La ley y el orden según Phil Karlson: El imperio del terror (The Phenix City Story, 1955) y Pisando fuerte (Walking Tall, 1973)

Phil Karlson es el paradigma de lo que los manuales al uso califican de artesano. Aunque no soy muy partidario de esa expresión en el sentido de que presupone que lo que hacen los así llamados no es arte, sí que me parece adecuada para casos como el suyo: un creador capaz de ocupar muchos papeles en la industria: ayudante de dirección en Universal por varios años, director de cine negro de muchísimo fuste en producciones B en los 40 y 50 para después pasar a la televisión y volver finalmente al cine de segunda regional tras casi medio siglo de carrera. Me atrevo a llamarle artesano porque las dos películas que traigo hoy creo que sirven para demostrar que no debió aspirar nunca a ser considerado un gran artista -de lo que sería digno la primera e indigno la segunda- pero en el fondo este debate léxico es un poco tonto, así que mejor lo dejo.

En otra ocasión hablaremos de las mejores obras de Karlson, en mi opinión El cuarto hombre (Kansas City Confidential)  o Trágica información (Scandal Sheet), ambas de 1952.  Hoy nos centramos en dos, El imperio del terror (1955) y Pisando fuerte (1973), que me gusta reunir porque siendo completamente distintas la una de la otra, en el fondo la segunda es una reelaboración de la primera casi 20 años después. Es como si los detritus de esas casi dos décadas pasadas entre 1955 y 1973, tan convulsas y transformadoras, pudieran pudieran analizarse mirando ambos films.

The Phenix City Story (1955) cuenta algunos suceso reales ocurridos en una pequeña ciudad de Alabama (no confundir con Phoenix, Arizona) en la que la mafia local, que emplea a mucha gente en diversos negocios ilegales, tiene atemorizada a toda la población, comprada a la policía y presa a la justicia. Lo que cuenta la película es lo que rodea el caso del asesinato de un fiscal del distrito por parte de esta mafia, y cómo se logró finalmente acabar con ella por medio de la ley. Formalmente es una película interesantísima. Para darle el toque realista y creíble que requiere, Karlson destina nada menos que 13 minutos al principio a mostrarnos un reportaje periodístico de pura cepa, sin ficción alguna e incluso contando con los protagonistas reales de los hechos que luego se recrearán. Teniendo en cuenta que esto es una serie b de Allied Artists, dura más de hora y media por culpa de, o gracias a, este prólogo periodístico más que arriesgado, pues dilata el comienzo de una historia que promete venir repleta de tensión y violencia -esto se cumplirá con creces- pero Karlson, con mucha inteligencia, se arriesga a colarnos todo ese reportaje con la idea de fondo, quizá, de que como no hay estrella alguna ni apenas rostros reconocibles en el film, empaticemos mejor con los intérpretes de ficción si son hijos, hermanos o vecinos de los valientes habitantes de Phenix, Alabama.

El discurrir de la trama se puede adivinar; consiste en el típico crescendo de amenazas primero amables, como intentos de soborno, luego simbólicas y finalmente violentas en grado máximo, que son rechazadas y enfrentadas por la gente honrada cada vez con más o menos éxito hasta llegar a un paroxismo de violencia que desemboca en el final. Nada original en principio, de no ser porque Karlson ribetea todo el metraje con una violencia descarnada e inaudita incluso para nuestros días ¿En cuántas películas han visto ustedes matar a una niña inocente y arrojar su cadáver a un jardín residencial, como si fuera el periódico de la mañana? Tengo la impresión de que Karlson o la Allied Artists se ciscaban en la oficina Hays, y aquí salpica la sangre por todas partes. 

Creo que la mayor virtud de este director es la de crear ambientes que traspasan el mero realismo artístico para alcanzar un sobresaliente documentalismo de ficción. Por ejemplo, el antro donde la mafia hace sus negocios es tal y como se supone que eran o son esos sitios, sin pátina alguna de glamour ni estilización. Esta verosimilitud extrema, además de alimentar mejor el morbo del público que se reconoce en los vicios de los demás, ayuda por contraste a hacer creíble el fondo de la historia, que es curiosamente el triunfo de la ley. No me refiero a que ganen los buenos, sino que lo hacen renunciando al ojo por ojo, a la venganza personal. 

El imperio del terror se estrena en un país en el que aún cala la idea, entre el pueblo, de que la democracia por sí sola dejará el camino expedito a la prosperidad, la paz y la igualdad de oportunidades. Esta idea trasnochada, ingenua, es la moraleja última que debemos masticar mientras la Guardia Nacional, que ha intervenido en Phenix, Alabama, quema máquinas tragaperras, ruletas y naipes marcados al final de la historia, terminado el imperio del terror.

