Cuentos de Ozu

Hace ya tiempo que, tras terminar con el especial que dediqué a Yasujiro Ozu en el año de su 60 aniversario, recopilé todo ello en un libro electrónico gratuito que sigue y seguirá disponible por aquí. Tiempo después se me ocurrió ampliarlo y publicarlo en amazon, pensando en la posibilidad de completarlo y volverlo tangible y el fruto de esta ocurrencia es el libro que les vengo a presentar.

Cuentos de Ozu tiene tres partes. La segunda y la tercera, debidamente adaptadas y corregidas, se corresponden con lo que escribí por aquí durante 2023. La primera es nueva e incluye varios capítulos que podrían considerarse un ensayo introductorio a la vida, el contexto y el estilo del maestro.

Uno de los capítulos de esta primera parte se corresponde con una idea de las que no fui capaz de llevar a término durante aquel 2023. Se trata de un pequeño homenaje a las actrices y actores que ponen rostro a la filmografía de Ozu. Por endulzar la promoción dejó aquí este capítulo, y porque se lo debía al blog. También le debo al blog el libro al completo, y donde digo blog digo lectores silenciosos, comentadores amigos y demás familia. Gracias.

El libro en papel o en electrónico se puede adquirir aquí. La cubierta la ha diseñado María Jesús Manzanares, mi artista predilecta. Si no fuera por María Jesús el libro y mis días serían mucho más feos.

Los rostros del cine de Yasujirô Ozu

El sistema clásico de producción cinematográfica de Japón entre mediados de los años 20, cuando se empiezan a gestar las compañías importantes, hasta la gran crisis que, como en Estados Unidos, supuso la irrupción de la televisión en los 50, coincide prácticamente con la trayectoria laboral de Yasujirô Ozu. Este por lo tanto fue un director de estudio, un asalariado de Shochiku, a la sazón la productora más importante del país al menos hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En Japón la empresa se entiende como un grupo de pertenencia, otra forma de familia, lo que conduce a la existencia de una abstrusa red de vínculos, jerarquías y obligaciones que, en el caso de la industria del cine, dio lugar a una organización del trabajo exigente y muy reglamentada. Ya veremos anécdotas y ejemplos a lo largo del comentario de la obra de Ozu, pero este peculiar sistema también hizo que siempre tendieran a trabajar las mismas personas con los mismos directores. Así ocurría con Yasujirô Ozu, con quien además la gente en general se encontraba a gusto debido a su buena disposición personal y a su tranquilidad. La prueba de ello la tenemos en muchos testimonios, como el de su operador habitual tras el parón de la guerra, Yûharu Atsuta, que le recordaba más como a un padre o a un maestro que como a un jefe. Una buena medida del aprecio que el equipo habitual de Ozu tenía hacia él era que estaban dispuestos a trabajar con su peculiar jornada laboral, que inflexiblemente terminaba a las razonables y legales cinco de la tarde cada día. Esto, que permitía al director disfrutar del ocio vespertino, en realidad era un estropicio económico para sus subordinados, pues los salarios base eran muy bajos y realmente eran las horas extras, que con él no podían hacerse, las que arreglaban las cuentas. Como compensación hay que decir que Ozu invitaba a su equipo con frecuencia a comer y beber al terminar la jornada. Estas pequeñas celebraciones servían también para limar las asperezas que generaba en algunos intérpretes la peculiar forma del director de usar su trabajo. Se ha dicho en ocasiones que para Ozu los actores tenían la misma o menos importancia que el resto de objetos que aparecen en el cuadro. Les exigía una actuación neutra, llegando a decirles que deberían asemejar máscaras noh, y para ello rodaba decenas de tomas del mismo plano, hasta que el puro cansancio hacía desistir a actores y actrices de llevar el personaje a su terreno. Setsuko Hara, mencionada a veces como musa de Ozu, personalmente no estaba a gusto con sus trabajos con él, y llevaba muy mal ese hieratismo que exigía el maestro. De hecho en un rodaje para otra productora, El otoño de la familia Kohayagawa (Kohayagawa-ke no aki, 1961) Ozu tuvo una agria discusión a gritos con Hisaya Morishige, que nunca había trabajado con él y no soportaba que este se empeñara en limar su actuación pidiéndole que no actuara. En otra ocasión durante este mismo rodaje Morishige se burló de Ozu por su empeño en no hacer planos secuencia. Le preguntó con sorna que si en Shochiku -filmaban en la Toho- no eran capaces de preparar planos largos en los que lucen mucho mejor las actuaciones. En esta ocasión Ozu se levantó y se fue sin decir nada.

