(Artículo publicado originalmente en el nº 308 de la revista Versión original, dedicada al Ecologismo)
Una búsqueda rápida en internet sobre Angry Inuk (Alethea Arnaquq-Baril, 2016) deja a las claras la casi nula trascendencia que ha tenido, lo cual es una pena porque se trata de un documental muy interesante en el plano antropológico. Su hilo conductor es una apología completa, resuelta y fundamentada de la caza de focas que tradicionalmente ha sido el sustento de buena parte del pueblo inuit. Los inuits, como es sabido, son el pueblo que ha habitado y aún ocupa casi en exclusiva la tierra y el hielo por encima del círculo polar ártico. Viven en Rusia, Estados Unidos, Dinamarca (Groenlandia) y Canadá, pero son una misma nación, con la misma lengua y cultura. Apenas prueban alimento vegetal, resuelven sus polémicas tocando un pandero y sonríen a perpetuidad. Viven en muchos casos de ayudas gubernamentales que se gastan en alcohol y comida insana, pues su antigua cultura seminómada se ha visto alterada por la llegada del progreso, del deshielo, de las fronteras legales y de las prohibiciones, así como por la tentación de la vida cómoda en un hogar permanentemente calefactado. La falta de expectativas en esos lugares remotos con noches que duran meses han provocado que, tristísimamente, lideren muchas estadísticas sobre alcoholismo, depresión, obesidad y suicidio.

“Nunca como hoy el mundo ha tenido una necesidad mayor de promover la mutua comprensión entre los pueblos. El camino más rápido y más seguro para conseguir este fin es ofrecer al hombre en general, al llamado hombre de la calle la posibilidad de enterarse de los problemas que agobian a sus semejantes. Una vez que nuestro hombre de la calle haya lanzado una mirada concreta a las condiciones de vida de sus hermanos de allende fronteras, a sus luchas cotidianas por la vida con los fracasos y las victorias que las acompañan, empezará a darse cuenta tanto de la unidad como de la variedad de la naturaleza humana, y a comprender que el extranjero sea cual sea su apariencia externa, no es tan solo un extranjero sino un individuo que alimenta sus mismas exigencias y sus mismos deseos, un individuo, en última instancia, digno de simpatía y de consideración.”
Permítaseme esta larga cita, pues pertenece al padre del documental dramático, poético o como queramos llamarlo: el maestro Robert Joseph Flaherty. El visionado de Angry Inuk conduce a la memoria del aficionado a Nanuk, el esquimal (Nanook of the North, Robert Flaherty, 1922) de forma irremediable y más que justificada. La ya centenaria epopeya de Nanuk y su familia por la supervivencia fue el primer gran éxito de crítica y público de lo que Jean Rouch llamó cine etnográfico. Es decir, aquel cine documental que no se limita a mostrar lugares y gentes lejanos haciendo cosas exóticas, lo que ya fue en su momento uno de los pilares del cine primitivo de los operadores desperdigados por el mundo por los hermanos Lumière. Por el contrario, el cine etnográfico debería servir a la comprensión de la otra cultura, ayudar a lo que Flaherty explica en la cita anterior. Poco después, en el mismo texto, resume en una bella frase cuál debe ser la finalidad de este género: “la finalidad del documental, tal como yo lo entiendo, es representar la vida bajo la forma en que se vive”. Nanuk, el esquimal, fue la obra fundacional del documental así entendido, superando la mera mostración noticiosa y otros fines más oscuros -erotismo camuflado, justificación de desmanes coloniales, zoologización del ser humano…- que hasta entonces habían constituido la esencia del documentalismo. El éxito del filme mudo de Flaherty se debe a varios factores que no toca desarrollar aquí. Dejaremos de lado su rocambolesca producción y las numerosas faltas de objetividad en las que incurrió el realizador, por ejemplo en la representación misma de la caza de focas y morsas, que en aquel tiempo ya se hacía con armas de fuego que Flaherty quiso omitir.
