En 1931 Cimarron (Wesley Ruggles) fue el bombazo de la temporada, llevándose además cinco premios de la Academia. Aunque a día de hoy es más recordada la espectacular versión de Anthony Mann de 1960, la primera fue en su momento un gran éxito que todos los estudios quisieron repetir. He pensado que puedo aprovechar esta circunstancia para unir en una sesión doble dos películas de Wellman que coinciden en que se concibieron para, aprovechando que se tenía en nómina de la RKO a Richard Dix, protagonista de la primera Cimarron, tratar de emular sus buenos resultados. En la primera tentativa, The Conquerors (1932), fue Selznick, productor ejecutivo por entonces en la Radio Pictures, quien tuvo la idea de hacer una especie de continuación o remedo de la original desde otro punto de vista, el de los valerosos banqueros de frontera, mientras que en la posterior Stingaree (1934), se trataba más bien de aprovechar la oportunidad de poder repetir cartel con Richard Dix e Irene Dunne, la pareja protagonista de la exitosa epopeya del 31.

Como a pesar de esto son películas distintas tanto en su planteamiento como en sus resultados, mejor las vemos por separado. Lo único importante que tienen en común, de hecho, es el protagonismo de Dix que por cierto me recuerda a Buzz Lightyear o viceversa. Sobre su trabajo como actor leo por ahí que hay división de opiniones. Desde luego hizo con bastante éxito el paso del mudo al sonoro a pesar de -¿o a causa de?- que es el caso paradigmático de intérprete que conserva los gestos y modos actorales típicos de la etapa anterior. Hay quien aprecia su gracejo natural, que lo tiene, y su presencia física, pero a otros nos parece un actor demasiado envarado, con una extraña mirada a la vez intensa y vacía que resta más que suma a sus películas, pero en el fondo es como siempre cuestión de gustos, así que no insistiremos en ello, y paso directamente a hablar de sus dos protagonistas con Wellman. Me permito la licencia de tratar primero Stingaree, aunque sea posterior en el tiempo, porque es un filme menos memorable que The Conquerors y hay poco que decir de él, y termino con la otra, que tiene más y mejor miga y dejará por lo tanto mejor sabor de boca y más saciada la curiosidad cinéfila.
Stingaree (1934)
Stingaree es una producción mucho menos ambiciosa que The Conquerors, resuelta por la vía rápida y que, aunque entretenida, atractiva y simpática, ni de lejos iguala sus aciertos y por supuesto ni por ensalmo se acercó al éxito de Cimarron, a pesar de contar de nuevo, como decíamos arriba, con su pareja protagonista: el ojiplático Richard Dix y la hermosa Irene Dunne, aquí en su versión canora. Stingaree (Richard Dix) es una suerte de bandido australiano que recuerda bastante a El Zorro y a nuestro Curro Jiménez por su gallardía y honradez intermitente pero, a diferencia de nuestro iletrado asaltagabachos, es un tipo sensible y cultivado. Tanto es así que en su Inglaterra natal se dedicaba a la composición musical, mientras que ahora cabalga por el down under con su escudero fiel, que interpreta Andy Devine, improbable matón donde los haya, formando una pareja que también tiene algo de quijotesca.

Stingaree es una peculiarísima mezcla de géneros. Se plantea como una peli de aventuras de capa y espada de tipo zorruno con el toque exótico de suceder en Australia. Hay algo de comedia ligera y de acción física en ella, claro, pero esto se diluye en la trama principal, que resulta ser el secuestro de la joven soprano incomprendida Hilda Bouverie (Irene Dunne) por parte del mismo Stingaree con vistas a lograr que triunfe en el mundo de la ópera, y lo logrará. Total, que tenemos a un bandolero metido a proto-productor musical por vía de una especie de síndrome de Estocolmo inverso, y a una amada en apuros empeñada en sus gorgoritos, y todo esto circundado por Andy Devine y sus torpezas, la ridícula familia adoptiva de Hilda, que la quiere solo de criada, y un policía galante pero especialmente torpe incapaz de atrapar a Raya-látigo, como insiste en traducir su nombre el aficionado subtitulador de la copia que me he agenciado. Lo que empieza como una de bandidos termina convertido en una especie de dramón romántico musicalizado, de operístico argumento, claro, y a mí lo que más me gusta de todo es Irene Dunne y sus voluntariosos trinos.

