Con la adquisición de los primeros sistemas preparados para rodar en sonoro se decidió, en la URSS de 1930, realizar algunas películas propagandísticas para probar el asunto. Mientras que otros equipos se limitaron a grabar celebraciones obreras o desfiles o colectivizaciones con sonido de fondo, Dziga Vertov, inquieto y creador, pensó que había que ir más allá. Él mismo lo cuenta en uno de sus innumerables artículos-ensayos-manifiestos publicado en El arte soviético del 17 de mayo de 1931, que se puede leer traducido en Dziga Vertov, Memorias de un cineasta bolchevique. Ahí manifiesta que lo que pretendió con Entusiasmo (qué título hermoso) fue poner a prueba los problemas que, a principios de 1930, hacían inviable la creación de documentales o noticiarios con toma de sonido en directo. Enumera una serie de limitaciones técnicas -muy reales en aquel tiempo- para presentar como un reto su idea de superarlas todas haciendo una película de no ficción en la que el sonido no solo está presente sino que es la espina dorsal que distribuye las emociones e ideas por un metraje ideado y montado para impactar los sentidos y la razón y por supuesto el ánimo de la clase obrera tan necesitada de él en el agónico cuarto año del primer plan quinquenal.

Tras presentar el reto Vertov cuenta en este artículo, con más disimulo que datos, los problemas técnicos, logísticos y presupuestarios -estos solo los insinúa- a los que hubo de enfrentarse. Tan solo dispuso de 30 días para rodar y grabar el sonido en las complejas condiciones de una mina, una siderurgia, el campo y populosas manifestaciones. Las tomas de sonido se puede adivinar -porque escribe entre dientes- que no eran válidas en muchos casos, y montar la película llevó 50 días llenos de sábados comunistas, que así se decía entonces lo que nosotros llamamos horas extras no cobradas.
El resultado de todo aquello es una obra mayor, no maestra como El hombre con la cámara, pero sí grande y que se trasciende a sí misma por su valor como experimento bien logrado. Vertov quería hacer un filme en el que el sonido diera forma y sobre todo contenido al relato más que las imágenes, y eso se consiguió. Pero no del todo. Porque lo que quedó es un constructo experimental y hermoso, lleno de valor estético pero falto de naturalidad y fluidez. Hay una primera parte cansinamente simbólica en la que vemos que la religión y las supersticiones son sustituidas por los comisarios políticos y las manifestaciones. En este tramo no hay apenas sonido directo, y se ha usado una música orquestal machacona y anodina, si bien compuesta ex profeso para la película. Después, llegada la revolución a esta parte ucraniana (Ucrainfilm produce) en las orillas del Don ya la cosa se pone interesante desde el punto de vista fílmico, cuando la cámara y los micrófonos bajan a la mina de carbón o suben a la acería o recorren las eras de tierra negra. Luego vienen las proclamaciones, los juramentos de compromiso con el plan quinquenal, casi cumplido con un año de margen. Alegría en el trabajo, orgullo en la autoexplotación. Deseo de colectivización.

La película fue un fracaso. Aburría a todo el mundo y contribuyó al ostracismo de Vertov bajo la recurrente acusación de formalismo, y un par de años después del estreno fue obligado a entregar el resto de sus días de cine a editar noticiarios insulsos. Cuenta Jay Leida en su fundamental Kino que, en una gira europea de promoción de Entusiasmo, al entusiasta Vertov se le fue la pinza en Londres, copio literal:
Cuando Vertov asistió a la presentación de su primera película sonora, Entusiasmo, en la Film Society de Londres, el 15 de noviembre de 1931, insistió en controlar la proyección sonora. Durante el ensayo la mantuvo a un nivel normal, pero durante la función tuvo a su lado al técnico de sonido del Teatro Tiyoli y un funcionario de la Society y levantó el volumen a una altura tal que rompía los tímpanos. Se le pidió que no lo hiciera, rehusó y terminó la función luchando por la posesión del instrumento de control, mientras el edificio parecía temblar con el diluvio de ruidos que provenían desde detrás de la pantalla.