Otros factores que hacen a Nanuk tan especial, y que la conectan con Angry Inuk, son la gran ternura que aquellos esquimales (aún se les podía llamar así sin incurrir en algún tipo de delito ideológico) desprendían en pantalla. Esta paradójica calidez proviene de sus especiales rasgos: la redondez de su rostro, la rechonchez de sus cuerpos cubiertos por suaves pieles que los engullen, su perenne sonrisa y la aparente ingenuidad de sus miradas. Por otro lado sus condiciones de vida, fronterizas con la muerte, refuerzan ese sentimiento de conmiseración que su imagen y sus tremendas vivencias despiertan en nosotros. Viendo Angry Inuk esas emociones, fruto de algún tipo de empatía ancestral, irremediablemente nos toman y es imposible no encariñarse con estas personas incomprendidas por el resto del mundo, ignoradas por leyes redactadas a miles de kilómetros por gente que no tiene ni la más remota idea de lo que es vivir sobre hielo. Sin embargo esas emociones se estrellan en nuestro espíritu con imágenes inquietantes -para nosotros- que se acumulana lo largo del metraje del documental, como la tierna fotografía de dos niños con la boca llena de sangre de foca fresca o la estampa de unos manifestantes paseando pancartas en las que dice We Eat Seal.

El problema de ese cortocircuito intelectual que nos provoca Angry Inuk está en que las focas son al reino animal lo que los esquimales al género humano para el espectador occidental, educado visual y ecológicamente por la Disney y los documentales de La 2. Como bien explica algún animalista arrepentido que aparece Angry Inuk, las focas como las ballenas, los orangutanes, los pandas y otras especies por el estilo, son el ariete mediático que estos grupos ecologistas usan para llegar a la opinión pública y a potenciales socios y patrocinadores. Animales que por aspectos tan arbitrarios como un rostro redondeado y aparentes antropomorfismos tocan el corazón de un público occidental y ocioso que jamás los ha tenido cerca pero no puede evitar enternecerse al verlos, lo mismo que le pasa con los inuits. Y es que Angry Inuk es el informe detallado de una de las consecuencias que tiene la forma en la que los medios audiovisuales, desde sus mismos comienzos, ha tratado estos temas: mostrando aquello que nos atrae emocionalmente pero que intelectualmente no tenemos tiempo ni ganas ni forma de entender y comprender. Se quejan amargamente los inuits de que ninguno de entre todos aquellos políticos y animalistas que demonizan su cultura y legislan su vida nunca, nadie, ha ido a hablar con ellos ni a ver cómo viven. Quién va a volar a ese lugar remoto para que le pongan de aperitivo dulces sesos de foca aún tibios.
Alethea Arnaquq-Baril rodó durante casi 10 años este documental que comienza con unas imágenes bellísimas de los helados paisajes de su Nunavut natal (parte del territorio inuit canadiense) que contrastan, bajo nuestra mirada occidental y lejana, con la captura y desollamiento de una foca, devorada inmediatamente en crudo por su cazador y el resto del poblado, por el que se reparte la carne de forma solidaria. La carne de foca es lo más fresco y sano que pueden consumir en estas latitudes, y la caza de un buen ejemplar es la mejor excusa para montar una pequeña fiesta en la que comerla en familia. Además, la venta de su piel y su transformación artesanal son alguna de las escasas oportunidades de ingresar dinero con el que pagar los precios absurdos y abusivos que tienen los productos llegados del templado Sur desarrollado y consumista. La foca abunda en Nunavut y no corre peligro de extinción al menos por causa de los cazadores inuits, que son pocos y las matan de una en una y nunca de forma masiva. Esas imágenes insoportables que hemos visto de un montón de hombres apaleando a cientos de focas indefensas en la orilla del mar provienen de la península de El Labrador, más al sur, y no son inuits quienes apalean, sino empleados de peleteras. Los inuits simplemente las acechan y matan de un disparo, una por una, y hay muy pocos inuits y muchas focas.

Contando esto empieza nuestro filme, que luego acompaña en el curso de los años a las acciones que, en defensa de esta forma de vida tradicional, llevan a cabo la misma directora y otros vecinos suyos. Les veremos manifestarse, acudir al Parlamento Europeo, y procurar tener debates con grupos animalistas que les ignoran. Y todo esto siendo pocos, pobres y sonrientes. Es un documental no muy original desde el punto de vista cinematográfico pero de sorprendente factura y gran solidez narrativa. A pesar de estar hecho prácticamente de forma artesanal por su directora durante mucho tiempo, hay gran coherencia en el aspecto visual y en el derrame de la información. No aporta nada nuevo a la cinematografía pero se agradece mucho su claridad y la ausencia de algunos tics que, en mi modesta opinión, están lastrando el género documental en los últimos años, pero de los que ahora no toca hablar. Invito a ver Angry Inuk por la belleza de sus imágenes, por la integridad serena de sus protagonistas y porque nos enfrenta con hechos y visiones que contradicen nuestros valores culturales. Enfrentarse a lo otro (o lo que creemos nosotros que es lo otro) es un sano ejercicio de lucidez y humanidad. Sustituir la polémica por la escucha y el desprecio por la atención. Vean ustedes Angry Inuk y luego saquen sus propias conclusiones.


Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Hola tocayo
Para mi generación la peli «fundacional» del genero fue «Los dientes del diablo» (con ese Inuk mexicano y su «puntito» de «erotismo camuflado») y lo cierto es que, igual que la nieve todo lo «uniforma», todas las pelis y documentales sobre ese territorio son muy parecidos. Esos niños comiendo hígado de foca seguro que no son siempre los mismos. Lo impactante sería acercar un horno eléctrico y filmar sus caras ante un buen asado de foca.
Aquellas imágenes de las masacres de focas al menos contribuyeron para que dejáramos de ver «mesas camilla» por nuestras calles -que era lo que parecían muchas de nuestras mayores con sus orgullosos abrigos de pieles-.
Un saludo -y una sonrisa esquimal vuelta y vuelta «pocohecha»- Manuel.
Me gustaMe gusta
Hola tocayo.
No conozco «Los dientes del diablo», me la apunto por curiosidad. Yo solo he visto, de tema esquimal, Nanook el ídem, que es una obra maestra que me apasiona, quizá porque es la primera vez que vi una peli muda con piano en directo. Experiencia que, por cierto, apenas he podido repetir, porque vivo en un medio pueblo donde esas cosas no se hacen.
Sí que tuve mi época «polar» y leí algunos libros sobre los polos de arriba y de abajo o viceversa. Me llama mucho la atención, espero visitar alguno algún día.
Lo de las señoras con las pieles era así, yo recuerdo mis tiempos de monaguillo, que pensaba mientras le sujetaba al cura la bandejita de las hostias que todas las señoras con pieles sin excepción comulgaban porque claro, había que lucir.
Pero bueno, esta gente -las del documental- realmente tienen que cazar y comer foca, porque llevan una vida de mierda donde el único estímulo potente sea posiblemente ese mordisco al hígado de la foca.
Besito esquimal
PD ostras, que miro y Los dientes del diablo es de Nicholas Ray, nada menos. Ya mismo me la agencio.
Me gustaMe gusta
Ay, yo también soy de «Los dientes del diablo». Hace precisamente un par de años volví a verla varias veces y me siguió gustando como cuando era una niña. Sí, es de esas pelis que marcaron mi infancia. Tiene bastante interés, la verdad, tanto la historia como cómo la cuenta Ray. Sí, Nicholas Ray… y un Anthony Quinn que yo me creo como esquimal (pero lo mismo no es nada creíble), su personaje se te clava en el alma. Hubo una secuencia que se me quedó clavada de niña y es cuando una anciana decide con templanza que es hora de morir y cómo transcurren los hechos.
No conocía el documental que reseñas, y me ha parecido superinteresante. Porque nada es tan fácil de entender. Este párrafo me parece clave: «Y es que Angry Inuk es el informe detallado de una de las consecuencias que tiene la forma en la que los medios audiovisuales, desde sus mismos comienzos, ha tratado estos temas: mostrando aquello que nos atrae emocionalmente pero que intelectualmente no tenemos tiempo ni ganas ni forma de entender y comprender». El equilibrio entre lo emocional y lo intelectual debería no ser tan complicado, y parece que lo es. Lo «sentipensante» sería lo ideal para entender y comprender de lo que nos están hablando, sentir y notar en la piel lo que nos están contando.
Por cierto, hablando de focas y el cine. Hay una película marítima a la que tengo gran cariño, «El mundo en sus manos» de Raoul Walsh, que tiene además diferentes lecturas, y donde las pobres focas tienen un papel central en la trama.
Beso
Hildy
Me gustaMe gusta
Ay Hildy, si has visto tantas veces y te gusta tanto Los dientes del diablo ya mismo tengo que agenciármela. De las fiestas no pasa. Anthony Queen es un monstruo con bigote que en todo puso tanta energía y humanidad que hay que creérselo. Y es que, querídísima amiga, si lo pensamos bien… ¿somos nosotros mismos creíbles? ¿parecemos lo que somos? ¿queremos ser lo que parecemos o parecemos lo que queremos ser o….? Preguntas incómodas en tiempos navideños, pero Anthony Queen nació con ellas respondidas, qué camaleón.
El mundo en sus manos mola un montón, la volví a ver hace poco. Qué colores, qué cosa Rusia cuando Rusia eran princesas y príncipes desperdigados por ahí. La foca lo mejor. No perdón, lo mejor del mundo es Raoul Walsh con prisas.
Un beso muy fuerte
Me gustaMe gusta