Por aquella época, y especialmente hasta la llegada del sonido, actores y actrices eran exprimidos al máximo, sobre todo antes de la guerra, y además, con la excepción de alguna estrella, solo podían trabajar para un estudio debido a los acuerdos que las productoras hacían entre sí para evitar que subieran los sueldos. En este modelo estajanovista de producción cinematográfica no era raro que actuasen en una película durante el día y en otra durante la noche. Shiro Kido, el mandamás del estudio, procuraba por ejemplo que si había que rodar en unos exteriores determinados, por ejemplo el puerto de Yokohama, y que se iban a producir tres películas con escenas en ese lugar, se contratasen para las tres a los mismos intérpretes, de modo que hicieran sus secuencias correspondientes para las tres historias en un solo viaje. En Actriz de cine (Eiga joyû, Kon Ichikawa, 1987), film inspirado en la vida de Kinuyo Tanaka, se observa como meritorios y secundarios, conocidos como obeya haiyu, vivían en una suerte de casas comunales en los mismos estudios, y si no rodaban pasaban el día en una sala de espera donde alguien llegaba y les entregaba el papel que empezarían a interpretar al día siguiente o esa misma noche, y que por supuesto de ninguna manera podían escoger ni rechazar. Este sistema que tanto les maltrató laboralmente al menos ha provocado que, quienes vemos hoy en día el cine de esta época, disfrutemos de un especial aire de familia, pues en las películas de cada productora suelen aparecer siempre los mismos rostros y al final, qué remedio, se les toma cariño. En eso el cine clásico japonés recuerda a las películas de John Ford y a sus carismáticos secundarios.

Por este motivo, porque repasando el cine de Ozu uno termina ganándose también una fantasmal segunda familia o un peculiar grupo de amistades muertas a las que se aprecia casi como a las reales, me ha parecido interesante dedicarles un pequeño espacio, homenajearlos simplemente con el recuerdo de sus rostros y su trabajo. En otras partes del libro se dedican textos más extensos a los intérpretes más recordados del cine de Ozu. Aquí ocuparan el mismo espacio que sus compañeros y compañeras ya olvidados, esos forzados del celuloide

                          Tatsuo Saitô (1902-1968)

Aunque su última aparición en la filmografía de Ozu es en 1950, haciendo de profesor en Las hermanas Munekata, Saito es uno de los intérpretes que más títulos tiene acreditados junto al maestro, nada menos que 22, algunos de ellos perdidos. Entró en Shochiku casi a la vez que nuestro director y allí se especializó en interpretar las comedias nansensu que Ozu solía dirigir, por lo que protagonizó unas cuantas de ellas, algunas perdidas. De entre las que sobreviven dos: El pilluelo, de 1929, en la que secuestra a un niño con poca fortuna, y tres años después junto al mismo niño del que hablaré a continuación, que interpretara entonces a su hijo menor, He nacido pero…, llena de momentos inolvidables como ese en el que los hijos de Saito observan avergonzados una filmación casera de las payasadas que está dispuesto a hacer para hacer la pelota al jefe. A partir de los años 50 Tatsuo Saitô enfocó su carrera hacia la televisión hasta su muerte, por cáncer de pulmón, en 1968.

Tomio Aoki (1923-2004)

La fama y el apodo artístico Tokkan Kozzo, que traducimos como El Pilluelo, le llegó cuando Ozu le escogió para protagonizar el mediometraje homónimo al parecer -véase el capítulo correspondiente- porque era hijo del tipo que regentaba un bar cercano al rodaje donde tenían cerveza alemana. El caso es que la vis cómica del chaval era indudable, y tuvo una exitosa carrera como actor infantil hasta 1940. Intentó regresar al cine más tarde, pero solo trabajó de forma esporádica en papeles menores.

