
Como no estoy demasiado pendiente de las novedades me enteré casi de casualidad de la existencia de esta película aparentemente pequeña. Veo con asombro que tuvo un presupuesto de 10 millones de pavos, algo tan exagerado por arriba como por abajo los oficiales 9 millones de The Brutalist, producida como El brillo de la televisión por A24. Ambas películas coinciden en otro hecho mucho menos relevante, y es que, tras verlas, se metieron en mis sueños esa misma noche. En el caso de la exitosa, supongo que fue por su poderío visual y porque hoy en día, con estos cerebros agusanados que se nos están quedando, mirar algo vistoso en pantalla grande durante cuatro horas es normal que nos afecte por lo anómalo del hecho de trabajar tanto la atención. Realmente es una peli (The Brutalist) que después mientras más he pensado en ella menos me interesa y no creo que vuelva a verla nunca. Sin embargo la rotundamente fracasada, de la que vengo a hablar, me embrujó de forma más brutal, y su paso por mis sueños fue solo una etapa del hechizo que empezó mientras la veía, totalmente anonadado e inmerso en ella, que continuó con esos sueños ya olvidados y con rumiarla durante días y se ha alargado hasta que hoy, varias semanas después, he vuelto a ella para confirmar o descartar sospechas, retomar hilos y por fin intentar escribir más por un afán terapéutico que porque, realmente, piense que pueda decir algo interesante de ella.

Decía que la oí mencionar de pasada con elogios y me fui a filmaffinity donde me llevé la primera sorpresa, y es que las anotaciones críticas profesionales son fantabulosas mientras que la nota, 5,3 es propia de los bodrios. Después de verla lo he comprendido, porque es un film que solo he sido capaz de recomendar a la gente bajo el epígrafe “pero ojo que no te va a gustar, eh”. Y es que puede resultar cansina, yo lo comprendo, pero a mí me fascina. Toda la película ocurre en la mente de Owen (Justice Smith), o bien somos nosotros los que estamos dentro de ella, y es él quien la emite. Es un chaval con evidentes problemas psíquicos, incapaz de socializar, que encuentra refugio emocional en la amistad con una chica llamada Maddy (Jack Haven ahora, antes Brigette Lundy-Paine) fanática de una serie juvenil: Pink Opaque. Owen, fascinado desde siempre por la televisión, se adentra en el extraño mundo de esta serie (dicen por ahí que es un remedo de Buffy, cazavampiros, pero yo no la he visto y no sé) interpretada por dos chicas que cada semana derrotan a un monstruo enviado por el malo malísimo, el Sr. Melancolía. Estas dos chicas, Isabel y Tara, solo se conocen en el primer episodio, viven en diferentes lugares, y mantienen entre ellas una conexión psíquica, no física, hasta el capítulo final, nada feliz por cierto.

Owen y Maddy mantienen una relación intermitente. De hecho ella -ya les adelanto que probablemente no exista en la realidad- solo aparece cuando él sube otro peldaño de la madurez, casi todos ellos amargos. Por ejemplo su fracaso social, pues es incapaz de terminar estudios ni salir del suburbio gris que habita, o sucesos tristes, como la enfermedad y muerte de su madre cuando tiene unos 14 años. Su padre solo dice una frase en toda la película, cuando le espeta que Pink Opaque es una serie de niñas, y es un hombre por lo demás deprimido y totalmente ausente, alienado como él por el brillo del televisor. Por cierto que es blanco y su madre negra. Como pueden ver esta historia está llena de duplicidades. Incluso el malvado Dr.Melancolía de la serie, con aspecto de luna de Meliès, se sirve de dos esbirros gemelos llamados Marco y Polo.

No creo que haga falta contar mucho más del argumento de I Saw the TV Glow. La historia se desarrolla desde 1996 hasta el presente, pero la verdad es que apenas hay una narración más allá de lo dicho. De hecho a lo largo del metraje, cuando se producen varias oportunidades de que un giro en los acontecimientos nos saque del bucle de neón en el que parece que vivimos con Owen, él mismo rechaza adentrarse en lo desconocido, o no acepta la realidad que su voz interior en forma de Maddy le quiere hacer ver. Nada queda claro al final. Jane Schoenbrun apenas deja unas pistas que sirvan para resolver el acertijo. En esto imita sin miramientos al David Lynch más críptico. De hecho esta película podría pasar por obra del autor de Twin Peaks y Mulholland Drive, si no fuera porque los temas que la atraviesan -identidad sexual, diversidad, rollo woke– ya le pillaron mayor y meditando. La película entera es más que un homenaje, es casi un saqueo hábil y valioso, sin embargo, al estilo de Lynch. Están por supuesto las secuencias oníricas y los personajes irreales, pero también ese empeño en dejar un enigma por desenvolver envuelto en un estilo a la vez chillón y pulcro, nocturno y luminoso.

