Le roi de la pédale (Maurice Champreux, 1925)

Un corredor está detenido en la carretera; no repara su bicicleta, sino su rostro. Solo posee un ojo vivo, el otro es de vidrio. Se saca su ojo de vidrio para quitarle el polvo.

-Solo hace cuatro meses que lo tengo, todavía no estoy acostumbrado.

Se trata de Barhélemy.

-Lo perdí por culpa de una piedra suelta de la carretera.

Tapona su órbita…

-¡Esto supura!

-¿Sufres?

-¡Por lo menos el cerebro funciona!

Vuelve a montar y echa el resto para atrapar al pelotón.

(Los forzados de la carretera, El Tour de 1924. Albert Londres)

Qué enorme alegría sentí leyendo al nunca suficientemente reverenciado Dr. Caligari y su lista de las mejores películas de 1922 al ver que dice haber visto Le roi de la Pédale, que encima es de 1925 y no tenía por qué mencionar. Yo daba por hecho que esta película, en la que sabía que se veía el Tour de ese año y otras cosas de mucho interés para el aficionado al ciclismo, estaba perdida. Pues no. El Doctor supo conducirme al callejón deforme de cartón pintado en el que, escondida en un baúl con la bandera pirata encima que al abrirse dejaba oír la marsellesa, estaba esta pequeña joya del cine deportivo. Y luego ya vi que aquí también la ponen. Gracias mi querido Doctor, le dedicaré mi primera victoria de etapa.

El rey del pedal es una película que el Dr. mencionaba por su curiosa duración, nada menos que 3 horas y pico para una comedia simpática con pocas pretensiones. Cuando me puse a verla, teniendo en cuenta además que la copia circulante carece de sonido, me eché a temblar y me eché un té bien cargado, pero enseguida me di cuenta de que, aunque no estaba ante una obra maestra, no iba a aburrirme. Y es que, como ocurre con bastantes películas de esta época, el argumento consiste más que en una historia bien armada que se va desarrollando, en una serie de pequeños conflictos que se van resolviendo uno detrás de otro, de forma que podría dividirse perfectamente en varios tramos y transformarla en un serial de varios capítulos de uno o dos rollos. De esta forma, a pesar de lo ingenuas y previsibles que son cada una de estas anécdotas, la mera curiosidad por el qué pasará y sobre todo por ver cómo funcionaban en esa época el ciclismo aficionado y profesional, me permitió verla con gusto porque fluye con ligereza. Tiene, eso sí, subtramas y escenas innecesarias y absurdas, como un combate de boxeo que se produce en un momento determinado entre el protagonista tirillas y el brutote de su archienemigo, pero entre sonrisas y sorpresas el tiempo se pasa volando. Además, es como si fueran dos películas en una, o dos películas que se suceden la una a la otra. Veamos lo que cuenta.

Es la historia de Fortuné Richard (George Biscot), un joven humilde que trabaja como botones en un Hotel de Niza y que pierde su empleo por su afición al ciclismo, ya que en mitad de un recado pasa por allí un carrera y no puede evitar perseguir al pelotón para rodar con ellos y verles de cerca por unos kilómetros. Como le echan, se ve obligado a emigrar a París junto a su hermana pequeña y su madre y allí, tras asomarse a lo más hondo de la miseria, logra tras una carambola del destino propiciada por su integridad moral, entrar a trabajar en el taller donde se fabrican las bicicletas de competición Automoto, equipo de la época, el más importante y ganador del Tour esos años en la vida real. En el ínterin se ha enamoriscado de la hija del dueño de la empresa, que a su vez está prometida con el favorito para el próximo Tour, Paul Jacquemard (ciclista ficticio) que como veremos más adelante es un sinvergüenza y que se la pega con otra. Nuestro querido protagonista tendrá que gestionar varios entuertos que se le presentan en el trabajo  y que van dando forma a esa serie de conflictos que se van resolviendo para rellenar metraje de diversas venturas y desventuras. Por ejemplo que le pegan varios tiros en acto heroico de los que se recupera en un pispás (¡!) y por los que le regalan una bici con la que empieza a entrenar (le cronometra su hermanita que no distingue los segundos de los minutos) y comprueba que no anda mal de piernas, así que decide que va a correr el próximo Tour. Y ahí empieza la segunda parte de la película, casi en la exacta mitad, que es el desarrollo de este Tour de 1925.

