
Reúno estas dos películas de Wellman porque tienen bastantes cosas en común. La primera y más obvia, que su tema es el fútbol americano. La segunda, que están entre lo peor, lo más intrascendente y lo más olvidable de la filmografía de nuestro director y la tercera no es algo que tengan en común, sino que con ambas se abre y cierra el ciclo de Wellman en la Warner. Nada menos que unas 17 películas en 3 años entre las cuales hay por lo menos dos obras maestras (El enemigo público y Wild Boys of the road) y otras cuatro o cinco buenas. Wellman llegó a la Warner para poder trabajar con Darryl F. Zanuck. Aunque discutieron en muchas ocasiones, se venían bien mutuamente. Al productor le gustaba sacar muchas películas adelante en poco tiempo y por poco dinero, y eso Wellman lo hacía como nadie, y por otra parte el director decía apreciar en Zanuck que era un hombre que cumplía lo que prometía y que no se andaba con rodeos. De hecho, cuando nuestro Wild Bill abandonó la Warner antes de finalizar contrato -creo que no llegó a finalizar ningún contrato en su carrera- lo hizo para irse con el productor, que se disponía a poner en pie la 20th Century Fox.
Maybe It’s Love/Eleven Men and a Girl (1930)
Precisamente del mismo Zanuck es el guionista -bajo seudónimo- de Maybe It’s Love, que a su vez se basa en una vieja obra de teatro que ya se llevó al cine en la era muda en un par de ocasiones. El argumento es sencillo. El Upton es un equipo de fútbol muy malo, tan malo que su mejor jugador es un inútil interpretado por Joe E. Brown, que invierte 85 minutos en demostrar empíricamente que aquella frase que le llevaría a la inmortalidad, el Nadie es perfecto de Con faldas y a lo loco, es indudablemente cierta. Las muecas y grititos de este hombre provocan en mí un festival interior de esa otra frase muy recurrente (¿Acuñada por Homer Simpson?) que dice GANAS DE MATAR AUMENTANDO. Al otro lado del ring, y del universo, se encuentra una jovencita Joan Bennett con pelo rubio de bote que aporta al film lo único bueno que tiene, que es su presencia. Interpreta a la hija del presidente del equipo, a quien amenazan con despedir si no empieza a ganar. Aunque ella usa unas gafas de bibliotecaria modosa, Brown tras echarle un vistazo a sus piernas se convence de que debe usar “sus bellos ojos” para atraer al equipo a buenos jugadores. Entonces ella conquista uno a uno a 11 tipos que formaban la selección estadounidense de 1929, y que, ellos mismos, aparecen en la película para dejar constancia a los siglos venideros de su lamentable impericia interpretativa. Tan solo uno no es real, sino el actor James Hall, que será el que se termine enrollando con la chica y descubriendo para sí mismo y para todos los demás que les había engañado uno a uno con falsas promesas. Los ardides creados por Brown y Bennett para atraer a cada uno de los muchachotes van de lo increíble a los ridículo, terminando uno de ellos por ejemplo con el bueno de Brown en el tris de ser violado por un oso.

Bueno, hay alguna subtrama relacionada con Hall y su padre, al que oculta que se va a dedicar al fútbol, pero realmente la peli consiste en que en la primera mitad nos regalemos los ojos con Bennett, a ser posible marcando pezones, y en la segunda asistamos al partido decisivo y veamos en acción a los All Americans. Aunque incluye algún momento “autoral” bastante poco conseguido, como un largo travelling en avance por un jardín que atraviesa el agua de la fuente, realmente se nota que es una peli rodada muy deprisa y sin pretensión alguna. De hecho no iba a ser el primer trabajo de Wellman en Warner, pero se lo endosaron mientras terminaba la preproducción de Other Men’s Women. Por cierto que a Maybe It’s Love, para distribuirla en vídeo y tv, le cambiaron el título original, que podría confundirse con otra peli del 35, por Eleven men and a Girl. He leído por ahí que en principio se planteó como un musical y que se llegaron a rodar unos números protagonizados por Joe Brown y Laura Lee, que finalmente apenas aparece al haberse recortado, me imagino que con buen criterio. Quedan eso sí un par de canciones en el metraje estrenado.

College Coach (1933)
Algo más disfrutable que la anterior resulta esta otra historia futbolera cuya espina dorsal narrativa es parecida. Igual que en aquella, el equipo del Calvert College debe ser reforzado para que los ingresos de taquilla ayuden a sanear la economía del centro, para lo que se contratará al entrenador más conocido del país, un tal Gore (Pat O’Brien) que a su vez ficha a otros jugadores de renombre para el equipo, entre ellos un tal Weaver (Lyle Talbot) muy talentoso pero muy rebelde, que intentará levantarle la esposa (Ann Dvorak) muy desatendida por el afanado entrenador que no encuentra un rato para ella. Esta vez no hay jugadores reales en el reparto (se agradece) y las imágenes de juego real, aunque también presentes, ocupan un metraje más limitado.

