Don Siegel es uno de esos directores que tienen la virtud de que nunca da pereza asomarse a una película suya que no hemos visto, por mediana que aparente ser. Empezó a bichear por Hollywood en 1934, ejerciendo todo tipo de oficios, hasta ascender a la dirección de películas B o de mediano presupuesto o de cosas en televisión para luego, en los 70, conseguir un cierto reconocimiento a la sombra del sobrevenido estrellato de Clint Eastwood, a quien dirigiría en alguno de sus mejores papeles, y a quien enseñaría el oficio de dirigir, como bien se le reconoció en los créditos finales de Sin perdón, dedicada a él y a Sergio Leone. De esa primera etapa, que confieso que tengo muy poco trabajada, siempre se destaca La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), que es la que más ha perdurado por su remake y por su mensaje político soterrado, pero a mí me gustó mucho Motín en el pabellón 11 (1954). Este pequeño filme quizá merecería un apunte para él mismo, pero me limitaré por hoy a comentar que trata de forma casi documental un motín -ficticio, eso sí, aunque común en aquellos tiempos, y ese es el mensaje– rodado en una cárcel real usando para papeles menores y figuración a los guardias y presos reales. Aunque le falta complejidad dramática, porque debe contar demasiadas cosas en demasiado poco tiempo, es un ejemplo de poderío visual y concisión narrativa, además de que contiene un mensaje en defensa de la reinserción inusitadamente liberal, casi izquierdista, inaudito en aquellos años de listas negras y solo posible en el infravigilado circuito de la serie B. Por cierto, me dio por pensar cuando la vi en su momento en nuestra exitosa Celda 211 de Daniel Monzón, que es prácticamente un remake enriquecido y detallista tanto de las formas como del argumento de la vieja peli de Siegel. Me dio por pensar que a lo mejor Francisco Pérez Gandul, autor de la novela original, tuvo en mente esta vieja historia para titular la suya, como si fuera una especie de segunda parte o revisión (2) de la revuelta en el pabellón 11.
Muchas de las virtudes del cine de Siegel que engrandecen esa humilde cinta carcelaria se irán magnificando y enriqueciendo hasta llegar a lo más florido de su filmografía, que es lo que protagoniza Clint Eastwood (¿Seré el último hombre vivo que se atreva a poner en negritas que Harry el sucio es una obra maestra?) Pero para cuando colaboraron por primera vez en La jungla humana (1968) Siegel tenía ya a sus espaldas decenas de películas y programas de televisión dirigidos con mayor o menor fortuna, y de ese magma surge como la sangre-kétchup de los balazos falsos The Killers (1964)

Código del hampa, como desgraciadamente se llama en España, se rodó en cuatro semanas para ser televisada. Sería un capítulo de una serie llamada “120” de la NBC, que emitía películas largas realizadas para la pantalla pequeña. Lo que ocurre es que una vez terminada, y visto el grado de violencia, sexo y sangre falsa carmesí intenso que la recorre, se decidió que no fuera estrenada en televisión sino en cine. El hecho de que no esté concebida para la pantalla grande quizá sea la causa de alguno de sus perdonables defectos, como el poco celo que se puso en los efectos especiales destinados a las carreras de coches que aparecen, que se resuelven con lamentables transparencias que a este moderado petrol head que les habla le parecen una oportunidad perdida de ver algo espectacular, porque talento visual a Siegel le sobraba, pero no el dinero por lo visto.
The Killers está basada en un relato homónimo de Ernest Hemingway que también dio lugar a la celebérrima Forajidos, de Siodmak, que es tan grande que ni me atrevo a hablar de ella. Realmente, leído el relato brevísimo (por ejemplo aquí) uno se da cuenta de que esta versión de Siegel no lleva ni una palabra del original, que Siodmak usaba el cuento casi frase por frase solo los primeros minutos, hasta que Burt Lancaster acepta su destino, y que lo demás es invención. Por lo visto Richard Brooks y John Huston, guionistas del clasiquísimo, visitaron al autor de El viejo y el mar para preguntarle por qué motivo «el sueco» se dejaba apiolar sin resistencia. Hemingway les dijo «no sé». Rellenar ese «no sé» es la tarea de Siodmak en Forfajidos y de Siegel en lo que nos ocupa. Pero es curioso que la más fiel y ajustada versión de esta breve historia sea un ejercicio de Tarkovsky y otros compañeros suyos en la escuela de cine que, por suerte -por esto y poco más mola internet- se puede ver subtitulada en youtube, y que respeta línea por línea el relato de Hemingway. Si quieren descubrir al Tarkovsky más noir y más convencional aquí van los pantallazos.
