La fuga de Tarzán (Tarzan Escapes, Richard Thorpe (acreditado) James McCay y William Wellman, 1936)

Debo ser honesto y confesar a mis queridos y selectísimos lectores que a este que les habla tanto el personaje de Tarzán como sus libros, películas, afiches, trasfondos antropológicos y demás vainas nunca jamás le han interesado lo más mínimo. Ni de niño ni de grande. No quiero aburrir con explicaciones porque, en el fondo, no las hay. Simplemente ni me atrae ni me dice nada ni me evoca nada. Ya desde pequeño lo percibía como algo muy tonto y muy lejano y nunca me ha dado por acercarme a este epígono extraño del mito del buen salvaje. Lo que quiero decir es, simplemente, que me falta perspectiva, pues solo he visto la primera cinta de la saga en la MGM, Tarzán de los monos, de 1932, por saber de qué iba esto y por cierta decencia crítica, y luego La fuga de Tarzán para hablar de ella. Bueno, de chico me pusieron en el colegio aquella de Christopher Lambert, Greystoke, y aún me dura el bostezo. Es que creo que ni la de Disney he visto.

Desde luego esto debe de ser un problema mío, porque esta es una de las sagas más exitosas de la historia del cine y la literatura como prueban sus decenas, si no cientos, de reencarnaciones. Y casi me caigo de espaldas cuando leí, averiguando cosas sobre el cine mudo soviético, que en la Rusia comunista hubo, durante los años 20, una fiebre tremebunda por las tarzánicas historias de Edgar Rice Burroughs que leían hombres, mujeres y niños, rojos, blancos y amarillos, a toda hora y en todo lugar. Se mencionaba este asunto como ejemplo de la penetración que la cultura norteamericana llegó a tener en la URSS en aquellos tiempos previos al oscurantismo estalinista, lo mismo que pasó con los filmes de Griffith, en los que bien se fijaron los teóricos del montaje. Bueno, vamos para la jungla, pero antes, nos pasamos por la Metro, en Los Ángeles.

Como cíclicamente ocurría en la carrera de William Wellman, su relaciones con el estudio, en este caso la MGM, estaban en 1936 a punto de romperse. Su eficiencia y habilidad para apañar y dar lustre a proyectos en vía muerta que él no había levantado se volvía de nuevo en su contra. Incluso logrando buenos resultados en taquilla con películas que se vio obligado a realizar, como Joaquin Murrieta o Small Town Girl, Mayer no le dejaba espacio alguno para proyectos personales y finalmente terminaría marchándose con Selznick para hacer Ha nacido una estrella, pero antes de eso tuvo que morder una exótica fruta que no tenemos claro cómo le supo, pero sí podemos comprobar que, al menos, no se le indigestó. 

Jane pre y post code

La fuga de Tarzán fue el último de esos encargos con la MGM, y no uno cualquiera. Las dos primeras entregas de la selvática franquicia habían sido todo un éxito pero con la tercera, rodada al completo por James McCay, las cosas no iban bien. En los pases de prueba por lo visto los niños, traumatizados, huían despavoridos o lloraban escondidos bajo la butaca por la tremenda violencia de alguna de sus escenas. Teniendo en mente lo que ha quedado en la película actual, tendría su gracia volver a ver la versión original y quizá -perdónenme el sadismo curiosón- proyectársela a los niños de hoy, por ver qué pasa. En la película presente se echan nativos a los cocodrilos, se les desmembra tras atarlos a dos palos unidos previamente que se liberan y separan, un malo muere devorado en un fangal atestado de ¿iguanas?, algún negro -esto es tópico de la saga- se despeña desde lo alto con estridente griterío y, en fin, aparece un señor disfrazado no sé si de dodo o de gallina ponedora, que por cierto me suena de haberlo visto antes y no se dónde, que por sí solo basta para espantarle el sueño a cualquiera y arruinar diez o doce infancias. Resumiendo: que lo que había antes de esto era muy fuerte, y además no olvidemos que, para descalabro visual de la concurrencia masculina heteronormativa, el código Hays ya estaba en vigor y además de tapar las carnes de Jane con un más trapo había que cuidarse de mostrar violencia explícita.

