El otro día no sé en qué andaría enredada mi cabeza cuando llegó a ella una idea que a mí mismo me dejó desencajado. La idea es que Arnold Schwarzenegger es al cine de finales del siglo XX y principios del XXI lo que fue John Wayne al cine de mediados del XX. No me veo con ganas de juntar muchos argumentos para una ocurrencia que a lo mejor es tan peregrina y herética como 9 de cada 10 dentistas piensan que es. Solo quiero que antes de clavarme un puñal mojado en ácido clorhídrico en un ojo, el amable lector dedique unos segundos a valorar la comparación. No se comparen filmografías, claro, porque los contextos son los que son; compárese la presencia en pantalla, el magnetismo que ejercen sobre su público-objetivo de las épocas respectivas, sus limitaciones actorales que por un extraño milagro se transfiguran en carisma. Sus andares, su porte en el caballo, en la moto. Lo que supusieron para los géneros que trabajaron, y lo que eran estos géneros para el momento histórico. Compárese con frialdad.

Me encontré en una plataforma con Una historia de venganza no sé si el día que tuve ese pensamiento o el siguiente. Animado por su corta duración que compensa lo poco ilusionante de la propuesta, me puse a verla y debo decir que la disfruté, que la sentí mucho y bien. Que a pesar de sus mediocridades dejó en mí ese poso, o mejor, ese peso en el pecho que queda cuando de verdad disfrutamos y hacemos nuestra una peli, y de eso va el cine.
La historia es sencilla: Roman, un obrero inmigrante que interpreta Schwarzenegger y que parece un tipo de lo más honrado y tranquilo, espera la llegada de su mujer y su hija que vienen de su Rusia natal. Poco antes de aterrizar el avión choca con otro en pleno vuelo a causa de una confusión o error, como quiera considerarse, de Jake (Scoot McNairy) el controlador de la torre. La película trata del proceso de superación, o intento de superación, que llevan a cabo Roman y Jake, uno de la pérdida de su familia y el otro de la asunción de la culpa por la muerte de los pasajeros. Por cierto que el accidente está basado en un suceso real ocurrido en el sur de Alemania en 2002.

Para mí es más sencillo hablar de los defectos que tiene la peli, o que yo opino que lo son, porque algunos no son errores, sino recursos habituales del audiovisual actual. Por ejemplo la desaparición de la profundidad de campo; esa insistencia cansina en construir toda la puesta en escena relevando los términos del campo visual con el foco. Es decir: enfoco al actor en primer plano y lo desenfoco para enfocar al que lo que hay en el fondo o a su interlocutor… Yo lo llamo “foquito-desenfoquito”, y es algo que me pone nerviosísimo, que ahorrará muchas horas de trabajo y todos lo tenemos ahora mismo interiorizado, pero dentro de unos años le va a dar al cine y series actuales un aspecto lamentable de pobreza y artificialidad. Además de eso el guion tiene un planteamiento general que me gusta, como luego diré, pero se nota mucho la falta de elaboración y repaso. Hay reacciones de los personajes sobrevenidas e incoherentes, huecos en la historia, los diálogos son ramplones, superficiales y de una literalidad infantil. El final puede gustar o no, pero no está bien trabajado y, más que previsible o inconcebible -que también- es poco asumible.

Mi querido Chuache, las cosas como son, actúa fatal. Su rostro simplemente no puede con las emociones profundas y los matices intelectuales, como no podemos los demás con las pesas que le dieron la fama. Eso no quiere decir que no construya un personaje cercano y entrañable, pero sus primeros planos se asoman al abismo de lo risible justo cuando más piedad reclaman. El resto de intérpretes son profesionales que se ganan el sueldo con dignidad, pero el director no parece haberles exigido mucho más que aquello que decía exigir -en broma- creo que Hawks, de entrar por un lado y salir por el otro sin tropezar con nada ni olvidar las frases. Incluso el diseño de producción, tratándose de un filme sobre un tiempo reciente, con poquísimos personajes y decorados, está bastante descuidado. Para hacernos ver que Roman es un hombre sencillo le plantan en determinada escena , por ejemplo, un jersey tan horripilante que no puede uno tomarse en serio ninguna otra cosa que aparezca en pantalla, y le roba el protagonismo. O Jake se muda a un apartamento un poco absurdo, grande y vacío a la vez… No sé, son cosas que en una producción norteamericana simplemente no suelen suceder y que están más que resueltas en los telefilmes austríacos ésos de gente que se enamora en la madurez. Que ahora que lo pienso cómo molaría un último Terminator con el T-800 encontrando por fin el amor de una señora pecosa… Se me viene a la cabeza Inger Nilsson, antes Pippi Calzaslargas. Eso seria volver, y no lo de MacArthur. Bueno, mejor dejo las ocurrencias húmedas y el informe de defectos.
A pesar de todo lo dicho, y de muchas más pegas que invito al lector a encontrar en Aftermath, si necesito escribir sobre ella será por algo. El problema es que ese algo me cuesta mucho verbalizarlo, porque es una especie de energía que irradia la película que conecta conmigo y que creo -si no pensara eso no lo expondría- que puede conectar con otros seres sensibles a la luz del cinematógrafo.
Por empezar por algún sitio, diré, aprovechando el ridículo título castellano, que Una historia de venganza es una Mentira arriesgada de tomo y lomo. Porque no hay venganza y porque no hay una historia. Este filme cuenta dos historias, la de Roman y la de Jack. La víctima y el involuntario victimario tienen el mismo peso. La película de hecho, y aquí ya entramos en lo que me gusta, en lo bien pensado, no se plantea como la mostración de los motivos del uno para sufrir y vengarse del otro, sino como un ejercicio casi documental sobre el dolor insoportable que dejan la tragedia y la culpa respectivamente en el caso de Roman y Jack. El 80% del metraje pasa totalmente de preparar la supuesta venganza o rendición de cuentas que los unirá al final, único momento en que coinciden el uno con el otro. El grueso de la película es el discurrir por el día a día insoportable de dos hombres que sufren los mismos males por una misma causa que uno se ha encontrado y el otro ha provocado. Esta película es una estupenda lección de Ética y Psicología. Nos muestra, con el sosiego y la calma que merece el asunto, que el sufrimiento espiritual es una cosa y que sus causas son otras. Nos enseña a juzgar al doliente por lo que pasa, y no por las razones de lo que pasa. Por eso es una película valiente: lo primero, porque pasa totalmente de la acción y el wakawaka que el público espera de su protagonista. Segundo, porque renuncia incluso a ser una película de género, o simplemente una historia con gancho, para tomar una dimensión superior que quizá se alcance solo en parte, pero cuya naturaleza la hace especial, y espero que con el paso de los años alguien sepa rescatarla con mejores argumentos que yo.