En varias entrevistas afirmó que sintió por Ozu un enorme respeto y que este le trató siempre bien, hasta el punto de que lo consideraba una especie de segundo padre. Además de las mencionadas, otros de sus trabajos a los que aportó con su cómica seriedad carisma a raudales y momentos impagables son Un albergue en Tokio e Historia de la hierba errante, entre otras.

Takeshi Sakamoto (1899-1974)

Nada menos que 310 papeles tiene acreditados este actor hoy olvidado por completo pero que protagonizó algunas hermosas películas de Ozu en los años treinta. Aunque participó en más de 20 de sus obras, lo recordamos por sus personajes protagónicos que solían llamarse Kihachi. Este Kihachi solía ser un hombre poco refinado pero con buen fondo que por culpa de sus debilidades arrastra a los demás hacia la ruina y la desgracia. Nada menos que con siete Kihachis cuenta la filmografía de Ozu, que incluso se estuvo planteando usar el nombre del personaje en el título de su proyecto frustrado de finales de los treinta.

Este actor de rostro simpático y rara complexión era hijo de pescadores y entró en Shochiku de una forma peculiar que recuerda precisamente el final de uno de sus Kihachis, Corazón vagabundo. Y es que, disuelta la compañía teatral en la que empezó, se fue a husmear a un rodaje en el que ofrecieron trabajo a quien se atreviera a que le filmasen tirándose a un río, y él lo hizo y así comenzó su carrera en el cine.

Mitsuko Yoshikawa (1901-1991)

La madre por antonomasia de las películas del primer Ozu. Además tiene la curiosa marca de haber trabajado con él en más películas perdidas (ocho) que conservadas (siete). Apenas se puede encontrar información sobre ella más allá de que, como tantos de esta lista, llegó a Shochiku a mediados de los veinte, que después de la Segunda Guerra Mundial se independizó de la productora y que llegada la madurez pasó a la televisión, donde completa un registro de unos 260 trabajos ante la cámara. Esta biografía tan escueta y a la vez tan impresionante de típica actriz secundaria acompaña bien al personaje que hizo normalmente para Ozu: el de una madre humilde y entregada no demasiado atractiva, por lo que no nos distraerá la idea de que pueda incurrir en deslices ni en otra conducta que no sea el cuidado de sus hijos. Ella es la madre de los dos hermanos protagonistas de Hemos nacido pero…, la madre vecina del hijo de Choko Iida en El hijo único a cuyo vástago cocea un caballo flaco y es la madre de Se debe amar a la madre.

Precisamente la humilde Mitsuko Yoshikawa sufrió, en el rodaje de esta película, quizá el más terrible de los episodios de tortura laboral -y moral- que en ocasiones tenían que aguantar los intérpretes que trabajaban con Ozu. Lo cuenta Donald Richie en su seminal e imprescindible monografía sobre el director y me limito a transcribirle, desentendiéndome así de garantizar su verosimilitud: Mitsuko Yoshikawa recuerda las 24 horas completas, no consecutivas, que dedicaron a un solo plano en Se debe amar a la madre. Ella debía volverse tras hacer un té. El ritmo al girarse debía ser preciso, y su mirada debía evitar ir más allá de su rostro. “¿Por qué debo hacer esto así?” dijo ella llorando desesperada después de unas cuantas horas “Porque” respondió Ozu “no eres una actriz competente y por lo tanto debo dirigirte”. Aunque nuestro reverenciado sensei era en general un hombre afable, tranquilo y bienhumorado, en ocasiones le podía el mal genio. Además en esta época -1934- pasaba por un cierto bache personal, se sentía muy agotado y su carrera no terminaba de despegar. La buena de Mitsuko Yoshikawa, excelente actriz por supuesto, aún rodaría otras cinco cintas con él. Por cierto que el famoso plano debía de estar en alguno de los dos rollos perdidos de la película, pues no encuentro un momento así en los que quedan.

Choko Iida (1897-1972)

Como Sakamoto, una empleada a destajo de Shochiku hasta 1945 que acreditó más de 300 papeles, la inmensa mayoría de ellos secundarios. Su rostro entrañable la convertía en la abuela o madre mayor perfecta, personajes en los que se especializó. Ozu e Iida mantenían una relación de amistad y solían alternar juntos, ya que estaba casada con su operador habitual hasta la guerra y también amigo Hideo Shigehara.

