Poco antes de abandonar la dirección de la RKO, el productor Dory Schary, cuya obra por cierto parece que ando persiguiendo sin pretenderlo, dejó en preproducción y con los decorados listos The Set-up, que sería por lo tanto la primera producción puesta en marcha a la llegada de Howard Hughes que, como es sabido, terminó conduciendo a la productora de la antena a la práctica quiebra con su desidia y sus rarezas. El caso es que, siendo un film sin grandes pretensiones, el nuevo director ejecutivo, Sid Rogell, se puso de inmediato con la tarea manteniendo en la dirección al joven Robert Wise, ya previsto por Schary. Aunque en efecto sea una película modesta, corta, sin grandes estrellas y sobre un tema -el boxeo- bastante particular y que es tratado además en sus aspectos menos convencionales, déjenme que me venga arriba.

The Set-Up (o Nadie puede vencerme, o Combate trucado) es una obra de arte absolutamente portentosa. Cinematografía pura, manual práctico de técnicas fílmicas que recomiendo ver más de una vez para, liberados de su furiosa tensión dramática tras el primer visionado, disfrutar de sus engranajes y vericuetos técnicos y estéticos. Narrada en falso tiempo real, 70 minutos precisamente acotados por un reloj que abre y cierra el filme, cuenta los previos y el combate de Stoker (Robert Ryan), un boxeador de tercera ya en los últimos compases de su carrera pugilística. Él no sabe que su derrota ha sido previamente amañada por su manager y se enfrenta confiado a un joven oponente que protege un mafiosillo, Little Boy, que es quien ha comprado el combate. La película arranca con el pago de este tongo y la entrada de los espectadores a la velada de boxeo en Paradise City, ciudad en la que hoy toca luchar; sigue con los prolegómenos de la pelea, en la que vemos desfilar a otros boxeadores de toda edad y condición que preceden al combate de Stoke así como, en acción paralela, a su mujer que vaga por la ciudad dudando de si ir a verle pelear o no, pues teme verle caer para siempre. Luego asistimos al combate completo en cuatro asaltos en tiempo real y, como coda, a las consecuencias dramáticas de este.

Su fotografía es simplemente perfecta y su puesta en escena digna de estudio, como decía antes. Su planificación es una serie imperfectible de decisiones: intrincados planos-secuencia barrocos para presentar personajes y dimensionar el espacio, planos subjetivos de espectador durante el combate, cuando la cámara apenas rebasa las cuerdas, y medido baile de distancias y angulaciones en las escenas menos dinámicas, por ejemplo esa en la que la mujer de Stoker se asoma a las vías y termina tirando su entrada; es para hacer un poster esa sucesión de planos. No hay música diegética. En ausencia de banda sonora los sonidos y la música son, sin embargo, fundamentales. Es una película que podría verse sin ojos, solo escucharla, y la seguiríamos perfectamente. Igual que ese personaje, el espectador ciego que sigue los combates con los ojos vidriados, emocionado y rabioso como el resto del público, podríamos nosotros, cegados, compadecer a Stoker y su humanidad inabarcable sólo de oídas.
Porque The Set-Up no es un mero ejercicio estilístico sino una historia llena de humanidad y evocaciones. No en vano está basada en un poema en prosa escrito por Joseph Moncure March. Stoker es, antes que protagonista, embajador de un mundo sórdido, el del boxeo de última categoría, que parece más noble, sincero y comprensible que lo exterior a él, que es el miserable futuro y el mundo que queda fuera de los límites del cuadrilátero. A sus 35 años ya es un boxeador amortizado que además -el trabajo de Ryan es, en todos los aspectos, sublime- muestra leves signos de empezar a estar “sonado”. Que debido a un mal golpe pierda definitivamente el sentido de la realidad, más aún que la muerte, es lo que teme su mujer que, como todos los que le conocen, sabe de su humanidad calmada y generosa. Es un hombre bueno destinado sin saberlo a hacer algo malo: dejarse vencer por dinero. A los demás boxeadores que le preceden en la velada los vamos conociendo en el mísero cuarto donde exorcizan sus miedos antes de la pelea y se les remiendan las cejas después. Excepto ellos y algún viejo empleado del pabellón, todo el mundo que rodea el ring, público y mánagers, son esperpentos con carga simbólica que contrastan con los púgiles y refuerzan la calidez simple que les caracteriza. Está el espectador ciego que nombraba antes, la señora de su casa salvajemente sádica, un flaco espectador al que solo le funcionan las neuronas espejo y está la masa rugiente, inhumana, que ha venido a buscar no se sabe muy bien qué, si sangre, diversión o delectación. Reconozco que mi absoluta ignorancia de este mundo y sus cosas me limita en el juicio sobre algunos aspectos de esta peli y de la que viene luego, porque toca sesión doble.

