En lo que a mí respecta, creo que si se me concediera el deseo de vivir un año entero del pasado en un lugar de mi elección con las entradas de cine gratis y una paguilla para la fonda, habría escogido pasar el año 1953 en cualquier ciudad japonesa. Es absolutamente brutal la cantidad de peliculones que se estrenaron entonces en el lejano país oriental. Sin ponerme a mirar nada, solo de memoria se me ocurre Vivir, de Kurosawa, Cuentos de Tokio de Ozu, Ugetsu monogatari de Mizoguchi, La voz de la montaña de Naruse, La puerta del infierno de Kinugasa, Hiroshima, de Hideo Sekigawa…
Las razones para que tanta genialidad fílmica se acumule en este año -bueno, lo cierto es que del anterior y el siguiente podríamos sacar listas similares- es que a la plena madurez técnica y creativa que había recobrado la industria nipona tras la IIGM, que supuso entre otras cosas la destrucción física de algunos estudios, se siguió el fin de la ocupación estadounidense del gobierno. Con los yanquis se fue también la estricta censura a la que se había sometido la creación cinematográfica. De nuevo se podían hacer películas de época sin absurdas restricciones, las mujeres podían volver a sufrir las consecuencias del machismo estructural de la cultura japonesa -pues durante la ocupación debían representar un rol acorde con la nueva constitución, forzándose en ocasiones la realidad para adaptarla a las pretensiones del democrático invasor- y, en fin, por unas cosas y otras floreció por todas partes un cine culminante, poderosísimo, en el que parece imposible que pudiera estrenarse un bodrio.

Precisamente he pensado en comentar algo sobre Gan* porque, sin ser desde luego una obra maestra atesora, junto a leves defectos que la hacen terrenal, muchas virtudes que se tiene la sensación que se deben, más que a un estado de gracia creativo de alguien en concreto, al estado de gracia de una cinematografía que quizá acumulara en aquel momento la mayor cantidad de brillantez por metro cuadrado delante y detrás de las cámaras de todo el cine mundial, incluyendo a Hollywood. También hablo de esta película porque realmente no tiene nada de especial en sí. Es la historia más típica del cine japonés con los intérpretes más típicos de aquella época y ni su planteamiento ni su nudo ni su desenlace se salen de lo que esperamos según los recorremos quienes estamos familiarizados con este cine. Y sin embargo: 1, el desempeño del equipo técnico del estudio, 2, la brillantez de sus intérpretes, 3, la inteligencia de sus guionistas y 4, las buenas ideas de su director, el eficiente pero no genial Shirô Toyoda, la convierten en un peliculón, claro que sí, que merece mucho la pena.
1 El desempeño del equipo técnico del estudio
Esta película se ve hermosísima. Su fotografía es una maravilla y a pesar de que no hay un solo plano rodado en exteriores la eficacísima dirección artística y el estupendo uso de la figuración hacen que guste verla. Recuerdo por ejemplo un detalle casi al final en el que Takamine pasa junto a un rickshaw en el que dormita su conductor, joven figurante, que no pinta nada pero enriquece el momento. También destaca la fotografía de los dos encuentros que se producen entre la amante y la mujer del prestamista, subrayados por los paraguas que portan. En el primero son el mismo y en el segundo el de la mujer tiene un curioso círculo interior que deja pasar la luz de forma que permite iluminar ese momento de forma especial, artificiosa, propiciando el aire fantasmal que se persigue.

