En la primavera de 1983, a 20 años de la agonía de Ozu, y a 40 de estas palabras, Wim Wenders viajó a Tokio y aprovechó para rodar en 16mm lo que él considera un diario de viaje más que una peregrinación a la ciudad de Yasujiro Ozu. Que por allí estén también Chris Marker y Werner Herzog -que por cierto en su intervención es capaz de resumirse a sí mismo en un par de minutos de una forma alucinantemente precisa- me indica que quizá fueron los tres juntos para participar en algún evento, o para ahorrar costes en proyectos personales… La verdad es que no lo sé. Marker había rodado el año anterior en el mismo Japón la interesantísima Sans Soleil y Herzog estaría aún reponiéndose de la resaca de Fitzcarraldo. No sé qué hacían por Tokio, pero sí es claro que Wenders está acompañado por ellos no solo en el plano físico, sino también en en el estético, pues Tokyo-Ga podría atribuirse a Herzog con solo cambiar por la suya la voz del machacón director-narrador, y lo mismo se puede decir de algunos rasgos de su peculiar enfoque documental y de el de Marker en Sans Soleil.

Toda esta introducción quiere ponernos en guardia ante un film que homenajea a Yasujiro Ozu pero -el mismo Wenders lo aclara- no trata solo de él, ni quiere rememorar su figura con toda la precisión posible, como lo hacía He vivido pero… Se trata más bien de una visita a la ciudad en la que las historias de Ozu ocurrían para ver como esos 20 años, los del despegue definitivo de Japón en el plano económico y tecnológico, la han transformado. Aunque se abre y se cierra con el principio y final de Cuentos de Tokio, es decir, del más reconocido film de Ozu, que narra un viaje agridulce a la capital nipona, e incluye dos interesantes entrevistas a Chisu Ryu y Yûharu Atsuta, primer cameraman del maestro desde 1941 hasta su muerte, Tokyo-Ga no es un documental sobre Yasujiro Ozu, sino otra cosa, algo “de Tokyo”, que es lo que creo que significa su título.

Producido en la cima creativa de Wenders para mi gusto -justo entre su rodaje y estreno se hizo Paris-Texas– este documental a pesar de su modestia lleva en el celuloide impresas las mejores cualidades de Wenders como observador, aunque también alguno de sus defectos como creador. Su exquisita sensibilidad para comprender y revelar en imágenes el significado grande de pequeñas cosas se aprecia por ejemplo en el trato que da a Chisu Ruy. En vez de mostrarnos media hora de declaraciones y anécdotas de rodaje, deja que simplemente esboce los tópicos en los que este hombre tan humilde se sentía cómodo, que son los mismos que vimos en el documental de Inoue. Que si él era un poco como un muñeco para Ozu, que si se sabe mal actor, etc. Todo esto Wenders lo reduce al mínimo y, sin embargo, nos muestra completa una simpática escena callejera en la que unas señoras asaltan al mítico actor para hacerse una foto con él. Dice Wenders que ya nadie en Japón le recordaba por su trabajo con Ozu, sino porque actuaba -lo hizo hasta casi el final de sus días- en seriales televisivos del momento. Esa transformación de Ryu con el paso del tiempo, el haber dejado de ser en su presente lo que quienes reverenciamos a Ozu pensamos que es, su actor más representativo, contrasta con la intervención -al final, la de Ryu es al principio- de Yûharu Atsuta, que incluye sin duda los momentos más emocionantes y valiosos de todo el documental.

Si Ryu ha seguido con su vida de actor, y se ha transformado como icono al tiempo que lo ha hecho su país, Atsuta por el contrario es un hombre anónimo, que vive tras la cámara. De este hombre Wenders extrae todo lo que puede, y es con él con quien de verdad Tokyo-Ga, tras disgresiones y escenas de relativo interés, aterriza de verdad en Ozu. En casa de Atsuta el tiempo se ha detenido en 1963. Aunque él siguió trabajando confiesa que lo hizo ya sin ganas ni pasión hasta jubilarse. Con Ozu trabajó desde el principio, primero como ayudante de Hideo Shigehara y luego sucediéndole en la dirección de fotografía cuando este migró a otra productora. Igual que Ryu, y esto Wenders lo recalca, es una persona que se ha formado, madurado y envejecido al lado del maestro. El vínculo de ambos con Ozu fue, más que profesional, familiar, a pesar de la distancia social que el director, tímido y riguroso, imponía. Por eso Atsuta, tras minutos y minutos de contar como se situaba la cámara, que Ozu prohibía tocarla una vez dispuesto el encuadre, que por su perfeccionismo detestaba rodar en exteriores, y otras cosas, llora como un niño huérfano hace 20 años ya, desgarrado porque perder a Ozu fue como perder a un padre, o peor aún, a un padre del que se ha aprendido y del que uno se sabe un esqueje por trasplantar.

Entre estas dos intervenciones Wenders, mientras se justifica y perora monótonamente, nos muestra escenas de la vida cotidiana de Tokio. Algunas tienen que ver con Ozu, como la hipnótica secuencia que describe la afición nipona por el pachinko que refleja alguna película del maestro. Otras tienen que ver con el presente, y también con la misma artificialidad que es la representación cinematográfica de la que Ozu era buen cocinero; así se pasa unos cuantos minutos que se me hacen insufriblemente largos contando como se fabrica comida de plástico y otras cosas por el estilo.

