Apenas hay forma de encontrar más información sobre esta película que su mismo visionado. Gracias a las oscuras artes del Dr. Mabuse pude disponer de los subtítulos en inglés y se lo agradezco mucho, porque me ha gustado verla. No es una buena película pero sí es un extraño viaje hacia una cultura extinta y un momento histórico que me parece increíble que se pudiera vivir con tal naturalidad.

Canto de la Victoria es una sucesión de pequeñas escenas; cada una cuenta una historia brevísima, apenas un apunte que va de los 2 a los 5 minutos para alcanzar los 80 totales de duración. En todas partes se dice que son 13 escenas, pero yo he tomado notas y me salen 11. No voy a enumerar el argumento de cada una para no aburrir, pero en general tratan de cómo se asume o se debe asumir la participación en la guerra en los momentos más duros de la contienda. Cada pequeño episodio es una miniatura alegórica, una moraleja o un ejemplo testimonial, sencillo siempre, a veces burdo, en algún caso emocionante. La escasez de medios es evidente. Se nota que cada una de las viñetas está rodada en uno (o medio) día de trabajo y aunque guarden entre sí gran coherencia temática en lo estilístico se notan las varias manos que han intervenido. Según donde mire uno puede encontrar listas de directores responsables que van en número de 4 a 8. Los dos más conocidos son los maestros Mizoguchi y Shimizu. El estilo del primero es inmediatamente reconocible en la escena de apertura, quizá la más hermosa desde el punto de vista fílmico, y a Shimizu es fácil rastrearlo en tres o cuatro de las restantes, por su forma de mover grupos de gente y rodar en exteriores. Por otro lado, buena parte del metraje lo forman cortes documentales de batallas o maniobras militares rodadas, no me cabe duda, años antes. Este material de archivo quiere mostrar el poderío militar del Imperio -seguro que los espectadores de 1945 ya lo sabían manifiestamente mermado – y, en contraste con la humildad de medios de la parte ficcionada, estas filigranas militares no hacen sino reforzar el tono pesimista que emana del filme, a pesar de que todo él es una proclama que quiere ser positiva. De hecho su última frase es “Ganaremos esta guerra, no fallaremos”.

Pero lo que me ha atraído de Hisshôka no es la oportunidad de rastrear el estilo de directores predilectos -que también- o echarme unas risas con las ocurrencias propagandísticas, siempre ridículas. Eso es lo que me llevó a verla, pero lo que me ha dejado es algo distinto, más profundo y simple a la vez. Es eso de asistir, como decía antes, a una cultura o mejor una idea de patriotismo que se derrumba en directo pero que, a pesar de estar sus horas contadas y de la burda tramoya publicitaria, se muestra esplendorosa y evidente. Esta película verbaliza y escenifica unos valores tan distintos a los nuestros con tanta naturalidad que no puedo más que disfrutarlo de un modo como etnográfico. Me siento privilegiado por encontrar estos filmes y poder disfrutarlos a pesar de su extrañeza, porque me dicen que se puede vivir -que se ha vivido- con otros esquemas y principios. En esta película estos esquemas y principios se muestran de forma tan obvia, tan cristalina, tan nada mediatizada por el drama o el aparato ficcional -a ello ayuda que esté compuesta por miniaturas sintéticas- que no hay nada que interpretar, nada que suponer, solo contemplar y flipar, mirar y pensar.

