Película experimental sobre los juegos y límites de la representación. Aunque es un tema un tanto manido, en este caso la inteligencia y el retorcimiento del planteamiento bien merecen recuperar esta perla del cine rarito.

Un narrador en off presenta los rasgos generales y conclusiones de un análisis que otro narrador, en este caso un coleccionista de carne y hueso, hace sobre una serie de cuadros de un misterioso pintor de medio pelo de finales del S XIX, un ta Tonnerre. Es una serie de ocho cuadros, de entre los que hay uno robado o perdido. El falso documental rastrea las posibilidades de interpretación de estos cuadros, pues en su momento fueron objeto de una gran polémica con la intervención de las mismas fuerzas vivas del estado. Como aparentemente son lienzos medianos, insulsos, de manidas temáticas mitológicas, históricas o cotidianas, el coleccionista nos invita a recorrerlos por completo, incluso en lo que no se ve, y sobre todo en reproducciones de “cuadros vivos” que ha hecho interpretar en su casa, o que habitan con él, o él en ellos… Y tras este planteamiento empieza el juego de las adivinaciones.

Es una película muy intelectual, y quizá le sobre un poco de solemnidad y distancia. Sin embargo, como en el fondo es una trama policíaca por saber qué puede “representar” el cuadro robado y dura apenas una hora, no se hace pesada. Una vez que a los 10 minutos empieza “la investigación” va ganando ritmo, intensidad intelectual, e incluso emoción con el paso de las escenas hasta llegar a un final tan abierto como cerrado.
Como era previsible la fotografía es potente y evocadora, en un blanco y negro propio de un tiempo anterior, pues se diría que estamos viendo algo de los 50 y es un film de 1979. También tendremos la curiosa oportunidad de ver a un muy joven Jean Reno entre los maniquíes humanos que forman el museo vivo que visitamos de la mano del coleccionista.

Este hombre, que parece muy cansado de sus propias divagaciones, nos invita a comprender el misterio que rodea a esta serie de lienzos planteando enseguida una primera hipótesis: que cada uno de estos cuadros remite a los demás siguiendo pistas visuales que nos llevan de uno a otro. Es, digamos, la explicación fácil, la que apela al juego, al retruécano visual… Sin embargo, y no daré más detalles, esta explicación se va complicando según van entrando en escena todos aquellos elementos que hay en el arte pero que a veces no están en la obra, o bien cuando nos preguntamos sobre lo que el espectador no ve, o bien sobre que la obra represente a otra obra, y que esa otra obra -en este caso una novelita de amoríos- nos dé las claves para comprender que la interpretación que nos llevó a ella puede ser errónea. También se pone en cuestión el papel del observador, del estudioso, de si la misma obra existe por sí misma o bien es una representación quizá falsa -como falso es el supuesto documento que estamos viendo- de lo que imagina o quiere contarnos el coleccionista. Incluso podría pensarse que el propio coleccionistas es una creación de los mismos cuadros, pues cuando él marcha ellos son los que quedan habitando el espacio de la casa.

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