Como es sabido, durante la Guerra Civil española la producción cinematográfica en el bando republicano quedó en su mayor parte reducida a la actividad de la SIES Films en Barcelona. Esta fue la productora asociada a la CNT FAI, esto es, el sindicato anarquista de los trabajadores del espectáculo, que, tras socializar la producción, distribución y exhibición nada más estallar la guerra se lanzaron posteriormente a la realización de películas. Para adentrarse en esta historia fascinante recomiendo el documental de 2009 Celuloide colectivo, dirigido por Oscar Martín y disponible al menos en filmin, que cuenta, aparte de con conocidos historiadores del cine patrio y de Basilio Martín Patino, con la participación impagable de Juan Mariné, quien por cierto compruebo encantado que sigue entre nosotros cumplida ya la centuria, y que fuera casi imberbe operador y ayudante de realización en aquellos tiempos de cine heroico y menesteroso.

Aquella producción cinematográfica anarquista y un poco anárquica generó noticieros como documentales que hoy son memoria imprescindible de la guerra y además producciones de ficción que contribuyeron a “normalizar” la vida diaria del pueblo y, ya de paso, dejar caer consignas y moralinas ideológicas. En este contexto se produjo Nosotros somos así, mediometraje de apenas media hora, media hora de relleno de aquellas sesiones continuas, que visto hoy nos genera juicios, sentimientos, percepciones encontradas; contradictorias emociones e ideas que conciliamos con una sonrisa.
Nosotros somos así es una película “de niños” que evoca extrañamente a aquellos filmes protagonizados por Shirley Temple o Mickey Rooney. Un grupo de niños y niñas hacen bailecitos, cantan simpáticas cancioncillas, por ejemplo un chispeante chotis -estamos en Barcelona, no se olvide- y de pronto el padre de uno de ellos (burgués y privilegiado) es detenido por quintacolumnista en una escena absolutamente bizarra vista hoy pero quizá natural y consecuente vista entonces. Luego la cosa sigue, pero no cuento más.
Lo alucinante de esta pequeña película es, a mis ojos, cómo combina lo cándido y lo terrible, lo folklórico y lo progresivo (esas niñas feministas, que no quieren estar en la cocina) los ideales que nunca se materializaron y la ilusión infantil, que es intemporal.
La factura de producción es modesta, no paupérrima. El guion es inverosímil, no ridículo, la intención era buena, el futuro una neblina, las armas enemigas fueron implacables.


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