Midnight Mary (Rosa de medianoche, William Wellman, 1933)

Ni en la monografía sobre Wellman de Frank Thompson ni en la gruesa biografía escrita por su hijo se dice apenas nada de Midnight Mary (Rosa de medianoche se traduce en español, pero no sé si ha estrenado o emitido en televisión). Fue un trabajo para el que puntualmente le contrató la MGM, en aquellos años en los que solía trabajar para la Warner. Sobre una historia de Anita Loos y con la soberbia Loretta Young como protagonista, es una película correcta y entretenida, pero desde luego no está entre los más memorables trabajos de Wellman, la prueba es que los únicos que escriben y se acuerdan de Wild Bill apenas tienen nada que decir de ella. No le falta interés, sin embargo, vista hoy en día, y atesora una buena cantidad de momentos e ideas curiosas. Y como siempre en Wellman, prohibido aburrirse.

La primera vez que vemos los ojazos de Mary Martin (Loretta Young) lee relajada un Cosmopolitan durante las alegaciones del fiscal que pide su condena por asesinato. Es una idea (no sé si se le puede llamar gag) curiosa, pero que nos despistará sobre el tipo de persona que es Mary, ni indolente ni despreocupada, como iremos viendo. Un arranque ocurrente y enérgico al que le sigue la vista para sentencia y el retiro del jurado a deliberar. Mary pasará ese rato en un despacho con un viejo empleado del juzgado, y  al hilo de un curioso recurso narrativo empieza a rememorar toda su vida, desde los 9 años hasta los 23 del presente. Descubrimos sus orígenes en la pobreza extrema, su paso inmerecido por reformatorios y prisiones y cómo desde los 16 años se ve obligada a convivir con hampones para poder alimentarse. De hecho, casi toda la película es un flashback autobiográfico, pues terminará cuando finalice el juicio tras la lectura de la sentencia. Una curiosidad de estas remininscencias biográficas es que Wellman decidió no sustituir ni a Young ni a Una Merkel que interpreta a su amiga Uma, para hacer sus propios y brevísimos papeles infantiles, así las vemos por unos segundos interpretándose a sí mismas ¡con 9 años! y la verdad es que dan el pego, pues apenas tiene uno tiempo extrañarse. Con Wellman todo es ahorro… si no hay aviones, claro.

La historia de Mary sigue los derroteros un tanto previsibles que el planteamiento adelanta, y lo más meritorio del tratamiento que Wellman le da, dentro de su escasa fuerza creativa, es que combina con gran naturalidad varios temas o géneros: el romántico, el gansteril, el cine social de la Gran Depresión… Hay un poco de todo y muy bien conducido, pero en mi opinión a la película le faltan ideas originales en la puesta en escena, atrevimiento narrativo y, sobre todo, personajes -y actores- con verdadero gancho y personalidad. Con la excepción de una rutilante Young, cuya mirada encierra por lo menos tres niveles de interpretación y que por belleza y naturalidad se traga todo lo que la rodea como un agujero negro, se puede decir que el resto de los actuantes resultan tópicos y apagados, con la excepción simpática de Andy Devine. Hay un tono funcionarial generalizado en el elenco, me temo que debido al empeño de terminar la tarea lo antes posible. No olviden que este año Wellman rodará 7 películas 7, y en la que más empeño y tiempo invirtió, con buen criterio y mejores resultados, fue en Wild Boys of the Road.

Hay, como siempre, detalles interesantes que nunca faltan en las producciones de estos años, que como suelo comentar sorprenden siempre por encerrar pequeñas paradojas para nuestra forma de entender el mundo que fluyen sin embargo con la agilidad y el engrase perfecto que requiere una historia plurigénero a resolver en 70 minutos.  Una crítica demoledora de la época, de Thornton Delahanty en el Post, comentaba que las dos o tres pinceladas pornograficas de la historia no la rescataban de ser un material trillado y lleno de tópicos. No le falta razón, pero vistas hoy en día esas dos o tres “pinceladas” resultan llamativas, por salir un poco del tono general de la película, sobrio y decente y por ser extrañas a la personalidad de Mary, bastante recatada teniendo en cuenta a lo que se dedica como chica de compañía de un grupo de mafiosillos. 

La vertiente social de Midnight Mary está presente aunque atenuada y no incluye reivindicación alguna con tufillo izquierdista -esto es la Metro, no la Warner-, pero la situación económica del momento queda claramente reflejada en el “paseo nocturno” que tan icónico se ha vuelto en el que los neones que anuncian fiestas y productos se convierten en la alucinada imaginación de una hambrienta Mary en mensajes de no hay trabajo. Otro hallazgo es cuando de nuevo se ve forzada a buscar empleo y en vez de a ella vemos a sus piernas, con las medias llenas de carreras, recorriendo infatigable las calles en busca de sustento. Esto es un toque muy wellmaniano: sustituir a las personas por objetos que las representan, y es de uno de los momentos que salvan a Midnight Mary y la alejan de la mediocridad. Y es que la imposibilidad de encontrar un empleo decente es uno de los más importantes resortes de la acción, y la sociedad que refleja la película carece por completo de clase media. Esa radical desigualdad social, que el filme certifica sin pretenderlo, está en esta película mucho más acentuada que en otras de este tiempo realizadas también por Wellman y protagonizadas por Barbara Stanwick, como Enfermeras de media noche.

En lo formal, como decía antes, Wellman echó poca leña al fuego, más allá del juego de flashbacks en que se enmarca la biografía de Mary y del curioso uso insistente de una transición peculiar por desplazamiento del plano completo hacia la derecha que en algún caso llega a despistar, porque se puede confundir con un reencuadre panorámico, pero que quiere recordarnos al paso de las páginas de un libro, y que, en algún momento puntual, tiene curioso valor narrativo. No sé si esto fue ideado por Wellman, que liquidó la película en 26 días, o por el equipo de montaje.

En fin, una película correcta, entretenida e interesante por su contexto a la que le falta garra en el guión y poso en la producción. Lo mejor: Loretta Young.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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