mientras más se va liberando ella de tener que resolver. La trama nunca se detiene para atender a sus reflexiones, si acaso en la escena en la que escribe una carta al marido ausente que luego decide tirar.

Molesta su familia: un suegro que no calla ni debajo del agua, deseoso de trabar conocimiento además con el desconocido Donnelly por ser un tenue hilo que él cree que le acerca a su hijo. La hija adolescente es una niña malcriada que ha destruido el presente de su madre por un capricho pasional del que ella misma tarda un tris en desengañarse, cuando ya no hay arreglo. Es chillona e irracional, y su presencia incomoda y aturulla. El hijo pequeño es activo y cabal. Siempre está apareciendo para arreglar cosas y requiere nuestra atención por faltarle algo de ropa. Estos personajes (y otros, pero no me extiendo) son para quienes vive Laura, causa y consecuencia de su forma de ser, mezcla bien llevada -hasta ahora- de rigor, dedicación, amor y comprensión. 

Y por fin, lo que más me gusta e interesa, que es el papel que los objetos y en general la dirección de arte -y la puesta en escena que le da sentido, claro- tiene en esta película. Porque la sensación que se puede tener al verla es que esta mujer se encuentra bogando en un río de objetos significativos que componen sus situaciones y los hechos que ocurren, pero a la vez refuerzan para nosotros cada momento y vivencia. En gran parte de las escenas de la película hay bien un objeto o bien un escenario de preciosista composición que no solo acompaña la acción, sino que la alimenta y pasa a formar parte de ella. Hay cosas y chismes que en algunos momentos tengo la impresión de que llegan a usurpar o entrometerse en el protagonismo de los personajes humanos, de forma que, me atrevo a decir, llegan a diluirlos un tanto. De hecho, si algún defecto le encuentro a la película es un cierto envaramiento o esquematismo, alguna limitación en el arco de los dos protagonistas; esto se aprecia por ejemplo en la escasa química amorosa que destilan la Sra. Parker y Donnely, y parece que no la han llegado a experimentar realmente aunque sus palabras y los hechos digan otra cosa. Volviendo a los objetos, enumero para no alargarme más alguno:

  • El coche de ella: claro, amplio y limpio. El coche de él: oscuro, opresivo y fatal.
  • Los cachivaches del hotelucho donde la Sra. Harper se reúne con el amante de su hija. Está lleno de trastos que estorban, el bar con las sillas dadas la vuelta… Es un sitio repleto de molestias y carcoma, como molesta y carcomida está el alma del hombre con quien se encuentra.
  • El ancla, profundamente presente en varias escenas fundamentales.
  • La pequeña lancha motora, que no falla aunque debiera. Quizá la única aliada de Laura.
  • Las cartas, escritas en directo. Vemos las palabras impregnar el papel, y ser tachadas.
  • Las puertas de la casa de la Sra. Harper, en un constante abrirse y cerrarse. Es una casa que parece estar viva, o que no la dejan reposar ni aún en la noche más noche. Lo mismo que a su dueña.
  • Las mil y una chucherías de la tienda /pastelería donde comprendemos que Donnelly quiere el bien para la Sra. Harper al comprarle esos filtros para el tabaco… Único vicio de ella, que sustituye o simboliza quizá la pasión que falta en su matrimonio de ausencias y que, “con filtro Hays”, el chantajeador vendrá a sustituir.
  • Y qué decir de esa lámpara ruidosa, incansable, que se agita en la noche trascendental en el embarcadero, y sus trastos y su ventana rota.

En fin, me parece que Almas desnudas es una fiesta para los ojos. Pero para los ojos del cuerpo y los ojos del alma. Uno de esos funambulismos con los que se atreven las grandes obras de arte es conjugar emoción, diversión, belleza y reflexión. El barroquismo visual en ocasiones induce un cansancio cognitivo que en el espectador puede causar una cierta desconexión moral, y entonces disfrutamos de lo que vemos pero cuesta más pensar en ello. Ophüls sin embargo es capaz -no solo en esta cinta, claro- de convertir la tramoya inanimada en elementos de pura acción, como vengo contando, y además no ser hortera ni cansino. Que todo nos hable. Sobresaliente.

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4 respuestas a “Almas desnudas (The Reckless Moment, Max Ophüls, 1949)

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  1. Hola tocayo:
    Lo cierto es que la tengo muy olvidada pero, contando con que se sitúa entre «carta a una desconocida» y «la ronda», bien podemos decir que el francés-alemán-de-nacimiento estaba en plena forma.
    Mira que pones bien los adjetivos pero, es curioso, no utilizas imprudencia o temeridad que serían una traducción más correcta que ese cinematográfico «almas desnudas».
    Un saludo, Manuel.

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    1. Pues sí es cierto que el título oficial no es muy certero, pero también te digo que en general me hacen gracia esos nombres rimbombantes. Ay, «Carta de una desconocida»… Está en el toptén de mi corazoncito (que algún día lo enlisto y saldrán ochentaicinco, jeje)
      Un saludo Tocayo

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  2. Tengo un amor especial por el cine de Max Ophuls, y su periodo americano me fascina también. Esta película, Almas desnudas, que me resulta fascinante y con lecturas ricas, hace una sesión doble maravillosa con Atrapados (Caught). En su día escribí sobre las dos y te pongo el link por si te interesa (https://hildyjohnson.es/?p=5197). Me ha gustado mucho tu análisis del uso de Ophuls de los objetos en la narración de la película…

    Beso
    Hildy

    PD: tengo un problema en el blog, ajeno a servidora, que me están solucionando, pero que no me permite ni recibir comentarios ni que yo pueda subir post.

    Me gusta

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