Una de esas películas que hace mucho vi muchas veces y que solo ahora, cuando después de mucho, vuelvo a verla, comprendo por qué me acompaña en la vida.

Por si alguien aterriza por aquí que no la conozca -lo dudo- es conocida por ser una obra maestra del cine negro de Raoul Walsh y por haber lanzado al estrellato definitivo (gracias al necio rechazo de George Raft) a Humphrey Bogart, que no hace en ella sino volver a su encasillado rol de delincuente contradictorio con que pasó por los años 30, esta vez ya con papel protagónico. Él es Roy Earle, un ladrón que sale de la cárcel tras ocho años de pena y que se ve impelido, quizá contra su voluntad -no lo hace nunca explícito- a volver al tajo criminal mientras se enamora de quien no debe, una lastimera joven tullida, y no hace caso de quien de él se enamora, una entregada Ida Lupino que le conoce porque es como él y le quiere porque, como él, quiere dejar de ser lo que es. La peli es genial se mire por donde se mire. La agilidad implacable que impone Walsh a la dirección, la profundidad amasada con diálogos de poética arenisca del guion de John Huston y H.R. Burnett (autor de la novela) y la actuación sublime de Bogart, hecha de férreos matices que la entrega humana y sentida de Lupino completa. Genial se mire por donde se mire. Y te lo pasas bomba, y te emociona su principio en el parque y su final en la montaña y poco más puedo añadir que no sea personal y subjetivo.
El último refugio es, como todas las inmensas películas de este género extinto que es el puro cine negro, una película sobre la equivocación. El error que da forma a quien se es y a lo que se hace. El error como una avalancha imparable y líquida que, en su proceso destructor, deja apenas unos segundos de reflexión y reconocimiento. Esos segundos son, puestos en fila, el papel de Roy Earle. Este hombre sale de prisión y solo quiere comprobar que la hierba sigue siendo verde, que la naturaleza sigue su curso fuera de lo que él ha sido, hormigón y sudores, por ocho años. Sin reproches a nadie se presta de nuevo al crimen porque algún favor debe y porque su palabra está incluso encima de su conciencia. Debemos al Hollywood clásico, se pongan como se pongan quienes lo barren bajo la alfombra, entre otras muchas cosas este hecho inaudito: que el ser humano puede transfigurarse en una promesa, dejarse superar por un modelo de lo que se debe ser y entonces vivir para ello. La literatura había rastreado ese hueco de la humanidad que es el compromiso, pero solo el cine clásico, con sus prisas y su estilización burda y sublime al tiempo de las cosas, supo por fin fijarlo en un modelo. Es el hombre malo que concede ser bueno, o el hombre bueno que concede ser malo, es la mujer perdida que concede ser encontrada, es la mujer tranquila que se deja perder. Roy tiene un compromiso: ha de dar otro golpe. Un perro fatal señala su error. Una mujer ignorante -pobre y cojita- todo lo estropea sin saberlo. También el error de ella es fruto de un compromiso. Y la hierba sigue creciendo, pero no en High Sierra ni tampoco en las películas de Raoul Walsh, pura tierra quemada.
La equivocación, decía antes, alimenta el género negro. Y es así porque esa equivocación no es un error, sino la caída consciente en el hoyo que bien se sabe que es profundo y que entierra para siempre. Roy lo sabe, se equivoca empeñándose en ser lo que no es, o deseando ser lo que no le dejan ser. Atracará un hotel sabiendo que un compinche (el recepcionista) le va a fallar y confiando al tiempo en que después empezará una vida nueva, legal y buena. Es un hombre equivocado. Cree que comprándole la salud a la muchacha coja la tendrá para él e ignora que entonces ella tendrá por fin el mundo a sus pies y no le necesitará. Es un hombre equivocado. Marie (Lupino) sabe como Roy lo que es la vida al margen de la ley, y sabe que Roy no la ama, y a pesar de todo se entrega a la ensoñación de acompañar a este hombre, profunda e inexplicablemente bueno, hacia un futuro mejor que nadie garantiza. Es una mujer equivocada.
En la insoportable escena final Marie toma conciencia de que Roy es al fin libre. Libre de sus errores, libre de sí mismo, libre de los compromisos y las malas elecciones que lo han llevado a lo más alto, a ese último refugio, para encontrar la libertad inútil del que es dueño solamente de su cadáver y del dolor que deja.


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Hola tocayo
Tenía pensado un comentario sobre Bogart y, casualmente, tengo de fondo a Franky cantando «The night we called it a day» y se ha encendido la bombillita. ¡Cuánto se parece esta «Sierra alta» a «The man with the golden arm» (el hombre del brazo de oro, 1955)!. Se diría que son como un espejo: algunas cosas iguales y otras invertidas. Hasta son parejas en la escalada de los actores al siguiente nivel.
Un saludo, Manuel.
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Vaya, pues precisamente hace poco que la volví a ver y es verdad que tienen mucho en común, aunque a Bogart y todo lo que hace me parece siempre como más «sano», y no me refiero al asunto de la droga.
Pero es verdad, aunque el nivel de Bogart… Subieron de cotización, pero Bogart ya en secundarios anteriores dio la talla bien dada, verbigracia en El bosque petrificado. Es que soy muy flan.
Un saludo tocayo
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No tengo mucho que decir salvo que es una de mis películas favoritas (o quizá incluso mi favorita) de Raoul Walsh, y uno de mis papeles favoritos de Bogart. Con eso creo que está todo dicho…
Y sí, qué final…
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Tampoco te puedo decir mucho más nada más que coincido. Raoul Walsh debería tener un segundo apellido: «Garantía». Porque nunca defrauda.
Quizá esta sea también mi peli preferida suya porque me llega mucho emocionalmente, pero hay otras 7 u 8 que no podría jurar por James Cagney que son peores. Ni por Errol Flynn.
Abrazos
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Cómo adoro esta película. Cómo me ha gustado leerte.
Me gusta tu explicación sobre que esta película se construye sobre un concepto: la equivocación.
Comanchería intentó hacer un homenaje a esta película, pero creo que no consigue (y eso que me gustó), la tristeza que impregna esta película.
Beso
Hildy
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Precisamente vi Comanchería hace bien poco y no sabía que fuera un remedo de esta… En cualquier caso, a pesar de las languideces propias del cine de hoy que me ponen un poco nervioso, me gustó bastante o, mejor, fue de esas pelis que según terminan piensas que debes volver a ver en un tiempo. Buena señal.
Ay, la equivocación. En el fondo el tema más viejo, porque es el ser humano del derecho y del revés.
Un abrazo fuerte, querida.
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