La película nos sirve, a los que no tenemos ni idea de cómo funciona este deporte, para ver reflejado en pantalla una vez más ese extraño sistema universitario que gastan en EEUU. De hecho la segunda frase de la película, que pronuncia el CEO/Rector del College nada más empezar una reunión de crisis, es “una universidad es una empresa”. La otra estrella del elenco, Dick Powell, hijo del rector y parte también del renovado equipo, además de arrancarse una cancioncilla resulta que tiene que apuntarse, como todos los jugadores, en alguna materia. Él elige química, cuya permanencia en la universidad está en peligro, pues se cerrará el laboratorio si no ganan la liga. Es curiosa esta subtrama, porque en un primer examen le aprueban habiendo dejado el examen en blanco -examen por cierto ¡anunciado en prensa!- y él se indigna y protesta, pero luego le parece estupendo que abiertamente se soborne al profesor para que le apruebe en el siguiente, cuyas respuestas le pasan por anticipado. Así es el mundo precode, una época donde los principios y los sentimientos son efímeros y frágiles como el amor de la señora Gore por su esposo el entrenador, que parece incólume y de pronto desaparece ante los encantos de Weaver y vuelve de nuevo con toda su energía para que el end sea happy sin gastar más celuloide en explicaciones.

Hablando de moral ligera, también sorprende la naturalidad con la que se nos cuenta como el entrenador se alía con otro tipo para comprar un terreno barato con la idea de que, si ganan la liga, la universidad se lo compre para ampliar el estadio. A nadie le parece que sea una falta de ética semejante chanchullo inmobiliario. De hecho para ganar un partido importante el entrenador anima a su equipo a placar violentamente al mejor jugador del equipo contrario… Hasta el punto de que lo matan, pero vamos, el homicidio se salda con una ligera protesta del rector y pelillos a la mar. En fin, ante la falta de magia cinematográfica, siempre se pueden aprovechar estas historias tan añejas para aprender un poco sobre ese mundo remoto, amoral, de un vitalismo inquietante, que fueron los años 30.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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Hola tocayo (¡Feliz Año!)
Deporte y cine casan muy mal; pocas películas han superado la barrera y, me atrevería a decir, que esas pocas tratan el deporte como «fondo de pantalla».
Yo también me comería a Joan; veo que tú has empezado por las consonantes repetidas. La has dejado que parece la hermana inglesa de Juan Benet jijiji.
Hay títulos dobles que deberían ser «repensados»: «Tal vez es amor/Once Hombres y una Chica» parece apropiado para una con mas «X» que pelis buenas sobre deporte.
Leyéndote he recordado un tiempo en el que por aquí veíamos pelis sobre los «astros del balompié». Cuando vemos pelis sobre futbol americano pensamos: Qué sentido tiene correr de acá para allá y empujón viene, empujón va. Si un americano llegase a ver una sobre futbol seguro que piensa: Qué brutos, patada p’acá, patada p’alla ¡Porqué no la agarran con las manos! Estoy seguro que John Huston después de su más Evasión que Victoria seguía sin saber de que iba nuestro futbol.
Un saludo deportivo con sabor a las cañas de «después del partido». Manuel.
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Hola tocayo, feliz año igualmente!
Ya he arreglado el desaguisado de las consonantes. Uno de los muchos signos de decadencia intelectual que me vienen rondando es que escribo mal los nombres, o que tengo que buscarlos para no meter la pata una y otra vez, como hace unos minutos para comentar una cosa al Doctor sobre Freddie Mercury. No quisiera yo hermanar a Joan con Benet, que además era un mujeriego y ya sabe usted que el productor-marido de la Joan era muy de disparar en los testículos a los que le arrimaban cebolleta.
Sobre su verdadera hermana, Constance, precisamente anoche leí un capítulo delicioso en un libro que me está encantando y del que, a pesar de la floja traducción, estoy disfrutando como un guarrino chico. Me refiero a Traigan los caballos vacíos, una especie de recuerdos de su paso por el Hollywood clásico de David Niven. Es un libro que, si no lo conoces, te recomiendo que se lo pidas a los reyes cuando coincidas con ellos en el palco.
Creo que alguna vez ya hemos comentado que el único deporte que se lleva bien con el cine así, de primeras, es el boxeo. Y el kung fu.
Un saludo tocayo, aunque no me vas a pillar a la salida del estadio, si acaso reestructurando el dolorido culo en algún bar de pueblo antes de seguir con los kilómetros.
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