Hay una situación curiosa que quienes escribimos sobre cine tenemos que afrontar de vez en cuando. Me refiero a enjuiciar esas películas en las que, por motivos personales, podemos entrar más, o comprenderlas en mucha más profundidad que el común del público. Cuando un director (o una productora) pone en marcha un proyecto basado en hechos reales, como es el caso de The Program, si hablamos de un nivel medio-alto de producción hay una obligación de informarse, de estar al tanto de cada detalle de la historia, para luego pasar eso a la pantalla de una manera atractiva y cinematográficamente satisfactoria. En este tipo de producciones -que suelen ser los biopics, The Program a su manera lo es- lo que suele suceder es que, como ni las personalidades ni las biografías tienen una estructura dramática satisfactoria, ni a todo el público le interesa totalmente lo que se cuenta, pues hace que se queden, estas películas, en general cerca del «6» o las 3 estrellas, en ese espectro de aprobación que va entre lo que interesa lo justo y lo que entretiene algo. A The Program le pasa esto, y por eso fue no sé si un fracaso económico, pero desde luego la vio poca gente. Este poco éxito, además, es comprensible, porque su factura es algo rácana y mejorable, como luego explicaré, y el interés del común del público por la figura de Lance Armstrong en 2015 ya era más que relativo.

Lance Armstrong, figura señera del deporte mundial a principios del siglo XXI, murió socialmente el día de enero de 2013 en que, en una entrevista a Oprah, confesó haberse dopado. En ese momento ya llevaba retirado definitivamente del ciclismo tres años, después de haber vuelto en falso para intentar sin éxito ganar el Tour en 2009 y 2010, tras retirarse por primera vez en 2005 con 7 victorias consecutivas en la ronda gala, hoy borradas del palmarés oficial. Supongo que en esos días de 2013 se pondría en marcha la idea de esta película basada en un libro de David Walsh, periodista irlandés que contribuyó mucho a desenmascarar a Armstrong (pero no tanto como la película insinúa) en el que se resume un poco toda la historia.
Como este Especial de verano y bicicletas quiere ser desenfadado y huir de los tochos y además lo redacto bajo el plomizo calor extremeño que me deja atontado, no contaré aquí toda esa historia de fulgurante esplendor juvenil, dramática lucha contra el cáncer, insoportable dominio deportivo basado en la pasta y las sustancias prohibidas y la posterior caída y defenestración social de Lance Armstrong, además de su peculiar personalidad, rayana en lo psicopático. Pueden ustedes ver la película de Stephen Frears porque realmente -es su mayor mérito- explica perfectamente todos los tópicos y puntos coincidentes con los que los enemigos de Armstrong han resumido su paso por el ciclismo profesional. En ese aspecto es una película ejemplar, y precisamente eso quizá sea lo que hace que, al público no enterado del caso, o no aficionado al ciclismo, le pueda resultar poco estimulante.

Frears se ha dejado liar por el planteamiento que, supongo, el mismo David Walsh le debió hacer, y se ha esforzado en mostrar a Lance Armstrong y sus cuestionables hazañas bajo el prisma del periodista deportivo, y eso es un error para triunfar con una película, aunque a quienes conocemos el tema nos permita disfrutar por los muchos detalles y curiosidades que atesora el filme. Y es que The Program es una joya desde el punto de vista documental, aunque poco público lo perciba, pues casi cada palabra está tomada de una realidad que ha documentado algún libro, y la imagen que devuelve de Lance y otros como Johann Bruyneel (su jefe de equipo)l o Michelle Ferrari (el médico que organizaba el dopaje) es exacta y totalmente fidedigna si hacemos caso de lo publicado. Aquí hay que hacer un pequeño paréntesis, y es que algunos personajes han sido edulcorados torticeramente por ser fuente confesora y contribuidora de la causa que defiende la película, que es la lapidación fílmica de la figura de Lance Armstrong. Me refiero sobre todo a Floyd Landis, ciclista de personalidad extravagante, gregario de Lance hasta 2004, que fue el primero en ganar un Tour tras su primera retirada, el de 2006, gracias una etapa absolutamente increíble, epítome de lo que los aficionados llamamos bomberadas, o actuaciones inconcebibles si no es bajo la influencia de sustancias dopantes. A Landis le pillaron enseguida porque iba hasta arriba de testosterona, y le dieron por cierto el Tour a Óscar Pereiro, español que le seguía en la clasificación y del que mejor no diré una palabra más. Pero, como fue Landis el que levantó la liebre sobre el programa de dopaje en US Postal en una kilométrica y abracadabrante entrevista a la que dediqué varias horas en leerla completa en su momento, la película le trata bien, mejor de lo que merece.


