No me creerán (They Won’t Believe Me, Irving Pichel, 1947)

Larry Ballentine es un crapulilla de mucho cuidado. Se casó con Greta por su dinero, y a pesar de ser una mujer comprensible, razonable y hermosa, le pone los cuernos un poco por aburrimiento con otras jóvenes de buen ver. El caso es que el tema se enreda y hay muertes de por medio de las que se acusa a Larry. Casi toda la película es una sucesión de flashbacks en los que el acusado, en su defensa, narra lo sucedido. La conclusión de lo que cuenta es el título de la película. Después llega la sentencia y el Fin.

No me creerán (uso este título pero he leído por ahí como tres «traducciones» más) flota en el río proceloso de las buenas películas carentes de excelencia en las que gusta remojarse de vez en cuando para refrescar las ideas. Sirven para recordar que no debemos idolatrar en exceso las grandes épocas de la historia del cine y que hay que ser conscientes de que la mayoría de las cintas de entonces, como en todas las épocas, tenían sus tópicos y defectos. Sin embargo también gusta ver este cine antiguo de aluvión para constatar que aún la clase media tenía gancho y estilo de sobra para atraparnos, entretenernos y darnos que pensar. En este caso estamos ante un más que correcto noir que podríamos calificar como hermano pequeño de Perdición y Retorno al pasado. Infidelidad, crimen, falsos culpables, cheques y mentiras… En fin, toda la panoplia de conductas y circunstancias tópicas que sin embargo tienen en este filme un tratamiento distinto, y es que el protagonista, que interpreta un Robert Young poco carismático (lo cual no sé si ayuda o perjudica) es otro de esos buenimalos característicos del género. Bascula entre lo decente y lo censurable sin inmutarse, sin que queden claras incluso las razones de sus cambios de criterio en algún caso. Y lo mismo pasa con Verna, una de sus amantes (Jane Greer) que no sabemos muy bien de qué palo va. Obviamente hay de fondo un guión poco excelso y un trabajo de dirección demasiado rutinario, pero otras circunstancias interesantes que rodean su producción pueden ayudarnos a comprender esta aparente indefinición y a apreciar de otra manera lo más impresionante que tiene el filme, que es su final.

En primer lugar, hay un problema con la duración. Se estrenó con 95 minutos pero al volver a lanzarse años después se recortó hasta los 80 para meterla en sesiones dobles, siendo esta copia la que se ha puesto en televisión y la que yo he podido ver. Quien tenga el dvd la podrá ver con su metraje original, pero en esta de 80 minutos hay algunos agujeros raros y momentos de precipitación que se entienden mejor si se sabe del recorte. 

En segundo lugar hay que tener en cuenta la peculiar relación que mantuvo la RKO con la PCA, es decir, la llamada Oficina Breen, que controlaba la aplicación del famoso Código Hays. Aquí tengo que parar y recomendar fervientemente para quien no lo tenga El cine negro de la RKO, de Gonzalo Pavés, que es una mina de información sobre la historia de la productora de la antena e incluye un extenso y documentadísimo capítulo dedicado a la historia y aplicación de la censura por parte de la Motion Pictures Association. En él encontramos unas páginas dedicadas a No me creerán en las que Pavés nos relata los dimes y diretes de la productora con la PCA. Curiosamente, el guion original incluía el durísimo, inesperado y memorable final -que me esfuerzo en no desvelar- que podemos ver hoy en día. Como era costumbre se iban mandando las sucesivas variantes del libreto a la PCA para que fueran dando su aprobación o poniendo las pegas pertinentes a cada una de las versiones. El caso es que en ese ir y venir de correcciones, consejos y advertencias, que no fueron pocas en esta historia que en origen la oficina Breen consideró poco menos que imposible de filmar, Joan Harrison, la productora de la película, decidió cambiar el final, hacerlo menos despiadado, temiendo la reacción negativa del público, por un lado, y por otro pensando que así lo tendrían más fácil para obtener la aprobación final de la censura. Sin embargo, y en contra de lo acostumbrado, en este caso fue la misma PCA, la misma censura, la que exigió a la RKO a mantener un final nada feliz, injusto y bastante cruel, que además incluye al menos un par de las conductas -¡he de morderme los labios para no desvelar!- prohibidas o muy mal vistas por el famoso código. Vamos, que la censura impuso el final que la RKO deseaba cambiar por censurable. 

Y ese final abrupto e inesperado es, sin duda alguna, lo mejor de la película, o al menos lo más original y sorprendente que atesora. Entre curioso, cómico y desalentador es comprobar, una vez más, que allá donde hubo censura el cine tuvo que retorcerse y buscar el camino de la luz como las raíces de esos árboles que desafiando lo razonable se empeñan en crecer en la grieta de una roca. En nuestros tiempos de autocensura papanatas no hay nada que retorcer si en vez de romper la roca el arte no tiene más empeño que refugiarse bajo ella, a la sombra del pensamiento único, la memez y la conformidad bobalicona con un estado de cosas que protege tanto como aplasta.

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2 comentarios sobre “No me creerán (They Won’t Believe Me, Irving Pichel, 1947)

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  1. Hola tocayo
    Puede que la tarea que se le impondría hoy a Hércules como castigo fuese volver a ver tooodas las pelis en blanco y negro con juicios y escenas recordadas. Pero, tomadas de una en una, puede ser tan refrescante como era pedir prestado un coche y acercarse al río que, no te lo creerás, es lo que me ha recordado ese Hayward-bikini.
    Muy sutil esa constante referencia al final (me refiero a ambos finales: el del filme y el de la reflexión).
    Un fresco saludo, Manuel.

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  2. Ay tocayo, justo ahora acabo de sacar del cajón mi ventiladorcito usb… A falta de charco y bikini.
    Aunque no lo comente en la entrada, esa escena es curiosa porque se bañan sin venir a cuento, pero es que era la única forma de mostrar las carnes y bien mostradas están.
    Del final no desvelaremos nada porque es lo más sorprendente de la peli, pero vamos, que si se me lee con atención es fácil caer.

    Un saludo ventilado!

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