Inopinadamente la otra noche vi seguidas, una detrás de la otra, estas dos obras maestras de las que creo que ya está todo dicho, o por lo menos todo lo que uno podría llegar a decir si tuviera algo que decir sobre obras maestras. No obstante, la inesperada doble sesión me hizo pensar en que ambas se tocan en muchos aspectos y que en el fondo se las podría considerar el anverso y el reverso de una perfecta descripción fílmica del Yo de la modernidad dando las boqueadas. Esto del Yo es un tecnicismo filosófico y pido disculpas, pero lo aclaro para quien no lo capte a la primera, ya que creo que es la que se refiere de forma más directa a lo que tengo en mente: me refiero a la consideración que el Yo o el Alma tenía -y tiene- como sujeto del conocimiento o de derechos políticos, en nuestra cultura tras el fin del teocentrismo medieval. Es, sencillamente, esa supuesta “base” que tenemos en nuestro interior sobre la que reposan nuestras vivencias, reflexiones, conocimientos, etc, pero que es distinta de todos ellos. Es decir, el Yo de la modernidad es quienes somos restándole lo que conocemos (del mundo y de nosotros mismos). Es un concepto problemático y desde su misma concepción cartesiana puesto en duda, pero en todo caso sigue operando en nuestro presente, y muy especialmente desde los diversos existencialismos y sus emanaciones que, curiosamente, al tiempo que se yerguen sobre su cadáver humeante se nutren de él, como gusanos listos que son, que somos, los sentidores del sinsentido.

Persona y 8 ½ muestran ambas el intento de reconstrucción de una personalidad que está, en el primer caso escindida o reprimida (según interpretaciones) y en el otro oculta por el fango de la presión de los demás y la falta de inspiración. Son dos historias que se desenvuelven alrededor de seres que están ocultos, que no pueden o no saben desplegar su identidad, si bien son conscientes de ella, y de la necesidad de que se manifieste para, de algún modo, seguir viviendo. Ni la pareja Elisabeth-Alma -que opino que forman un solo Yo, pero no afecta a lo que digo la “interpretación” que cada cual tenga de Persona- como el bueno de Guido Anselmi viven atenazados por circunstancias internas (Bergman) o externas (Fellini) que a la vez borran su personalidad posible y generan una nueva que no es vivida por ellos, sino contemplada por nosotros. Sólo bajo el manto y el trucaje de la ficción y la cinematografía pueden desfilar y mostrarse quienes realmente son estos 2-3 personajes que, paradójicamente, dentro de sí parece que no llevan más que la oscuridad del objetivo tapado y la sala de cine vacía.

Como decía, no me dispongo a hacer una exégesis de Persona, en la wikipedia por ejemplo aparecen al menos 10 o 12. Solo repito que mi punto de vista es que se puede aceptar en cualquier caso que enferma y enfermera forman algún tipo de entidad bifronte, y que la lucha de ambas por salir de sí mismas o encontrar su Yo en el hacerse oír o en el querer callar es una forma de procurar la salida del interior de algo, ese Yo que se supone que debe salir porque está ahí: quiénes somos, el sentido de lo que hacemos, el para qué de que amemos o nos reproduzcamos, etc. La rotura de la cuarta pared cinematográfica o, si se quiere, el presentar la historia de estas dos mujeres como una ficción filmada, montada e incluso alterada por la cinematografía misma -el plano que se quema con el celuloide que lo contenía, y cuya resolución desaparece con él- es todo ello en sí mismo un mecanismo que nos pone enfrente o en el exterior de ellas, de manera que eso que llevan dentro, y que se resiste a salir -y que al final parece ser la misma “nada”- queda enterrado bajo una capa doble: por un lado la incapacidad personal de ella/s de proyectarse hacia fuera de sí misma/s, y por otro la distancia nuestra de espectadores, además alejados por todos los elementos de despiste que la misma estética y retórica de la película, por decisión de Bergman, incluyen.
En definitiva, Elisabeth y Alma quedan dentro de sí mismas pero ocultas, y todo el film es un empeño torturado -y torturante- en desarrollar para nuestro consumo ese desastre existencial.

