Diario de una doctora (Joi no kiroku, Hiroshi Shimizu, 1941)

He aquí una de las películas menos conocidas de Hiroshi Shimizu a pesar de que la protagonizan dos estrellas del momento: Kinuyo Tanaka y Shin Saburi. También están otros reconocibles actores y actrices de Shochiku muy presentes en el cine posterior de Ozu como el gran Chishu Ryu, que aquí asume uno de los roles más fáciles  de su carrera, pues solo hace de señor enfermo -al principio yo creía que muerto- en dos escenas: en una está inconsciente y en la otra le duele mucho la tripa. Otra doctora del film, una jovencísima Chikage Awashima, como Ryu, ni siquiera aparece en los créditos de IMDB.

La verdad es que de la filmografía conservada de Shimizu no es esta una de sus obras más brillantes. Quizá porque su trama es más propagandística que otra cosa, y tengo la sensación de que, a pesar de su cercanía en el tiempo con La horquilla (Kanzashi) estrenada solo unos meses antes, y protagonizada también por Tanaka, que es un prodigio de delicadeza y evocaciones, en este caso el proyecto le interesaba lo justo, y se limitó a rodar sobre una idea que le vino impuesta. A pesar de que falle por no desprender ese aroma a sentimiento y humanismo que sí dejan tras de sí otras pelis de Shimizu, me parece que Diario de una doctora tiene interés por varios motivos que siguen.

En primer lugar, es interesante el contexto histórico en que se rueda y el trasfondo ideológico que la origina. Aparentemente se trata de un vehículo propagandístico para convencer a la población nipona en general, y la de origen rural en particular, de la necesidad de seguir unas normas de higiene básicas, y de dejar atrás supersticiones y hábitos nocivos que provocan enfermedades y exceso de mortalidad infantil. De hecho la película comienza con un largo travelling de retroceso tomado en un camino -supongo que de la península de Izu, donde Shimizu gustaba de rodar- con el que empiezan muchos de sus films en el que un grupo de personas conversa y nos mete en situación. En este caso son un grupo de médicas o estudiantes de medicina que vienen de la Universidad de Tokio a pasar el verano en una misión sanitaria. Mientras hablan con el médico/maestro/cambiapañales local, que interpreta Shin Saburi, vemos planos que parecen sacados de algún noticiario que denuncian las malas costumbres higiénicas de las gentes de pueblo: que si apenas se bañan, que si no se limpian las orejas cuando salen del río, que si no se cuidan las enfermedades pulmonares y sobre todo algo curioso sobre lo que se volverá varias veces en la película: la costumbre de plantar árboles pegados a las casas, en los que se supone que residen los espíritus de los antepasados, pero que impiden que entre la luz y el aire en ellas.

Aunque la película no abandona ni un segundo esta temática higiénica, y todas sus pequeñas tramas estén vinculadas con la sanidad, y ni se menciona una sola vez la situación bélica en que se encuentra el país, realmente Diario de una doctora tengo la impresión de que lo que quiere es normalizar el hecho de que sea un grupo de mujeres el que se encargue del asunto, lideradas además por Kinuyo Tanaka, que tiene un gran ojo clínico, sublime tacto con la gente del pueblo, y que toma una resolución final que hace de ella toda una heroína cercana, amable y extremadamente capaz. Ya se sabe que en tiempos de guerra hasta las sociedades más recalcitrantemente patriarcales y machistas se acuerdan de lo valiosas que son las mujeres, y de que pueden trabajar en lo que sea ahora que los hombres marchan al frente. En fin, que el mensaje real de la película se subdivide en: 1) chicas, poneos a estudiar y trabajar y 2) señores y señoras, fíense ustedes de las mujeres cualificadas ahora que las hemos sacado de la cocina.

El otro aspecto que me parece digno de moderado análisis es lo bien que refleja Joi no kiroku el modo de trabajar de Hiroshi Shimizu cuando le permitían hacerlo a su gusto pero con prisas. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, quienes trabajaron con él declararon -por ejemplo Tomio Aoki, el niño del que tantas veces hablamos en el especial Ozu, que aparece aquí también- que el director era muy dado a la improvisación, a no repetir tomas, y a rodar siempre que se pudiera en exteriores. Nuestro film de hoy podría usarse en una clase magistral sobre Shimizu para mostrar su forma de trabajar, máxime porque, al tratar un asunto en el que evidentemente no quiere profundizar, se nota mucho en ella la prisa con la que la ha rodado pero lo eficiente que ha sido en su trabajo, pues lo que queda es un producto no excelso, pero creo que sí notable, entretenido de ver, curioso de comprender y sin defecto reseñable alguno.