En esos años (2010-2013) en los que se puso luz sobre el falso mito de Armstrong, y se le mandó al sótano de la historia deportiva, estaba yo muy al tanto de todo lo relativo al ciclismo de competición presente y pasado. Leí varios libros sobre el tema y seguí cada novedad en el mejor foro de ciclismo que hay en España: Parlamento Ciclista, al que por desgracia ya apenas tengo tiempo de atender. Es decir, que soy -bueno, he olvidado cosas, mejor era– un entendido en el contenido de The Program. Sé quién es cada personaje, sé de dónde viene cada cosa que al espectador ignorante le puede parecer extraña porque no se aclara. Por ejemplo, sé de ese motorista que en la película aparece sin que se diga nada sobre él y al que llamaban Motoman, que durante el Tour creo que del 99 se dedicó a comprar EPO en farmacias suizas y llevarlas a toda pastilla a donde estuviera el equipo de Armstrong, el US Postal. Aún no se sabe con certeza quién era. Hay mil detalles, como decía, casi cada frase, cada imagen, que tienen su correspondiente en lo que el aficionado empeñado sabe de la historia. Y ese, quizá, sea el gran mal de The Program, que nos sirve a pocos, y a los pocos que nos sirve no nos dice nada que no sepamos o hayamos oído o leído.

The Program, y me centro ya en ella, es una película formalmente correcta, pero sin sustancia dramática. A quien no le interese mucho Lance Armstrong la sucesión de sus hechos se le puede hacer inane e inconexa. De hecho Frears ha querido reflejar esa mentalidad enfermizamente competitiva del corredor sin arriesgarse del todo a dar el siguiente paso, que es mostrarle directamente como el mafioso inmoral, carente de conciencia, que todos quienes le han tratado -y cobran por retratarle- dicen que es. Frears guarda un poco de humanidad para él, por no emporcar lo de su compromiso con el cáncer a través de la fundación Livestrong, y eso llena al personaje de incoherencia. Ben Frost, que interpreta a Lance, se lo ha currado muy bien. Además del logrado parecido, se mueve como Armstrong en la bici, aunque su físico sea más corpulento de lo razonable para un ciclista profesional, y mimetiza a la perfección los documentos visuales de las hazañas mediáticas de Lance, como su acoso a Simeoni, ciclista que denunció la plaga del dopaje en el pelotón, o sus estudiadas respuestas en rueda de prensa en las que con argumentos aparentemente irrefutables defendía su inocencia ante las insinuaciones sobre su poca limpieza que, aún estando en activo, se dejaban sentir.