Película curiosa, inesperada e inclasificable. A pesar de sus simpáticos personajes, de la originalidad de su planteamiento, de las cancioncillas que incluye, que gustarían mucho en la época y de la pegadiza tonada-himno que sirve de leitmotiv para toda la banda sonora, y de ser tan entretenida y concisa como exigía la industria entonces, Stingaree está razonablemente olvidada. Lógicamente no renovó el éxito de Cimarrón ni consiguió Wellman repetir al menos los hermosos logros alcanzados con The Conquerors dos años antes. Al menos nos deja la edificante moraleja de que no debemos prejuzgar a los bandidos, pues quizá tras ese pendenciero que asalta su diligencia y le roba las alhajas se esconde un eximio pianista y compositor que tuvo que dejar Londres y cambiar el Covent Garden por eucaliptales y praderas repletas de ojipláticos marsupiales y mucho bicho venenoso.

The Conquerors (1932)
La filmografía de Wellman parece que no se agota nunca -va para dos años este especial espaciado en el que voy comentando su obra- y lo bueno es que, aunque las grandes obras maestras seguramente ya estén todas analizadas, siguen saliendo del archivo wellmaniano gemas inesperadas como The Conquerors. No es una obra maestra, pero está llena de buenas ideas y de momentos memorables que merecen atención y rescate. Como comentaba más arriba, hay que tener en cuenta que la peli fue ideada y producida por David O. Selznick como una especie de continuación de Cimarron. La mano de Selznick se nota mucho en lo cuidado de la ambientación y seguramente interviniera en algunas buenas ideas narrativas y otras menos buenas ocurrencias argumentales, como alguna que otra muerte inesperada que se produce, por ejemplo, y que tienen ese toque melodramático un poco artificioso que delata al productor de Duelo al sol.

Los conquistadores cuenta la historia de la familia Standish desde 1874 (mismo año en que empieza la acción de Stingaree, casualmente) hasta el presente 1932 en que se estrena. Lo que más chirría desde nuestro descreído punto de vista actual es que es toda una loa a la banca y a su impagable lugar en la sociedad moderna. Y ello lo vemos a través de la heroica epopeya de Roger Standish y el banco que funda en un villorrio de Nebraska tras seguir la consigna de marchar al Oeste. De hecho a pesar de que su trama es parecida a la de So big!, estrenada ese mismo año, y que cuenta por tanto la peripecia vital de un pionero hasta el momento actual, Los conquistadores tiene un tono muy de western en su vertiente más fordiana. De hecho, si nos la pusieran ocultando los créditos y nos pidieran a 10 cinéfil@s adivinar el director, estoy seguro de que más de siete dirían (diríamos) que es de John Ford. Y es que tiene hasta su carismático médico borrachín, como dicta el cánon del director de La diligencia.

Como decía antes, lo más sorprendente de The Conquerors es el protagonismo y la apología indisimulada que hace de la banca, a pesar de que precisamente la película se estructura en torno a los tres grandes cracks económicos que sufrió EEUU entre 1873 y 1929, cuyas consecuencias para los Standish hacen avanzar la trama. Además hay que ver que la película se estrena en 1932, en lo más crudo de la Gran Depresión. En esos años los creadores de Hollywood parecen dividirse entre quienes abogan por la denuncia social y reflejar las consecuencias de la crisis y el escapismo del glamour, las estrellas lánguidas, las comedias sexuales, los musicales, y los teléfonos blancos. The Conquerors tira por la calle de en medio, pues por una parte explica las razones de la crisis pero por otra parte aboga por ese discurso que tanto nos suena hoy en día, y que tan de moda puso la experiencia de 2008, eso de que crisis significa oportunidad, y de que de la ruina surge la fortuna, y de que emprendiendo emprendiendo se acaba uno enriqueciendo y, en fin, todo eso. Me pongo en el lugar del espectador de la época y, la verdad, no sé qué podrían pensar ¿Se imaginan hoy una gran producción dedicada a ensalzar la naturaleza especulativa de los grandes fondos de inversión? ¿A Alex de la Iglesia glosando las épicas opas y fusiones de Emilio Botín y familia? Pues algo así es The conquerors, pero en bueno.


