Tengo que decir que es la primera y única película que he visto de este director. Haré por ver alguna más, pero el acceso a su filmografía es complicado y ya he tenido que cometer algún pecado venial para conseguir ver esta reflexión sobre la pena de muerte.
Dentro de la corriente que se suele llamar cine “de tesis”, este film es un alegato bastante directo en contra de la pena de muerte, y sobre todo es una crítica nada velada a la hipocresía con la que las instituciones francesas la aplicaban. Todos los niveles de la sociedad implicados en la su ejecución quedan retratados. Ahora, más de medio siglo después podemos ver en la película ciertas costumbres y usos del sistema judicial y penitenciario francés incluso con una sonrisa , si gastamos humor negro, que es el bueno en mi opinión.

Por ejemplo, es curioso y casi cómico cómo llegan los guardas de la prisión a despertar al reo que va a ser ajusticiado, descalzos para no despertarle pero abalanzándose sobre él como alimañas. Este proceso además se repite en varias ocasiones, porque Cayatte quiere que nos demos cuenta de que es una costumbre, un uso, un mecanismo penitenciario y no la cosa extraordinaria y patética que puede parecer a quien desconoce esa realidad.

Hacia los presos capitales el trato es extrañísimo, mezcla de severidad y rigor insoportables -por ejemplo, hay un policía que “vive” en la celda, vigilando- con una suerte de respeto reverencial hacia ellos por parte de los guardas y de los demás presos, que llegan a convertirlos en héroes casi mitológicos. Es un fenómeno extraño.
De todas formas me adelanto, esto que vengo contando es digamos que el mensaje de la última parte de la película, pero creo que merece la pena comentar un poco su estructura, y de paso esbozar una sinopsis sin mucho destripe.
Hay una primera parte totalmente diferenciada del resto, de imaginería y puesta en escena muy cercana al neorrealismo. En ella conocemos a la familia desestructurada del aparente protagonista de la historia, René Le guen, así como el carácter de este. Es un chaval analfabeto, alcoholizado y violento que por cabriolas de la miseria termina enrolado en la resistencia francesa (hablamos de la IIGM) donde puede dar rienda suelta a sus instintos matando alemanes. Sin embargo su personalidad errática y bestializada por culpa del vino, la pobreza y la falta de referentes, termina llevándole ante un tribunal en el que se le condena a morir guillotinado. No he contado nada concreto de lo que ocurre en esta primera media hora de película, pero es desde el punto de vista cinematográfico sin duda la más interesante. Hay tal acumulación de acción y sucesos que la convierten en un mediometraje-miscelánea de noir, bélico y neorrealismo muy bien armado.

Una vez que René entra en prisión la película pasa a tener un tono más aleccionador y discursivo. De pronto nos damos cuenta de que el protagonista realmente no es él sino todos y cada uno de los condenados a muerte. De cada uno de los 4 o 5 que nos presenta, Cayatte quiere que comprendamos que a pesar de su naturaleza aparentemente monstruosa hay unas razones para sus crímenes que quizá no dependan de ellos, como puedan ser la locura y su ínfima extracción social. Es decir, que quizá su responsabilidad no sea total en algún sentido y se podría decir que han matado sin saber las consecuencias de sus actos. Mientras tanto el sistema judicial les mata a ellos con la alevosía y premeditación más absoluta, revistiendo además el proceso con mil ritos absurdos que sirven un poco para lavar la conciencia de la misma sociedad. Ver la película solo para conocer estos procedimientos, como decía antes, ya merece mucho la pena.
El caso es que en esta parte de desarrollo y aparente desenlace la película se atasca en su tarea aleccionadora. Si bien está llena de atractivas historias y personajes y sigue discurriendo entretenida y ágil, las tramas se dispersan, y las ganas de cubrir todos los aspectos de la crítica termina por restarle autenticidad narrativa.

Se trata sin embargo de un film notable que merece la pena rastrear. Desde luego es el argumentario más rico y completo que yo he visto en cine sobre por qué es condenable la pena de muerte. Es entretenida, está bien realizada y pertenece además a una época interesantísima del cine francés en la que el mundo penitenciario acogió a dos obras maestras de este arte, Un condenado a muerte se ha escapado, de Robert Bresson (1956), y la imprescindible y genial La evasión, de Jacques Becker (1960).
No matarás está llena además de frases y sentencias bastante impactantes, como impactante es su final tan abierto y angustioso. Además uno aprende muchas cosas viéndola, como que a las lobotomías se las llamaba “topectomía”. Cosas veredes.

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