Centrémonos ya en la película de Siegel. Tiene esa cualidad que comparte con tantas otras de su década de ser a la vez atractivas, afiladas y muy poderosas cinematográficamente desde el punto de vista visual y de la producción, y por otro lado incluir elementos exóticos, fruto de la moda o peor, de querer parecer modernas. Son decisiones extravagantes que en algunos casos son un acierto y en otros un obstáculo. Aquí por ejemplo se ha decidido cambiar el nombre del protagonista, que ya no será el mítico sueco que era el joven Burt Lancaster de Siodmak y un camarada estudiante feo y unicejo en la de Tarkovski, sino un vulgar Johnny nosequé, que interpreta John Cassavetes. El sueco era un boxeador retirado que trabaja en una gasolinera, Johnny es un piloto de carreras muy rápido en la pista pero muy dado a perderse entre las faldas, lo que termina costándole bien caro por enamorarse de Sheila Farr, interpretada por Angie Dickinson, mujer por la que lo yo también perdería el oremus, he de decirlo, qué presencia tiene esta mujer, por Dios.

La acción en The Killers la conduce, curiosamente, uno de los asesinos a sueldo (que interpreta Lee Marvin) que acaban al principio de la película con Johnny. Este parece no resistirse a morir, se deja matar porque sabía que vendrían a por él. Le dan matarile en una original escena inicial en un colegio de ciegos -qué bien se le dan a Siegel los comienzos- en la que Marvin se extraña de esa falta de resistencia, de esa asunción del destino. Como la paga por apiolarle ha sido excepcionalmente generosa se le ocurre que lo mismo el tal Johnny valía mucha pasta, y que merece la pena investigar el asunto por dar con el dinero y a la vez calmar su curiosidad, y es que le ha matado pero parece querer reintegrarle alguna clase de dignidad. Lee Marvin es un actor que, aunque en alguna ocasión le he puesto pegas, tiene una cualidad irrepetible, una especie de desdoblamiento que se produce entre su parte vista (el cuerpo atlético y el rostro duro y abotargado de vuelta de todo) y su voz profunda, ronca, de una sonoridad hermosísima, que es capaz de decir lo que no puede transmitir visualmente. Me ha ocurrido viendo The Killers algo así, como que su voz era el ángel bueno, interesado en comprender el estoicismo de Johnny, y el ángel malo su cuerpo y las manos asesinas de un profesional de la muerte, preocupado solo por recuperar un botín extraviado que puede hacerle rico y permitirle, clásica aspiración, retirarse del crimen para siempre.

Cuando Marvin no está en pantalla es porque estamos en uno de los múltiples flashbacks que componen la trama, recurso al que acudió también Siodmak. En estas rememoranzas conocemos la historia previa de Johnny y vemos el robo en el que participa, tras ser captado por una banda de facinerosos gobernada -no me puedo resistir al verbo- por Ronald Reagan. El futuro presidente hace por primera y última vez de malo malísimo, aunque es uno de esos malos con ciertos principios, que por ejemplo no gustan de la violencia. Es el novio oficial de Sheila, y cuando ella se enrolla con Johnny, resulta que viene bien que este sea un piloto ya de capa caída para contratarle como chófer para un super atraco que sale de aquella manera. No diré más de la trama.
Cuando hablaba antes de esos exotismos o incoherencias que suelen lucir las pelis de los 60, me refería a cosas como el extrañísimo casting de esta. Las escenas compartidas por John Cassavetes, Angie Dickinson y Ronald Reagan son dignas de estudio. Por un lado tenemos a un actor del método pasado tres vueltas de rosca, me refiero a Cassavetes, que sobreactúa tanto que hasta entorpece el ritmo fílmico con sus aspavientos. Luego está Dickinson, buena actriz sin duda pero que aprovecha sobre todo su enorme fotogenia y su rica mirada para componer a la perfección su personaje de mujer fatal. Y por fin, un Ronald Reagan, en su último trabajo como actor (de cine) del que uno, que se pasó la infancia viéndolo en el telediario, no sabe qué pensar. Y es que, a pesar de que en otros papeles juveniles a mí me pareció un secundario mediano, como su filmografía bien refleja, en este caso no puedo evitar pensar que está perfecto en su papel de malo, pero es que es un malo extrañísimo. En efecto, él no quería este papel, que aceptó supongo que por la pasta o por seguir en el candelero, pero ya tenía en mente empezar su carrera política, así que lo que hace es representar al malo, pero con su actuación presenta a otro tipo de persona, a una especie de hombre de negocios que hace el mal circunstancialmente… Yo qué sé. El caso es que cuando coinciden en pantalla dos o tres de estos intérpretes tan distintos en sus sistemas, en sus aspiraciones y en su forma de afrontar sus personajes, el resultado es extraño, y da a la película una cualidad muy especial, porque precisamente cuando llega Marvin en el acto final a terminar las cosas* es como si se adueñara de todo con una especie de superioridad que tengo la impresión de que se debe a su mayor presencia actoral, simplemente. Es una sensación difícil de explicar para mí, pero creo que es fácil de comprender si se ve la película.
