Bola de sebo (Physhca, Mikhail Romm, 1934)

Esta breve película de una hora pertenece a esa interesantísima subclase del cine mudo en tiempos del sonoro que es tan especial por su riqueza cinematográfica. En aquellos países en los que la técnica sonora aún no estaba desarrollada por no poderse importar o pagar los carísimos sistemas de registro estadounidenses o bien había circunstancias especiales, como el “problema” de la industria japonesa con los benshi, durante buena parte de los 30 se siguió haciendo cine mudo para un público que ya iba teniendo los oídos “hechos” a las películas habladas. 

Bola de sebo (aparte del Phishka ruso, se puede encontrar para ver en la red como Boule de Suif, por el célebre relato de Guy de Maupassant en que se basa) es una película a la vez muy sencilla y muy compleja. Nos cuenta la sabida historia -quien no conozca el relato ahora mismo debe parar e ir a leerlo– de una prostituta metida en carnes que es víctima de la hipocresía de la sociedad burguesa de la Francia de 1870, en cuya guerra con Prusia se contextualiza el cuento, del que no quiero dar más detalles. 

Como prueba de la valía cinematográfica de Bola de sebo, antes de seguir hablando sobre ella, invito a quien no la conozca a que la vea en youtube con un narrador y subtítulos en ruso. Me apuesto un DVD de La diligencia a que cualquiera puede seguir la historia y comprender todo lo que en ella ocurre, y los sentimientos e ideas que por ahí andan sin saber una palabra de ruso. Eso es el gran cine.

Es un film interesante desde dos puntos de vista: la puesta en escena y la transposición del relato al ideario soviético.

Empezando por esto último, como pasa con el cine ruso de esta época en general, casi nos podemos tomar la peli como un juego del veo veo para encontrar las metáforas, los paralelismos, la moralina, el relato del régimen… En el caso de este cuento todo ello es bastante obvio, pues es una escenificación a pequeña escala de los conflictos de las dos grandes clases antagónicas, que representan los burgueses y el oficial prusiano por un lado y por el otro Bola de sebo y los soldados. Además, hay una crítica feroz a la Iglesia, representada por dos monjas que invitan al pecado a la desdichada protagonista, y también un tratamiento visual trabajado de las actividades propias de la clase burguesa. Son representados como niños grandes que solo disfrutan comiendo, jugando o disfrutando de los placeres de la carne de forma inauténtica y desapasionada. Son volubles, artificiales… En fin, la caricatura esperable en la URSS del 34, que sin embargo, no chirría demasiado, porque realmente el relato de Maupassant, de 1880,  caricaturiza y se sirve de una genial mezcla de ironía y sensibilidad para hacer este mismo retrato de la burguesía de su tiempo.

Más interesante es el apartado visual, en especial en lo relativo a la puesta en escena. La primera parte de la película y unos minutos del final transcurren en una diligencia (no baladí mi mención anterior a la peli de John Ford) mientras que la parte central tiene lugar dentro de una posada. Así que no hay apenas planos exteriores, y los pocos que hay están resueltos con indisimuladas maquetas y trucajes de todo a 100. A esta película me llevó la lectura de “Praxis del cine”, el clásico de Nöel Burch, pues la usa para ilustrar sus apuntes sobre los tipos y funciones del montaje. Burch llama la atención sobre la forma en que está narrada toda la parte inicial en la diligencia. Tenemos a varios personajes en un espacio muy pequeño, y en una película muda además, así que el camino que toma Romm es el de mostrar una gran diversidad de planos cambiando las angulaciones más de lo que sería razonable. Además hace un uso muy inteligente de la (falta de) profundidad de campo, pues a cada rostro en pantalla lo acompaña de otro en segundo término desenfocado y además con un gesto distinto o la mirada desviada respecto al que está en primer plano. También acude al llamado efecto sojikei, que consiste en que dos personas realizan el mismo gesto a la vez de forma mimética. Con estas y otras argucias logra introducir mucha información visual que “nos entretiene” de forma que la composición de los hechos que vamos construyendo es mucho más rica y menos sosa que si se limitara a simples planos y contraplanos, o sucesión de planos medios con uno o dos rostros en primer término, que sería el modo “escolar” de resolver esta parte. Esto permite que este capítulo de la historia se alargue lo necesario para que conozcamos bien tanto a los personajes como su trasfondo moral antes de llegar al segundo acto, que sucede en el hostal de carretera en el que pasarán el resto del día y de la noche.

Este segundo acto Burch comenta en su libro que es mucho más convencional, y que por ejemplo se abandonan estos planos compuestos de dos personajes en profundidad de los que hablábamos, pero no es así realmente. Es normal su confusión, en aquellos tiempos sin youtube y probablemente ni copia para revisar en casa, que tuviera que fiarse de su memoria y de sus notas.

La parte del hostal es igual de interesante que la anterior. Además de que siguen apareciendo esos planos compuestos, entran en juego unas angulaciones de cámara muy pronunciadas que sin embargo parecen no seguir la aparente regla académica. Ni los poderosos son mostrados en contrapicado siempre ni los oprimidos en sumiso picado… No se trata de eso, se trata una vez más de crear riqueza, ritmo, de agrandar el espacio interior del hostal que además tiene dos pisos con significación propia. En el piso de arriba está el oficial prusiano y lo que representa, y en el de abajo los burgueses y Bola de sebo, y pasar de uno a otro tiene un significado que es insinuado tanto por esta alternancia de angulaciones y distancias como por la presencia constante de la escalera.

Muchos más detalles y momentos podrían reseñarse de esta pequeña joya, pero invito al lector a que se deje ya de tanto internet y vaya a disfrutar del cinematógrafo.

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