Que Wild Bill, como era conocido en el mundillo, se esté enseñoreando del blog, tiene que ver con que sus películas mueven en mí un resorte, me piden que las extienda un poco más en el tiempo y que les dé otro mínimo capirotazo que las haga pervivir un poquito más. Las conocidas y reconocidas (Incidente en Ox Bow o Enemigo público) porque me gusta regodearme en ellas y no les viene mal una capa de actualidad, y las olvidadas y desconocidas, como A salvo en el infierno, bien merecen unas paletadas de desentierro, porque méritos tiene sobrados.

Wild Boys of the Road, que no tiene nombre conocido en castellano, pero podría ser “Los chicos de la calle” es otra producción del cine social generado a la estela de la Gran Depresión. En este caso el tema, como reza el ilustrativo título, es la situación a la que se vieron abocados miles de jóvenes norteamericanos que, en situación de desamparo por la pobreza de sus padres, se van buscando la vida lampando como pueden de ciudad en ciudad.
En este caso tenemos la historia de dos chicos de instituto que abandonan sus hogares para no representar una carga para sus padres empobrecidos y en el paro. Uno de ellos, Tommy (Edwin Phillips) es de origen humilde, pero el otro, Eddie (Frankie Darro) representa ya (¡y estamos en 1933!) la imagen de chaval acomodado, con su propio coche personalizado y un cómodo hogar con nevera llena y padres dadivosos. Sin embargo su padre queda en paro y será él mismo quien tome la iniciativa de echarse a la carretera con su amigo, dejando una nota para sus padres. Nada más iniciar su periplo encontrarán a Sally (Dorothy Coonan Wellman, por cierto la 4ª y definitiva esposa de Wellman hasta la muerte de este) una simpática muchacha con la que formarán un inolvidable trío de supervivientes. La película consiste en ese viaje, y termina cuando este acaba, en un final de esos que hacen levantar la ceja y que no destriparé.

Se nota mucho en el cine de Wellman que se encontraba más a gusto rodando con actores desconocidos o semiprofesionales. A cambio de cierta merma en los recursos actorales, los chicos protagonistas son todo un ejemplo de frescura y agilidad, que son los dos rasgos que quizá definan mejor lo mejor del cine de esta época y en concreto del cine de nuestro director. Hacer 4 películas al año y contar toda una historia en 70 minutos obliga a que las cosas sucedan rápido, cierto, pero esto tiene su reverso, y es que para que la agilidad no se lleve por delante la legibilidad hay que decantar la puesta en escena y escoger (sin meses para la preproducción) el movimiento de cámara, el gag, el encuadre o el recurso fílmico preciso y, sobre todo, trabajar tanto en la elección de lo elidido como en la ordenación de lo mostrado.

Wild Boys of the Road está llena de esos recursos, por ejemplo:
- Cómo los chavales se roban la gasolina los unos a otros con total naturalidad y honradez. En un solo gag se explicita la pasada abundancia y la inmediata miseria de buena parte de ellos.
- La escena del pastel en la nevera, Eddie se queda el trozo grande, despreocupado, pero tras las malas noticias como apenas un bocado.
- Las jaulas que tienen dispuestas en la estación de Chicago a la que llegan los chavales, y donde encierran a casi todos, que contrastan con la humanidad y comprensión del mismo policía que dirige la redada.

- La inolvidable escena de la operación de urgencia.
- La masa que forman los chavales en los trenes, que se va haciendo más y más grande y adquiriendo más entidad y un movimiento más dinámico según van pasando los minutos. No puede uno dejar de pensar en las películas de mi querido Hiroshi Shimizu con sus pequeños “rebaños” de niños desvalidos corriendo de un lado para otro en perfecta sincronía. Aquí sin embargo el tratamiento de estas masas, siendo ejemplar, va tomando según avanza la película un tono más agresivo en consonancia con lo que vamos viendo.