La película, por lo demás, no da respiro. La mayor virtud de Siegel es el manejo del ritmo y se le nota que antes de ponerse tras las cámaras pasó muchas, muchas horas montando en las moviolas. Como decía arriba solo lamento que las escenas automovilísticas no estén más conseguidas. En todo caso les informo de que Cassavetes pilota un Shelby Cobra, toda una institución entre los cacharros que corren, pero lo cierto es que se le nota mucho, muchísimo, que apenas sabe conducir. No hay más que ver cómo sujeta el volante. Ay Cassavetes, como director muy bien, pero lo demás…
Según los chascarrillos de IMDB, la primera escena que se rodó, porque así era costumbre en la Universal, fue la última de la película, en la que Marvin no tiene diálogo -menos mal- y digamos que afronta un enfrentamiento final. Llegó el hombre ese día al set perjudicado, con la borrachera sin dormir, y la secuencia sin embargo quedó estupenda. También dicen esos chascarrillos que JFK fue asesinado durante el rodaje y se paró la producción unos días. Y que por lo visto eso sucedió mientras se rodaba una escena que transcurre en un baño de vapor y que a Angie Dickinson le dio un ataque de nervios por la muerte del presidente -mentes malpensadas, pónganse a trabajar- y hubo que llamar al médico y todo. Lo que ocurre es que Dickinson no está en esa escena, así que lo lógico es que no fuera a rodar ese día. Chascarrillos de IMDB, está gracioso leerlos, a veces cuesta creerlos.
En fin, que The Killers es un gran noir yeyé. No se lo pierdan.

* nota mental: recuerdo ahora que he pensado algunas veces que Terminator es un trasunto mezcla de Lee Marvin y Clint Eastwood

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Hola tocayo
Pones a Marvin guiñado un ojo detrás de un silenciador que te apunta y te quedas sin ideas. Luego lees tu escrito y se te atascan las palabras.
Pasaste tu adolescencia con Reagan en los noticiarios y yo la mía con Dickinson, Margret y unos «extraños» sudores fríos. No te envidio nada.
A mi el Cassavetes actor también me parece interesante -aunque te acepto que no siempre- pero, en aquellos tiempos Marvin, o Coburn, eran palabras mayores. No digo actores que de eso no teníamos ni idea, pero sabíamos que si estaban en la peli, íbamos como al cole, a que nos diesen una lección de hombría. Nunca defraudaban.
Se ha comentado mucho que los hinchas somos más papistas que el papa. Muchos directores, por lo que fuera, no les interesaba alguna parte y no tenían reparo en tirar por la calle del medio «pon una transparencia ¡Y que se note!» Dicho esto: Siegel igual películas de acción estilo eterno.
Un killersaludo, Manuel.
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Vaya tocayo, precisamente hace unos días vi Tommy, con Ann Margret revolcándose en chocolate, champán y no sé qué mas y entre ella y Angie Dickinson pues… Menuda adolescencia tuvo usted que sudar.
Cassavettes habrá tenido buenos momentos como actor, pero en esta peli es patético, muy malo, sobre todo compartiendo cartel con Marvin. Es que hace muy bueno a Reagan.
Ya veo que del trabajo de fin de semestre de Tarkovski no dice usted nada… Se le ve el plumero killer-wakawaka, tocayo.
Un abrazo
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Ahora va, le sale el profe que lleva dentro y… ¡otra pa’septiembre! juas, juass
No digo ná del Tarkovski’s affaire porque me faltan datos y el vídeo no se ve.