Fortuné corre el Tour como isolé. Estos eran corredores que se apuntaban por su cuenta, sin equipo que les protegiera ni pagara, y que corrían el Tour en muy penosas condiciones, pues además de que no eran deportistas profesionales, no tenían quien les cuidara, alimentara y procurara alojamiento al final de cada etapa. En el pelotón se les conocía como los tenebrosos, porque siempre llegaban a meta de noche. Cabe explicar aquí cómo eran los Tours de entonces, pues poco tienen que ver con lo que vemos hoy en día por la tele. En aquellos años el Tour era, realmente, la vuelta a Francia. Aquí pueden ver el recorrido. 

Las etapas -que aumentaron precisamente en número este 1925 para no ser tan largas- tenían entre 300 y 400 km, y solían unir grandes ciudades. Hay que comprender que en esos momentos la ronda gala era más bien una prueba de cicloturismo extremo, en la que lo que imperaba era ser completo, tener muchísima resistencia, saber arreglar con presteza los continuos percances mecánicos y sobre todo librar las trampas de los rivales o gestionar con eficiencia y buen arte simulatorio las propias. Apenas había carreteras asfaltadas, lo más valioso de El rey del pedal es ver las imágenes reales de las etapas de ese año, y comprobar en qué paupérrimas condiciones se competía. Por ejemplo, los corredores debían procurarse cada uno el agua y la comida por sí mismos, y arreglar sus averías solo con lo que llevaran encima. De hecho debían terminar cada etapa llevando la misma ropa, piezas, herramientas, etc, con que la empezaron. Las bicicletas de competición aún no tenían marchas, si acaso se podía poner un piñón a cada lado de la rueda trasera y darle la vuelta antes de empezar un puerto. Las etapas, que duraban entre 10 y 20 horas, empezaban de noche, y no había luces. Sin televisión y apenas control de los comisarios, las acechanzas mafiosas estaban a la orden del día: que te asalten y saboteen o te roben la bici -en la película se aprecia que se la subían al hotel para dormir con ella- que te apalicen y te dejen en la cuneta medio muerto y, lo más leve, que los pagados por el rival te tiren chinchetas a la calzada.

Aquello era otra cosa, y eso que justo en estos años, los 20, El Tour estaba empezando a convertirse en un evento mediático seguido por las masas en el que la inversión económica determinaba el resultado de forma directa, lo que fue poco a poco profesionalizando el evento y, por las presiones de los equipos participantes, obligando a flexibilizar las draconianas normas que Henri Desgrange, fundador del Tour, se empeñaba en imponer para martirizar a los pobres ciclistas. De hecho, el primer gran equipo comercial fue el Automoto, para quien Fortuné trabaja en la película  aunque corra por su cuenta. 

Volviendo Le roi de la Pédale, tenemos a Fortuné corriendo la prueba francesa en compañía de los grandes ciclistas del momento, que aparecen en la película porque esta en el fondo es un gran publireportaje de Automoto, para quienes corren. Ahí está Henri Pelissier, ganador del Tour del 23 y a quien expulsaron en el 24 por quitarse un maillot -llevaba dos puestos- por el calor y tirarlo al suelo. Ahí está Franz, que ganaría Tours futuros y ahí está sobre todo el malogrado Ottavio Bottecchia, el as del momento sobre quien luego hablaremos y que en la vida real ganó ese año la Vuelta a Francia. 

