
Esta foto fue tomada en 1949, en un viaje que Kinuyo Tanaka hizo a Hollywood para promocionarse un poco a sí misma, al cine japonés y bueno, ya saben. Promociones. Eran tiempos además de obligada reconciliación entre los que fueran enemigos muy poco tiempo antes. Tanaka fue criticada a su vuelta a Japón por traer un aspecto más occidental. Ahí la tienen con una enkimonada Bette Davis. Son tan distintas.
Pero un pequeño hilo de coincidencias entrecruzadas las une, y sirve de excusa para hablar de Pechos eternos (Chibusa yo eien nare, 1955), dirigida, que no protagonizada, por la divina Tanaka, y Amarga Victoria (Dark Victory, Edmund Goulding, 1939) actuada, a la tremenda, por la terrenal Davis. Macabra casualidad: la película de Tanaka habla sobre el cáncer de mama -terrible en aquel tiempo- del que en 1989 moriría Bette Davis. La película de Bette Davis trata de una chica que sufre un tumor cerebral, como el que se llevó a Kinuyo Tanaka en 1977.
Dejando de lado esa siniestra coincidencia, me parece interesante comentar estas dos películas que, siendo tan distintas, vienen a contar lo mismo: que una mujer afronta su enfermedad irreversible.

De las seis películas que dirigió Kinuyo Tanaka sin duda alguna Pechos eternos (aquí la echan) es la más conocida. Cuenta la historia real de Fumiko Nakajo, poeta de tankas, fallecida apenas un año antes del estreno. Es una película durísima. Empieza tranquila, parsimoniosa y natural, contando las desgracias de Fumiko con su marido infiel, la pérdida de la custodia de su amado hijo y el enamoramiento imposible del marido de su amiga. Es un poco el mundo de Naruse hasta que, con la poesía y el diagnóstico del cáncer, la historia, la película y el estilo de su directora se vuelven retorcidos, intensos y en algún momento insoportables en el mejor de los sentidos. A Fumiko (medidísima e intensa Yumeji Tsukioka) con la enfermedad le han llegado las ganas de vivir. También el amor asoma de la mano de la muerte y entonces su mundo, que es el trozo del nuestro que vemos en la pantalla, se llena de símbolos y lugares que señalan. Pasillos, ventanas, bañeras, camas… Cada sitio del hospital en el que languidece la poeta es tratado por Tanaka con énfasis visual, para que, con Fumiko, apreciemos que son lugares últimos, estaciones finales de una vida que ahora, a la vez que asume su muerte, aprende que no quiere abandonar. La enfermedad es tratada por la directora con realismo y dureza. Asistimos a la misma mastectomía y los pechos ausentes de Fumiko y sus cicatrices, que vemos sin visualizarlas, conducen el drama como otro personaje más. La película está llena de momentos memorables, en especial los relacionados con los espacios que he nombrado antes. Es pues una película muy adulta, muy potente, desgarrada y hermosa, y Fumiko Nakajo un personaje inolvidable por su compleja y humana dignidad llena de dudas y paradojas ante la muerte.

Amarga Victoria es la historia de Judith Traherne (la Davis), una niña bien que a los 23 años no tiene más que hacer en la vida que llenar sus horas de alcohol, alegría y buen rollo. Sabiéndose joven y deseada, vive despreocupada y se deja cortejar por amigos de su clase como Alec (jovencito Ronald Reagan), o por su mozo de cuadra, calenturiento Humphrey Bogart de pelo ondulado. Un mal día sufre un accidente a caballo debido a un aparente despiste que, sumado a otros síntomas, la acaban llevando a la consulta del Dr. Steele, (soberbio George Brent en su contención) que detecta en ella un tumor maligno al tiempo que se enamoran el uno del otro. Basta por ahora del argumento. Dark Victory es una película tan clásica en sus formas y en los principios narrativos y dramáticos sobre los que se asienta que, vista hoy, resulta exótica, a mí al menos me lo parece más que Pechos eternos. Es muy llamativo para nosotros el tratamiento que a la enfermedad -no su progreso físico, que se invisibiliza y obvia por completo- se le da en esta película. Por ejemplo, parece lo más normal del mundo que sean una amiga y el médico los que decidan si debe o no saber lo que le ocurre a la joven enferma, aunque sea un mal mortal. Es también muy chocante su reacción al, casualmente, conocer su condición, y las decisiones que va tomando hasta el fin, folletinescas e inverosímiles aunque deliciosamente cinematográficas.