Walking Tall, estrenada 18 años después, es una película muy barata y muy mediocre, y sin embargo me he quedado de piedra al ver que recaudó 23 millones de dólares (costó 500.000) y dio lugar a no sé cuántas secuelas y remakes. Se basa en la historia real de un luchador de Wrestling que, fracasado o aburrido del ring, volvió a su pueblo de Tennessee para darse cuenta de que, por culpa de los negocios ilegales, en este caso prostitución, juego y destilerías ilegales, se ha convertido en una sucursal de sodoma y gomorra que huele a laca y licor XXX. Buford Pusser, que así se llama el protagonista, enseguida se ve envuelto en una pelea involuntariamente, como le ocurría al héroe de El imperio del terror, y decide ponerse manos a la obra y luchar contra esa lacra pecaminosa. Primero lo hará por su cuenta, sacando lustre a un palitroque de metro y medio con el que zumba a todo el mundo en el antro-centro de operaciones de la mafia local. La cosa le sale regular, pues va a juicio, y decide, tras una peculiar absolución, hacerse sheriff y dirigir, con sus salerosos ayudantes, sucesivas operaciones policiales, a poder ser muy violentas y muy irracionales, que terminen con el vicio en el pueblo.

Es obvio, viendo las dos películas que Karlson, a partir de unos hechos reales distintos, lo que hizo es reconstruir la película de los 50, que a esas alturas nadie recordaría, poniendo en juego muchos elementos similares que enumero:

  • Todo arranca con un “héroe” que vuelve a casa, en la del 73 un luchador, en la del 55 un militar que vuelve de Berlín y de pacificar Alemania tras la IIGM.
  • Hay un antro en el que se centraliza la acción violenta, en la antigua el The Poppy Club y en la nueva el Lucky Spot
  • En este antro una chica empleada empatiza y colabora con las fuerzas del bien.
  • El tema racial aparece y se discute, sin llegar a tocar el núcleo de la trama. En la antigua es un pobre empleado negro el que más se sacrificará y a la vez el que con más vehemencia defenderá el orden justo y legal. En la nueva otro personaje parecido será el ayudante del sheriff y representará una especie de puente entre la vida acomodada de los blancos decentes, por llamarlo de alguna forma, y los activistas afroamericanos.
  • La trama tiene la misma estructura de espiral violenta en ambas, aunque en la antigua, como era natural, está mucho más concentrada. La nueva además se alarga en demasía, dura más de dos horas. 
  • Aunque una sucede en Alabama y la otra en Tennessee, el ambiente sureño está garantizado y presente en los acentos y los paisajes. De hecho se cita a Walking Tall como obra cumbre del subgénero southexploitation.
  • Ambas terminan con los enseres de la mafia en llamas, aunque en la segunda los quema la gente del pueblo, no la autoridad competente.

Y sin embargo, aprovechando que la segunda está hecha reutilizando los mimbres de la primera, me interesa más rastrear en qué se diferencian. Walking Tall es, como decía, una película tirando a mediocre que incluso uno tiene la sensación de que quienes la han perpetrado han querido volverla más cateta y ramplona de lo que podría haber sido. Las reacciones de sus protagonistas son atávicas y ridículas, propias de los personajes que precisamente interpretan quienes viven de la pantomima de la lucha libre teatralizada. Es posible, me planteo, que por esto mismo cuando Pusser se hace Sheriff ni usa uniforme ni placa y sigue conduciendo su coche personal. Quizá por miedo a problemas no se quiso mostrar a un Sheriff uniformado siendo tan cafre e incompetente, porque ciertamente lo es. Este Comisario es incapaz de hacer cumplir la ley si no es deformándola o abusando de ella. Es un hombre muy limitado intelectualmente. Los rasgos y la mirada bobalicona del joven Joe Don Baker que lo interpreta ayudan a que así lo percibamos. Sus ayudantes mucho más listos no son, entre todos juntan el cerebro de un grillo y es por esto que, una y otra vez, son desafiados y violentados por la mafia del pueblo.

Esta torpeza, o mejor dicho, esta proclamada y evidente renuncia a la racionalidad, la ley y la mesura de la que hacen gala Buford y sus ayudantes, está además remachada por la puesta en escena elegida por Karlson, que además de setentera como es natural, es de alguna forma torpe no por idiota sino por simple. Tengo la impresión de que alguien se ha esforzado en planificar y guionizar esta película procurando no sobrepasar la edad mental de 9 o 10 años con la plena convicción de que no se espera que el  público que la vea capaz de cavilar más allá de eso. Esta película está dirigida a un público visceral y protofascista que no quiere saber nada de la contracultura por fin extinta y que, por oposición a la oposición a la guerra de Vietnam, se siente orgulloso de esos valores que aquí nos espantan un poco, como la defensa del uso personal de la violencia y el desprecio de toda institución supraindividual no basada en el pensamiento mágico.

La antigua, sin embargo, era inteligente y chispeante. Por ejemplo, la construcción del personaje del jefe de la mafia era magnífica y sus diálogos e insinuaciones al abogado y luego fiscal del pueblo, pura delicia noir. Es una película en la que, entre muerte y muerte, caben los razonamientos y las explicaciones. Además está hecha todo lo mejor que se puede para disimular su pobre presupuesto. 