Pero antes de dejar a Stoker tranquilo hay que hacer mención de la escena de su pelea. Dura en tiempo real, como he dicho, los 4 asaltos programados con sus descansos. Eso son 21 minutazos de metraje y es, simplemente, irrepetible. La siempre atenta censura, por cierto, quizá colaborara en esta ocasión a su mérito, pues la oficina de la PCA ordenó, visto el guión, que se tomaran muchas tomas generales para cubrir un posible exceso de sanguinolentos planos medios y cercanos en el montaje final. Y en efecto es una pelea en la que hay pocas imágenes en primer término de los púgiles. Casi todo el tiempo los vemos con las cuerdas de por medio, como espectadores. Sin embargo está todo tan bien coreografiado y montado que el resultado es estremecedor. Diré que mis acompañantes en casa pasaron un mal rato, porque si uno es sensible a la violencia -no como yo, un cacho carne- es comprensible que tal letanía de golpes sin sentido -¡se juegan 50 dólares!- dejen mal cuerpo. Es una película dura, intensa, fulgurante y sin moraleja. Irrepetible.
Fat City gustó mucho a John Huston. Le gustó hacerla y le encantó el resultado aunque no triunfara en taquilla. Y es que es un filme deprimente, grasiento, resacoso y muy sudado. Sin héroes ni villanos, ni gestas, ni nada más que unos cuantos seres a la deriva. Es Vidas Rebeldes sin estrellas y con el más soso aspecto setentero, y eso que Marlon Brando dijo estar animado a protagonizarla… Aunque se lo pensó tanto que hubo que empezar sin él. Pero todas esas cosas a Huston, que sabía que espantarían al público, le daban un poco igual, porque él quería hacer una película de personajes en la que retratar de paso un ambiente que él conoció en su juventud cuando fue boxeador aficionado. Contrató como extras incluso a algunos viejos conocidos y la rodó en Stockton, California, donde él mismo había peleado en su adolescencia.

Es la historia de Tully (Stacy Keach), un ex boxeador de tercera, acabado física y económicamente, que encuentra por casualidad entrenando a un chaval jovencísimo, Ernie (Jeff Bridges) al que anima a profesionalizarse yendo a entrenar con sus viejos mentores. La película cuenta los dispersos pormenores del intento de Tully por volver al ring y, a la vez, de los inicios en el boxeo de Ernie. Sin embargo no orbita en torno a estos dos focos de atención. Son una simple excusa para que Huston, como decía antes, nos deje una buena cantidad de momentos tan sórdidos como memorables. Personajes sin rumbo, quizá la que más Oma (casi oscarizada Susan Tyrell) mujer alcoholizada que ha olvidado lo que ama y para qué vive, que conserva sin embargo un intacto sentido de la dignidad. Y qué decir de esos animosos entrenadores-mánagers, que celebran las derrotas por no herir los sentimientos de sus pobres pupilos que les llevan a la ruina. Fat City es una película triste y desoladora, pero a la vez emana una corriente cálida y humana gracias a la maestría con la que Huston sabe, como tantas veces antes en su trayectoria, inventar personajes a los que, más que crear, les insufla vida, amor y una complicidad tan potente que, por más que estén perdidos, o sean memos, o se dediquen a lo improbable, hay que quererlos.

En el fondo Fat City es lo mismo que The Set-Up. La representación del boxeo marginal que sirve para mostrar el camino del error, la sordidez de la vida mal escogida, la pobreza irremediable a la que conducen la suma de buen corazón y falta de talento. Sueños en extinción, la mente hecha una nube, el futuro un hoyo profundo. Necesidad de amor.
Sin embargo, ambas películas escogen caminos muy distintos para llegar a este mismo lugar. The Set-Up es un filme brillante y trabajado, una gema humilde pero tallada con la maquinaria más precisa y con el diseño más eficiente. Es una película de ese género que yo llamo “patada en la barriga” que preside Incidente en Ox-Bow. Película corta pero meticulosamente pensada y ejecutada, de forma que uno tiene la sensación de que ha surgido de la tierra para eso, para patearnos la barriga y volverse luego a sepultar. Además su narración en tiempo real contribuye, con sus ansias y sus oportunidades de demora, a que naturalicemos la tensión y la empatía que, a partes iguales, sentimos por el bueno de Stoker y el destino que le aguarda dentro del cuadrilátero, y luego fuera.
Huston sin embargo ha escogido para llegar al mismo sitio un camino totalmente opuesto. Aparte de las obvias diferencias formales que determinan el tiempo transcurrido entre ambas películas y sus procesos de producción y fotografiado, Fat City es muy distinta. El tiempo no solo no se corresponde con el paso real de los minutos, sino que hay elipsis tremendas que, si nos despistamos, pueden desubicarnos. Entres dos planos pueden haber pasado seis meses, o un año, sin que nada en la transición visual entre ambos lo indique. El tiempo pasa por sus protagonistas sin que merezca la pena enfatizar nada. En esta película todos los personajes son un poco insulares. Son ellos con sus problemas y, cuando hablan con otros, realmente no hacen más que dictar un soliloquio sobre ellos mismos. Nadie parece escuchar a los demás, ni siquiera a sí mismo, por lo que el paso del tiempo, o lo que suceda a cualquiera de ellos, es indiferente a los demás, que siguen con su hilo biográfico y su propia línea temporal. En cierto sentido es una película muy abstracta. Abstracta como el mundo que se atisba al otro lado de la resaca. Fogonazos de personas, espacios y rutinas. Vista así la realidad, cualquier sitio es bueno para volver a empezar… Y eso mismo pensaría Stoker, en duro blanco y negro, veintitantos años antes.
Cualquier sitio es bueno si, no perteneciendo a código postal alguno, está sin embargo acotado y nos protege de los golpes de lo de fuera y nos permite refugiarnos en los golpes de dentro. Hablo, claro está, del cuadrilátero.


