
En 1965 Yukio Mishima estaba empeñado en hacerse notar -vaya novedad- en Europa, por si le pudiera caer de una vez el Premio Nobel de Literatura; empeño inútil, por cierto, pues nunca le llegó el merecido galardón. Se le ocurrió entonces hacer su primera y última película: un cortometraje sobre su hermosísimo relato Patriotismo, que se puede leer aquí, en el que un teniente del ejército imperial que ha recibido un revés en su carrera militar, se administra el seppuku junto a su esposa en un Rito de amor y muerte, como se titula también a veces este filme.
Creo que es bastante conocida la personalidad genial y multiforme de este gran escritor, del que lo poco que he leído me ha parecido, en general, sublime. Mishima fue un hombre obsesionado con la fama, con su propio cuerpo, con su sexualidad, con la muerte -en especial en sus vertientes sacrificiales- con la disolución de las formas de identidad y autoridad del Japón tradicional… Uno lee sobre él y se queda ojiplático con su hiperactividad: su inmensa obra escrita, sus escarceos con el cine y por supuesto el teatro, su presencia constante en la vida pública japonesa, su afición al culturismo y a lucir sus músculos en homoeróticas sesiones de fotos y, en sus últimos años, la dedicación a ese ejército de morondanga que se inventó: Takenokai (Sociedad del escudo), una milicia formada por él y unos cuantos acólitos iluminados con los cuales el 25 de noviembre de 1970 montó su último espectáculo: un harakiri chapucero tras un lamentable intento de “golpe de estado moral”, o algo así, en un cuartel militar.

No quiero explayarme en contar esto, porque lo mío es el cine, pero en la wikipedia misma lo tienen muy bien resumido y además hay un gran reportaje de informe semanal del año 1985 en el que se glosa la muerte y personalidad de Mishima. En los primeros minutos ya les cuentan este último y lamentable capítulo de toda una vida enredado en el sutilísimo hilo que separa lo sublime de lo ridículo. El reportaje, por cierto, está ilustrado con muchas imágenes originales de Mishima, una vida en cuatro capítulos, retablo biográfico y vanguardista del que fuera guionista del mejor Scorsese y teórico de la trascendentalidad en el cine, Paul Schrader, peli de la que guardo buen recuerdo, si bien lejano.
Centrándome ya en Patriotismo, debo empezar advirtiendo de que este apunte mío soy consciente de que no sería compartido por buena parte de quienes vean o hayan visto el corto. Sé que una mayoría de cinéfilos con buen gusto y mejor criterio que yo lo considerarán una pieza más que interesante. Aparte del morbazo que tiene ver al mismo Mishima abrirse las tripas, más o menos como hiciera luego para terminar con sus días, es una propuesta diferente, no convencional. Se renuncia a los diálogos, se juega con los/el espacio escénico, se procura una puesta en escena original y artística y, en fin, no es cualquier cosa.
Mi opinión sin embargo es que toda esa originalidad no está bien llevada a término, que es un cortometraje pretencioso y fallido desde el punto de vista cinematográfico. Está por ejemplo lleno de ideas de bombero que se le ocurrirían a cualquier estudiante de cine en su primera o segunda práctica de la carrera, como que él aparezca con los ojos tapados por la gorra -quizá para conducir nuestra mirada a sus feas orejillas-, la aberrante exhibición de sus musculitos, o esos planos trucados en los que ella rememora al amado mientras este la acaricia en modo fantasma, recurso que Méliés habría descartado por manido. Lo mismo ocurre con la forma en que se elude la conversación hablada y se sustituye por la mímica cuando él le comunica a ella que toca rajarse y, en fin, son muchas cosas en muy poco tiempo.
No pretendo sin embargo ponerme aquí a destripar -jo jo, qué ocurrente- la película enumerando lo que no me gusta de ella. Lo que me atrae de Patriotismo, y por eso me apetece hablar de ella, es que la veo como una lección que el mundo real le da a un hombre que en su egolatría infinita no supo medir el alcance de su valía y su influencia. Esto a todos nos pasa, claro, que la realidad nos pone en nuestro lugar, pero en el caso de Mishima a mí es que me parece cómico, de graciosísima justicia poética, que su intento atrevido y bisoño de ser cineasta anticipara las circunstancias ridículas de su muerte. Lo último que hizo antes de suicidarse fue dar un discurso desde lo alto de un edificio de aquel cuartel en el que dio su golpecito de estado. Creía él que arengando a la soldadesca lograría su transformación espiritual ahí, en el patio del cuartel a la hora del bocata, pero resulta que ni se le oía desde abajo y que toda la respuesta que hubo fue un berreo informe en todo el espectro verbal que va de la risotada a la increpación furiosa. “No hay solución”, parece que fueron las últimas palabras de aquel teatrillo. Y es que cuando veo Patriotismo me siento un poco como aquellos soldados. Me escandalizo por la ridícula escena erótica, en la que Mishima besuquea a su entregada esposa con la pasión de un cangrejo de río, me aturullo con la música de Wagner, que no pega nada con lo que sugiere el minimalismo oriental de la dirección artística, y me da la risa al ver el chorreo de la sangre en el momento álgido que todos estábamos esperando. Y es que si Mishima le hubiera encargado a cualquier buen director idear la puesta en escena podría haber quedado un cortometraje intenso de verdad, premonitorio e intemporal, pero por su torpeza al concebirlo y su ignorancia de los mecanismos del cine lo que queda es eso, una especie de trabajo estudiantil rodado con medios profesionales, lleno de planos mal compuestos y recursos pueriles que empañan un relato hermoso y solemne que tan bien supo escribir y tan mal supo rodar.

Y de postre, otro seppuku de Mishima marcando musculito… Y un análisis más serio que este de la peli, en inglés


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Hola tocayo:
Yo creo que muchos la primera vez que oímos hablar de Mishima fue en la canción «Mi dulce Geisha» de La Mode. Porcierto, Fernando Marquez, líder del grupo, ha resultado ser un doble (o triple) visionario; aparte de que en la primera estrofa toca el tema Mishima, en otra estrofa habla de «robot de bolsillo»… y ¡atención a con qué rima patriota!
Sé que me he ido por las ramas de loto pero sólo quería saludar (y agradecerte por llevarme hasta «el eterno femenino»). Manuel
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Hola tocayo!
Pues te diré que la primera vez en mi vida que escucho esa canción es ahora mismo mientras te escribo… Es que mi relación con la música popular ochentera es digamos que compleja, jeje.
Eso sí, la letra es graciosa, a la vez idiota y europea, será por eso que no envejece…
Gracias por enseñarme, Manuel
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