No sé si este filme es el primer largo de ficción que tiene como fondo el ciclismo profesional. Es muy posible que no fuera así, pues el Tour, el Giro de Italia y antes incluso de su primera edición en 1903 otras carretas de un día como la Paris-Roubaix o La vuelta a Flandes (se le suele llamar Tour de Flandes, pero en neerlandés se dice Ronde Van Vlaanderen) gozaban de gran favor popular. Para 1925 el Tour era ya el evento deportivo veraniego más seguido y reconocido en Francia y buena parte de Europa. Por lo tanto no sería raro que Le roi de la pédale sea la segunda o tercera cinta dedicada a él. En cualquier caso, le debemos a esta película con pocas pretensiones haber dejado para la posteridad imágenes reales y bien escogidas además -los noticiarios hacía tiempo que registraban los mejores momentos de cada etapa, y la imaginería estaba casi completamente configurada – de aquella época en la que correr el Tour era de verdad una aventura y un reto en el que empezar con buenas piernas no era ni por asomo garantía de éxito. Gracias a este filme tenemos un registro estupendo, por ejemplo, del estado lamentable de los grandes puertos que aún hoy siguen reinando en cada edición. Sin asfalto, sin instalaciones en la cima para relax del cicloturista, como el bar y el monumento de lo alto del Tourmalet que hoy nos esperan a los aficionados que llegamos gracias a desarrollos impensables entonces. También se aprecian las consecuencias del cambio climático, pues se ve nieve en montañas donde hoy es imposible encontrarla en julio. Aparecen el mencionado Tourmalet, el vertiginoso Aubisque y otros que incluye la clásica etapa Luchón-Bayona, este 1925 año trazada en sentido inverso. En la noche previa a esta etapa reina pirenaica, por cierto, se produce uno de los momentos más descacharrantes de la peli cuando un ciclista malo contratado por lo malos para fastidiar a Fortuné se lo lleva de juerga a un antro de vino y mujeres y, justo cuando nuestro pobre protagonista está a punto de claudicar a las báquicas tentaciones se levanta un señor en otra mesa llena de vino y mujeres y proclama “soy comisario del Tour, y ese hombre debe irse a dormir”, con lo que todos le obedecen como si fuera Harry el sucio Colt en ristre y se acabaron el vino y las mujeres para el bueno de Fortuné.

Tras llegar a Niza por el Col de Braus, que hoy en día no se sube, con sus hermosas lacets o curvas enlazadas, se alojará nuestro protagonista en el “Negresco”, hotel en el que ejercía de botones despistado hasta que le echaron, y  donde le tienden otra trampa de la que escapa gracias a sus antiguos compañeros, y del que parte hacia los Alpes, en busca de los puertos más altos; así atraviesa la cima del Col de Vars a 0 grados, pasa resoplando la Cassé Déserte del Col de Izoard y llena al final del Galibier, a un túnel que hoy no se pasa, sufriendo de lo lindo como lo sufrió algún día este esforzado cicloturista que redacta la presente. En estas últimas curvas del Galibier Fortune encuentra fuerzas porque se le aparece la sobreimpresión de la mujer amada que le anima a seguir hasta la cima. Cuando iba yo por allí en una marcha cicloturista con 5000 metros de desnivel acumulado de la que estos eran los últimos por subir no les diré que vi a la amada, pero en San Pedro jugando con las llaves del cielo creo que pensé.  Bromas aparte, es una subida, la del Galibier por Valloire hermosa, dura, escénica. Si van por allí hagan por recorrerla aunque sea en patinete. Y hoy mismo por cierto, 13 de julio de 2022, día en que se publica esto, el Tour vuelve a pasar por ahí.

Volviendo a nuestra historia, esta termina cuando acaba el Tour, más el añadido de un epílogo del tipo comieron perdices y les regalaron bicicletas

Como aficionado lo que más le debo a Le roi de la pédale, es darme la oportunidad de ver en acción a uno de los grandes campeones de este deporte, quizá también el más desgraciado de todos, que fue Ottavio Bottecchia. Este apunte ya está saliendo largo y pesado, así que seré sintético, pero pueden leer su historia en muchos sitios, aquí por ejemplo la cuentan con nombres y fechas que yo omito.