El brillo de la televisión también es un Donnie Darko sin ataduras comerciales, un Cronenberg vistoso, una Universal de los 30 coloreada. Y sin embargo, a pesar de su inteligencia, aburre si no entras en ella. La gente se queja, y con razón, de que los personajes hablan a ratos, de que la historia no fluye y de que por qué gastar tiempo en una historia sin que al final sepas en qué has invertido esos casi 100 minutos que vacían tu vida para llenarla de una ficción que te asfixia y te entierra bajo preguntas. Se me viene a la cabeza la mejor frase de todos los tiempos, de Wolf Vostell: “Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida”.

Hay pistas, por supuesto, de por dónde van los tiros. La directora, que escribió la historia durante su transición al género femenino o no binario pero antes masculino, evidentemente está retratando vivencias propias, y al final hay pistas suficientes para entender que lo que le ocurre a Owen es que no ha sabido o podido aceptar su verdadera identidad, que ni él mismo sabe si es verdadera, porque la disfraza de serie de televisión. Él vive en el brillo de la televisión, está hecho de esa luz -lo comprobaremos casi al final- porque la vida mate y suburbial no le basta para comprenderse a sí mismo. La primera película de la directora, a la que como es natural me arrojé hace unos días, se llama We’re All Going to the World’s Fair. Está rodada en plena pandemia y su premisa es aún más dura que la de El brillo… Es la historia de una chica obsesionada con un reto de internet que penetra en lo más hondo de la red hasta dar con un personaje no sabemos si siniestro o redentor… Es aún más aburrida e igual de críptica, pero viendo la una se entiende mejor la otra, y al menos llegamos a una conclusión: que las pantallas ni descubren ni reflejan, sino todo lo contrario.

Sobre el estilo, lo más destacable es la paleta de colores de la película, limitada pero muy poderosa. Son colores muy agresivos y noventeros, fosforescencias: rosas morados y verdes que destacan aún más sobre un fondo, la realidad física, casi siempre oscuro y desabrido. Hay muchas referencias a la cultura pop adolescente de los 90 que yo no pillo porque, aunque fuera dolescente en los 90, no tenía televisión de pago o esas series juveniles me parecían ridículas y no las veía. Y el padre de Owen es Fred Durst, cantante de Limp Bizkit. La planificación es sobria, el ritmo lento y en ocasiones textos y dibujos sobreimpresionados completan la información que aparentemente nos trasmite Owen, que narra su historia mirando frecuentemente a cámara. Ni siquiera quien no la disfrute podrá negar la fuerza visual de El brillo de la televisión. Como les decía a mí es una película que me abdujo por completo, la veo en un cierto trance a pesar de que ni su contexto ni su temática sean los que más me atraen.

Hasta aquí lo que puedo decir de El brillo de la televisión para quien no la haya visto. Una vez vista se puede hacer el ejercicio, posiblemente inútil, ciertamente divertido, de adivinar qué mensajes encierra o qué grado de realidad alcanza cada personaje o cada escena. Como no quiero estropear la experiencia a quien la descubra, dejaré para una segunda parte, que publicaré en unas semanas (o no), las ocurrencias que he tenido sobre qué quiere decir la película. Aunque no será nada exhaustivo ni detallado haré un poco el ejercicio de esos exégetas de Lynch que dedican largas parrafadas a descubrirnos lo que no hemos sabido ver que yo, la verdad, siempre he agradecido.

Hola tocayo
De entrada «El Brillo de la TV» me parece demasiado genérico -parece para un docu tipo «Mundo brilli brilli»- mientras que «Yo Vi el Brillo de la TV» me hace pensar en la niña de «Poltergeist» frente a la pantalla que emite ruido blanco y su «Ya están aquíiiii».
Las pelis «abstractas» tienen su momento -y su publico, también- y, si te enganchan, te pueden hacer buscar tres pies al gato y quedarte maullando a la luna de Méliès.
A propósito de las gemelas Marco y Polo. No sé si conoces a las gemelas Mona y Lisa; hacen versiones, casi siempre de los sesenta, y canciones propias. Merecen la pena MonaLisa Twins (sus padres tienen sentido del humor un tanto «abstracto», es su nombre real).
Un saludo, Manuel.
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Manuel!
dejemos de lado el glow que, sinceramente, a nadie interesa.
Qué descubrimiento las monalisas. Aunque pasado mañana lo mismo se me ha olvidado que existen, quiero dejar aquí un rastro de que supe de ellas, uno que conecte con el glow dentro de lo posible. Muchas gracias por la melomanía, tocayo. Yo la dejé escapar hace mucho, la sustituí por un silencio concentrado o verborreas de relleno. Se me ha ido la música de entre los dedos, me quedan imágenes brillantes, a ver por cuánto.
Fdo: exbitlelmaníaco
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