Lilly Turner (William A. Wellman, 1933)

Esta nueva historia de mujer que supera -o no- adversidades se produjo para seguir la estela de los buenos resultados de Frisco Jenny, protagonizada también por Ruth Chatterton y de la que hablamos en un apunte anterior. Además se sumaba al elenco el galán George Brent, quizá porque unos meses antes se había casado con la actriz, de la que se separaría, por cierto, apenas un año después. Curiosamente, pese a ser la estrella masculina no aparece hasta mitad de metraje cuando ya han pasado un montón de cosas, y es que, como en todas estas breves joyitas precode, la vida pasa muy rápido, aquí en apenas una hora, pero claro, es que por una moneda te llevabas dos vidas a casa, y más interesantes que la tuya.

Lilly es una jovencita de Buffalo -cuesta creerlo pero realmente Chatterton pasaba los 40- que se enamora de un actor de music hall, o eso dice él, que se la va a llevar a Nueva York para triunfar en Broadway. La madre, lista como casi todas, no se fía del tipo y con razón. Enseguida descubriremos que es un mago de tercera que actúa en pueblos, y además un mujeriego maltratador, y que no quiere el hijo que Lilly espera de él. Para más inri pone pies en polvorosa cuando aparece su primera mujer de la que no se ha divorciado, así que Lilly se queda de pronto sola y soltera, por lo que se casa con Dave (Frank McHugh), amigo y ayudante de buen corazón, pero alcohólico, justo el día antes de dar a luz a un niño que no sobrevive. Todo esto ha ocurrido en menos de 20 minutos.

Dave y Lilly encuentran trabajo con un charlatán que vende un libro con consejos saludables, que ella promociona como mujer de cuerpo perfecto y un forzudo alemán que se vuelve loco por ella, y entonces aparece Bob (George Brent) con su taxi aunque realmente se ha formado como ingeniero civil en la Universidad de Columbia, y sustituye al forzudo y se enamora de Lilly y aquí lo dejo, aún queda media trama por desenredar.

Aunque Lilly Turner no sea una obra maestra y esté llena de tópicos, no dejo de admirarme por la capacidad de Wellman y la Warner para construir una historia completa, ágil y bien narrada tanto visual como argumentalmente en tan poco tiempo de producción. Y es que esta, estrenada en abril, es la tercera película de Wild Bill de aquel 1933. Entretenida y curiosa, es además otro retrato interesante de la Gran Depresión. Aparentemente la crisis económica ocupa un segundo plano, pero a mí lo que más me ha interesado de la película es como la historia y los personajes destilan todos ellos esa especie de ironía solemne que alimentan la pobreza y la impotencia. Lo que en otros tiempos hubiera sido o un drama amable o simplemente una comedia romántica de contexto exótico, se convierte en una especie de triste epopeya inútil. Si en otras cintas de Wellman, en especial en las protagonizadas por Barbara Stanwyck teníamos a una joven que se abre paso con valentía y tesón hasta alcanzar unos objetivos razonables y positivos, en este caso a Ruth Chatertton le ha tocado encarnar a una mujer que se ve forzada, por cómo la tratan y por las bofetadas del destino, a volverse cada vez más cínica. Cada hecho que vive, cada persona que se le acerca, la vuelven más oscura, le crece la desilusión. 

Las decisiones que toma salen todas mal, como su primer matrimonio, o vienen forzadas por su propia conciencia, como su segundo matrimonio, o el destino las impide, como su tercer matrimonio. Aunque con el tiempo y los palos se vuelve más huraña también parece aprender con naturalidad que el ambiente en el que vive, la más ínfima clase de los artistas del espectáculo, no puede proveerla más que de experiencias amargas. Su belleza es una condena porque todos quieren abusar de ella, su condición de soltera o casada o embarazada siempre es un obstáculo para las escasas oportunidades de felicidad que se le presentan. Su pasado es un lastre y su futuro, como apunta el final que no desvelo, más miserable aún. 

Y es que el final, del que solo digo que no es feliz, es en sí mismo un modelo a escala de la película completa, o más bien del espíritu que la anima. Cuando todo parece encaminarse a la liberación Lilly Tuner se ve forzada, en el último instante, a tomar una decisión que nos cuesta juzgar si es coherente o no, escogiendo seguir con su vida precaria y sacrificada. Sin embargo no hay en su rostro, ni en los de los personajes que la quieren y la rodean en esos minutos finales, un gesto de especial dolor o alegría. En esa América deprimida las chicas casaderas que acudían al cine a ver a estas heroínas de hora y pico podían encontrarse en ocasiones con que ni siquiera la ficción podía superar y desbordar con sus guiones fantasiosos y sus personajes estrambóticos la grisácea realidad pobretona y mustia en la que conviene hacer caso a las madres intuitivas y no casarse con un cómico de la legua.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

4 comentarios sobre “Lilly Turner (William A. Wellman, 1933)

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  1. Hola tocayo

    Tiene muy buena pinta esta Lilly Turner. La primera nadería que me ronda la cabeza es que, como diría mi padre, esta mujer era el DDT de todos los hombres que la iban conociendo: «No los mata pero los atonta». En otro plano, supongo que sería amargo para una actriz de cuarenta años -aunque aparente menos- ver que el cine está tomando una dimensión nueva… y que llega una oleada de actrices con dos décadas menos que tu.

    Ese final, que se intuye duro de tragar, seguro que en su día no le hizo ningún favor pero. como si hablásemos de vino, le ayuda a envejecer mucho mejor. «Retrogusto real como la vida de un cualquiera»

    Un saludo, Manuel.

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  2. Qué gozada que Wellman siga deparando buenas sorpresas y descubrimientos.

    Cojamos de la mano a «Lilly Turner» para disfrutar de otra de esas historias pre code con tantos hilos interesantes donde tirar.

    Me gusta eso de que en apenas sesenta minutos haya tanta trama que desenredar. Solía pasar en esas películas, que son una gozada meterse en ellas.

    No hace mucho pude disfrutar de otra película de Ruth Chatertton donde también lo más interesante era su manera de reflejar la Gran Depresión: The Crash de William Dieterle, ¿la has visto?

    Beso

    Hildy

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  3. Hola HIldy,

    la que comentas no, pero casualmente vi la noche antes de que escribieras esto Jewel Robbery, tipo Lubitsch y muy molona.

    Esto de ver pelis cortas y en las que pasan tantas cosas afecta a que veo las cosas de ahora y en general me aburro como una ostra o me pongo histérico azuzando a los personajes para que espabilen. Mi mujer se ríe mucho de mí por esto, o de esto por mí.

    Un besazo!

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