Al margen de su peculiar planteamiento -que no dejo de pensar si en el fondo no sería una caricia en el lomo del bueno de Selznick a potenciales inversores- Los conquistadores es una muy buena película. La he visto dos veces en el plazo de unos meses y la segunda me ha parecido mucho mejor que la primera, he encontrado muchos hallazgos y buenas ideas en ella. Además tiene una cualidad que cada vez valoro más, y es lo mucho que sorprende por varios motivos. Para no alargar mucho la lectura y de paso animar a su visionado por ejemplo aquí, en vez de seguir perorando voy a enumerar alguno de esas sorprendentes virtudes de Los conquistadores.
- Aunque esto no es raro en la época de su estreno, qué llamativas son esas superelipsis que marcan el paso del tiempo directamente de la niñez a la vida adulta, por ejemplo, con algún motivo simpático y en apenas unos segundos. En esta peli además se usan como excusa mis dos aficiones: las bicicletas y su llegada, que enmarca el crecimiento de la hija de Standish de la niñez a la pedida de mano, y otra que me gusta aún más, que es la llegada del siglo XX con un hermoso interludio en el que Wellman mete en una primitiva sala de proyección al mismísimo Meliès y el primer vuelo de los hermanos Wright, claro.



- La película tiene varios momentos de una crueldad visual inusitada, bestial. En especial llamo la atención sobre el linchamiento a una panda de ladrones -curiosamente, el motivo central mi peli predilecta de Wellman, Incidente en Ox Bow– que se muestra como una actividad organizada racionalmente, necesaria y conveniente aunque, vaya, el protagonista se siente indispuesto y no está presente para colgar la soga del árbol. Está rodada con una frialdad que espanta. Si no fuera porque trabajaba tanto y tan a destajo, me inclinaría a pensar que Incidente en Ox-Bow podría ser una especie de penitencia que el bueno de Wellman quiso pagar por tan crueles planos, pero estoy seguro de que, realmente, cuando rodó su pequeña gran obra una década más tarde probablemente habría olvidado ya esta peculiar secuencia.

- Y lo mismo ocurre con otra escena terrible en la que muere un niño. Los anuncios de la DGT aún no han conseguido ilustrar con tanta crudeza las consecuencias de ponerse al volante borracho perdido. Y es que Wellman ya les hizo el mejor spot sin que hubiera ni volantes que girar. Tremendo momento. Estas dos escenas, y alguna más, chocan con una norma habitual de nuestro querido director y en general de sus compañeros de generación, que es no mostrar directamente el último aliento de sus personajes. Aunque, por otro lado, las muertes chungas tampoco eran un bocado extraño en esos tiempos, como ya vimos en El enemigo público y El hacha justiciera.

- Un detalle curioso, y es que es la primera película en el orden temporal (recuerdo, 1932) en la que creo haber oído hablar de la televisión, que según el discurso esperanzado que cierra el filme, dará la oportunidad, junto a las grandes construcciones y los vuelos transoceánicos de 2 ó 3 horas, para nuevas oportunidades y tal y cual. Me ha sorprendido porque no suponía yo que la tecnología televisiva, aún en fase experimental, fuese ya masivamente conocida y reconocida como parte de la vida futura. Siempre aprendemos algo.
- Y por último, algo que cualquiera que vea Los conquistadores recordará, más allá incluso de su mismo argumento, son los pequeños interludios trucados en los que se muestra cada uno de los cracks bursátiles. Son pequeñas joyas elaboradas por Slavko Vorkapić, un artesano de origen serbio especialista en este tipo de trucajes de transición cuya maestría fue tal que estas escenitas llegaron a denominarse en la industria vorkapics, directamente. No tenía ni idea de su existencia hasta ahora, pero por lo poco que he visto creo que se merecería un post para él solo, porque su trabajo, que entrevera la vanguardia y la artesanía más creativa en la época más industrial y estandarizada del cine, seguro que esconde muchos hallazgos.

