La historia de Caravana de mujeres no hace falta contarla, quien no la ha visto ya se la imagina: son muchas mujeres que atraviesan todo el salvaje oeste para llegar a California, donde un buen hombre ha decidido que el valle que él llenó de hombres y vacas merece completarse con mujeres y los niños que vengan. En el camino ocurren cosas, algunas aventureras llegan y otras no. Quizá me da pereza redactar una sinopsis porque quizá esta sea la única película de Wellman que tengo la seguridad de haber visto en mi infancia -habré visto otras, pero no lo recuerdo- y tengo la impresión de que es una historia que todos conocemos.

Como cómplice de William Wellman me apena un poco que para un público desinformado o que directamente no ve cine antiguo pueda quedar la impresión de que era un misógino. La razón número uno para este error es la dichosa escena del pomelo de El enemigo público que ni siquiera fue ocurrencia suya, sino de Cagney, creo recordar, que lo había visto en algún sitio y le había hecho gracia. En fin, es una lástima que todas sus estupendas películas de los 30 sobre mujeres que se abren paso en la vida por sí mismas y con más maña y carisma que el común de los hombres -pienso en las protagonizadas por Barbara Stanwick, y otras varias- se hayan visto opacadas no solo por el desdén del tiempo, sino por ese momento-pomelo que, por otra parte, a mí me parece magnífico desde el punto de vista cinematográfico.


La razón número dos por la que podría ponerse a Wellman en la picota del machirulismo, sería, aquí en España curiosamente, por haber hecho Caravana de mujeres, ya que su título dio lugar a un fenómeno de esos que uno no sabe cómo afrontar moralmente, que fueron aquellos autobuses llenos de mujeres que arribaban en verano a algunos pueblos con exceso de solterones para pasar el finde bailando y lo que surja. Tocayo, pincha el enlace patrocinado:
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Y es una pena, porque Caravana de mujeres, la película, es un homenaje yo creo que buscado y muy sentido de Wellman hacia ellas. Es una delicia por muchos motivos, pero quizá el que más me atrae sea el gran respeto y reverencia que merecen todas y cada una de sus protagonistas, puestas en valor no como heroínas circunstanciales sino como ejemplos memorables del esfuerzo pionero que, en el caso de las mujeres, tuvo, tiene, que ser doble o triple al de los hombres por motivos obvios. Una de las virtudes de Wellman, esas virtudes poco llamativas, quizá no muy personales, pero que puntean su cine y lo preñan de humanidad, es su enorme capacidad para mostrar respeto por sus personajes, y en especial por aquellos que no interpreta una estrella.
El título original de Westward the Women iba a ser Pioneer Women y no iba a ser un producción de la MGM sino de la Columbia y no iba a dirigirla Wellman sino nada menos que Frank Capra, autor de la idea original. El director de Arsénico por compasión, amigo íntimo de Wellman, le ofreció la idea porque “en la Columbia ni quieren ni pueden hacer un western, ¡no tienen caballos!” y a Wellman le encantó, así como a Dore Schary, productor ejecutivo del que ya hemos hablado en otras ocasiones, también amigo de Wellman y que se encargó personalmente de la producción, lo que quizá influya en ese tono digamos que progre e integrador que tiene la historia, que aparte de las aguerridas mujeres cuenta con un simpático japonés y una italiana que es una santa. Protocuotas étnicas.
Se rodó en exteriores en Utah, en una parte del desierto del Mojave llamada Surprise Valley que cuenta con todos los espacios naturales que se requerían para retratar las 2000 millas de viaje que este grupo de pioneras hace en busca de California y sus cowboys solterones. Wellman empleó a absolutamente todas las stunt woman disponibles en Hollywood para que formaran a otras actrices y también actuaran ellas mismas. Tras un entrenamiento de varias semanas sobre cómo disparar, conducir carretas, cabalgar y todas esas cosas que hacen falta para salir en una peli del oeste, entre especialistas y actrices de segunda fila –”no quiero prima donas”, fue la única exigencia de Wellman a su director de casting– se inició el rodaje. Antes de todo esto, por cierto, Wild Bill tuvo con ellas una reunión casi calcada a la que se produce al principio de la historia y en la que se advierte al grupo de aventureras de los mil peligros que iban a arrostrar. Bueno, no les debió decir que en el fragor del rodaje moriría “una de cada tres”, como en la peli… Quizá lo dejó en “una de cada cuatro”.

Al igual que en Cielo amarillo, Wellman decide usar una puesta en escena especialmente sencilla, sin recursos visuales llamativos y eliminando filtros fotográficos, según cuenta su hijo, para dejar una luz clara, dura y natural. Además, prescinde casi por completo de banda sonora. De hecho, lo más llamativo cinematográficamente hablando son los momentos en que esa sencillez se adueña de la pantalla y se funde con la historia misma cuando la caravana vive sus momentos más desesperados. Entonces nada nos distrae de los objetos y las personas, pues es importante que, para poder empatizar con un grupo tan numeroso y con un buen ramillete de personajes con voz y sin protagonismo, es esencial que sean ellos y solo ellos para quienes vaya nuestra atención. Por eso a los indios apenas se les ve en su primer acercamiento y por eso su ataque -otro clásico mecanismo wellmaniano, que usó ya para el climax de Cielo amarillo– es omitido, se oye pero no se ve. Y sin embargo luego, una a una, son presentadas las víctimas en un desfile de planos medios quizá obsoleto para 1951, pero que conserva esa dignidad ceremoniosa y primitiva, que suena a mudo, para la que Wild Bill siempre tuvo un momento reservado.