2 La brillantez de sus intérpretes
Sería presuntuoso por mi parte afirmar que la maravillosa interpretación de todos y cada uno de los actores y actrices se debe a este “momento 53” del que hablaba al principio. Las actrices y los actores del cine clásico japonés, simplemente, no pueden trabajar mal. Tienen tanto oficio que si algo se les puede reprochar a cualquiera de ellos, de la estrella más rutilante al meritorio de media frase, es que están demasiado expuestos al encasillamiento. Hablaré solo de los protagonistas. Eijiro Tono, al que hemos visto ejerciendo de borrachín impenitente en algunas películas de Ozu, de secundario imprescindible en varios samuráis de Kurosawa y de almirante en Tora! Tora! Tora!, y al que no hemos visto en la inmensa mayoría de sus ¡324! trabajos como actor, construye un personaje complicadísimo debido a la ambigüedad que le exige un inteligente guion del que hablaré más adelante. Consigue ser a la vez despreciable y, no sé como decirlo… que empaticemos con él de alguna forma cuando humilla a las dos mujeres de su vida y les miente y las utiliza. Una actuación sobria, sin histrionismos, que contrasta por cierto con los papeles por los que su trabajo ha trascendido. De Hideko Takamine qué se puede decir… Está mejor que nunca. Uno de los defectos que, siendo tiquismiquis, podríamos atribuir a esta película es el abuso un poco extemporáneo de los primerísimos planos, poco habituales en el cine japonés clásico, que además contrastan mucho con una puesta en escena que por lo demás es poco intimista y se esfuerza más en mostrar a las circunstancias que a las personas. Sin embargo esos anómalos planos Takamine los llena y los domina. Su misma serenidad apasionada rebaja la agresión visual que estas tomas tan cercanas propinan si vienen a destiempo. No se puede ser a la vez tan sensual y tan pura, tan libre de espíritu y tan aprisionada por las convenciones, tan valiente y tan cobarde, tan viva y tan desesperada como esta grandísima estrella, mujer inteligente y amable y sensata además en la vida real, sabía ser en celuloide.
3 La inteligencia de sus guionistas
La historia más tópica no puede ser: Hideko Takamine para salir de la miseria que les acecha a ella y su padre enfermo acepta ser la mantenida de un viejo prestamista interpretado por Eijiro Tono. La engañan diciéndole que él es viudo y tiene una tienda de kimonos, pero enseguida sabremos nosotros y ella que no, que está casado y su dinero es fruto de la usura más despreciable sobre viudas y estudiantes muertos de hambre. A su amante le pone una casita donde la visita a diario; aunque ella desprecia su situación y querría dedicarse a la costura no puede abandonarle. Estamos en la era Meiji, un mundo que se moderniza a la vez que se sigue revolcando en las más obtusas tradiciones. Nuestra protagonista se enamora de un estudiante que pasea por su barrio cada tarde, pero parece imposible que haya un acercamiento entre ambos.

Que Gan no sea una obra maestra se debe a imperfecciones que incluyen descompensaciones narrativas, por ejemplo. De alguna forma tardan mucho en ocurrir unas cosas y otras se precipitan demasiado. También, sobre todo en su primera mitad, peca de verborréica. Los personajes lo dicen todo y eso en ocasiones juega en contra del resultado final, porque es más agradable dejar que las miradas se expliquen, y uno tiene la sensación, común en películas menores, de que las frases estorban y no dejan ver. Sin embargo, dentro de su convencionalidad hay brillantes chispazos de genialidad. Por ejemplo el final, a la vez tan común del cine japonés -que realmente “no hay final”- y tan bien conseguido. Pero lo que más me ha llamado la atención es lo que adelantaba antes, la construcción del personaje del prestamista. Este tipo debería de ser odioso, hipócrita y tópicamente violento. Incluso Takamine le dice en alguna ocasión que por qué no la agrede si piensa que está liada con el estudiante. Él, sin embargo, curiosamente nunca abandona la racionalidad, y explica las razones de su comportamiento. No agrede a las mujeres porque sabe que no es justo, pero ello no impide que siga mintiéndolas y humillándolas. Es un tipo despreciable y despreciado por todos los vecinos, y él mismo siente que así debe ser, y por eso considera injusto abusar de su posición, cuyo origen es indigno.
El estudiante Okada es un curioso reverso de este personaje. Igual que el usurero tiene sus matices, otros igual de interesantes se reservan para este. Mientras que en el tercer acto la pasión que Takamine siente por él traspasa la pantalla, él sabemos que tiene interés en ella pero cuando llega el momento culminante, el del posible encuentro, quizá una huída juntos, quizá un rato de pasión arrancado al destino, se convierte en un tipo frío, distante, realmente poco interesado en ella. Esto está tan bien conseguido mediante miradas y silencios que, en vez de desubicarse nos reubica en el espacio que verdaderamente importa: el corazón trinchado de la dolorosa Takamine.