Tarde mucho en poder ver Tommy, pero del mismo año que «The Killers» es «Viva las Vegas» teclee Elvis y Ann-Margret (si es usté un profe valiente). La buena de Ann todo lo que tenía de gran cantante, buena actriz… y lo que salta a la vista, lo tenía de «sinceridad»: dijo que Elvis le había «decepcionado» y que creía que le tenía miedo a las mujeres y por eso prefería las niñas (el tiempo demostró de que hablaba); le dieron un toque severo y en el siguiente «ataque de sinceridad» la pasaron a la lista negra. Hay killers que no necesitan armas para tumbar estrellas. snif, snif
Me queda una duda: soy waka-waka tipo Shakira o waku-waku tipo Nuria Roca. ¡Ay wakawaka menamoroooo!
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Vaya vaya, no sabía lo que me cuenta de Ann Margret… Ya me extrañaba un poco su poca presencia filmográfica a pesar de la mucha ídem que tiene.
Pensaba yo que entre tocayos nos entendíamos telepáticamente…. Waka Waka es el género de tiros, acción y peleas por aliteración misma como el chámbara es el de espadachines samurais. Claro que al haber inventado yo mismo en casa la nomenclatura a lo mejor no ha llegado a su barrio la onda y a lo peor la telepatía entre tocayos no existe. Mechachis, con las cosas me se me vienen a la cabeza que creía de tu invención… Lo mismo es Elvis quien me susurra al oído cosas feas.
Un inquietante saludo, toca-yo
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Querido Manuel, qué maravilla. Para una tarde de lluvia no hay mejor sesión doble con cortometraje que visionar Forajidos de Siodmak, Código del hampa de Siegel y el cortometraje de The Killer de Tarkovski… El cuento de Hemingway tan solo es un breve diálogo entre asesinos… El más fiel por tanto es Tarkovski. Siodmak y Siegel dan continuación a lo que se intuye entre líneas en el cuento, y lo hacen de maravilla.
Yo siento especial amor por El sueco de Burt Lancaster; sin embargo, el punto de vista de Siegel es atractivo, la película la deja en manos de los asesinos y su mirada, sobre todo de la de uno de ellos, el personaje de Lee Marvin.
No sabes lo que he disfrutado, como siempre, de tu análisis.
Por cierto, creo que has tenido un lapsus con los autores de la generación perdida si no he leído mal (que mis prisas al leer me juegan malas pasadas)… Se ha escapado en tu magnífico texto una novela de F. Scott Fitzgerald.
Beso perdido y forajido
Hildy
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Ay Hildy querida, no sé a qué te refieres con lo de Scott Fitzgerald….
Mira que hablando de estas pelis a un amigo me confundí, y le dije que el relato era de Scott Fitzgerald, y cuando caí en mi error repasé el texto, por si había tenido el mismo lapsus…
En efecto las dos versiones tienen un aquel muy suyo, y la de Tarkovski mecachis, es verdad que han quitado los vídeos, a ver si encuentro otros, pero vamos, tampoco tenía más interés que la curiosidad de ver un trabajo suyo con varios camaradas. Poco había en él de lo que vendría después.
Un besazo!
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Querido Manuelllll, he vuelto a repasar tu buen texto despacito. Me refiero a esto: «Por lo visto Richard Brooks y John Huston, guionistas del clasiquísimo, visitaron al autor de El gran Gastby para preguntarle por qué motivo «el sueco» se dejaba apiolar sin resistencia. Hemingway les dijo «no sé»». Ese es el lapsus con los autores de la generación perdida porque El gran Gastby es una novela de Scott Fitzgerald, no de Hemingway.
Beso
Hildy
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¡Maldicion! tienes la razón. Luego me corrijo, ya te decía que en mi cabeza la cosa se trastocaba… Por cierto que me gusta mucho más éste (Scott Fitzgerald) que Hemingway, será por eso que mi mente se empeña en atribuirle el relato.
Gracias y mil besos
PD: edito para comentar que he cambiado mi error por EL viejo y el mar, que es lo único de Hemingway, aparte de algún cuento, que te confieso haber disfrutado mucho, pero aquí queda constancia de mi lapsus.
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Cómo me gusta que reivindique a un cineasta tan interesante y adictivo como Don Siegel, que parece haber quedado un poco tapado al lado de otros compañeros de generación y que, aunque no se encuentre entre los grandes, a lo tonto tiene unas cuantas películas a reivindicar. Y, rayos, ya me gustaría que hubiera hoy día cineastas que filmaran cine de acción comercial como lo hacía él.
Ésta justamente hace tiempo que la quiero revisionar porque la vi hace ya bastante tiempo. Tengo un recuerdo difuso y solo leves destellos, como la ridícula escena en que Cassavetes va en el coche de carreras o la bofetada a Ronald Reagan, que sienta doblemente bien vista en perspectiva.
Gracias y un saludo.
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