Les resumo: Bottecchia, como muchos de los ciclistas de aquel tiempo, y de hasta no hace mucho, corría para no pasar hambre, un poco al revés que los profesionales actuales. Obrero, inmigrante y analfabeto, llegó a Francia sin saber una palabra de francés en 1923 para correr como gregario de la estrella de aquel año, Henri Pelissier. Su tremenda clase y que como dije arriba a Pellisier le echaron del Tour del 24 (que por cierto contó en inolvidables crónicas Albert Londres reunidas en un librito de cabecera del aficionado: Los forzados de la carretera, del que extraigo la cita que abre este apunte) propiciaron que ganara esa edición y la del 25 que cuenta la película, aunque en ella se alteran algunos resultados de etapa y la clasificación general.

La alegría de dejar la miseria y de sentirse héroe contemporáneo se le terminó a Bottecchia, con la vida, solo dos años después. En mayo de 1927 su hermano (también ciclista y gregario suyo)  fue atropellado mortalmente mientras entrenaba por un grupo de fascistas. Apenas unas semanas después se encontró a Ottavio con la cabeza destrozada tirado en una cuneta con apenas un hilo de vida y la consciencia perdida para siempre. Su bicicleta estaba aparcada y en perfecto estado a unos metros de allí, por lo que desde el principio se desconfió de que hubiera sido un atropello accidental, que se aceptó en cualquier caso como causa de la muerte, que le llegaría en unos días. 

Lo más curioso es que Le roi de la pédale nos muestra la semilla -el triunfo de Bottecchia- de la que podría ser la mejor película sobre ciclismo posible, que sería la que contase sin resolver, o resolviera a medio contar, la muerte del primer campeonísimo italiano. El mejor Scorsese habría hecho algo muy grande con ello. Y es que unos años después del “accidente” un cura declaró que en su lecho de muerte el dueño de las tierras donde apareció Bottecchia le había matado sin querer al tirarle una piedra porque pensaba que quería robarle unas uvas, que quizá el campeón tomó para avituallarse y seguir su entrenamiento. Esa historia, que murió de una pedrada por confundirle el labriego con un ladrón, fue durante mucho tiempo la versión oficial de los hechos…

Pero hay más. Bottecchia era socialista hasta la médula y siempre se manifestó en contra del fascismo que llegaba al poder a la vez que él a las mieles del triunfo. Por este motivo se convirtió en persona non grata para el gobierno del Duce, y es por esto que nunca ganó el Giro de Italia, la carrera de su tierra. Por este motivo ha habido siempre la sospecha de que quizá su muerte, como pudo ser la de su hermano, fuera causada por un grupo de violentos fascistas. El hecho de que el cura que contó la historia del labriego y su viña -historia por lo demás inverosímil porque en junio no hay uvas comestibles en viña alguna – fuera un reconocido fascista pone en solfa su versión, aunque el giro final, cinematográfico y tan de Scorsese como decía, del relato, es que muchos años después, en EEUU un matón de la mafia confesó antes de su muerte que fue él quien asesinó a palos a Bottecchia por encargo de un alto cargo fascista cuyo nombre no quiso revelar.

Le roi de la pédale, en el 1925 ficticio, era el buen Fortuné, que termina la película unos años más tarde con la vida resuelta y enseñando a sus hijos, tenidos con la amada sobreimpresionada del Galibier, a montar en bicicleta. Pero el verdadero rey del pedal, en 1925, era el gran Ottavio Bottecchia, que aprendió a pedalear y disparar a la vez -20 bajas le costó al enemigo en la IGM-, y que decidió vivir del pedaleo para espantar la miseria, un hombre serio de rostro afilado y afable que no tuvo futuro por delante porque la violencia irracional de una sociedad convulsa e ingrata se lo llevó por delante y le desfiguró el rostro afilado y afable de campeón y de trabajador que, gracias al cine, contemplamos radiante como si fuera a vencernos hoy mismo de nuevo pedaleando sobre su flamante Automoto de acero y dos piñones.