Por mostrar un Tokio extremadamente moderno en 1983 del que ya han pasado 40 años este sentido documental parece, por momentos, fosilizar ante nuestros ojos. Su vejez se aprecia también en lo poco exhaustivos que son los datos que Wenders aporta sobre Ozu. De nuevo un europeo pontifica habiendo visto dos o tres películas sobre una filmografía de casi 40 años y más de 50 títulos. Ni todas las películas de Ozu tienen lugar en Tokyo, como dice Wenders, ni todas son dramas familiares. Perdonamos sin embargo estas precisiones al amigo renano porque en esos años poco más podía saberse de Yasujiro Ozu en este lado del mundo.

Esta entrada forma parte del Especial kanreki de Yasujiro Ozu
Todas las citas literales de Ozu, salvo que se indique lo contrario, están extraídas de La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine de Yasujiro Ozu, traducido por Amelia Pérez de Villar y editado en Gallo Nero. o bien de Antología de los diarios de Yasujiro Ozu, Edición a cargo de Nuria Pujol y Antonio Santamarina. Filmoteca de la Generalitat Valenciana.
Si menciono a Antonio Santos suelo referirme a lo leído en su monografía sobre Yasujiro Ozu editada por Cátedra.
Se pueden consultar la ficha de cada película y otros análisis en IMDB, Filmaffinity y Letterboxd.
En inglés se puede leer el análisis técnico de David Bordwell de cada película legal y gratuitamente de su libro Ozu and the poetics of cinema en este enlace.
En Internet Archive hay algunas películas de Ozu que no se pueden encontrar en las plataformas habituales.
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Hola tocayo
Este documental tiene dos almas -casi inconciliables- por un lado Ozu y, por otro, poner un espejo entre el imperio USA (el amigo americano) y, como él dice, el imperio del balón rojo sobre fondo blanco (el «pobre» Wayne aún se revolverá en su tumba con ese final). Enlaza ambas partes con lo que Wim cree que le une con Ozu: los trenes.
No he podido ver los subtitulos -casi mejor, me he ahorrado la parte Herzog-.
Casi se adivina quién ha pagado la fiesta. En ese muñeco «tamaño natural», sobre su hombro, vemos para quién son los trampantojos alimentarios, KFK.
Por si fuera poco el viaje también tiene su componente romántico -snif, snif, tristemente escamoteado-; en los créditos finales se lee un nombre «que no he podido olvidar». Ya era compañera del dire, cinco años más tarde enamoró a un ángel sobre Berlín y a un espectador zamorano.
Es gracioso, como el cámara no podía tocar su instrumento, le regaló un cronómetro para que se encargase de la sincro (y después de la iluminación); normal que en otros estudios tuviese a media plantilla en contra ¡Se pensarían que venía a quitar el trabajo de medio staff!
Un saludo como una bola de pachinko tamaño pelota de golf, Manuel.
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Hola tocayo,
qué curioso ese problema con los subtítulos, yo si los veo en el visor que he incrustado dándole al botoncito cc.
Tampoco te pierdes mucho primero porque sé que el inglés wenderiano lo controlas suficiente -lo cual incluye el werneriano, no hagas como que no le atiendes al pobrecito- y así y todo le saca más chicha que yo al docu, porque la verdad es que no hice mucho caso a ese face to face del que hablas entre USA y el país de la bola naciente.
Esto me recuerda por cierto que entre los recuerdos más tristes y tiernos a la vez de la infancia está que me contaron el chiste «¿Por qué mola la bandera de Japón?… ¡PORQUE ES UN PUNTAZO!» Y yo pillé en la gracia más de 24 horas después, al día siguiente que fue cuando me desternillé. Ahora pienso en ello y me digo que ni punto ni sol ni bola, que lo bonito es que fuera una bolita de pachinko teñida de rojo Ran.
Un saludo desternillado, tocayo.
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He visto el documental hace relativamente poco. Me encantó. Sobre todo esas dos entrevistas que destacas, la de Ryu (este señor tenía un pacto con el diablo, estaba igual en los años cuarenta, que ya hacía de persona mayor, que en la entrevista, cuarenta años después), y la del operador, enseñando, esta última, cómo hacía Ozu para realizar esos planos tan bajos.
Estupendo blog. Saludos!
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Hola Ethan!
muchas gracias por tus amables palabras y bienvenido. Dices del blog, pero miro el tuyo y veo un océano entero por el que marear y marearme cuando tenga tiempo. Felicidades.
Si te gustó este documental porque te interesa Ozu y sus circunstancias, te recomiendo que veas otro que reseñé hace poco en el que también tendrás Ryu a tu disposición y a más gente que conoció a Ozu yen fin, a mí me parece mucho mejor.
Lo de Ryu con la edad era algo inaudito, dentro de que ya el fenotipo japonés se presta a ello. Ya sabes que lo mismo hacía de padre de Setsuko Hara un año y dos después valía de hermano para volver como suegro un poco después… De hecho el mismo en su inmensa modestia alguna vez comentó que esa debía de ser una de las razones para que Ozu le escogiera como protagonista, y no sus dotes actorales de las que se decía carente.
Un saludo Ethan, vuelve cuando quieras, procuraré salir al porche a recibirte 😉
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