A pesar de los pesares Vertov contó para su causa con la opinión de Chaplin, que al parecer vio Entusiasmo en Berlín y declaró a los cuatro vientos que era una maravilla sensorial, que por primera vez el uso del sonido le parecía conveniente y que etcétera etcétera. Que la mejor opinión sobre su experimento sonoro viniera del mayor cineasta renuente al sonido que ha habido no sé si es la mejor de las publicidades, pero en 1931 tenía sentido apelar a la autoridad de Charlot. Por otro lado se habla de la posible influencia de Entusiasmo en Tiempos modernos. No sé yo.

Al año siguiente de la filmación y estreno de Sinfonía del Donbass Stalin decidió que la resistencia de los campesinos ucranianos a la colectivización y la necesidad de sofocar para siempre sus tímidas ínfulas nacionalistas debían ser extinguidas por hambre, y llegó el Holodomor.
Este apunte está escrito en los primeros días de la invasión de Ucrania por Rusia. Por eso es apagado, gris y desvaído. No tengo ganas de escribir, pero me ha parecido necesario hablar de una película en sombras rodada en el Donbass cuando era soviético y ucraniano a la vez. Lo escribo también por su significado. Entusiasmo es una película-mentira, un producto artificioso que oculta la resistencia del pueblo ucraniano de aquel tiempo a perder sus granjas y sus fincas, y el castigo que recibían por esa resistencia. Pero también es una película-verdad, porque con una maestría audiovisual genial mostró cómo se templaba el acero o se arrancaba a la tierra el carbón para construir un país nuevo que sustituyó, años y hambre mediante, al que luchaba por la propiedad de las tierras. La Historia es más complicada que el Cine, pero el Cine es más hermoso que la Historia. Por eso ha quedado Entusiasmo. Sinfonía del Donbass, como un símbolo irreverente de la valentía de la ficción -sí, ficción documental- frente a la realidad fea.
Entusiasmo es a la vez la crónica de lo que no era entonces y de las causas de que lo que hoy ocurre sea lo que es. El cine documental/noticiario para las masas hoy no existe apenas, pero en un tiempo tuvo la responsabilidad de contarle al futuro lo que hay. Entusiasmo es una gran mentira y, sin embargo, nos ayuda a entender la verdad de lo que hoy ocurre mejor incluso que las crónicas inmediatas de valientes reporteros a los que atendemos 10 segundos como máximo.
El Donbass de Vertov nunca existió. El de hoy está en sangrienta y muy real disputa. Entusiasmo (qué título hermoso, otra vez lo digo) es una mentira envuelta en proyecto audiovisual fracasado pero, por amor al arte, felizmente recuperado y valioso. Eso no está en disputa. Todo es complicado, lo que hoy es mentira mañana será verdad, lo que hoy es arte mañana será un fracaso, y viceversa, y viva Vertov y quienes, como él, saben habitar ese mundo paralelo de la creación y la genialidad.


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Un placer como siempre leerte y pensarte…
Además he indagado en algunas secuencias de «Entusiasmo. Sinfonía del Donbass», que no conocía.
Me ha resultado interesantísimo cómo Vertov trabaja y experimenta con el sonido.
Y decirte, querido Manuel, que tu texto no es apagado, gris y desvaído, sino que contiene muchos elementos para reflexionar, pensar, debatir e interesarse por la historia.
Resaltas una frase en negro que me ha hecho pensar bastante: «La Historia es más complicada que el Cine, pero el Cine es más hermoso que la Historia».
Beso
Hildy
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Muchas gracias querida Hildy. El texto creo que sí quedó apagado y gris, más quizá de lo que la película merece, pues es mejor de lo que dejo entrever.