Es imposible no emocionarse con el trabajo que esta actriz inmensa en El hijo único o Historia de un vecindario. En ambos papeles interpreta a mujeres que deben enfrentar y paliar en lo posible, desde su propia modestia, la pobreza de otros. Ella misma conoció en su infancia la miseria como la mayor de cinco hermanos y hermanas que sufrieron a causa de la malnutrición nictalopía, condición que impide ver en condiciones de baja luminosidad.

Kinuyo Tanaka (1909-1977)

Qué decir de Kinuyo Tanaka, una de las mejores intérpretes de la historia del cine en opinión de quien les habla y sin duda la gran estrella femenina japonesa hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Trabajó con Ozu en once ocasiones, y lo hizo a lo largo de toda su carrera, desde Me gradué pero… de 1929, hasta Flores de equinoccio en 1958. Además nuestro director cedió a Tanaka el guion rechazado por Shochiku de La luna se levanta que ella convertiría en la primera de las seis películas que dirigió. Era buena amiga de Ozu, que fue uno de los pocos compañeros directores que respetaron y apoyaron plenamente su aventura tras la cámara. Su figura menuda y frágil fue el mejor camuflaje de esta mujer independiente, fuerte, inteligente y emprendedora. Comenzó en el mundo del espectáculo como niña prodigio musical tocando la miwa y sosteniendo así a su familia desde los nueve años de edad hasta el final de sus días, precipitado por un tumor cerebral que se la llevó en apenas tres meses. Pocos días antes de morir, ciega ya a causa del deterioro encefálico, hablaba del nuevo reto que suponía trabajar sin ver, y se postulaba para nuevos papeles.

Chishu Ryu (1904 -1993)

Es de alguna forma el rostro del cine de Yasujirô Ozu, participó en la inmensa mayoría de las películas del director hacia el que terminó profesando inconmensurable admiración y respeto. Hasta Había un padre, su primer protagónico, era un secundario más, en muchos casos figurante sin frase, pero a partir de los años cuarenta se convirtió en la imagen patriarcal por antonomasia del cine familiar de Ozu. Tras más de una década malviviendo como obeya haiyu, llegaron gracias a su sensei el reconocimiento y la prosperidad.

Ryu (su apellido real fue Kasa) era un hombre de pueblo. Nació en una aldea, Tachibana, situada muy al sur, en la isla de Kyushu. Hijo de un sacerdote budista, conservó durante toda su vida un fuerte acento que no pudo adaptar al dialecto de Tokio en el que hablaban sus compañeros. Se fue a la capital para supuestamente formarse en la universidad como sacerdote y así heredar el cargo de su padre, pero en lugar de eso se dedicó a vivir la vida aunque ciertamente llegó a ejercer durante unos meses como monje. Al menos su magra formación litúrgica le sirvió para dominar el canto y la declamación, como apreciamos en varios de sus trabajos.

Otra peculiaridad de Ryu era su capacidad para interpretar a hombres de edad muy dispar. Por ejemplo es sabido que en Primavera tardía interpreta al padre de Setsuko Hara y dos años después hace de su hermano en Principios de verano, en la que, además, ¡es tres años mayor que el actor que hace de su padre! También figura al padre de Kinuyo Tanaka en Las hermanas Munekata, y solo es cuatro años mayor que ella.

Siempre fue obediente y jamás contradijo a Ozu, que entre otras cosas le quería en sus películas porque soportaba sin quejarse las decenas de tomas de rostro inexpresivo que exigía, y decía de sí mismo que no era buen actor y que para el director era más importante el decorado que su habilidad como intérprete. No obstante, al parecer rechazó siempre  llorar ante la cámara, porque decía que eso es impropio de un hombre nacido en la Era Meiji.

Shuji Sano (1912-1978)

Aunque trabajó muy poco con Ozu quiero recordar a Shuji Sano porque curiosamente tiene un papel fundamental en una de las películas más apreciadas de su filmografía, Había un padre, en la que interpreta al hijo ya adulto que en cierta forma es un trasunto del propio director de joven. Por otro lado, también protagonizó Una gallina en el viento, film del que Ozu no quería ni oír hablar en el que interpreta en esta ocasión al marido que vuelve de la guerra y no perdona a su mujer los sacrificios que ha tenido que afrontar para sobrevivir.