El imperio del terror empieza con un noticiario y termina con la intervención del poder político  haciendo uso legítimo y justificado de la fuerza. Su mensaje era que la no violencia, la confianza en las leyes y la aplicación de la justicia son las bases de una democracia cuya pertinencia y obligatoriedad no puede ser puesta en duda. El público de los 50 aun estaba convencido del valor del esfuerzo común y, aunque comprendiera los motivos de venganza personal, veía razonable delegar en la ley y las instituciones el cumplimiento de la ley. El público de los 70, desencantado o narcotizado o sobreexpuesto ya a demasiada televisión, estaba preparado para dejarse 23 millones de dólares en ver a un tío simiesco de inteligencia límite ejercer de Sheriff con un palo de metro y medio en la mano y disponiendo para el anodino juez del pueblo el wc de caballeros como despacho, que es lo que merece por pretender que se cumpla la ley de manera racional.

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4 comentarios sobre “La ley y el orden según Phil Karlson: El imperio del terror (The Phenix City Story, 1955) y Pisando fuerte (Walking Tall, 1973)

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  1. Hola tocayo
    Sesión doble de acción y una explicación clara de la distancia entre el blancoynegro y el color. Porcierto, debía haber epidemia; hace poco vi la «versión Columbia» con extra de frontera y mitad de violencia de tu primera muestra. https://www.youtube.com/watch?v=6ZxEROmaxp0 (da cierto gustito ver los esfuerzos idiomáticos por pronunciar un nombre que a ti y a mi nos suena «bastante»).
    En relación a la segunda veo otra epidemia; eran los años de Don Siegel y Harry «el sucio». Me apostaría medio «sandwich» mordido que las pantallas B se llenaron de justicia poética.
    Veo esa chica tan mona acodada en la barra y pienso que eso es ir provocando (me refiero a la disposición de latas y jarras como si estuviésemos en una barraca de feria «Si las tira con tres bolas, se lleva una pepona»).
    Un saludo, Manuel.

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    1. Hola tocayo.
      Me apunto la historia de Tijuana, que tiene buena pinta. Es curioso que esa palabra sea tan difícil de pronunciar para los angloparlantes. Me pregunto cómo se las apañarán los nipones, que desconocen la L y tiene una U brevísima y casi muda.
      De la chica de la barraca he puesto «un afoto» modosito, porque en la peli aparece con unas transparencias que distraerían al tirador más peponero.

      No sabría afirmar si estas pelis justicieras son consecuencia del éxito de Harry o si más bien Harry es la expresión más «sublime» (jojo) de este fenómeno. Yo creo que simplemente hay un aprovechamiento lumpen de la normalización de la violencia explícita y gratuita que trajeron Pekimpack primero y sus imitadores del nuevo Hollywood. Bueno, y antes de ellos la serie b güena güena. Por eso entre otras cosas me pregunto qué pensaría Karlson al hacer la segunda, si era consciente de que estaba pariendo una especie de hijo tonto de sí mismo.

      Un saludo, querido Mainiel.

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  2. Hola otravez
    Polis violentos, ambiguos. corruptos, etc, siempre hubo -en el cine, ehh- pero se considera que Harry fue el primero (importante) que no terminaba muerto -la mayoría-, expulsado del cuerpo -alguno-, reconvertido o fugado; a Harry simplemente le suspendían de empleo y sueldo (y todos sabíamos que acabaría volviendo a repartir cariño y comprensión). Ha raíz de ver uno del «lado bueno» cuyos métodos eran indistinguibles de los «del otro lado» y con protagonista «reutilizable» todas las productoras se miraron sus propios bolsillos como preguntándose «pero esto… ¿se vale?».
    Hablando de Peckimpah tiene a su disposición «Quiero la cabeza de Alfredo García» en RTVEPlay, nunca viene mal revisarla. Y, si en su día no viste la serie «Yrreal», ahora, en el mismo canal, la han hecho pelí, dos horas bien empleadas.
    Un saludo magnum45, Manuel

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  3. Me gusta mucho The Phenix City Story, solo la pondría detrás de El cuarto hombre en la filmografía de Phil Karlson. Recuerdo lo mucho que me chocó el célebre plano de la niña muerta, ya no solo por mostrar eso, sino por la forma tan brutal como arrojan el cadáver, tal y como usted ha precisado. El filme para mí reúne las mejores cualidades del mejor cine de serie B de esos años: va al grano, no tiene el lustre de las producciones cuidadas ni su estrellas carismáticas, y por eso parece un retrato más auténtico de la época (que, ojo, no digo que lo sea, sino que lo parece).
    Es curioso que citen en los comentarios a Harry el sucio, porque leyendo sobre el segundo filme de Karlson (que no he visto pero me he divertido leyendo sobre él) me vino también Harry Calahan a la cabeza por otro motivo. Y es que se trata de un filme de otro director que yo veo bastante similar a Karlson: Don Siegel, que también destacó en los 50s por hacer thrillers de serie B bastante crudos para la época y que van al grano, y que también en los 70 acabó derivando en este tipo de películas de ideología más bien dudosa (lo que no quita que Harry el sucio sea un peliculón). ¿Es casualidad? ¿O es la deriva inevitable a la que llevaba este tipo de cine de serie B en los 70, aupado por el cambio de los tiempos y esa fascinación por la violencia que trajo consigo Sam Peckinpah, como usted indica?
    Un saludo.

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