Los asesinos están entre nosotros es la primera película importante producida en Alemania tras el final de la II Guerra Mundial. Es por tanto un hito en la historia del cine y un valiosísimo documento histórico, sociológico y visual. Sobre esta película -a la que por cierto le he cambiado el nombre oficial, pues en los lugares habituales se titula“El asesino está…”, en singular, lo cual está mal traducido y no se corresponde tampoco con el mensaje del film-, todo lo conveniente e interesante que se puede decir y querer saber sobre ella, digo, ya lo ha dicho el impagable Dr. Mabuse en su gabinete, así que sinceramente les recomiendo que pasen por allí. Lo que yo contaré son cuatro impresiones deslavazadas.

La ruina protagoniza esta película. El viento que pasa a través de las ventanas, los cascotes que pueden caer de cualquier sitio, espejos rotos, las sombras que forman los edificios inservibles, los laberintos en que se convierten los viejos barrios apacibles cuando lo que eran las líneas y la leyenda del mapa ahora son derrumbes y listas de desaparecidos…

La ruina y sus intersticios, más allá de ser el escenario natural y obligado, pues ese era el decorado de la vida en el Berlín del 46, participa activamente en la acción de la película, por ejemplo tirando al suelo la carta que desencadena la trama del antiguo capitán que ahora dirige su fábrica. Es inevitable pensar en Alemania año cero, que aplica esta misma fórmula aunque quizá de forma más sutil (extraño adjetivo aplicado a estas historias) y por supuesto no se me fue de la cabeza durante todo el visionado El tercer hombre. Una impresión que me quedó tras ver este film es que el de Carol Reed está más que inspirado en él. Si lo transformamos dándole una pátina de humor distanciado, le mejoramos el guion y le añadimos el carisma de las estrellas, lo que tenemos es El tercer hombre. Los asesinos están entre nosotros carece por supuesto de todas esas virtudes que el sistema de estudios y el dinero ponen más alcance de la mano y que bien conjugadas con algo de suerte paren un clásico intemporal, pero a mí me esta me parece una película muy grande en fondo y forma, teniendo en cuenta el contexto de su producción. Tiene además una pátina de autenticidad e inteligencia que la dignifica y lleva mucho más allá del libelo propagandístico de circunstancias que bien podría haber sido.

Se agradece siempre a los realizadores europeos, y en especial a los alemanes, que echen mano del poderío visual que ellos contribuyeron en gran parte a desarrollar en el cine mudo. Luces duras, sombras, angulaciones muy significantes… Eso que suele decirse “expresionista” y que casa muy bien con el contenido y el mensaje de esta película desgarrada. Muy curiosa por cierto la enorme cantidad de planos holandeses o inclinados, muy en boga en este S. XXI que no sabe qué hacer con la steady cam, pero rarísimos en producciones antiguas.

Hay gran abundancia también de primeros planos muy cerrados, porque los rostros son también parte de ese paisaje desolado que queda después de la batalla.


La historia se articula en torno a una relación amorosa un tanto traída por los pelos, la verdad, entre una chica liberada milagrosamente de los campos de concentración que regresa a su antiguo apartamento berlinés y el médico alcoholizado y nihilista que se encuentra viviendo en él. Son dos personajes contradictorios entre sí que simbolizan un poco cómo ha quedado la nación alemana tras su derrota humillante y merecida. Por un lado los sentimientos de culpabilidad de quien ha presenciado el horror y no ha podido o sabido pararlo y quien o ha permanecido en una bendita ignorancia de todo ello, o bien ha sido víctima de los desmanes del régimen nazi y no es responsable de lo ocurrido.

Esta segunda Alemania es la de Sussanne, que solo piensa en ordenar las cosas, en disponerse para una vida futura más tranquila, y la Alemania culpable es la que representa el Dr. Mertens. Él ha renunciado a sus habilidades de cirujano por puro hastío del horror. Hay una renuncia a lo que pudo en el pasado aportar a la sociedad porque ha olvidado el valor mismo de la cura, esa magia que aplican los médicos con la que tendrá que reencontrarse acaso casualmente, para dar sentido a su futuro. El viejo óptico, que ayuda a los demás a que vean mientras espera la vuelta de un hijo desaparecido que nadie cree que pueda seguir vivo, es otro personaje alegórico que representa quizá el buen sentido de los valores y la tradición humanista que parece haberse esfumado en las últimas décadas. Los vecinos chismosos, el vidente estafador con sus aires profesorales, la niña que se asfixia como el país que ha quedado tras la derrota.

Los asesinos están entre nosotros porque también fuimos nosotros, y podemos volver a serlo. Es una película muy especial en la que todo está dispuesto para la transmisión del mensaje, dirigida a la vez al intelecto y las conciencias de un público que debía asistir -después de tanto tiempo- al cine a encontrarse con algo que a la vez fuera bálsamo consolador de sus miserias y ángel acusador de sus culpas por expiar. Su profunda carga visual y su muy elevado interés cinematográfico han permitido, sin embargo, que trascienda a su tiempo con brillantez, y a pesar de estar hoy bastante olvidada, eclipasada por los referentes históricos que mencionaba arriba entre otros, merece la pena volver a ella para comprender quienes fuimos y quienes seremos.

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