La película comienza y los primeros minutos no me cogen de la pechera. Hay un planteamiento muy literal, en la consulta del dentista/juez -curiosa figura legal- de la situación y todo es demasiado abrupto. Además Mifune, aunque he leído opiniones autorizadas que piensan lo contrario, me parece que es una elección errónea de casting, aunque pudiendo usarlo en ese momento, siendo la estrella absoluta del país, lo lógico era optar por él. Su actuación es poderosa, por descontado, y muy convincente, y su carcaterización como anciano aunque simple es efectiva, pero es un hombre joven y de hechuras poderosas, en plena erupción de energía vital a sus 35 años, y por más que el personaje del abuelo obsesionado con la bomba «H» y sus consecuencias sea también un tipo enérgico y dispuesto, está claro que su cuerpo y sus movimientos no son naturales. Es un poco como lo que todos sentimos viendo El irlandés (M. Escorsese, 2019) cuando nos preguntamos de qué servía gastar tantos millones en rejuvenecer a De Niro y Al Pacino, si se movían como los señores mayores que son, renqueantes y doblados. Pues esto es lo mismo pero al revés.
En fin, después de este primer acto un poco agridulce, aliñado además con algunos cambios de raccord extraños, impropios de la excelsitud y la exigencia del maestro Kurosawa, y un planteamiento de la historia algo machacón y repetitivo al modo japonés de presentar los problemas y alguna que otra sensación de desasosiego por confirmar que, efectivamente, estoy ante una obra menor, como había leído por ahí, la cosa cambia…

El nudo de la historia son las peripecias y los vaivenes de este viejo asustado por la radiación que quiere vender su póspera fundición y llevarse a Brasil a toda su familia y empleados, para lo que ha ideado una estratagema por la que intercambiará con otros japoneses afincados allí unas tierras. Su familia le somete a una especie de juicio administrativo para declararle inútil mentalmente por el peligro en el que pone el futuro de todos ellos y de su empresa. El tribunal, constituido en parte por ciudadanos de a pie, les da la razón a sus familiares y le declara incapaz de decidir sobre su propia vida.
A partir de este momento que -lástima- llega tarde, la cinta va tomando un cuerpo moral y estético poderosísimo. Se amontonan las reflexiones, las escenas inolvidables, los momentos imprescindibles. Porque lo bueno llega cuando la situación moral, por llamarlo de alguna forma, se da la vuelta. Me explico: en la primera parte nosotros, aunque podamos comprender y empatizar con el miedo del anciano, y ponernos en el pellejo de alguien que en Japón tema a la bomba de hidrógeno y sus radiaciones a solo 10 años de distancia de Hiroshima y Nagasaki, realmente asistimos a la chochez de un hombre que, aunque íntegro, capaz y responsable -hermoso momento el de los refrescos de naranja- está claro que parece haber perdido el oremus, y quiere arrastrar por un capricho de viejo chocho a decenas de personas que no comparten su miedo hacia una nueva vida incierta en Brasil, que además nadie desea.

Pero en la segunda parte, una vez que es inutilizado, primero judicialmente y luego económicamente, al no tener capacidad de obrar se convierte solamente en lo que es, no en lo que podría hacer. Quiero decir que de alguna forma su personalidad queda “desnuda”, y lo único que le queda es el miedo. Se transforma en un pelele malhumorado al que se puede ignorar o despreciar, como hacen sus propios hijos, o instrumentalizar, como pretende su antigua amante y el hijo que tuviera con ella. Nakajima-san es solo su miedo, y, enfrentado a ese miedo y a un mundo que le da la espalda a él y al peligro del que pretende ser heraldo, se convierte en un ser infrahumano, marginal y extraterrestre. En esta parte centrada en el miedo que siente Nakajima los jueces que le declararon inútil comentan entre sí si acaso no se precipitaron al tomar la decisión. Condenaron a un hombre a vivir aterrado. Creo que un par de veces se escucha en la película algo así como ¿podemos obligar a un ser humano a renunciar a su miedo? Obviamente la respuesta es no.
Pero es que, además, tendríamos que trasladarnos al Japón de la época para ponernos en contexto. Por aquel tiempo unos pescadores nipones se vieron afectados por la radiación provocada por una prueba nuclear en el atolón de Bikini. En aquellos años de proliferación nuclear se dice que las decenas de pruebas realizadas en el Pacífico llegaron a alterar ligeramente el clima de todo el extremo oriente. Es algo que estaba en las noticias a diario, y de hecho se mencionan estos asuntos en la misma película.
Sin embargo la cinta fue un fracaso comercial. Es la primera película de Kurosawa que perdió dinero en sus primeras semanas, y no se exportó al extranjero hasta unos años después, para completar ciclos y retrospectivas en filmotecas y festivales. El público, como los que rodean a Nakajima, no quiere vivir en el miedo y enseguida olvida los traumas pasados para enfrascarse en las preocupaciones menores del presente.
El viejo Nakajima se preocupa, en su último plano, por el sol que arde. Dice que es la tierra, quizá tenga razón.

Desde el punto de vista cinematográfico aunque, como decía antes, no tiene la fuerza arrolladora que suele imponer “El Emperador” a sus obras, llegando incluso a apreciarse lo que me han parecido errores u opciones muy bisoñas, como siempre ocurre con con Kurosawa hay logros excepcionales. Recuerdo por ejemplo ese minuto interminable, con el niño en brazos. Lo último que pide que le dejen proteger. No falta por cierto el viento que los agita… dentro de casa. Muy «Kurosawa» el detalle. También quiero reseñar la escena penúltima de la fundición incendiada -por inoperancia de los que se han quedado al cargo de ella, al declarar inútil al jefe Nakajima- y finalmente, como logro visual, esa rampa-escalera que lleva de la calle al sanatorio, que conduce del mundo que sigue su curso, ajeno al peligro y envuelto en las preocupaciones diarias al piso de arriba, al planeta en el que el Sr Nagasaki, aún preocupado por nosotros, nos ve arder a todos.

Como coda, una anécdota triste. Justo durante el rodaje de la escena de la fundición llegó la noticia del fallecimiento por tuberculosis de Fumio Hayasaka, compositor habitual de las películas de Kurosawa, a la temprana edad de 44 años. Entre sus creaciones, las bandas sonoras de Ugetsu Monogatari, El intendente Shanso y Los amantes cricificados, de Mizoguchi, y Rashomon, Vivir y Los siete Samuráis del mismo Kurosawa.
Desde luego, descansa en paz.
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