Total, que se le asignó a Wellman volver a rodar buena parte del metraje, que de cualquier forma va acompañado de muchos minutos de material antiguo rodado para las dos primeras entregas protagonizadas por Weissmuller y otras escenas documentales de la vida salvaje. Luego, según Frank Thompson, Richard Thorpe remató el trabajo y quedó acreditado, aunque fue Wellman quien por más lianas se columpió. A pesar de que probablemente se lo tomara en lo profesional como una última afrenta a la que, como decía antes, respondió con un portazo para irse del estudio, parece ser que nuestro entrañable Wild Bill se lo pasó bomba en el rodaje, como era habitual en su trabajo de exteriores, para el que quizá por eso -porque lo disfrutaba y se percibe- siempre tuvo buena mano. Transcribo unas frases suyas que recoge Thompson:

Nunca me había divertido tanto en mi vida. Fue absolutamente fantástico. A Chita le habían enseñado a escupir a todo aquel que no gustara a Johnny (Weismuller). Me encantaba aquella historia y cuando terminé fui a ver a Mayer y le imploré “¡Quiero hacer el próximo Tarzán!” pero no me dejó. Nunca me lo había pasado tan bien haciendo una película… Dios, andar de un sitio a otro columpiándose de las lianas y haciendo todo tipo de locuras… ¡Las hice todas!

El resultado final, dentro de mis limitaciones críticas que confesé al principio, creo que se puede calificar de aceptable. Desde luego La fuga de Tarzán resulta mucho más atractiva e interesante que la primera entrega de la saga, que adolece de una tremenda pobreza en la puesta en escena y del hieratismo impuesto quizá por los primeros sistemas de toma de sonido. La película de Wellman cuenta una historia de la que no vamos a decir nada porque nada tiene de especial. Vuelve a consistir en una exploración accidentada hasta dar con el remoto Monte Mutia donde habita el hombre-mono en este caso con su pudendamente vestida compañera de vida. Allí pasan cosas y en un momento dado Tarzán ha de liberarse de una jaula de duraluminio, ojo al dato, pero vamos que lo logra y la cosa termina bien. Tranquilidad,  que no muere. 

Quizá la nota más característica de esta entrega sea mostrarnos el palaciego recinto en el que viven Tarzán y Jane, que es algo así como un pequeño resort camboyano en el que no hay electricidad desde que la cortaron los Jemeres Rojos y que ha sido sustituida por animales salvajes esclavizados con la excusa de que proveen energía sostenible y divertida. Wellman lo rueda todo con soltura y buen hacer, y hay momentos realmente logrados, como por ejemplo el barroco travelling de retroceso con grúa que sirve para presentarnos a Weissmuller. Se nota eso sí la extemporaneidad de algunas peleas entre animales y otras escenas de la vida salvaje, pero supongo que al espectador de la época le encantaban ese tipo de imágenes de la naturaleza que tan lejos les pillaba, una vez cubiertos los encantos de Jane. Suerte que a Tarzán Hays no le amplió el taparrabos -por qué será- y el hombre estaba de toma pan y moja, para jolgorio de por lo menos media audiencia… Descontando a niños y niñas. O no.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

Yo Tarzán, tú duraluminio
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8 respuestas a “La fuga de Tarzán (Tarzan Escapes, Richard Thorpe (acreditado) James McCay y William Wellman, 1936)

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  1. Hola tocayo:
    A mi me pilló justo cuando decir ¡¡¡Una de Tarzan!!! era sinónimo de diversión, ¡fieras! naturaleza ¡Jane! aventura ¡Buenos! malos ¡Guns! roses…
    En aquel tiempo era lo más de lo más. Luego te das cuenta de que viste nosécuántas veces la misma película (literalmente porque utilizaban las mismas imágenes. Ergo también se apuntan el tanto de pionerismo en biblioteca de imágenes).
    Me ha hecho gracia el comentario ese de pasar la v.o. a los niños de hoy y me he sentido un poco «Tarzan», vamos que ni por todo el oro de las Minas del rey Celulón veo yo lo que quiera que vean las criaturitas de hoy.
    Otro debe en tu casillero: ¿Cómo se te ocurre «ajuntar» Greystoke entre las pelis de Tarzan? Hubiese entendido mejor que hubieses nombrado la que perpetró Bo Derek (y que Andie McDowell me perdone).
    Un saludo, Manuel.