En efecto aquí nos encontramos, entre otras cosas (e historias y personas):
- Niños de 6 o 7 años que trabajan en acerías manejando el metal fundido con una sonrisa. Un ejemplo a seguir.
- Niño que engaña a su padre y se alista (con 10 o 12 años) para ser aviador sin contarlo en casa. El padre se cabrea porque a él le emociona y se enorgullece de que se vaya a la guerra a estamparse contra un barco y no entiende por qué ha de sufrir la humillación de que se lo haya querido ocultar.
- Hay una joven hermosa que ha contratado a un casamentero para que le busque marido. Resulta que este ha encontrado a un buen chaval, pero cuando ya estaba todo dispuesto para que se conocieran le han llamado a filas, así que como es natural se rompe el acuerdo. Ella se niega e insiste en casarse con él incluso sin llegar a verle. Su deber cívico es desposar a ese desconocido a pesar de todo, por si vuelve cojituerto y hay que cuidarlo.
- Un soldado borrachísimo por la ración extra de sake que le han dado porque vuelve a casa de permiso (claro, claro…) va en un vagón atestado molestando al personal, pero un oficial que viaja sentado le deja sitio e incluso lo cuida con cariño. Qué majos son los oficiales del Ejército Imperial que apoyan las borracheras ganadas al enemigo.
- El Sr. Yamada forma parte de la defensa civil, y se encarga de decir a la gente que tenga en condiciones el pilón de agua de la puerta de casa. Supongo que es por si las bombas incendiarias.
- Bombardeo con bombas incendiarias: Kinuyo Tanaka consuela a su bebé en el refugio, pero luego la voz de un maestro que lee las noticias nos informa de que “los daños han sido mínimos” gracias a la participación ciudadana. Los niños en el colegio, al hilo de esto, gritan su ¡BANZAI! a sus mismos padres y madres, ciudadan@s.
- La escena más pavorosa a nuestros ojos occidentales: un oficial de aviación invita a un grupo de padres de jóvenes kamikazes que se han matado cumpliendo con su destino. Les explica el ceremonial previo a levantar el vuelo sin retorno -palabras ilustradas con imágenes reales de archivo- y luego les invita a una juerga, hartarse de comer y beber y cantar canciones de borrachera en honor de sus hijos muertos. Es una escena que descrita así suena esperpéntica pero que, en embargo, sucede de forma natural, amable y llena de sensibilidad.
En fin, me dejo muchos otros detalles y momentos que, junto a estos, quieren contribuir a una didáctica de la participación ciudadana en tiempos de guerra. Pero lo doliente de todo esto es que, a pesar de toda la parafernalia de archivo militar, es más que evidente que se está afrontando una derrota que se da por descontada. La película, si la miramos bien, enseña a sus espectadores que se va a perder una guerra; que se va a ser bombardeado hasta la destrucción total, que el hermano/hijo/novio no va a volver, que si eres soldado escondido en una isla remota has de lanzarte a un ataque sin vuelta atrás y, en fin, todo eso que estaba ya ocurriendo en 1945 es mostrado en Hissôka sin poso alguno de amargura. Hay una asunción estoica de la próxima destrucción que animosamente hay que afrontar renunciando a la propia vida o proyecto vital que tengamos porque la comunidad y su cabeza, el emperador, está por encima de cada uno de nosotros.
Luego el Emperador lo arregló todo con un discurso radiado. Y su pueblo a reinventarse.


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Hola tocayoo (la «o» de más es por si alguna vez a ido de menos ejem, ejem)
¿Una película de «cachos» y sobre una «victoria»? Esto es un publireportaje para valientes.
Iba a escribir eso tan original de «todas las victorias se parecen pero algunas más que otras» pero mejor pongo ejemplos:
-Ayer en RTVE «las largas vacaciones del 36» un chico de poco más de doce años se apunta en el bando republicano sin decirlo a la familia.
-Casamiento por poderes. Creo que era una realidad, de esas que se cuentan en voz baja, aquí también durante «aquellos maravillosos años». Y no solo entre la realeza.
-Cambias el hachimaki por un turbante y el ¡Banzai! por… otra cosa y, aquí en occidente y ahora, la situación es muy parecida.
Un saludo, Manuel.
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Hola Toocayoo-san!
Es verdad lo que dices, que la tontería y el yerro nos acompañan y se manifiestan de las más extravagantes y redundantes formas, pero aquí lo tienes todo juntito y en nipón.
Lo interesante para mí, de cualquier modo, más que los comportamientos o las costumbres que nos parecen aberrantes, es el hecho de que podamos asistir a cómo en Japón y en ese año esté todo ahí en un contexto extraño, de asunción de la derrota inminente bajo cantos victoriosos.
Un saludo!
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