Incidente en Ox Bow (William Wellman,1942)

Qué gran frase aquella de Fritz Lang: el Cinemascope sólo sirve para los entierros y las serpientes

Incidente en Ox Bow es un buen argumento para quien quiera defender tan simpática afirmación. Lo que fastidiaba a los viejos maestros de tener que adaptarse a los grandes formatos es que se les imponía adaptar la puesta en escena, o mejor dicho, algo así como la concepción completa de la película, a tener que ocupar un espacio apaisado que invita a la espectacularidad visual. Los formatos apaisados, años después de la película que hoy anotamos, llegaron acompañados de un nuevo modo de representación que afectaba o afecta -no sé qué tiempo verbal usar, ahora que viene la verticalidad, tendría que pensarlo y ordenar mis ideas- a la cinematografía. Por ejemplo, se imponen la epicidad y el sentimentalismo frente a la concisión y la agilidad narrativa que caracterizaba al cine anterior. Incluso en las historias íntimas o en las fábulas político-morales, caso de Incidente en Ox Bow, el nuevo cine para serpientes y entierros exigirá circunloquio, énfasis, sensorialidad y dramatismo impostado. Es otro cine , que llegará después, hecho para los ojos y las entrañas. La peli de hoy es cine hecho en las entrañas para los cerebros.

El argumento es bien conocido y no lo voy a detallar, ni tampoco quiero hacer la “ficha” de una película que es bastante conocida y que otros ya han hecho mejor de lo que yo sabría, por ejemplo en Cinemaesencial. Solo recordaré para los más despistados que se trata de la historia de un linchamiento. En un pueblo del viejo oeste se multiplican los robos de reses, y ante las noticias sobre la muerte de un ganadero local se forma una partida que sale en busca de los culpables, incluyendo a unos pocos renuentes que prefieren hacer justicia cumpliendo con la ley y sus procedimientos y a Henry Fonda y un amigo suyo, que están de paso por allí y en el fondo se unen a la caza para no ser culpados ellos mismos. La película dura 72 minutos. Es ABSOLUTAMENTE IMPENSABLE que hoy en día esta historia se pueda contar en ese tiempo con tanta intensidad, detalle, inteligencia y rigor narrativo. Sobran  minutos para:

  • Prólogo (llegada de Fonda al pueblo en busca de una chica)
  • Planteamiento del suceso y resolución del posible conflicto por el motivo de que Fonda sea considerado culpable.
  • Formación de la partida, delineación precisa de los caracteres personales y morales de al menos 5 ó 6 personajes, así como de su pasado e intenciones.
  • Conflicto sobre la naturaleza de la partida
  • Viaje de búsqueda con incidente femenino de por medio
  • Se encuentra a los supuestos culpables, se les presenta, se inicia el “juicio” que no es tal, sino el desfile de los argumentos, razones, sinsentidos, gestos y alguna escena movidita para que la audiencia esté aún más atenta.
  • Termina la tarea de la partida (no destriparé) y
  • Epílogo.

Scorsese no bajaría de las 3 horas y los 200 millones de presupuesto en rodar esto mismo dejándonos, esos sí, un barroco espectáculo imperecederamente televisable. Sería genial, pero a mí me gusta más lo que hace William A. Wellman.

Lo que hace William A. Wellman es justo lo contrario: es comprimir, no expandir. El mazazo que  Incidente en Ox Bow deja en nuestras cabezas se debe a que, en el formato de un western de aparente perfil bajo, sin apenas exteriores ni cabalgadas ni duelos, lo que se hace es sustituir todo esa espectacularidad del género -que ya preludiaba la era audiovisual- por algo difícil de definir y que es todo lo contrario. La intensidad viene de lo pequeño, de lo cercano, del apelotonamiento. Cuando la partida vengadora de vaqueros está en pantalla siempre parecen demasiados, cuando los personajes hablan siempre parecen estar demasiado cerca los unos de los otros. Sobre todo en la segunda parte del film (cuando encuentran a los supuestos ladrones) es como si todo se empequeñeciera, y además se abreviara. Los hecho se suceden muy rápido, e incluso el aplazamiento hasta el amanecer piadoso que se pide antes de la prometida ejecución ilegal nosotros lo vivimos en un tiempo comprimido, elidido, de forma que en nuestro espíritu de espectadores que anhelamos que se haga justicia esa dilatación se vuelve justo lo contrario: tensión y ansiedad.

Síntesis, sobriedad, agilidad, seriedad y tratar al espectador como adulto. Eso es Incidente en Ox Bow, y una patada en la barriga.

Me gustaría echar de nuevo un ojo a una pequeña secuencia que en apenas un minuto nos hiela la sangre como espectadores pero también nos ilustra sobre la grandeza de William Wellman, uno de los directores, a mi entender, más injustamente enterrados de la historia del cine.

La suerte de los supuestos ladrones se ha decidido… Serán colgados al amanecer, a no ser que lleguen las fuerzas del orden antes para evitarlo. Llega, pues, la última cena

1. los componentes de la partida, alegres por la captura, deciden asar la carne que llevaban los supuestos ladrones, y darse un banquete con ella, así como ofrecerles a ellos una última cena
2. Tranquilo travelling de retroceso que nos deja este plano general que resume tanto la película como algunas de las decisiones visuales de las que he hablado antes. Las líneas de la composición nos llevan a las horcas, que están en un segundo pero muy presente término.
3. El siguiente plano es la última cena del personaje que interpreta Anthony Quinn. Como es un tanto pendenciero asume su destino y se tranquiliza bebiendo algo.

4. En dos planos absolutamente maravillosos, a los otros dos acusados se les acerca una mano con una taza reconfortante. No vemos de quién es la mano en ninguno de los casos. El personaje de Dana Andrews (que en esta película está fabuloso) está escribiendo una carta a su mujer, que luego mencionaré.

5. En otro lugar de la escena los dos vaqueros que se han librado de ser acusados por aprestarse a ir con la partida sienten la mordida de la conciencia. El personaje de Fonda se pregunta, en las únicas palabras de esta breve secuencia, si llegará a tiempo la autoridad para detener el ajusticiamiento.
6. La atención se desplaza a la parte del acusador principal, un supuesto militar que ha liderado la partida y cuyo hijo, al fondo, tendrá que vérselas con la dolorosa tarea de aplicar la justicia con sus propias manos.

Como decía, en apenas un minuto quedan condensadas y resumidas de forma puramente visual las situaciones espirituales que todo lo acontecido hasta ahora ha dejado en el alma de los principales elementos activos de la película. Una escena innecesaria en lo narrativo, pero irreemplazable desde el punto de vista cinematográfico.

Me despido ya con otro plano que no puede quedar sin ilustrar. En él Henry Fonda lee la carta que había escrito el vaquero acusado a su mujer y que ha caído en sus manos. No vemos su rostro porque quien habla no es él.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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