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    1. Ay tocayo, todos los «debes» que me apuntes serán merecidos. Vamos, que ni me ha dado por mirar si Greystoke tiene algo que ver con Tarzán. Solo me suena. Tanto me aburrió de niño que la pereza me dura.

      Si Tarzán y sus cosas para mi fueran parte del imperio del recuerdo y lo contemplara con nostalgia y demás quizá lo hubiera tratado con más cariño. Pido perdón pero lo que digo es lo que siento. Es que me parece el «héroe» más tonto del mundo.

      Un abrazo, Manuel.

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  2. Pues no me había dado cuenta de que una de la saga de Tarzán tenía la firma de Wellman.
    Verás, las películas de Johnny Weismuller y Maureen O’Sullivan forman parte de mi infancia. Te vas a reír, pero yo fui de las niñas que se tapaban los ojos cuando crucificaban con las palmeras cruzadas a los pobres porteadores, que eran los que morían siempre, o cuando se asomaban esos enormes caimanes.

    En mi casa teníamos un proyector de super 8 y mi abuelo materno todos los domingos alquilaba películas y las veíamos. Una de las sagas estrellas eran las de este Tarzán de los años 30.
    ¿Sabes que Marcos Ordóñez escribió una novela preciosa a propósito de un enloquecido y anciano Tarzán (así acabó Weismuller)? «Tarzán en Acapulco».

    Beso
    Hildy

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    1. Hildy, queridísima,

      al final casi me siento culpable por no tener en cuenta el poso sentimental que las cosas tarzánicas tienen en mucha gente. La verdad es que, siendo yo totalmente ajeno a este mundo y vistas las dos películas, decidí tomármelo un poco a coña y redactar la entrada así para no aburrirme yo mismo.

      Qué envidia tu abuelo y tu proyector. La novela me la apunto porque me fio de tu criterio. Disfruté mucho por cierto, no sé si te lo dije, Al oeste del Edén.

      Un besazo en taparrabos

      Que no… que estoy vestido. No me da el cuerpazo para emular a Weissmuller 😉

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  3. Yo sí crecí con los seis Tarzanes de la Metro/Weissmuller, entrañables en mi infancia. Otra cosa es que, revisados a mayor edad, lógicamente resulten aventuras demasiado simplonas, en parte porque la visión que da la Metro del personaje es la de un niño grande. Cuando me asomé a las novelas, tiempo después, descubrí que el verdadero, el que creó Rice Burroughs, es el de «Greystoke» (lástima que esa peli, en concreto, haga buenas las de Weissmuller jaja). Eso sí, no es tampoco literatura de gran calidad (Burroughs me parece un escritor que funciona por acumulación, sin mayores aportes, con lo que acaba aburriendo). Volviendo al Tarzán del cine, la primera me parece la más aburrida también (y larguísima). Hace mucho que no he vuelto a ver las otras (de hecho, tengo más reciente el segundo ciclo tarzánida de Weissmuller, en la RKO, ya sin Maureen O’Sullivan, que es entretenido), pero sí recuerdo esta «Fuga de Tarzán» como de las más curiosas, por lo menos por el episodio final. También me parece entrañable «TArzán en Nueva York», pero seguramente será por la variedad de escenarios.

    Felicidades por este blog tan cinematográfico, en el que, en una primera visita, he encontrado tantas películas compartidas.

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    1. Hola compañero!
      En primer lugar, perdona que haya tardado en aprobar tus comentarios. Se me habían ido al spam y los he visto de casualidad. Bienvenido al tren!
      No descarto ver en el futuro alguno de los tarzanes que rememoras, a ver si le pillo algo el truco al personaje. Es que, cuando me puse a escribir la entrada fue cuando realmente fui consciente de lo poquísimo que me interesa… Quizá es que en la infancia no tuve contacto alguno con él, aparte de aquella experiencia traumática de ver Greystoke en mi infancia. Años después tuve una novia cuyo «crash», como se dice ahora, era Christopher Lambert, y aquello me provocaba sentimientos encontrados.
      Un saludo!

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