Lo que queda de Yasujiro Ozu en Perfect Days (Wim Wenders, 2023)

Veo esta oda a la rutina, la meticulosidad y lo analógico, que ha supuesto un inesperado exitazo de un Wim Wenders que parecía ya perdido para la ficción -la prueba del exitazo es que la echan en mi pueblo- y me siento obligado a hablar de ella. No para decir lo que se comenta en las recensiones críticas profesionales -qué pobres, casi todas las que me encuentro- y aficionadas porque, la verdad, es un film tan rico pero tan sencillo que analizarlo sin salir de él no puede ser más que un ejercicio de síntesis diamantina: es en efecto el retrato perfectamente actuado por Kōji Yakusho de Hirayama, un hombre que vive en soledad una rutina perfecta alrededor de su oficio de limpiador de baños públicos en el barrio de Shibuya, Tokio. Limpia con una dedicación que ya querrían otros para negociar tratados de paz, disfruta de sus desplazamientos escuchando buena música en su furgonetilla, aprovecha los descansos para el bocata fotografiando hojas a contraluz -espérense al final de los créditos, sean pacientes- y a la nube hermosa, al brote inesperado, al juego de luz curioso, sonríe inocente como los niños a los colores que ven mezclarse por primera vez. Hirayama por lo demás es tímido, retraído, apenas habla, y lleva con bonhomía y paciencia la estupidez de un siglo que no es el suyo y que se encarna en forma de insoportable compañero de trabajo, un jovenzuelo atontado del que también, por medio de sus orejas, alguna enseñanza adquiere. 

En fin, son muchos los detalles y las virtudes que pueden enumerarse de Perfect Days. También quizá la merma algún defecto o incongruencia, pero no he venido a eso, sino a cumplir con una especie de compromiso que he sentido, al verla, que tengo adquirido. Me refiero a que debería comentar qué veo que hay en ella, o en la voluntad de Wenders, que provenga de Ozu. Esto es por dos motivos: el primero es que he oído y leído alguna referencia a esa supuesta relación entre este film y el cine de Ozu. Algunas razonables, como comentar que el director de Tokio-Ga vuelve a la capital nipona tras aquel homenaje explícito de hace casi cuatro décadas, y otras comparaciones que he oído, no diré de quién, porque son personas a las que guardo cariño y respeto agradecido, que consisten en una sarta de necedades del tipo “Wenders ha hecho una película como las de Ozu, en las que no pasa nada”. Prefiero no comentar esto último y paso a la segunda razón que me lleva a comparar este Wenders con Ozu: simplemente, creo que se lo debo y que me lo debo.

En el Especial Ozu que terminé hace poco dediqué unos capítulos a hablar de películas que homenajean con más o menos acierto al maestro. Esta sin duda habría estado ahí, entre los primeros puestos, si se hubiera estrenado para entonces, así que procuro con este apunte reacomodarla en algún sentido. Pero además cuando hable de Tokio-Ga reconozco que había en mi texto cierta displicencia, un tono algo perdonavidas, pues juzgaba un documental que no terminaba de hacer justicia a la memoria de Ozu entre otras cosas porque, muy probablemente, Wenders no podía conocer entonces de verdad a Ozu, como nadie en Occidente. Pues bien, veo Perfect Days y ahora sí veo, y reconozco, que Wenders ha visto, que ve, y que comprende a Ozu muy bien, o perfectamente, o de forma maravillosa, desde luego mejor que yo, pues él es cineasta y de los buenos y yo solo un espectador y de los regulares.

Para otro espectador de los regulares como yo, pero que no hubiera visto mucho Ozu, si le pidieran un ejercicio escolar en el que entresacara de Perfect Days los rasgos del cine del director de Primavera tardía quizá diría lo siguiente: que tiene formato antiguo, casi cuadrado, que hay movimientos de cámara, pero los imprescindibles, que los planos generales del interior de la casa de Hirayama son fijos y arquitectónicos, remedando obviamente a Ozu aunque resaltando la austeridad casi miserable de este pequeño hogar de solterón. También podría decir que la narración tiene una duración lineal de un par de semanas o poco más, sin grandes elipsis, y que la parquedad expresiva de Hirayama recuerda a otros grandes protagonistas varones de Ozu, en especial a los encarnados por Chishu Ryu y Shin Saburi. Sucede en Tokio, como muchas de las películas de Ozu. Su leit motiv simbólico es el mono-no-aware, la permanencia de lo impermanente, la fugacidad de lo eterno y viceversa que es el concepto zen que tanto gusta a los que destriparon a Ozu cuando su cine aterrizó en Occidente hace 50 años.

