Cientos de castores (Hundreds of Beavers, Mike Cheslik, 2022)

Ni idea tenía de la existencia de este slapstick mudo y monocromo envejecido digitalmente, hasta que me habló de ella hace un par de días un compañero de trabajo, sabedor de mis rarezas, que me la recomendó evitando juicio alguno, poniendo cara de no saber él mismo si le había gustado o no, ni por qué. Pero le había gustado, claro, y los porqués sobran.

Esto es una peliculilla barata (ciento y pico mil dólares) concebida por dos amigos: el director (Mike Cheslik) y el actor protagonista (Ryland Brickson Cole Tews) y producida en muy pocas semanas de rodaje en la nieve y muchos meses de postproducción casera. Con sus ahorros compusieron los primeros minutos, vistos los cuales sorprendidos inversores pusieron sobre la mesa el presupuesto restante para completar un largo para estrenar en salas. Aquí radica, a mi parecer, el principal defecto de esta cinta, y es que se alarga hasta unos innecesarios cientoypico minutos, incluyendo además en el tercer acto varias escenas dispuestas en el esquema narrativo a modo de “batallas finales” o “clímax definitivos” un poco imitando el modelo monolítico de las grandes producciones de animación, lo cual es un poco absurdo para esta historia. Cientos de castores hubiera quedado perfecta en hora y poco, como una peli de cinco o seis rollos. Esta duración excesiva la perjudica no porque deje de tener gracia en algún momento, sino porque su concepción de pura sucesión de gags físicos exige carcajeo y brevedad.

Cientos de castores es un homenaje nada disimulado -de hecho incluye multitud de remedos explícitos- al ingenuo primer cine de ficción, con sus tipos disfrazados de animales, a los Keystone cops, por supuesto al slapstick más sublime de Chaplin y Keaton, así como a los cartoons clásicos de la Warner, a los primeros videojuegos de plataforma y, aunque los autores no lo saben, Mortadelo y Filemón. Al igual que todos esos fenómenos que han atravesado la cultura de masas del siglo XX por completo, renuncia a cualquier prurito intelectual o moraleja. Es la historia del típico pionero novecentista, un tipo mezcla de Jerehmiah Johnson y Homer Simpson que, tras un accidente en su destilería ilegal, queda aislado en el bosque invernal donde tendrá que buscarse la vida decimonónica de los invernales bosques de la América septentrional: cazar para comer y conseguir pieles con las que traficar. Todo consiste pues en la persecución a los demás habitantes animados de estas inhóspitas tierras y luego también en conseguir la mano de una moza que aparecerá a medio metraje. El argumento más viejo y simple del mundo.

La película está grabada en blanco y negro, con un grano artificial que quizá era innecesario para retrotraernos al cine centenario que quiere reflejar. Se combinan las escasas imágenes reales de los protagonistas -pocos humanos y varios actores disfrazados- con un sinfín de trucajes obviamente digitales pero sencillos y simpáticos que enmarcan una primorosa sucesión de trompazos, ideas locas, inventos del tebeo y gracietas sicalípticas que nos devuelven a un tiempo histórico lejano, sí, pero también a nuestra propia infancia, a la edad de la inocencia, al tiempo en que todo era sencillo, literal, rectilíneo; risa y llanto sin más.

La penitencia que han sufrido sus creadores por buscar esa autenticidad primitiva es la de, paradójicamente, parir un producto destinado por su rareza a vías muertas de la distribución cinematográfica actual. Ni es un producto de género ni es una peli infantil, así que solo le quedó hueco para estrenarse en escasas salas de un manojo de países donde cubrió gastos y poco más. La fidelidad que han guardado sus autores al formato y el espíritu de sus añejas predecesoras me encandila y me alucina. Es imposible consultar el teléfono móvil mientras se ve Cientos de castores* porque si apartas la vista cinco segundos ya no te enteras, y además no hay apenas concesiones a la corrección política. Se maltrata a miles de animales -de trapo, claro- y el héroe es un trampero alcohólico capaz de esquilmar a esos ingeniosos castores con tal de mojar el churro. Pervive en esta ocurrencia de bajo coste aquel nihilismo del trompazo de la comedia física antigua en la que regía un único derecho natural: mejor yo que tú.

* Aunque es pura ocurrencia mía basada en fuente ninguna, tengo la hipótesis de que todos los productos actuales destinados al consumo masivo audiovisual de entretenimiento de mediano y gran presupuesto están concebidos, entre otras, bajo la conditio sine qua non de que sus argumentos deben poder seguirse a la vez que se consulta el móvil y se siguen las notificaciones, novedades y requerimientos de la pantallita esclavista; por eso tanto tiempo muerto absurdo, tanta reiteración y tanta postalita insufrible entre secuencias de las aburridas epopeyitas desenfocadas de hoy en día. 

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2 comentarios sobre “Cientos de castores (Hundreds of Beavers, Mike Cheslik, 2022)

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  1. Hola tocayo

    Tiene muy buena pinta este slapstick de ida-y-vuelta. Tal vez sean imaginaciones mías pero he recordado que Hanna-Barbera tenían unos personajes que, precediendo al duelo Correcaminos-Coyote, enfrentaba a un castor (Sawtooth, la imagen anda por la nube) con un leñador. Eran personajes muy secundarios pero el castor tenía sus fans. Para todo se pueden encontrar antecedentes.

    Otra referencia clara serían esas especies de fiesta que se montan -de momento en el extranjero pero si Jalogüin ha llegado, ¿quiénsabe?- llamadas Furry Partys. Ya hace, al menos, veinte años veías alguna en pelis «indis» y creo que Adam Sandler -o alguno de su cuerda- lo ha utilizado para eso tan socorrido del cabezón de peluche dando botes por ahí.

    Con relación al último punto «en alguna parte» he visto un mensaje que transcribo con todas la vocales y sin los «epítetos»: ¡Ya están haciendo pausas para que los enterados que tienen blog puedan ir haciendo sus crónicas (kaka, kaka-consonrisa-, bailarina).

    Un saludo, Manuel.

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  2. Hola tocayo,

    no sabía de la existencia de esas Furry Partys o convenciones furry. Lo miro en la wikipedia y madre mía. Se me pasan muchas cosas por la cabeza sobre ellas, pero quedan feas -y carcas- comentando esta peli tan furry y tan despreocupada del qué dirán.

    Saludos carcas

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