El hacha justiciera (The Hatchet Man, William A. Wellman, 1932)

A partir de ahora cuando me pregunten sobre la saga de El padrino será imposible para mí no volver los ojos hacia este film extraño y en cierto sentido atolondrado si bien, como casi siempre en Wellman, entretenidísimo, conciso, imparable y lleno de hallazgos. 

Nos cuenta una historia sobre los Tong, una suerte de mafias que asumieron el control de los barrios chinos de algunas ciudades a principios del S XX. El tratamiento narrativo y cinematográfico de sus reuniones, lealtades y jefaturas es prácticamente igual al que se generalizaría en el cine de hampones posteriormente, pero es que además, en el caso de The Hatchet man, la columna vertebral del relato es el juego de lealtades inamovibles que llevan la acción de un lado para otro. 

Edward G. Robinson interpreta a Wong Low Get, en su juventud un sicario -modalidad de lanzamiento de hachas- que se ve obligado por lealtad a su Tong a apiolar a su mejor amigo, que le pide por favor, antes del trance fatal, que cuide de su pequeña hija y no permita que nada malo le ocurra, y le procure felicidad. Tras una elipsis de 15 años vemos que Wong ha progresado y se ha hecho cargo de la chica, ahora una floreciente jovencita de atractivo irresistible (Loretta Young) de la que está enamorado y a la que respetuosamente pide la mano. Después los acontecimientos se embrollan y, como es característico de este cine de verdadera acción, los 70 minutos dan para un sinfín de cabriolas del destino, confesiones, asechanzas y aventuras mil que terminan en una escena muy impactante, tremendamente dura incluso para los estándares del precode que es quizá lo más memorable de una película que, desafortunadamente, no ha perdurado. 

El problema de este filme no son sus defectos formales o narrativos. Lo que le ocurre es que resulta excesivamente indigerible que los protagonistas sean actores conocidos y reconocidos “achinados” de forma artificial. Aunque esto era lo habitual en la época -la genial Lirios rotos, de Griffith, de nada menos que 1919 es otro ejemplo bien conocido- en este caso afecta demasiado al visionado, y seguramente provocó el desdén de un público que no le hizo apenas caso. Y es que la transformación es tan lamentable que realmente la sensación es la de estar viendo -eso lo percibo yo, no los espectadores de antes, claro- una historia que ocurre en otro planeta de la galaxia, quizá en el mismo Vulcano, percepción a la que contribuye no poco la barroca tramoya chinesca provista por la dirección de arte. Estos chinos de ojos azules que se intercambian mensajes en inglés quizá exijan demasiado a la debida suspensión de incredulidad aunque, como digo, su aire exótico la hace bien curiosa vista hoy en día.

Me preguntaba mientras la veía qué podría preguntarse el espectador medio norteamericano de 1932, seguramente empobrecido y en todo caso sufridor de una realidad nada exótica, al ver este cruce extraño entre El enemigo público y Madame Butterfly. La suntuosidad visual de tanta chinosserie, además, me atrevo a intuir que en vez de servir de evasión debía provocar en ellos un desapego visual muy reforzado por las ridículas caracterizaciones de los protagonistas. Lo único que se menciona en el extenso y prolijo libro de William Wellman Jr. sobre esta película, además de una breve sinopsis, es una frase entresacada de las memorias de Robinson: «I´m able to say that… The Hatchet man is one of my horrible memories«. Tampoco es eso.

Es una pena que toda esta tramoya chinesca nos distraiga del aspecto más interesante del film en mi opinión, que es el peculiar tratamiento que hay en él de las diferencias culturales. El personaje de Robinson se mueve un poco entre las dos culturas, vive en espacio difuso del migrante que quiere integrarse y que no parece alcanzar nunca lo que se espera de él por parte de los suyos ni son recompensados sus esfuerzos de adaptación por parte de los otros. No me fustiguen si les digo que, salvando las distancias, recuerda al joven Michael Corleone en ese aspecto. Dejando bien claro que no es esta una película de mensaje social, la misma naturaleza de los conflictos que urden la trama provoca que el relato se desenvuelva al albur de los dilemas y problemas que acosan al bueno de Wong: su fidelidad al Tong le pone en la situación de tener que acabar con su amigo, pero luego para mantener la promesa a su amigo deberá desafiar las órdenes de sus jefes. Además cuando estas mafias con el tiempo pierdan su fuerza él pretende que se integren en la normalidad de la vida americana para poder asumir nuevos derechos que les corresponden por su aportación a la sociedad que les acoge. Sin embargo por parte de los suyos solo encuentra problemas y pegas, y en última instancia sufrirá una traición insoportable por parte de quien más quiere, y que no tendrá más remedio que gestionar y resolver siguiendo los códigos de honor tradicionales, traicionados antes por quienes le han expulsado a él de esa misma comunidad tradicional.  En fin, que me lío y todo es más sencillo que leerme: mejor verla como digo siempre.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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6 respuestas a “El hacha justiciera (The Hatchet Man, William A. Wellman, 1932)