Recuerdo a Sano porque, igual que nuestro director, interrumpió su carrera para hacer la guerra justo entre las dos películas mencionadas, y es un ejercicio interesante comparar su imagen y sus gestos en ambas. Las separan seis años, pero para el joven galán parecen haber pasado dieciséis.

Haruko Sugimura (1909-1997)

Confieso que siento especial debilidad por esta intérprete especializada en los papeles de hermana-cuñada-vecina lianta y cotilla. Su papel más conocido es el de Cuentos de Tokio como Shige, la hija egoísta del viejo matrimonio que visita a sus hijos en la capital, que regenta una peluquería en su propia casa en la que no quiere alojar a sus padres de los que incluso llega a renegar explícitamente, diciendo a una clienta que son unos amigos del pueblo que están de visita. Igual que Setsuko Hara llegó al cine de Ozu en 1949, con Primavera tardía, y lo mismo que ella aparece en seis películas, y a pesar de que es un número limitado de films, y de que no protagonizó ninguno, creo que aportó mucho a su cine, y de hecho él siempre tuvo palabras especialmente elogiosas para su trabajo, por su capacidad de adaptar su registro natural, más melodramático, a las exigencias de su estilo. Dicen las malas lenguas que esas cuñadas y hermanas malencaradas que bordaba Sugimura se inspiran en una cuñada del mismo Yasujirô Ozu con la que, por lo visto, no hacía buenas migas. 

Haruko Sugimura tuvo también una brillante carrera teatral, siendo por ejemplo la primera actriz nipona que encarnó a Blanche de Un tranvía llamado deseo. Sí fue protagonista de su última película, Nota de suicidio (Gogo no Yuigon-jo, Kaneto Shindô, 1995) en la que interpreta a una respetable actriz ya anciana que es un trasunto de ella misma.

Setsuko Hara (1920-2015)

Si Chishu Ryu decíamos que es de alguna forma el rostro masculino del cine de Ozu, Setsuko Hara es la intérprete que más inmediatamente se asocia con él, a pesar de que solo participó en media docena de sus películas entre las que, sin embargo, están las más conocidas y reconocidas. En el capítulo dedicado a Primavera tardía, donde interpreta por primera vez a Noriko,le dedicamos más espacio a ella y a este mítico personaje casadero que interpretó de forma excepcional.

Setsuko Hara comenzó a actuar siendo una adolescente, y tuvo su primer éxito en la peculiar coproducción germano-japonesa de 1937 La hija del samurai (Atarashiki tsuchi o Die Tochter des Samurai, Arnold Fanck y Mansaku Itami) mezcla de bergfilm y melodrama patriotero, con la que la propaganda nazi quería acercar a su pueblo la cultura y los paisajes nipones. Para su estreno en Alemania, por cierto, la jovencísima Hara viajó a Europa y del evento queda una espeluznante fotografía de ella con Joseph Goebbels.

Apodada en Japón la virgen eterna por su contumaz soltería, entró en la leyenda por el camino más brutal al retirarse de la actuación en 1963 para encerrarse en su casa y no dejarse entrevistar ni fotografiar jamás hasta su fallecimiento en 2015. Ella dijo al marchar que, simplemente, no disfrutaba actuando y que ya había ganado lo suficiente para poder retirarse. Se dice a veces, erróneamente, que quizá se apartó de la vida pública rota por el dolor que le produjo la muerte de Yasujirô Ozu, con el que también se insinuó que pudo mantener algún tipo de relación sentimental. Personalmente no le veo mucho sentido a estas especulaciones. En primer lugar, porque Hara dejó de trabajar antes de la muerte de Ozu. Su último papel es un secundario en la torrencial Chûshingura de Hiroshi Inagaki estrenada en 1962, antes siquiera de que Ozu conociera la naturaleza de su enfermedad. Además en realidad la relación entre ambos no pasó más allá de la cordialidad y la corrección. Ya dijimos que Hara no se sentía muy a gusto trabajando con Ozu, si bien a este le parecía que era una actriz ideal para su cine y, cosa poco habitual en él, no dudaba en elogiarla en público. Sea como sea, la enorme sonrisa triste de Hara y su capacidad para transmitir desgarro y amor infinito solo con una bajada de ojos, o un giro de la cabeza, son en efecto lo mejor que le podía pasar a una película de Ozu y por eso cuando ella está en pantalla sentimos, quienes amamos su cine, que dos galaxias chocan en silencio delante de nuestros ojos. Un curioso anime, Millenium actress (Sennen Joyū, Satoshi Kon, 2001) se basa parcialmente en su legendaria figura.