En fin, es una película llena de detalles, muy entretenida y que, como ya he dicho otras veces, es ejemplo de una forma de hacer cine brillantísima y que a mi parecer se ha perdido para siempre.
Una curiosidad de ella es que, como muestra el rótulo final, está participada por la NRA. Tengo que decir que en un principio, ignorante de mí, confundí siglas y logo y pensé, muy extrañado, que se trataba de la Asociación Nacional del Rifle (igualmente NRA en inglés) lo cual me tenía muy desconcertado. Tras investigar un poco he descubierto de qué se trata. La NRA fue una especie de sello que el gobierno de Roosevelt ofrecía a aquellas empresas que se se comprometían con los principios de la NIRA, una ley promulgada en el contexto del New Deal para regular algunas empresas con vistas a hacerlas más eficientes para mejorar las condiciones de trabajo de sus trabajadores. Aquí tienen un desopilante vídeo promocional del asunto protagonizado por Jimmy Durante:
No me puedo liar con esto porque no soy historiador, pero esta ley se critica o criticó por buscar realmente la desaparición de empresas pequeñas e ineficientes y promover la creación de monopolios y cárteles y eso es lo que, ya podrán adivinar, interesaba a los grandes estudios de Hollywood. Aunque los dueños de las majors eran políticamente conservadores, se adhirieron al NIRA y se aprovecharon de esta ley que les permitió desarrollar medidas -judicializadas unos años más tarde- con vistas a eliminar la competencia de las productoras independientes y monopolizar la exhibición de cine más aún de lo que ya lo hacían. Resumiendo: que por pura conveniencia se adhirieron al NRA y en muchas películas de estos años es fácil que encontremos el sello del águila en los rótulos iniciales y/o finales. Este sello lo usaban las empresas como muestra de adhesión y compromiso con la NIRA y las políticas del New Deal y ahí ha quedado, para que yo lo confunda con la Asociación Nacional del Rifle. La adopción de este «sello» o su inclusión en Wild Boys of the Road es probable que se decidiera durante su mismo rodaje, pues me he dado cuenta de que, cuando los chicos entran en el tribunal, la pared que se ve sobre el Juez está despejada pero luego, cuando va a dictar sentencia, milagrosamente ha aparecido un cartel de la NRA sobre él que además predice la frase con la que este mismo juez, de aire rooseveliano, sella su decisión final, que es la misma que en reza en el afiche: “I’ve done my part”

Es el final de la película, que no desvelo, lo que más se ha criticado de ella, por su cierta incoherencia y precipitación. La explicación del sello de la NRA y su posible inclusión en el último momento quizá sirvan de clave para entenderlo. Por lo demás esta peli, vista hoy, sorprende por su paradójica mezcla de denuncia y progresismo, pues no solo manifiesta una situación vergonzante y un destrozo social, sino que hace un elogio nada taimado de las fuerzas del orden y la ley, que sin dejar de lado su papel represor, se muestran empáticos con la desesperación de los chicos y ponen su grano de arena para mejorarla. Esto mismo encontramos por ejemplo en Gloria y hambre, otra peli de Wellman de ese mismo 1933 de la que algo contaré un día de estos.
Esta aparente paradoja, que haya unos órganos de control y represión que a la vez que antagonistas de los héroes son amables posibilitadores de su redención, es un rasgo peculiar de este cine de mensaje americano que rara vez volverá a presentarse en las posteriores oleadas de cine social. Al menos en lo que yo conozco, la tendencia de este género una vez pasado el aluvión de la Gran Depresión se centra mucho más en los dramas personales y es menos abstracto en cierta forma que el de estos años. Esa profundización en el drama humano requiere otro tipo de antagonistas, y es por esto que el otro, que representa la represión o las instituciones paralizadas por la crisis y la corrupción, sea retorcido y perverso o, simplemente, se desvanezca, de forma que, como ocurre en Las uvas de la ira, por poner un ejemplo conocido por todos, casi todas las instituciones parecen haberse mudado a otro planeta.
El caso es que en 1933 buena parte del mejor cine de estudio se dirigía a un público empobrecido y necesitado que gustaba de alternar los empachos de fantasía musical y vampiresas con bofetones de realidad magistralmente concebidos y rodados. El público más dispuesto para el cine mejor pensado.
Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman


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