Vertov era un experimentador incansable. Por eso quizá se lo llevo por delante la historia, porque le podían la pasión y el empeño en crear y tuvo la mala suerte de desarrollar su arte en un tiempo que primero alimentó sus ilusiones con un contexto tan especial y disruptivo, pero luego le mandó al ostracismo cuando al contexto le creció el bigote georgiano.
Un beso muy fuerte
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Hola tocayo
A tenor de lo escrito me vienen varias «escurrencias»:
Hace noventa años Donbass era punto caliente… y así seguimos.
Me gustaría saber como era el sistema de audio del Teatro ¡Y a que consideraban «diluvio de ruidos»!
Entusiasmo es una bella palabra y bastante ajustada a como arrancaba aquella década en algunas partes. Sabiendo cómo acabo me dispongo a canturrear por Tom Jobim: «tristeza nao tem fim, felicidade sim».
Un saludo, Manuel.
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Madre mía tocayo, qué frase dolorosa la de Jobim.
Tu pregunta por el sistema del teatro me viene al pelo para enlazarte un corto de animación bien graciosón que lo explica de maravilla. Aunque había distintas variantes podemos inferir que en el Londres de 1931 si no era el exitoso sistema Western sería otro que lo copiara.
Mira qué simpático:
Un saludo más feliz que triste.
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Tuve hace unos años una pequeña racha obsesiva con Dziga Vertov y a raíz de eso me compré un pack de DVDs en que creo que iba esta película. Si hasta me vi Tres cantos a Lenin, que por el título a cualquiera le echa atrás y la disfruté y todo.
Como dices es interesantísimo ver cómo experimentaban en el sonido aquellos primeros años, sobre todo los cineastas más vanguardistas como Vertov. Intuyes esa excitación inicial propia de un niño con un juguete nuevo, imaginando todo el caudal de posibilidades que se presenta ante sus ojos, y para mí eso tiene un gran valor incluso cuando algunos de esos experimentos no funcionan del todo o les falta fluidez. A veces la imperfección le da un interés añadido a este tipo de obras.
Un abrazo.
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Como le decía a Hildy, me temo que este post tristón deja una impresión equivocada sobre el valor que tiene la película. Creo que es irregular más que por falta de pericia de Vertov por los muchos problemas que hubo, como era de esperar, en la producción, pues se mezclaba la estructural penuria de sus películas, que hacía con su mujer y su hermano (que creo que aquí ya no estaba) a ratos sueltos y a salto de mata, con las lamentables condiciones técnicas de esos primeros sistemas de sonido que llegaron a la URSS, que ya te puedes imaginar…
Es decir, que el resultado final no toca el cielo, pero lo que tenía Vertov en la cabeza hubiera sido algo muy grande de haberse llevado a cabo. La prueba de ello es que, visualmente, la película es una maravilla llena de recursos y buenas elecciones, y que en lo que respecta a sus temas, que es un documental sobre cosas que, en 1931, ya interesaban un pimiento morrón al público soviético.
Es que es esa excitación infantil del día de reyes eterno que mencionas lo que hace grande a Vertov. No el hecho de que hiciera lo que pudo con ella, sino que nunca la abandonó, aunque fuera obligado a dejarse la salud y trabajar en las peores condiciones y con los materiales menos interesantes hasta el final de sus días. Cuando escribo sobre él siempre menciono un rasgo que no se ve contemplando sus películas, y es su limitada capacidad teórica para justificar digamos filosóficamente sus elecciones o pretensiones fílmicas. Porque su ojo iba por delante de su mente, y eso le da una autenticidad a cada idea que se le ocurre y a cada plano que monta su mujer Szilaveta Svilova, (ojo, que sin ella no sería ni la mitad de lo que fue) que, en mi opinión, le falta a Eisenstein, que era un genio pero un genio plomizo tanto en lo teórico como en sus películas, a las que faltan el brío y la ligereza que a Vertov, por el contrario, se le escapa de las manos.
Un abrazo
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