“Novedades Shimizu», primera parte: Mañana estará despejado (Asu wa nipponbare, Hiroshi Shimizu, 1948)

En recónditos foros e ignotas webs sigloventeras a las que se entra por invitación, o se encuentran por casualidad y en las que se aporta anónimamente, de vez en cuando es fiesta porque películas que se creían perdidas para siempre aparecen o resucitan o se encuentran o se filtran, escojan ustedes el verbo. De Hiroshi Shimizu teníamos hasta ahora unas 40 películas conservadas/rescatadas que aún saben a poco teniendo en cuenta que rodó 166, pero en meses recientes han aparecido dos nuevas, y además dos a mi parecer muy especiales -espero convencerles de ello en las líneas que siguen- tanto por lo que significan en la carrera de Shimizu como por su valía intrínseca, notable al menos en ambos casos. 

Mañana estará despejado tiene la peculiaridad de que revisa, luego lo vemos, una de sus obras maestras indiscutibles, Arigatoo san, de 1936, de la que hablé la semana pasada en un artículo que rescaté con la idea de que anduviera cerca del texto de hoy. El retrato de una madre, de 1959, es la última película dirigida por Hiroshi Shimizu, lo que ya tiene peso cinéfilo, pero es que además creo que es la única que llegó a realizar en formato panorámico, cuestión nada baladí porque el viejo Shimizu, ya de vuelta de todo, en vez de ir a lo fácil y rellenar el plano con mesas largas y calles en diagonal, como hacían otros, se lanzó a la aventura experimental como veremos. Dos pequeñas gemas interesantes, recién pulidas además y libres del fango del olvido gracias a esa comunidad de cinéfilos anónimos entregados a estos rescates colindantes con la ley y el desorden a quienes este texto quiere rendir profundo homenaje. Para que no se les atragante el arroz dividiré en dos el apunte y dejo El retrato de una madre para más adelante.

Mañana estará despejado (Asu wa nipponbare, 1948)

De nuevo un autobús destartalado que podría ser el mismo de 1936 -pero no lo es, ya me he fijado- renquea fatigado por los puertos de montaña que ribetean la península de Izu, localización habitual de los films que Shimizu en los que, se le nota, más disfruta rodar. De nuevo unos personajes forman, cada uno con su estampa, un tapiz hermoso y preciso de cierta forma de condición humana, en concreto la condición de la gente sencilla, la personalidad de cada día, el humor de los quehaceres diarios, la frustración del que llega tarde a casa, del que es tan sencillo e irrepetible como su compañero de asiento en estos sufridos autobuses de línea. La idea primigenia de ambas películas es la misma, y si uno es mal pensado puede que acierte al adivinar que Shimizu simplemente decidió, para disfrutar de una o dos semanas al aire libre, convencer a los de Toho para hacer algo que una década antes ya había hecho en Shochiku y que, con un poco de suerte, nadie recordaría. Con Shimizu ocurre un poco eso: que el piensa mal y acertarás parece que funciona, pero era un tipo tan habilidoso y genial a su manera que, una vez visto el resultado de esta segunda versión, no queda más que alabarle.

Me gusta del cine de Shimizu -o más que de su cine, de lo que siento respecto a él- que al ser un tipo que aunaba con tanta brillantez intuición fílmica y manifiesta dejadez o espíritu de improvisación, a veces ocurre con sus películas que según avanza el metraje se ve reflejado en pantalla como va creciendo su interés por una historia de la que se va dando cuenta que puede crecer y ser mejor de lo que tenía él mismo en su cabeza cuando empezó a rodarla. Esto se refleja en la historia de hoy en el mismísimo aspecto de la película y de su tono como comentaré después, pero sobre todo es algo que se traspasa a nosotros, espectadores, generando esa sensación inefable, valiosísima, de sentir que algo que comenzamos a ver con moderado interés va creciendo en la pantalla pero también tras nuestros ojos, en la cabeza y el corazón. 

Leo sorprendido que el guion es del propio Shimizu y que no parece estar inspirado en novela o relato alguno. Digo que me sorprende porque pensaba que sería así al verla debido al fuerte componente alegórico que tienen tanto los hechos como los personajes. Las películas de Shimizu, en especial estas rodadas al aire libre, suelen estar libres de toda sensación de artificialidad, cosa que logra, además de por la peculiar puesta en escena -cuyo aparente amateurismo se conserva en esta versión del 48- con personajes sencillos que mantienen entre sí relaciones sencillas y cotidianas. Sin embargo en esta versión, aunque la mayoría de los caracteres siguen siendo personas llanas y rostros de la multitud, por así decirlo, Shimizu a lo largo de la película los va “depurando” -ahora veremos como- para terminar transformando lo que parecía una recreación del viejo viaje del Sr. Gracias con el añadido de una simpática cobradora de autobús, en una reflexión alegórica, una fábula abstracta y doliente sobre lo que ha supuesto la guerra o, mejor dicho, la derrota de aquel Japón imperial por el que daba gusto pasearse saludando.