Todo eso, que verá un espectador regular como yo, es cierto pero en el fondo irrelevante, porque nada de ello es más que adorno o detalle, opción contingente. Esas cosas que suenan, que huelen, que parecen Ozu, son todas prescindibles al lado de lo que de verdad hace grande Perfect Days, que es lo que al final de todo uno percibe que hace grande al cine de Ozu: me refiero a que lo importante, lo que hace que Hirayama lagrimee al final, y nosotros con él, y pensemos y sintamos y no nos importe acompañarle limpiando sanitarios dos horas de reloj, todo eso que le hace ser como es, renunciar al presente, optar por no hablar, sonreír a un reflejo inesperado en la pared de un baño público está, simplemente, eludido. No lo sabemos, no lo sabremos, no está presente. 

Esa es la enseñanza mayor que, creo entender por fin, dejó Ozu a la civilización de su tiempo cuyos jirones raídos aún perduran: que lo importante no lo sabemos. No está aquí ni hay forma de captarlo. Lo que hace que la vida valga la pena, que el mundo gire con motivo y que la belleza siga emocionando es una amalgama de hechos olvidados, imágenes borradas y recuerdos deformados que ya no hay forma de recuperar. Los casetes que Hirayama lleva en la furgonetilla son un amable trasunto de toda esa nada de la que hablo. Solo él sabe disfrutarlos pero no sabe el valor económico que tienen. 

Hirayama, por cierto, se llamaban también los personajes de Chishu Ryu en Cuentos de Tokio, El sabor del sake y supongo que en alguna otra obra maestra de Ozu que ahora no me apetece rastrear. A diferencia de ellos, este Hirayama del s XXI no tiene hijas que casar ni entuertos familiares que resolver y en los bares solo bebe agua con hielo, es un hombre sano. Pero como los otros termina la película llorando, si bien, a diferencia de los otros, no sabemos por qué. Y a diferencia de los otros sus lágrimas son líquidas, reales, y nos podrían mojar.

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4 respuestas a “Lo que queda de Yasujiro Ozu en Perfect Days (Wim Wenders, 2023)

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  1. Hola tocayo

    Veo que Ozu nos persigue; hasta deja «mensajes en una botella» para que el bueno de Wenders siga llevando la antorcha.

    Algo parecido de lo que te pasa a ti con Ozu me pasa a mi con Reed -bueno yo tengo una relación más retorcida, de esas amor/odio- y cuando leí el argumento y, sobretodo, vi el titulo, no dude que Wim estaba hablando, también, de «Perfect Day», probablemente la canción mas sencilla y «sentimental» de Lou Reed. Y puede que no me falte razón.

    Un saludo de día imperfecto entre espectadores regulares, Manuel.

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  2. Hola Manuel,

    Se agradece por fin una reseña que comente esta película desde la perspectiva Ozu sin los lugares comunes habituales – en los cuales yo mismo caería probablemente al no haber ahondado tan a fondo en la esencia de su obra, no quiero tampoco sonar arrogante. Yo no la he visto porque tampoco tengo especial prisa por seguir la actualidad o ver los estrenos en el momento en que están en cartelera, pero su apunte me ha animado bastante. Celebro que haya llegado a su cine y haya podido ver ahí sino un Ozu al menos un buen homenaje a Ozu.

    Un saludo.

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    1. Hola Doctor,

      al contrario de lo que le digo a mi tocayo, no le pido que tenga usted prisa por verla -aunque también pienso que le va a gustar- y estará bien que la deje usted llegar a su vida incluso teniendo ya borrosas en la memoria mis palabras y las de otros sobre su relación con Ozu. Ya le digo que yo no la vi bajo ese prisma, pero al terminar de ella sentí como digo arriba que tenía una especie de deuda con Wenders por lo dicho en otros momentos, pero si Ozu nunca hubiera existido, aunque esta película sería distinta, o no sería, podría usted disfrutarla igualmente.

      Un abrazo con la bayeta en la mano

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