Su ritmo es pausado y reflexivo, insoportablemente pausado y reflexivo para las expectativas de su audiencia. Es un ritmo nórdico, frío e introspectivo que no termina de hacerse con la película y elevarla por sus otras limitaciones, pero al fin y al cabo sí que se consigue generar, me parece a mí, una atmósfera muy peculiar, un espacio de empatía y comprensión que el último acto, como era previsible, viene a estropear con su violencia. O quizá no la estropee. Quizá el encuentro entre Roman y Jack, tristísimo retablo de la incomprensión humana, sea una lección nórdica también, o por ejemplo langiana, que tenemos que esforzarnos en interiorizar antes de que la siguiente lamentable ocurrencia del dialoguista de guardia nos venga a chafar la magia. Quien la vea me entenderá.
En los créditos finales me ha sorprendido ver que es Darren Aronofsky el productor. Quizá sea él quien puso las ideas para que un ramillete de ocurrencias mediocres se volvieran 90 minutos calmados de cine bienintencionado. No lo sé. Solo comento otra idea que se me ha ocurrido: imagínense que esta misma película la dirige y protagoniza Clint Eastwood con algún retoque de sus guionistas en nómina. Hasta el jersey de cisnes le quedaría bien, y lo mismo caen un par de Óscares.


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Hola tocayo.
Veo tu propuesta Wayne-Arnoldo y sitúo un puente intermedio para tomar perspectiva, mi otro pilar sería Charliton Heston. Actores de acción, que van a caballo incluso sin caballo y que, con un buen director, pueden pasar por actores.
Lo de los jerseys «discutibles» sitúa a la peli en una época muy concreta; yo creo que los accionistas de Lidl todavía cobrarán dividendos de la venta de jerseys navideños… y feos. Fue la demostración de que una buena campaña puede vender cualquier cosa. Lo mismo de los jerseys y las campañas se podría aplicar a un tal Aronofsky (a veces hay opiniones más feas que algunos jerseys).
Para mi generación -o para algunos de mi generación- Aftermath es el titulo del primer Lp de los Rolling Stones compuesto enteramente por ellos. Yo, que soy prácticamente bilingue (de castellano-paleto), pensaba que aftermath significaba «después de las matemáticas» y decía: ¡¡¡Eso es Rock’N’Roll!!!
Hasta la vista, babytocayo.
PD. Pippi era una niña y, con el éxito de la serie la trajeron a España cuando ya no era aquella niña y la pasearon a caballo por Madrid. Algunos descubrimos que las mujeres tienen piernas. Aquello si que fue una mentira arriesgada, un desafío total…
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Vaya, tocayo, me has dejado sonado con la imagen de Pippi-Lady Godiva…
Te realquilo lo de Heston, que bien pudiera haber caído en ello, pues toda la razón tienes.
El día que me aburra reveo y te cuento sobre Mother!, a ver qué me dices luego… Creo que la vi completa a la tercera intentona pero cuando terminó mi cabeza me decía «jodeeeer, jodeeeer…»
Cuando vi la de Noé, por el contrario, mi cabeza al terminar decía «Jodeeeer, jodeeer…» pero en sentido totalmente opuesto.
Y ojo que veo en filmaffinity que está en proyecto otra llamada «Ballena» protagonizada por George de la Jungla con 250 kilos… ¡Promete jodeeeeer!
Sayonara, Babytocayo (es que lo prefiero con la voz de Constantino)
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