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  1. Hola tocayo
    Me hace gracia que para papeles que tenían una «justificación» ponían a occidentales; pero los malos, malosdeverdad, esos eran orientales pata amarilla. Si comentaba lo de la biblioteca de imágenes con Tarzan ¿En cuántas pelis vimos a ese malvado con larga pipa y ese fideo sanchopanza cizañero?
    Me imagino que para los actores occidentales representar otra etnia empezaba siendo un reto. En el caso de Loretta el reto sería que, al final, no la reconocieran.
    Como acaban de ser los Oscars: farol de papel dorado para el que decidió que «El hombre del hacha» era poco llamativo y la bautizó «El hacha justiciera» (¿Pero no es una maza lo de los jueces?).
    Un saludo, Manuel.

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  2. A pesar del exótico atractivo cinéfilo de todos esos clásicos malos chinos que están para cizañear y armas bronca, como dices, ocupa un lugar especial en mi corazón su más tardío epígono, que es uno que salía en las pelis -y creo que series, quizá en El Equipo A- de «wakawaka» de los 80 y 90 al que mi muy mejor amigo y yo llamábamos «el chino de la coleta». Cuando aparecía en pantalla lo normal es que durara apenas unos segundos, lo que tardaban en ametrallarlo o volcar su coche. Toda una vida entregada a representar su propia muerte, siempre violenta, siempre de relleno, nunca lamentada.
    Qué majo. Hace unos años creo que leí en internet sobre su nombre y su historia. A ver si lo busco.

    Un saludo sin coleta, no sea que me disparen.

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  3. Efectivamente, esta película tiene una secuencia final impactante y violenta (… por eso, quizá, lo de esta traducción del título de «El hacha justiciera»), pero además maravillosamente filmada. De esas, en las que reconoces a ese Wellman director que fascina.
    Es curioso efectivamente lo que habéis hablado sobre la representación de orientales en el cine de Hollywood por actores estadounidenses. ¿Cómo nos hubiésemos quedado ahora si la película «Minari», una de las películas de los Oscar este año, sobre los recuerdos de un niño coreano estadounidense con su familia en una granja de EEUU, hubiese sido protagonizada por actores estadounidenses caracterizados? Hubiese sido impensable. Además «Minari» también ha sido rodada por un coreano estadounidense, que precisamente habla de sus recuerdos, sabe lo que filma perfectamente… Eso en el Hollywood dorado no hubiese sido posible. Así lo que sí veíamos eran caracterizaciones y estereotipos de orientales (japoneses, chinos…) con el rostro de actores como Gale Sondergaard, Ona Munson, Marlon Brando, Katherine Hepburn, Mickey Rooney, David Carradine… O los actores de la película sobre la que has escrito. Es un tema apasionante para analizar.
    Sin embargo, voy a decirte algo que me enganchó muchísimo de esta película: a mí me atrapó por su historia de amor. Por esa relación que se dibuja a lo largo de toda la película entre los personajes de Robinson y Young. Me pareció de un romanticismo exacerbado con momentos etéreos, poéticos y malditos. Por ahí, creo que esta película puede mirarse de otra manera.

    Beso
    Hildy

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  4. Querida Hildy,
    efectivamente la peli es muy chula, a mí me gustó y le sobran las razones para verla, como esa peculiar historia de amor que mencionas, entre otras. La verdad es que mi comentario incide tanto en lo de las caracterizaciones que parece como que ha echado a perder la película. Quizá se pueda pensar eso, pero desde luego no resta motivos para verla.

    Sobre lo que dices de Minari y los orientales y demás… Al leerte me ha venido a la mente, porque tiene cierta relación escénica con la peli coreana, esa joyita de Vidor que es «Japanise War Bride», de 1952, en la que la protagonista sí es oriental realmente, pero es que me pongo a ver cómo se llama y de dónde es y resulta que no era ni china ni japonesa, sino las dos cosas, y que ha tenido por lo menos tres nombres y más oficios que el Fary. Gran mujer.

    https://en.wikipedia.org/wiki/Yoshiko_Yamaguchi

    Ella y «el chino de la coleta», mi pareja del día.

    Un beso fuerte

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