Otro problema de The Program es que su escenario es el Tour de Francia y, a pesar de que hay cierta enjundia presupuestaria, ni de lejos se llega a representar en la pantalla lo que este evento supone. Si bien hay un acierto general en el diseño de producción de bicicletas y vestimenta de la época, las secuencias en carrera son patéticas, pues tienen a un grupillo de aficionados parece que mal pagados para animar, y a unos cuantos ciclistas domingueros haciéndose pasar por la serpiente multicolor que atraviesa el hexágono cada mes de julio a 45 de media… Las imágenes de carrera son pobres, lamentables, y los zooms y el abuso de los primeros planos y los trucajes digitales baratos no hace sino empeorarlo. Si en este blog alguna vez -tampoco tantas, porque nos dedicamos a lo trasnochado- hemos criticado el abuso de CGI, en esta ocasión digo que lo echo de menos, porque representar una etapa reina del Tour con 20 o 30 extras de bocata… Pues es una afrenta a este deporte, e incluso al no aficionado, que de cualquier modo conoce el imaginario por los noticieros, le resulta lamentable y depauperado. The Program es una película pobretona, de presupuesto justo, y se nota. Hay escenarios y representaciones que requieren lo que requieren.
Recomiendo ver The Program, a pesar de los pesares, si se tiene interés en los mecanismos morales y administrativos que rigen el ciclismo desde que a partir de la muerte de Tom Simpson en 1967 se viera obligado a legislar sobre ayudas farmacológicas, o si apetece conocer un poco la personalidad de Lance Armstrong, ciertamente compleja e interesante por su vacuidad moral por un lado y su severa autoexigencia por el otro.
Pero, a quien de verdad quiera saber sobre este tema le recomiendo el mejor libro que sobre ello se ha escrito: Ganar a cualquier precio. Aunque supongo que lo redacta Daniel Coyle, coautor en portada, lo firma e inspira Tayler Hamilton, uno de los gregarios de Lance en esos años de plomo dopado, y está escrito con tal inteligencia y estilo que, incluso aunque no piense usted querido lector, lectora, que le interesa un pimiento esto del ciclismo y del dopaje, aprenderá mucho sobre la condición humana y otras cosas.

Por ejemplo un consejo que no olvido, y que me he apuntado por lo que pueda pasar. Dice Hamilton que le citaron a una de estas comisiones de investigación estadounidenses donde todo es tan serio y donde tanto se arriesga si se miente, y que había aceptado someterse a la máquina de la verdad durante el interrogatorio en el que, por supuesto, iba a mentir. Total que mientras esperaba para ser interrogado miró en el móvil cómo engañar al polígrafo y ¿saben lo que encontró? Que hay que apretar el culo al responder. Y así lo hizo y funcionó. Apretar el culo, queridos lectores, lectoras, trendesombras, blog de servicio público.


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Hola tocayo
Primero: soy muy de Frears; ese tipo de director ingles capaz de montar películas interesantes y tan diferentes que parece imposible que el director sea la misma persona. No, no he visto «The Program».
Segundo: soy muy de Sheryl Crow; desde su primer disco. Se me pone una sonrisa etrusca cada vez que «alguien» despotrica contra Lance y me hace recordar otros tiempos. Cuando dicen que en España nos gusta encumbrar para después «embarrar» se puede contestar con una palabra: LanceArmstrong. En mi caso celos, claramente.
Se nota que, casi, más que el cine te gusta el ciclismo. Otro lugar común es que cuando el cine refleja la pasión de cada uno, siempre se queda corto.
Repite conmigo: «All i wanna do is have some fun before i die» Sheryl Crow 1993.
Un saludo, Manuel.
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Hola tocayo,
me pones en una chunga disyuntiva sobre la que nunca, te lo juro, había reflexionado: si me gusta más el cine o el ciclismo. Ahora que lo pienso creo que me gusta más el cine, lo que pasa es que en el cine sobre ciclismo quizá valga más de lo que hay de ciclismo que de lo que falta de cine.
Yo coincido contigo en la apreciación sobre Frears, y realmente esta película no es mala, es solo lo que digo, quizá solos sea un fruto a medio madurar de una idea regular.
Cuando la veas, algún día, me corregirás si me confundo, pero ya después de verla y pensar algo en ella caí en la cuenta de que no sale Sheryl Crow. Quizá sí pase por ahí unos segundos y yo no haya caído, perdóname tocayo pero ahora mismo ni le pongo cara. Sí que se casa con una rubia, pero es que todas las novias y esposas de Armstrong han sido rubias wasp difíciles de distinguir entre sí. También te digo que de su vida privada no tengo mucha idea.
Lo de encumbrar y embarrar… Pues tienes razón, pero aunque en otros casos quizá debiéramos cortarnos, en el caso de Lance no me sale sentir pena, porque el tipo es un bicho malo de mucho cuidao.
Erotropoyetinados salidos… Digo, saludos.
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