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9 comentarios sobre “Le roi de la pédale (Maurice Champreux, 1925)

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  1. Hola tocayo
    Desde luego has hecho un tour con todo tipo de etapas, puertos y sprints especiales. Desde la chica de la curva/puerto al comisario vecino de dudosa mesa, al cura que confundió el pan y vino de las comuniones con la piedra y la uva -mala, muy mala uva- y, lo mejor, el narrador que traduce en pedaladas propias las imágenes saturadas de recuerdos.
    Tiempos heroicos del ciclismo y, como pasa con todas las épicas, cuando rascas un poco ves que siempre hay polvo bajo las alfombras.
    Un saludo, Manuel.

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    1. He de reconocer, tocayo, que a sabiendas de las rascadas y de las alfombras he querido inflamar un poco el texto con épica de dos piñones. Quienes escriben sobre ciclismo tienen esa tendencia, máxime cuando se refieren a un pasado no en blanco y negro, sino repleto de grises, con el que es fácil fabular, y convertirlo en buen molde de textos alambicados.
      Vamos, que soy consciente del toque fantabuloso que le pongo a la historia, pero para que veas que el ciclismo aguanta esto y más, la etapa de hoy, 13 de julio de 2022, ha sido histórica, realmente especial para los que siempre decimos que cualquier pedalada pasada fue mejor.
      El Galibier, el puerto de la novia sobreimpresionada y de San Pedro con las llaves, le ha dado una lección al campeón actual, que ha pecado de desmesura y suficiencia que ha pagado al final, perdiendo el amarillo.
      Bueno que me lío.
      Un saludo, Manuel.

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  2. Jo, querido Manuel, cómo me ha gustado este texto y no solo me ha despertado interés la película, sino la historia de Ottavio Bottecchia, que me parece de lo más cinematográfica (como has dejado entrever). Qué bonita serie te va a quedar… ¡Voy a terminar montando de nuevo en bicicleta, jajajaja!
    Ay, el cine mudo cuántas sorpresas nos depara. Me alegra que nombres ese maravilloso testamento que tiene montado el Dr. Caligari a nuestra disposición, donde se puede descubrir una y mil joyas.

    Beso
    Hildy

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    1. Gracias querida Hildy por tus palabras.

      El texto me ha salido muy largo porque creo que esta película de la que muchos aficionados no saben que puede verse lo merecía y porque quería hablar de Bottecchia.
      Prometo que próximas entradas serán más ligeras, como pide el verano y como nos gustan las bicicletas.

      Un beso muy grande

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  3. Bueno, yo no digo como la querida Hildy que terminaré andando en bicicleta (me aferro con uñas y dientes a la expresión, jaja), pero sí me dieron ganas de mirar el próximo Tour de Francia por la tele, cómodamente instalada en mi sillón que no requiere de equilibrio para no caer aunque sí me ha hecho alucinar alguna vez como al pobre Fortuné luego de un maratón muy exigido de alguna cosa cinematográfica, literaria o musical.-
    Qué lujo rescatar de estas películas cuasi olvidadas ese aspecto documental. En este caso es más que claro pero en otros, es simplemente una costumbre social, una moda de vestir o una forma de bailar que nos sorprende. Es una de las cosas que más adoro del cine de esa época, descontando la enorme calidad técnica y artística que muchas exhiben. ¿Se sabe algo sobre la filmación de esta película? ¿Habrán usado decorados o se habrá filmado en las diferentes locaciones reales?
    Un abrazo enorme y no olvido que de la entrada anterior había quedado pendiente un desafío con tu tocayo, en una bici doble por ahí me animo jaja,
    Bet.-