Kuniko Miyake (1916-1992)

Quizá la escena más recordada de las que actuó Kuniko Miyake para Ozu sea esa de Primavera tardía en la que acude al teatro y saluda con un leve gesto a Noriko y a su padre. Ese breve papel nadie podía interpretarlo mejor que ella con su gesto sereno, con su particular belleza. De esta actriz, como de tantos otros compañeros suyos, nada se puede saber hoy en día aparte de su inmensa lista de trabajos primero en el cine y después en televisión. 

Ozu, como yo, sentía una especial debilidad por la fotogenia de Miyake y por su desempeño modesto y eficiente. 

Shin Saburi (1909-1982)

Shin Saburi es un nombre inventado por Shochiku para lanzarle al estrellato cuando decidieron convertirlo en uno de los galanes de la compañía, junto a Shuji Sano y Ken Uehara con los que además coprotagonizó algunos films de éxito en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Realmente se llamaba Yoshio Ishizaki y, cuando empezó a trabajar en Nikkatsu ya usó un pseudónimo, Hajime Shimazu, que en Shochiku no podía mantener por coincidir el apellido con el del director Yasujirô Shimazu.

Sus orígenes fueron muy humildes. Su padre picaba carbón y él tuvo que marchar a Tokio a buscarse la vida y compaginar estudios con trabajo desde la adolescencia. Estos orígenes grabaron en él una fuerte conciencia de clase y su notorio izquierdismo le trajo algún que otro problema. Llega al cine de Ozu en el cenit de su carrera actoral y en el primer gran éxito económico del director: Hermanos y hermanas de la familia Toda, de 1941. Sin embargo creo que sus papeles más memorables son los de esposo maduro que se asoma a la vejez y que, infructuosamente, se empeña en que la realidad siga siendo como él considera que no debió dejar de ser. Sus personajes de Flores de equinoccio y El sabor del té verde con arroz son reflejos del mismo Ozu, que se nota envejecer y que no acaba de conectar con las novedades que trae el progreso en esos años de occidentalización e hiperdesarrollismo. Son hombres que, sin perder el humor ni tomarse demasiado en serio a sí mismos, solo quieren mantener un hilo de peculiar dignidad patriarcal de la que nadie, en especial las mujeres que les rodean, quieren saber nada. Curiosamente Ozu escribió El sabor del té verde con arroz en los años treinta, tras volver de la guerra en China y pensando ya en Sin Shaburi como protagonista. Aquel proyecto no salió adelante por culpa de la censura militar, pero cuando por fin se rodó 16 años después Shaburi seguía siendo perfecto para el papel de una película que, como el mismo Japón, tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos.

Keiji Sada (1926-1964)

Aunque solo participó en cinco de las últimas películas en color de Ozu, lo traigo al recuerdo por la especial conexión que alcanzaron desde que se conocieron en 1958. El director intimó con él hasta el punto de apadrinarle de facto y de actuar como mediador matrimonial para casarle con su secretaria.

La vida del bello Keiji Sada (su nombre real fue Kanichi Nakai) terminó prematuramente cuando su chofer chocó contra un taxi trayendo a la familia de vuelta de las vacaciones veraniegas. La mujer y los hijos de Sada resultaron ilesos, pero él murió con 37 años y sus cenizas reposan en el cementerio del templo Enjaku-Ji, en Kamakura, cerca de las de Ozu.

6 comentarios sobre “Cuentos de Ozu

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  1. Bueno, bueno, ¡qué gran noticia! Desde que sabía que estabas trabajando en este proyecto ya tenía ganas de hincarle el diente, y ahora por fin es una realidad. Me alegra mucho que le hayas dado una forma de libro a un proyecto al que le dedicaste tanto tiempo y esfuerzos. El blog siempre va a estar aquí, pero va a lucir más tener estos textos recopilados en mi sección de libros de cine.