8 ½ es por el contrario el más maravilloso contenedor fílmico para narrarnos con detalle, desbarre y desmanes de todo tipo quién es su protagonista, en este caso desde fuera de él. De Guido, de sus mismos labios, apenas recibimos en todo el metraje una sola línea completa y coherente de información. Es un hombre acosado por su propio vacío y que efectivamente así actúa ante nosotros, aunque solamente nosotros parecemos percibirlo, ya que somos quien tiene el punto de vista privilegiadísimo -como en Persona- para ver el todo y no cada una de las mil micropartes que cada uno de los personajes emite o recibe de lo que ocurre o de quien Guido es o de los que Guido piensa. Todo el mundo le pregunta, le declara, le pide, le reprocha, se le queja, le solicita, le ruega… Pero nadie recibe nada. Este pobre director que se cree acabado no puede responder a nada, no tiene tiempo para nadie ni idea alguna que compartir. Solo sus sueños parecen querer decirle algo y solo a ellos hace realmente caso. Las mujeres de su vida pasada y presente, el equipo de su futura película, los habitantes del balneario, las molestas visitas… Son quienes realmente nos descubren quién es él y no solo eso, sino como podemos ver al final de la película son ellos los que ciertamente SON él y por ese motivo encuentra en ellos, en quienes son y en cómo son, la inspiración que, paradójicamente, ya ha hecho la película que acabamos de ver.
En fin, eso es lo que he pensado que tenían en común Persona y 8 ½.

Mientras escribo pienso en que sería interesante comparar esto con otra película oriental de la misma valía e intensidad que estas, para comprobar que ese Yo que a la vez está y no está pero que los occidentales buscamos y buscamos y vivimos para él no existe al menos en el cine clásico japonés. Por ejemplo pienso en Vivir de Kurosawa. Tenemos la historia de un hombre que ante su próxima disolución toma conciencia de que ha de ser, vivir, para otros. Bergman y Fellini son de otro palo.

PS Reitero mis disculpas por los tecnicismos filosóficos del primer párrafo, pero a la vez, por si algún técnico filosófico pasa por aquí, también me disculpo por haber incurrido en ciertas generalizaciones en mi aclaración. No doy una.

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Hola tocayo:
No puedes decir que no das una… cuando en esa misma entrada nos estás dando 2 y ½.
Desde luego es una sesión doble para la que tienes que haber hecho «gimnasia» antes. ¿Dónde andarán aquellas sesiones dobles de gancho… y cagancho? (perdón por el «tesnisismo»)
También pueden asemejarse en sus diferencias: los personajes de Bergman parecen no poder con el cielo que tienen sobre sus cabezas y los de Fellini son de la opinión de que si se abre el infierno, al menos, los pille de fiesta. Norte y Sur.
Un saludo, Manuel.
Me gustaMe gusta
Lo de gancho y cagancho no lo pillo… Me faltan estudios.
Lo del Norte y el Sur te lo alquilo, pero no te lo compro. Mira Dreyer cuánta pasión carnal y desatada.
Un saludo!
Me gustaMe gusta
Guauuu, qué pasada de sesión doble… ¡y menuda reflexión filosófica sobre ambas! Me ha resultado interesantísimo el texto, y el díálogo que puede establecerse entre ambas películas.
Siento debilidad por ambas películas y tienen análisis apasionante, pero curiosamente ninguna de las dos es la película que más me gusta de sus realizadores. Sí, sin embargo, me parecen fundamentales a la hora de enfrentarse a la filmografía de ambos.
Beso enorme
Hildy
Me gustaMe gusta
Querida Hildy, coincido contigo en lo último que dices. En cuanto a Fellini creo que son las noches de Cabiria las que más me arrastran y de Bergman nada me sabe mejor Las fresas salvajes.
Un besazo
Me gustaMe gusta