Los 50 fueron la última década de Wellman a pie de cámara. No fue una muy buena década para él ni para su filmografía, aunque incluye tres cuasi obras maestras -concederemos esta etiqueta a El rastro de la pantera, Caravana de mujeres y Good Bye My Lady– y otras dos o tres pelis más que interesantes. Con la década terminó su trabajo en el cine en contra de sus deseos, y durante esos años se vio obligado a dirigir contra su gusto películas con mensaje y/o rayanas en la serie B, como es el caso de The Happy Years, con la que empezó estrenando los 50.
Es curioso el texto que la monografía sobre Wellman de Frank Thompson dedica a este filme. Aunque termina diciendo que es una de las tres o cuatro mejores películas de Wellman (cosa que por cierto dice de otras cuatro o cinco) apenas le dedica unas líneas, lo que me hace temer que ni siquiera la ha había visto cuando las escribió; menos líneas incluso de las que tendrá este apunte, y lo mismo ocurre con el otro libro que manejo, escrito por William Wellman Jr.

Es un proyecto que no se sabe muy bien quién pone en marcha, pero que claramente está destinado a sacar jugo a las estrellas infantiles que estaban en nómina de la MGM en aquel momento. Entre ellas destaca un jovencito Dean Stockwell, que protagoniza el filme con mucho salero, y que ya había llamado la atención un par de años antes con El muchacho de los cabellos verdes (Joseph Losey, 1948). El pequeño Stockwell interpreta a Dink Stover, un gamberro al que expulsan del cole de su pueblo por pintar de verde -ups- un caballo y al que internan en Lawrenceville, un colegio pijo para niños rebeldes. Los años felices son los dos primeros (1896 y 1897) que pasa en él, en los que, tras diversas peripecias entonces aceptables y hoy merecidamente denunciables como acoso escolar, alcanza un ideal estado de camaradería y cierta posición de liderazgo por lo demás muy predecible, visto su desparpajo. La película no es que fuera un fracaso, es que apenas se distribuyó ni se promocionó porque la MGM no supo muy bien qué hacer con ella una vez terminada, y apenas se usó como relleno de sesiones dobles a pesar de contar con un presupuesto importante de millón y pico de dólares.

En efecto, The Happy Years es una película extraña a la vez que extremadamente convencional. Esto se debe a que su historia, me temo, no podía interesar a casi nadie en 1950. Ni siquiera el público infantil podía verse reflejado en ese anecdotario decimonónico que a Wellman debió resultar enternecedor rodar, por recordarle a su propia infancia de decimonónico gamberro, pero que resultaría ya inane en un mundo pasado por dos guerras mundiales y llegado a la televisión y a los divertidísimos cartoons de la época. Las gamberradas de Dink no tienen gracia, y además se repiten una y otra vez, como la de molestar a las muchachas de su pueblo presentándose todos los niños a la vez a hacerles la corte. Como gamberrada es simpática, elaborada y barroca, pero en el siglo XX (no digamos el XXI) parece más el chascarrillo de un viejo chocho rememorando una infancia que nunca fue tal. En fin, en esta peli no hay malos, no hay historia, no hay meta, no hay más que la encarnación de los recuerdos adornados de un señor mayor (Owen Johnson, en concreto) y yo, como la MGM, no sé qué hacer con ella.

Porque el caso es que no es una mala película. Nada hay mediocre en ella. Cada plano es el mejor plano posible por composición y aspecto visual, si aceptamos su rutilante technicolor. Todos los actores, infantiles y adultos, lo hacen estupendamente. Hay ritmo, hay buen rollo, hay gags simpáticos, como el del niño campanero -que interpreta por cierto Tim, un hijo de Wellman- que cada vez que aparece tiene más ojos morados, no sé si por caerse en sus labores campaneras, o es que toca las campanas como castigo por alguna trastada que desemboca en moratón… O por ejemplo cómo le chiva la lección a Dink su amigo moviendo la oreja. Su flacucho amigo apodado por cierto Big Man, Hungry Smead por haberse zampado nada menos que 49 tortitas en un reto que antecede con mucho salero y demasiado sirope al de Paul Newman y sus míticos huevos cocidos.

En fin, que no sabe uno qué hacer con The Happy Years, es verdad. Película vieja para jóvenes, vistosa pero invisible, querida por Wellman, dicen sus exégetas, pero jamás mencionada por él en entrevista alguna. Una extraña virtud suya es que su minuto final de alguna forma resume su papel en la historia del cine. En él Dink, que sigue siendo un pipiolo barbilampiño de metro cuarenta, se encuentra con una vecina ya crecidita y en edad de merecer que le saca una cabeza y media vida y, para llegar hasta ella, tropieza en una escalera y vemos cómo rebota por ella un ridículo doble de acción de metro ochenta por lo menos.




Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman


Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Hola tocayo
Si la infancia es un periodo difícil para retratar el asunto toma matices titánicos en el cine de aquellas épocas. Precisamente hace poco vi un antecedente de esta peli por el otro William (Wyler) pero más valiente pues la situaba en (su) más rabiosa actualidad «Dead End»; cada vez que salía la «rat pack» me llevaban los siete demonios y, cuando revisé su crónica, resulta que los adolescentes hicieron carrera como los «Dead End Boys» (y no los vi venir, ejem, ejem). Ojo que los mayores eran McCrea, Sylvia Sidney y Bogart.
Tiene su aquel estas pelis que para ganar en credibilidad (o, como dices, por batallitas del abuelo) se van a otra época. Seguro que en los «grandes almacenes MGM» las planchas hacían horas extras para dejar el vestuario novecentero impecable.
Voy con la «batallita»: tocar las campanas, en nuestra infancia, nunca podía ser un castigo, todo lo contrario, era un premio para los buenos cristianos que incluía subir a la torre (tenía el plus de vencer el vértigo).
Tocayo hoy en vez de saludarte a ti voy a mandar un saludo a aquella inocencia vestida de rosa que quedo eternamente bajo la umbrella, ella, ella. Manuel.
Me gustaMe gusta
Hola tocayo,
Dead End la vi hace no mucho, incluso tomé unos apuntillos sobre ella para no olvidarla. Es una buena peli en la línea de La calle de King Vidor, que esa sí que mola mucho. Desde luego Dead End es mejor que esta de Wellman, y aunque a nosotros nos pueda parecer trasnochadas esas maneras pandilleras, me parece más creíble y realista que Happy Years.
Ay tocayo, lo de castigado por tocar las campanas lo dije porque al chaval se le ve que sufre. Estuve a punto de comentar que yo mismo fui campanero pipiolo. Era una de mis funciones como monaguillo en el pueblito de Badajoz en el que pasé esos Happy Years que la verdad, muy felices no los recuerdo. El campanario muy alto no estaba, era un pueblo pequeño de iglesia sencilla, y es verdad que me molaba un montón subir allí a tirar de la soga que unía los dos badajos de las dos campanas. Yo no hacía melodía alguna, simplemente me dijeron que tocara tres veces antes de la misa (los 30, 15 y 1 minutos antes de las 12) 30 o 40 campanazos. No se me olvida que un día apareció un señor mayor diciendo que él me había precedido en el cargo en su infancia antes de emigrar, y subió conmigo y me mostró diversos toques y me di cuenta de que que yo era un mediocre campanero y de que el tiempo pasado no siempre fue anterior.
Otro día te cuento por qué abandoné el monaguillado, que la anécdota tiene miga (y un buen guantazo que me arreó mi madre)
Saludos campanudos
Me gustaMe gusta
Manuel y Manuel, tocayos queridos, ¡¡¡habéis nombrado películas en los comentarios que me chiflan tanto «Dead End» como «Mi calle»!!!
Y entre los comentarios y la reseña surgen tres directores que tienen que ver mucho con mi amor por el cine: William Wyler, King Vidor y William Wellman.
¡Y encima habláis de un tema que estoy a tope con él: la infancia en el cine!
Por cierto, los Dead End Boys tienen otra película que a mí me gusta: Ángeles con caras sucias… Esta vez con Michael Curtiz.
Madre mía, madre mía, esto es un no parar.
Por cierto, no conocía la película de Wellman.
Oíd, jaajaja, estoy haciendo los deberes y estoy viendo «Solo las bestias», y me está gustando, oye.
Beso
Hildy
Me gustaMe gusta
Pues ya nos dirás qué tal, querida Hildy.
Tampoco hace mucho que vi Ángeles con caras sucias, y también me gustó mucho, cómo no. Las que procuro evitar son las de tema «Rebelión en las aulas» porque tengo la manía tonta de que no me gusta ver en pantalla cosas que forman parte de mi vida -aunque ya te digo que a mí se me rebelan poco…-
También tengo muy poco trabajado el género Shirley Temple y similares, que cuando uno mira las listas de las películas más taquilleras de aquellos años se las encuentra una y otra vez… Damos por descontado que lo que memorable de aquellos años era lo que más se veía, pero no.
La peli de Wellman puede resultarte interesante si quieres tener una visión realmente enciclopédica de este asunto más allá de la que ya demostraste escribiendo y editando ese libro estupendo que miro a ratos. Pero sin ella se puede vivir también.
Un besazo!
Me gustaMe gusta
De este Wellman menor me quedo con tres cosas:
– Ese plano tan extraño del señor con bigote situado debajo de las ramas de esa planta de interior. ¿Qué hace metido ahí debajo con las hojas tapándole la vista y además con esa expresión tan seria?
– El detalle del doble crecidito.
– Conocer sus inicios como monaguillo y campanero. ¡Esto sí que ha sido interesante de descubrir!
Un abrazo.
Me gustaMe gusta
Me alegro, querido Doctor, de que al menos se lleve eso… ¡Menos da una piedra!
Ya de paso, como agradecimiento por comentarme lo del programa gifcam, he editado la entrada con un gif de la infausta caída del muchacho y su doble a los pies de la damita.
Sobre mi infancia de campanero… pues como le decía al tocayo lo triste es cuando tuve que dejarlo, pero eso debo contarlo «off the record», porque fui acusado de un delito que quizá no haya prescrito aún y, bueno, ya sabe usted que hay mil ojos puestos sobre uno siempre.
Un abrazo de campanillas
Me gustaMe gusta