    No he querido leerme ese capítulo extra porque prefiero hacerlo en papel, pero no me he resistido a leer tus párrafos sobre Chishu Ryu y me ha gustado prácticamente todo, desde lo de los estudios para ser sacerdote a lo de negarse a llorar ante la cámara. Sobre el tema del acento, mis limitados (o sea, nulos) conocimientos de japonés hicieron que nunca supiera pillarlo, pero me enteré de eso porque leí no recuerdo donde ni cuando que un periodista una vez se metió muy duramente con dicho acento y hubo multitud de protestas al respecto porque, ¿quién quiere hablar de Chishu Ryu?

    Deseando tenerlo en mis manos.

    Un abrazo.

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  2. Hola Doctor!

    muchas gracias por los parabienes. Espero que la ampliación merezca la pena.

    Lo que cuentas de Ryu también lo he leído en algún sitio, o una versión parecida. Hay que tener en cuenta, no obstante, que él no era famoso por sus papeles con Ozu sino porque trabajó mucho en televisión siendo ya mayor. Esto se aprecia en Tokyo-ga de Wenders cuando le asaltan unas fans en la calle. El tema de los acentos es complicado, ya que lo saca a colación, y en general el tema de no saber japonés a la hora de estudiar estas cosas. Por ejemplo en «Cuentos de Tokio» he leído en algún libro que cuando los abuelos llegan a la capital los sobrinos pasan de ellos porque no les entienden el dialecto de Hiroshima; sin embargo con mis limitados conocimientos de japonés (digamos que seminulos en mi caso) he podido comprobar que no es así, porque reconozco algunas palabras perfectamente.

    En fin, que esto de los idiomas raros es una barrera crítica de narices pero por otra parte viene de perlas para echarle cuento, nunca mejor dicho en mi ejemplo.

    Un abrazo fuerte

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  3. Hola tocayo

    ¡Enhorabuena! Tanto trabajo sobre Ozu se merece quedar registrado en el modo «tradicional».

    Me gusta el contraste que sugiere la propia palabra «Los cuentos…» y ver al propio Ozu repasando el rollo de fotogramas. Casi como si fuese una serpiente que ya lo tiene completamente hechizado y dominado.

    Bonito el reparto de repartos; se puede hacer una nueva peli con cada «característico» y cada «prota» formando parte de la misma historia-rio.

    Un saludo, Manuel.

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  4. Hola tocayo!

    gracias por la enhorabuena. La foto de portada es muy bonita. Curiosamente yo no la había visto hasta que hace pocas semanas me puse a localizar imágenes libres de derechos para meter en el libro -que contiene bastantes- y después de darle a publicar resulta que buscando para otra cosa me encuentro con que hay otro libro sobre el maestro, que se llama «Directed by Ozu», que también la usa. En fin, cosas de lo gratis.

    Si te apetece saborear el tradicional aroma a tinta por un módico precio -en tu caso 0,00- no tienes más que escribir a infotrendesombras@gmail.com con tus datos postales. Te lo has ganado.

    Un abrazo!

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  5. Manuelllll del alma mía, pero qué pinta más preciosa tiene ese libro en papel.

    Lo digo siempre: el nacimiento de un libro realizado con respeto, sabiduría y cariño siempre es bien recibido.

    Y si encima el libro es de cine, mucho más.

    ¡Esa foto de portada es tan hermosa! Un hombre concentrado y dedicado a lo que ama, el cine.

    ¡¡¡Enhorabuena y ojalá seamos muchos los que lo leamos!!!

    Beso

    Hildy

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  6. Hola Hildy!

    Muchas gracias por tus palabras. Posiblemente no lleguen a ser muchos los que lo lean, pero yo me conformo con que lo disfruten o encuentren interesante unos pocos. Está hecho con mucho cariño entreverado de las razonables torpezas del neófito autoeditado, espero la receta resultante nutra algo y que por sus defectos peque más de dulzona que de indigesta.

    Un abrazo muy fuerte!

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