Ahora el conductor no saluda a nadie. De hecho tendría que verla de nuevo porque caí en la cuenta al final, pero creo que en las contadas ocasiones en que agradece por educación no usa “arigatoo” sino otras fórmulas. Es un profesional serio, poco hablador y mohíno primero porque el autobús va averiado y segundo, lo descubriremos luego, porque en él viaja una “famosa” bailarina que vuelve de Tokio, antigua novia suya y de muchos otros, cuyo recuerdo le machaca. Está la diligente cobradora y están los pasajeros; estos tendrán que empujar el autobús cuando se averíe definitivamente hasta un lugar donde deje paso a los demás vehículos. El autocar es una indisimulada metáfora de un país que requiere el esfuerzo de todos para salir adelante. Es curioso porque esto se explicita en los mismos diálogos, que como suele ocurrir en las películas estrenadas durante la ocupación norteamericana, bajo censura yanqui, incluyen por evidente imperativo este tipo de frases o situaciones un poco ridículas si uno está familiarizado con el carácter nipón de esta época, pero es una especie de tasa que todos, cineastas y público, parece pagar sin disgusto.

Una vez que el autobús es estacionado hay que esperar a que pase algún vehículo que a su vez avise en el pueblo de abajo para que manden otro autobús. Esto supondrá pasar la noche en la montaña, seguramente, a personas que ya van tarde a casa o al barco o al tren, así que a partir de este momento empieza la segunda parte de la película en la que los pasajeros y pasajeras irán abandonado el autobús en un curioso orden que podríamos decir que es “de menos a más alegórico”. Entre quienes quedan al final están los personajes más relevantes del film, que son curiosamente un invidente que todo lo sabe sin verlo -interpretado con gran desparpajo y sin apenas simular ceguera por Shinichi Himori, el hijo único de El hijo único -, un sordo cuya sordera es lo único que no averigua el ciego y un mutilado en combate simpático a más no poder hasta que aparece un viejo comandante que está recorriendo el país visitando las tumbas de los soldados a los que conminó a suicidarse en vez de entregarse. 

Como decía al principio es realmente llamativo como va evolucionando el film a lo largo de sus maravillosamente enjundiosos y más que suficientes 65 minutos. Al comienzo parece que Shimizu alcanza sus más altas cotas de desgana, rodando dentro del autobús en marcha más descuidadamente que en el 36, sin embargo en la segunda parte se amontonan las escenas planificadas con maravillosa sensibilidad, como las que dedica a las famosa bailarina casquivana, y los momentos dramáticos resueltos con enorme tino narrativo, cuando en los últimos minutos de película de pronto todos los personajes doblan su arco de transformación hasta el límite de lo verosímil sin que dejen de ser ellos mismos ni de que les apreciemos cuando marchan dejando atrás el autobús averiado. Por cierto que la cobradora, diligente, devuelve a todos el precio del billete. Un billete que no ha pagado por colarse un niño pobre del que Shimizu quiere acordarse y que tiene su momento y que es el único que podemos confiar en que algo ha aprendido de la experiencia, y algo bueno como además, como que hay que pagar el billete del autobús, pues si no es imposible que te lo devuelvan en caso de avería.

Afortunadamente alguien la ha subido a Youtube con subtítulos en portugués que o se entienden o se traducen automáticamente. A ver lo que dura.

3 comentarios sobre ““Novedades Shimizu», primera parte: Mañana estará despejado (Asu wa nipponbare, Hiroshi Shimizu, 1948)

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  1. Hola tocayo

    Lamentablemente el link esta «fuera de servicio» y no he podido pegarme este nuevo viaje en autobús.

    Me hace gracia que «coincidan» un sordo, un ciego, un cojo y -el peor de todos- un CapitanAraña que revisita a los que convenció para lo que, parece ser, a él le falto valor para hacer. (Ecos, tal vez de aquel viaje hacía la tierra de Oz donde el León encontró el valor perdido; este Coronel además del valor perdió su honestidad).

    Un saludo, Manuel

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  2. Hola otravez

    Es muy distinta a la anterior de hecho tras ese primer plano «subjetivo» del trayecto parece que incluso se recrea en diferenciarse de su hermana mayor, ya desde esos planos interiores en los que notamos los baches de la carretera -por cierto la carretera también está en mucho peor estado que hace diez años-. Posiblemente el mayor punto común sea que el conductor en aquella era «soltero de oro» y en esta es «soltero de latón». Y si en la primera el leit motiv eran las «niñas vendidas» en esta son los cigarrillos.

    Un saludo, Manuel.

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