Una vez más se hace la magia, como en Wild Boys of the Road, o en También somos humanos o en Fuego en la nieve… nos hacemos cómplices de un grupo humano al que sentimos que hemos llegado a conocer y al que tenemos que querer sin estrella que nos guíe ni efectismos estupendos. Bastan unas presentaciones inteligentes, buen reparto de carismas y un par de golpes dolorosos del destino que nos toquen la fibra para que se vuelvan parte de nosotros, un trozo de nuestra vida misma, de esa parte de nuestra vida que no hemos vivido y que sin embargo nos acompaña mientras la otra se nos desprende sin que apenas nos importe.
Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman


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Hola tocayo
Tenía que llegar la película del Oeste «más popular de todos los tiempos; por exóticos motivos». Siempre me pareció que tenía más fama que mérito. Lo que es indiscutible es que el destacado subgénero caravanero siempre apuntaba al concepto «crucero, perdón, caravana del amor».
No he entendido su invitación. Dos pueblos «muy cercanos» dos, tropezaron con la piedra filosofal de las relaciones intersexuales; y, teniendo en cuenta el cartel de apertura, me llevarían a plantear una duda del tamaño de Utah: ¿Será Zamora la nueva California? A parte de la obvia respuesta creo que lo que sí se acercó, en su día, fue Sillicon Valley.
Desde el pescante ya se ve llegar un Oeste más diverso ¡Arre! ¡Hi Ho Silver! Manuel
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Querido tocayo, la invitación era para ti solo porque eres mi único-lector-asegurado, nada personal. Es que me parece sublime ese cuestionario para encontrar pareja… «¿Cierras el tapón de la ducha después de ducharte?» «¿Madrugas o trasnochas» «¿Bebes con o sin moderación?»
Te diré que he recorrido Utah (en caravana) y también toda Zamora (en bicicleta) y que donde esté un pueblo en silencio por La Sierra de la Culebra que se quite el tabernáculo mormón y el Valle de la Sorpresa.
Diversos abrazos, Manuel.
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Hola otravez
Eso no se vale. De caravana por Utah y en bici por la sierra de la culebra; ahora entiendo a los indios oteando una carreta llena de «flores de otro mundo». Y de suertudos de este.
Algo tenía oído sobre el cuestionario. Una cosa te digo: no se quién tendría menos suerte, las pioneras en carreta hacía los galantes del Oeste o las segundoneras en autobús hacía los galanes del otro oeste.
Contestaba una broma con otra. Mejor que sea personal. Manuel.
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Otra de mis muchas pendientes de Wellman que en este caso tenía presente por eso de que fue un proyecto que surgió de Frank Capra, que es un director que he seguido mucho más de cerca. Siempre he lamentado que no llegara a dirigirla por la curiosidad de cómo habría sido un western dirigido por él, pero algún día le echaré el ojo igualmente.
Y por otro lado el banner que has puesto a mitad de la página me ha llegado al alma. De las preguntas del cuestionario la que más me intriga es ésta «Se viste de relax al llegar a casa?». ¿Qué rayos quiere decir eso? ¿Acaso hay gente que se pasa el día en casa vestido con traje y corbata? ¿Es relevante eso para elegir una pareja? La de cosas que descubre uno en internet…
Un saludo.
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El cuestionario es lo mejor de la entrada sin duda. Yo me quedo con lo del tapón de la ducha (nunca he tenido una ducha con tapón) y la capciosa «bebe alcohol con moderación sí o no» (no se contempla que un abstemio busque pareja) pero hay una opción por ahí oculta que nos remite directamente al cine de Ozu, y es esa de «¿Cuelga la ropa al acostarse?». No sé si recordarás ese gesto que se repite en muchas películas del maestro (y de otros maestros de su tiempo, es un gesto cultural, no peculiar en su cine) de que el hombre llega a casa y se desviste ahí mismo según entra y la mujer o la hija recogen la ropa del suelo…
Querido Doctor, espero que no busques pareja caravanista, porque me da que -como yo- no das la talla.
Un abrazo
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Jajaja me fascina cómo has logrado reconducir el tema de las caravanas de mujeres a tu adorado Ozu. Todos los caminos conducen al maestro.
Un abrazo.
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Es curioso porque yo también relaciono esta película con mi infancia. Donde la vi un montón de veces y me chiflaba. De hecho, la programaban bastante en televisión. Recuerdo muchas secuencias y a determinadas mujeres, sobre todo a la enorme Hope Emerson.
Sin embargo, hace muchos años que no he vuelto a verla. Y siempre me digo que tengo de nuevo que revisitarla. Pues fue sin duda una de las películas que fomentó mi amor por el género western.
También tengo que decir que es una de las películas donde me gusta ver a Robert Taylor, pues reconozco que no es uno de mis actores estrella, pero hay varios títulos de su filmografía que forman parte de la construcción de mi pasión por el cine y están unidos a mis recuerdos infantiles. Por ejemplo, Quo Vadis o Ivanhoe son imprescindibles en mi memoria.
Beso
Hildy
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Robert Taylor le viene que ni pintado a esta peli precisamente por lo poco que acapara. Fue idea de Wellman, que lo cierto es que para escoger intérpretes era un hacha. Si un actor o actriz chirría en una peli suya ya puedes jurar que lo impuso alguien.
Y la peli es una delicia que de niño me gustaba, claro, pero de mayor mucho más. Tiene un sabor como anticuado en la forma y moderno en el fondo, y eso me mola.
Un besazo
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