En el filme de Tanaka la enfermedad es -como en la vida real- un tsunami de energía voraz que viene a llevarse nuestra vida y a trastocarla en rabia, despedida y muerte. La mitad de la película Fumiko la pasa postrada en un camastro de hospital, febril y confusa. La elegante costumbre japonesa de eludir la verbalización de los sentimientos y mostrarlos mediante gestos, circunstancias o sus consecuencias, y no discursivamente, logra en esta fase de la vida de la poeta, de la película Pechos eternos, una intensidad y una potencia dramática inaudita, al mezclarse con esa condición que, por su estado físico y anímico, Fumiko ha alcanzado, de confusión mental y clarividencia espiritual unísonas. Y es realista. Así es la enfermedad, así se va quien no quiere irse. Puede defenderse que Tanaka carga mucho las tintas melodramáticas. Cierto, pero quien piense eso tendrá que conceder que esos recursos de la emoción cinematográfica si para algo deben estar es para esta situación desgarrada y funesta de verdad.

Todo lo contrario ocurre con el último acto de Amarga victoria. Muy consecuentemente con lo que decía antes sobre su clásica artificialidad, parece que el final de la vida no tiene mayor importancia que el final de una película de ficción. Precisamente los últimos minutos de la película -semanas en la vida de Judith- están llenos de paz campestre, de sencillez rural que contrasta con la sofisticación pija del mundillo anterior. Es una preparación para una muerte que está por llegar pero que el artefacto dramático ha transformado tanto que ya no será muerte, sino otra cosa: un The End, un To be Continued, un previously. El Hollywood clásico y bien mandado evita en sus historias la sordidez, la decrepitud, la fealdad y por supuesto las muertes realistas. Nos encanta -a mí me ha encantado- Amarga Victoria por su inolvidable final que remeda el viejo dilema cartesiano: de no saber si estamos despiertos o dormidos a no saber si nos morimos o nos dormimos. Porque Bette Davis puede bizquear un poco para hacer -mal, muy mal- de ciega, pero no puede morir de forma realista, envuelta en sudor y pena, en el papel que la Warner le ha preparado en 1939 para aprovechar el tirón del Oscar por Jezebel. Basta con ver el tráiler para comprender de quién va la peli.
No es mejor ni peor presentar la triste realidad del sufrimiento y el desgarro que endulzar el final del camino con glamour y elegantes ensueños. A lo mejor se me nota que me gusta más la historia de Fumiko que el cuento de Judith, pero eso no importa porque son igual de grandes, que mi gusto es discutible. Solo quería hablar de esa foto de arriba, de dos mujeres en kimono. A Bette Davis se lo acaban de regalar pero le pega poco y parece que la han pillado con la bata de las resacas. Kinuyo tanaka se lo ha traído desde el otro lado del océano -promociones- y luce el suyo como si hubiera nacido con él puesto. La occidentalizada.
Las dos enfermaron y murieron casualmente cada una de lo que la otra había representado en la pantalla muchos años antes. Se apagaron en privado, como debe ser, poco importa lo que se pareciera su partida a lo que contaron sus películas, se fueron como todos y no habrá segunda parte. Nos quedan sus fotos en kimono, cientos de películas que iluminaron con su inimitable presencia y curiosidades que comentar en ratos perdidos como este que ahora termina para mí. Para ellas la muerte sí que se transfiguró en una especie de sueño que ahora los que seguimos por aquí tenemos la suerte de soñar, habitado por mujeres en kimono, poetas despechadas, cegueras del todo a cien y un joven Ronald Reagan.


Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Cómo he disfrutado de tu texto. Además desconozco la peli de Tanaka. Me ha parecido precioso esa manera de contar una historia detrás de esa fotografía maravillosa que abre el artículo. Y de unir la trayectoria de dos actrices Bette Davis y Kinuyo Tanaka (de la que tanto tengo que descubrir, como actriz y directora) con filmografías tan ricas.
Beso
Hildy
PD: me han llegado los mensajes sobre los paraguas de Cherburgo. ¡Mañana subo el primer mensaje precioso que me has enviado! Qué ilusión me ha hecho Lo mismo uno de los datos es nuevo y, por eso, la página no te ha reconocido.
Me gustaMe gusta
Pues en cuanto puedas échale un ojo a Pechos eternos, y verás qué bien, aunque es muy dura. Muchas gracias por tus palabras Hildy. Un beso
PD menos mal que me aclaras lo de los comentarios, porque los he llegado a ver publicados y a los 5 minutos desparecidos…
Me gustaMe gusta