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Hola tocay
Películas de boxeo; un directo a la conciencia o una patada en las partes blandas. Encuentras verdaderas joyas pero tienes que encajar muchos ganchos al hígado. Un poco lo que pasa con nuestro querido John siempre brillando a gran altura y, ocasionalmente, nos hace exclamar: ¡Houston, tenemos un problema!
Debo tener la guardia baja pero Robert Ryan me ha hecho pensar en Russell «Cinderella» Crowe y, lo que es aún peor, Keach-Bridges en Newman-Cruise de El Buscavidas/El color del dinero. ¿Estaré sonado con tantos golpes de celuloide?
Un saludo, Manuel.
PD. En el último golpe de campana he pensado: Paradise City, Fat City; Menos carne, Más vida. (Nota mental: Poner la banda sonora de The Harder They Come que cantaba Jimmy Cliff).
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Hola tocayo,
no sé yo si la relación Keach-Bridges es muy asimilable a la de Newman-Cruise en el color del dinero… Por una parte creo que en Fat City todo es más agrio y desangelado, incluída esa relación, y por otra parte El Color del dinero es una peli que me cuesta recordar con objetividad, porque no diré que es mala, pero se parece tan poco y está tan lejos de El buscavidas, una de mis pelis predilectas, que yo qué sé.
Saludos y disculpas por la mala educación de contestar tan tarde, es lo que tiene vacacionar en bicicleta.
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Qué sesión doble más maravillosa propones, qué dos películas de boxeo tan impresionantes.
Lo he dicho en ocasiones, vivo una curiosa contradicción: creo que jamás iría a un combate de boxeo, y, sin embargo, las películas sobre boxeo me fascinan.
Tanto la de Robert Wise, Nadie puede vencerme, como Fat city, son dos títulos que me dejaron ko. Me gustan y logran emocionarme. Además sus actores construyen unos personajes difíciles de olvidar. Quizá lo que me llama de estas películas con boxeo de fondo es que se convierten en duras metáforas de la vida.
La verdad es que atesoro una larga filmografía con el boxeo u otros tipos de lucha en el ring de fondo. Dos títulos que en los últimos años me han gustado mucho son: por una parte un clásico, «Réquiem por un boxeador» (Requiem for a heavyweight, 1962) de Ralph Nelson, y, por otra, una más nueva sobre lucha libre, «Foxcatcher», de Bennett Miller.
Beso
Hildy
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Querida Hildy,
creo que a much@s nos pasa eso mismo con el boxeo y sus películas, que no nos interesamos por el deporte pero llevado a la pantalla nos atrapa. Una de las muchas razones para ello, más allá de la plasticidad cinematográfica de este deporte, yo creo que está en que el boxeador, al menos en cuanto personaje, es como que se destruye a la vez que se construye y viceversa.
Me apunto tus recomendaciones que me quiere sonar la primera pero la segunda ni idea.
Un beso fuerte y disculpas también por la mala educación de no responder antes.
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Es curioso que con lo poco que me interesa el boxeo (más concretamente NADA) me gusten tanto las películas pugilísticas. Fat City es una maravilla, me encanta el tono que le imprime Huston a la cinta y que describes muy bien, para mí es una de las grandes obras de su carrera y se nota que es un proyecto muy especial para el director.
The Set-Up la vi hace tiempo y me gustó, pero me has animado a revisionarla. Siento debilidad por Robert Ryan y me gustan estas películas de serie B que imprimen cierta sensación de urgencia: breves, directas al grano y sin tiempo apenas para altibajos.
Un saludo.
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A mí también me dejan KO las pelis cortas, directas, sin zarandajas y dolorosas. Ese género que suelo llamar «patada en la barriga». Dejémoslo en este caso en «directo al hígado».
Después de escribir esto vi en algún sitio que Robert Ryan había sido boxeador en su juventud, lo mismo que Huston, y entonces comprendí mejor la enormidad de su actuación.
Un saludo con feo retraso!
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