De hecho, y para rematar este apunte, les dejo con un cortometraje mudo que hizo en 1928 sobre otro conquistador que, ay, llegó a territorio baldío.
Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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Hola tocayo
La vi ayer y, está claro, es una pelí cuando menos curiosa. Todo el tiempo estaba pensando que era una de esas pelis, cocinadas a fuego lento, durante la etapa muda y que cogieron la ola de la gran depresión para «oportunamente» darle un empujoncito al MAGA (MakeAmericaGreatAgain).
Por desarrollo, por interpretaciones, incluso por los rótulos animados(patriotas, constructores…) parece de diez años antes; sin contar su espíritu de «máquina de picar carne»: baja la emoción-personaje que sobra. Mención especial para el linchamiento que por lo general son caóticos y desordenados y en este caso está perfectamente planificado y coreografiado.
Dix es un interprete muy plano y hace que brillen más el resto del reparto pero le ponen «a huevo» las dos arengas; por contra cuando se cae del no-caballo da vergüencita. La dama está realmente bien empieza siendo una neoyorquina de pro, bastante tontita, y se hace la dueña de la función. Curiosamente ella parece un bosquejo de Scarlett O’Hara y él del Jimmy Stewart en la más navideña de las pelis no navideñas (¡Qué bello es vivir!).
En cuanto a Stingaree decir que, durante mucho tiempo, los australianos siempre eran los expatriados ingleses (por «buena conducta») y ahora ya son una nación más. Y que entre Stingaree y Raya-Látigo me hace pensar que Stingray es ese curioso animal que nosotros llamamos mantaraya. Lo que nos daría una pareja de superheroes marvel-lous muy de hoy Buzz añosluz y Mantaraya, glups
Un saludo, Manuel.
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Me alegro mucho de que te haya parecido curiosa, tocayo. Sobre lo que dices de que parece anterior… No sé si es así, la verdad, pero sí que pensaba cuando la veía que a pesar de lo reciente que estaba el batacazo, el espíritu que tiene es triunfalista a tope, muy MAGA como dices.
Pero es que las pelis de los 30 son así, están un poco locuelas, como se decía en los tebeos antes.
Saludos mantarayados!
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Jajajaja, qué haríamos los amantes de Wellman sin ti, que además ya te lo he dicho en alguna ocasión, nos bajas los pies a la tierra y muestras cómo en su larga y extensa obra hay obras maestras y otras del montón. Además de centrarte en asuntos de trama superinteresantes como señalas en The Conquerors.
Me ha llamado la atención el actor de este dúo de películas de Wellman: Richard Dix, que además mencionas su éxito por Cimarrón. Te diré que mirando su filmografía me ha llamado la atención una serie de películas de serie B, entre cine negro y thriller, que se inauguró en 1944 con el nombre de The Whistler. Sus argumentos molan un montón.
Beso
Hildy
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¡Jopé Hildy!, qué descubrimiento The Whistler. No tengo ni idea de cómo serán las pelis (he mandado a una mulita a investigar sobre el asunto) pero los argumentos, como dices, molan mucho. Copipego el de Voice of the Whistler (William Castle, 1944)
«Un millonario que se está muriendo se casa con su enfermera de compañía. A continuación, experimenta una cura milagrosa.»
¡Su enfermera de compañía!. Como este es un blog para todos los públicos no haremos una exégesis sanitario-sexual de la sinopsis, que vivimos tiempos de autocensura y me faltan las fuerzas para enfrentarme a esta moral de cartonpiedra que nos atenaza.
Otro argumento que mola (también sacado de filmaffinity): «Un hombre busca a su acaudalada prometida, que ha sido secuestrada e ingresada en un manicomio por otro individuo, aduciendo que ya era su esposa.»
¡JA!
Un beso muy fuerte Hildy, estas dos de Wellman está la una medio bien y la otra bastante curiosa, la siguiente es mala con avaricia…. ¡Permanezcan atentas a la pantalla!
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