Por ejemplo, tengo la impresión de que esta película se ha rodado sin guion literal -práctica habitual de Shimizu, o bien tenía libreto pero lo ignoraba- y que lo que ha hecho es determinar junto a Yoshirô Tsuji, el guionista, varias tramas a desarrollar que se van alternando en una sucesión de escenas paralelas en las que simplemente se plantea la cuestión, en otras dos o tres nos familiarizamos con los personajes, en otra la cosa se pone peligrosa o sucede algo inesperado y en la última se resuelve, todo esto abierto con el prólogo casi documental del que hablaba antes y cerrado con una conclusión/charla sobre salud preventiva con sorpresa que cierra el film. Los diálogos en buena parte se nota que son improvisados por las reiteraciones en las que a veces incurren los personajes, o el peculiar tempo en el que en ocasiones se suceden las frases de unos con otros, como si tuvieran que pensar qué responderse. Otro signo de apresuramiento lo veo en las escenas rodadas en el aula de la escuela. Da la sensación de que en ese decorado o aula real solo tenían una mañana para rodarlo todo, así que se percibe claramente que los planos son fijos, pero la cámara o está sujeta a pulso, o sobre un trípode mal asentado, y las conversaciones son rápidas y a otra cosa mariposa.

Es fácil percibir esas prisas en otros momentos de la peli, pero, y aquí está la grandeza de Shimizu, nunca tenemos la sensación de que sea una película cutre, o lo que solemos llamar serie b, o z, y es que a pesar de todo está llena de hermosas imágenes y momentos memorables. Porque Shimizu probablemente no fue el más entregado de los estetas, y es posible que en sus rodajes estuviera más preocupado por la calidad del catering que por el objetivo adecuado para el siguiente plano. Pero tenía un ojo tremendo, componía el plano como los más grandes, y además intuía la naturalidad y la dejaba fluir sin sujetarla, y el resultado es que todas sus películas, las buenas y las menos buenas, viven, están sanas. Parece que la misma Kinuyo Tanaka, el día que le meó la alfombra es como si le hubiera bendecido, y sea por esta bendición de Tanaka, o sea por una intuición genial, puso en imágenes decenas de hermosas historias que ojalá no se pierdan en el fango del olvido.

Un pequeño regalo que deja esta historia olvidada, que yo mismo alucino con que siga accesible de alguna forma, son los dos o tres momentos en los que tenemos que adivinar si Kinuyo Tanaka está enamorada de Shin Saburi o si simplemente lo admira profesionalmente. Son un par de planos en los que ella, tras hablar él y mostrar su humanidad y capacidad de sacrificio, simplemente gira la cabeza y su rostro a la vez inexpugnable y emocionado -la capacidad para lograr esto hace de Tanaka una de las más grandes actrices que ha dado el cine- nos indica que ella nos deja con la duda de si le ama, que se suma o multiplica a la duda de si la decisión final que toma es producto de la razón o de la pasión o de algo intermedio entre ambas para lo que no encuentro nombre.

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2 comentarios sobre “Diario de una doctora (Joi no kiroku, Hiroshi Shimizu, 1941)

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  1. Hola tocayo

    Según te iba leyendo mi cabeza hacía viajes de ida y vuelta entre este «Diario de una Doctora» y nuestras «Las Chicas de la Cruz Roja» y creo que tienen muchas semejanzas, sobre todo en la parte «industrial»: cine tele-dirigido, troupe de actores que «hacen lo que les echen»… y un «GranHermano». La parte social no puede ser más distinta, a pesar de las casi dos décadas de diferencia… y puede que explique mucho de las evoluciones respectivas.

    Ese pequeño regalo final parece un triangulo de manual: Kinuyo por Shin… y «alguien» dice que Tanaka es «una de las más grandes…» si eso no es amor que me aspen juas juas.

    Un saludo y unas tiritas con «mercromina» del color del punto de la bandera japonesa. Manuel.

    PD, hablando de «trávelin inicial»; Nusé si conoces el canal Pizzaflix (premio a nombre horrible, ya) están aprovechando que la pelis del 1929 ya son libres y haciendo una especie de resumen. Te recomiendo «SunnySide up» es pasable pero tiene una entrada al nivel de Kinuyo Tanaka entre las actrices de cine jiji

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  2. Hola tocayo

    pues tengo pendiente revisar Las chicas de la cruz roja, claro que sí. Concha Velasco no me parece incomparable a Tanaka y sus carreras tienen cierto paralelismo, aunque la japonesa creo que no hizo teatro ni pudo envejecer. Ambas empezaron como jovencitas que irrumpen y arrasan y ambas supieron afrontar muy bien la madurez. También por cierto se vieron en jaleos por culpa de los dineros, y es que la Velasco ya sabemos y Tanaka desde los 9 años prácticamente mantuvo a su familia porque el padre había muerto, y fueron unos jetas de cuidados y ella una administradora regular.

    Qué bueno pizzaflix. Lo he aprovechado para terminar el díptico vírgenes modernas/jugar con fuego que me recomendaste y que me ha molado cantidubi. Está gracioso ese ratito en que Fairbanks Jr. imita a las estrellas del momento, su padre incluido. Y la Crawford, qué pillina.

    Saludos pillines

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