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    1. Mi querida Bet,

      aunque este año está siendo bastante entretenido, ponerse a ver ciclismo sin conocimientos previos de cómo funciona el deporte y sin una idea mínima de quiénes componen el pelotón es complicado, porque es un deporte muy táctico en el que intervienen cosas que no se perciben de primeras. Te diré que yo, que me aficioné ver el deporte ya talludito, después de mucho andar en bici 😉 estuve como dos años viendo carreras y leyendo foros especializados hasta que me hice una composición de lugar.

      Lo peor de este escrito sin duda es la poca información que aporto sobre la producción de el filme en sí, sobre su director y protagonistas. Algo he mirado pero la verdad es que nada podría decir más allá de copipegar lo que sale en IMDB, que es muy poco. Sí te puedo decir que, aunque hay algunos planos rodados con trucajes, cuando el protagonista rueda por los puertos míticos del Tour en general sí que está ahí, te lo digo yo que muchos los conozco de primera rueda, jeje. Mi impresión es que acompañaron al pelotón en ese Tour del 25 con un par de coches y un par de cámaras para rodar momentos reales de la carrera en sí y luego, o antes, los planos del bueno de Fortuné.

      Un besote

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  4. ¡Pero qué maravilla de entrada! Y tiene mérito porque no me interesa el ciclismo y la película, aun siendo entretenida y muy simpática, no da juego para tanto. Enhorabuena amigo Manuel, se nota cuando uno escribe de un tema que le apasiona.
    Me alegro mucho de haberle hecho llegar este Le roi de la pédale, y además por pura casualidad, porque como dice, mi mención del filme en mi post era totalmente circunstancial, casi un chascarrillo. Si alguna vez anda detrás de alguna otra rareza que se le escapa hágamelo saber no sea que por casualidad yo la tengo en mi biblioteca cinéfila.
    Coincido en su percepción de la película, pese a las 3 horas no se hace pesada porque pasan muchas cosas y tiene un tono simpaticón que te hace verla con una sonrisa, incluso aunque uno es consciente de que es un filme menor y plagado de tópicos.
    La información que comparte sobre el Tour me pareció interesantísima, sobre todo lo referente a los ciclistas que iban por libre, y no tenía ni idea sobre Bottecchia, que es una historia trágica y apasionante. Ahora le veo un valor extra a esta peliculita al verla desde sus ojos de aficionado al ciclismo.

    Un abrazo.

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    1. Mi querido Doctor, es usted el único responsable de que haya podido ver Le roi de la pedale y escribir sobre ella, así que si algo ha disfrutado estas letras, agradézcaselo a usted mismo como quiera que se haga eso.

      Aunque le haya llamado la atención lo que cuento sobre ciclismo y esos tiempos polvorientos, como le digo arriba a Bet lamento bastante no haber sabido informar más sobre la peli en sí, se me han visto las costuras.

      Y sí, es curioso que una peli tan sencilla e inocente pueda durar tres horas silentes y hacerse tan entretenida.

      Por cierto, al hilo de mi confusión, pues creía que estaba perdida… ¿Sabe usted si hay un índice fiable de películas que se dan por desaparecidas que se pueda consultar y que se actualice de vez en cuando?

      Un abrazo

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  5. Hola Manuel,

    La verdad es que sería práctico una base de datos que te dijera de cada película si está desaparecida o no, pero no conozco tal cosa. La única manera que tengo de saberlo son búsquedas en Google y artimañas como ver si tienen puntuaciones en páginas tipo IMdB o Letterboxd…. y aun así no es fiable porque hay gente que (no me pregunte por qué) a veces vota películas desaparecidas.

    Entiendo que es un tema complejo porque una base de datos así tendría que estar muy actualizada por gente de todo el mundo, pero sería una herramienta genial para gente como nosotros…

    Guillermo

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