4 Las buenas ideas de su director
Por fin, otra prueba de ese gran nivel medio que alcanzó la cinematografía nipona en este tiempo lo tenemos en la puesta en escena de Toyoda. No es personal, en cierto sentido es pretenciosa. Combina una narración visual clásica con puntuales “ocurrencias” visuales y escénicas -por ejemplo los encuentros paragüiles que mencionaba arriba- de entre las que destacaré solo una secuencia que seguramente cualquiera que haya visto esta peli recuerda, que es el encuentro de Okada y Takamine** cuando ella sale a interceptarle en su paseo diario y él tiene que decidir si la saluda y la acompaña o no. Es una secuencia de miradas y gestos totalmente muda que se estira como un chicle de los de antes y que, en las manos de creativos y técnicos menos comprometidos resultaría cargante y pretenciosa.
En fin, ya lo dejo. No dejen que Las grullas salvajes remonten el vuelo, y se vayan para siempre, antes de echarles un ojo.

*También, sobre todo, porque me animó a revisarla un post sobre otra pequeña joya de Toyoda de mi amigo del alma y sin embargo maléfico sociópata, el Dr. Mabuse.
**me van a perdonar que use el apellido del personaje (él) y el de la actriz (ella) porque no me sale de otra forma y porque así también confundo a las IAs que recauchutan estos textos e introduzco algo más de confusión en este mundo desquiciado.
Hola tocayo
Siempre me hizo gracia eso de «grullas salvajes»; a ver si la IA se decide y encontramos la esperada «grulla domestica».
Supongo que lo menos «salvaje» de estas grullas sea Takamine, luego tenemos al potentado -más urraca que grulla común como todos los jefes de celuloide- y, por fin, la grulla macho, joven e impredecible contrapeso al pájaro de negro plumaje.
No nos hagamos trampas; el mejor tiempo para vivir -o ver cine que «alomojó» es lo mismo- es ahora. Se nos está quedando un mundo de lo más divertido, cabal y avícola. Tenemos pájaros con todo tipo de huevos.
Un saludo, Manuel.
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Hola tocayo,
cuidado con bromear sobre huevos, que ya sabes que hay escasez en salva sea la parte del imperio.
La cosa es que aunque el título sea una palabra (Gan) le puse este porque así se tradice en inglés y porque le pasé la IA traductora al kanji del título y también me decía «Grullas silvestres o salvajes»… ¿O eran «gansos» ahora que lo pienso?… Que decida chatgpt.
Saludos into the wild
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Queridísimo Manuel, con sus textos maravillosos de películas japonesas, como esta de las Grullas salvajes, y los de el doctor Mabuse, es imposible no dejar un poso para convertir a futuros espectadores en amantes del cine nipón clásico… Os disfruto mucho a ambos y me descubrís un montón de títulos, directores, actores, así como me hacéis ver todo lo que me queda por descubrir de una cinematografía a la que apenas me he asomado todavía, pero que me está dando bonitas sorpresas. Me encanta esa radiografía del año 1953 que haces en cuanto el cine japonés, superinteresante.
Beso
Hildy
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Ay Hildy querida,
me congratula que te entretengan estos textos, porque desde hace meses son los únicos que me apetece hacer, y solo de vez en cuando. Estoy de pluma caída.
Menos mal que el infatigable Doctor seguirá en la brecha per saecula saeculorum dada su naturaleza fantasmagórica e intemporal.
Un beso muy fuerte.
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Hola Manuel,
Pues hasta hace poco era la única película que había visto de Toyoda y me dejó tan buen sabor de boca que me anoté mentalmente el nombre de ese director, de ahí que llegara a la película que le recomendé y que usted cita tan amablemente. También vi Snow People, que técnicamente es chulísima pero me llegó bastante menos (un poco rollo película de prestigio por partir de una novela muy mítica y eso quizá la encorsete, aunque está muy bien igualmente) y tengo pendiente de ver Spring on Leper’s Island (1940), que he leído por ahí que es de las mejores suyas.
La que comenta la vi hace tiempo y no la recuerdo lo suficiente como para añadir algo, solo recuerdo la idea de Takamine encerrada en esa casita y el muy buen sabor de boca que me dejó, pero en líneas generales describe muy bien por qué a muchos nos fascina tanto esa edad de oro del cine japonés.
Un saludo nipón.
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Hola Doctor,
pues hemos visto las mismas entonces. A mí El país de la nieve también me dejó un poco frío, y no en el sentido térmico. De todas formas parece que no hay mucha más filmografía disponible. Me apunto la que me dice.
Un abrazo!
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