Una historia verdadera (The Straight Story, David Lynch, 1999)

¿De qué sirve vivir? A la más compleja de las preguntas David Lynch contestó con la más sencilla de sus películas. The Straight Story, de hecho, arrastra un poco el sambenito de no parecer una obra de su autor, de ser anómala por su sencillez, y nos confunde por su pureza. Lo cierto es que la idea de la película y el libreto, en el que Lynch no intervino, fue de Mary Sweeney, su novia, guionista y productora en aquellos años, natural de Wisconsin y conocedora de la historia real. En esta vieja entrevista promocional se explica todo. En cualquier caso es una película de la que el director de Mulholland Drive jamás ha renegado, en algún sitio he leído que le parece la más compleja de las que ha hecho (esto me lo creo y no me lo creo a la vez) y es tan buena, tan grande, tan inabarcablemente humana, que me cuesta creer que un genio como él quede al margen de ella en algún sentido. 

Aunque recuerdo como su hubiese sido ayer la emoción de verla en el cine con un gran amigo mío, y que salimos los dos de allí mudos, incapaces de articular palabra, resulta que hace 23 años que se estrenó, así que a lo mejor es conveniente ponerla en contexto, muy brevemente, por si sucediera que alguien lee esto la desconoce y se pone a verla. Qué envidia poder descubrirla. The Straight Story cuenta un viaje que Alvin Straight, un camionero jubilado, hizo en 1994 para ver a su hermano enfermo, que vivía a más de 450 km, en un cortacésped John Deere de 1966. En España se tituló Una historia verdadera y, bueno, no me parece mal, aunque se pierde el casual y mágico juego de palabras que el apellido real del protagonista devuelve en inglés. La película se rodó cronológicamente y en las localizaciones reales del viaje desde Laurence, Iowa, –Pocahontas County- hasta las cercanías de Mount Zion, Wisconsin. No todo lo que aparece en la película es cierto, por ejemplo Alvin no era viudo, y algunos encuentros con otros personajes son fabulados, pero en esencia se puede decir que sí, que esta es Una historia verdadera. De cualquier manera en este enlace hay algún dato más sobre la verdadera historia de Alvin, que murió en 1996 antes de que se rodara la película que él autorizó y al que, por cierto, sobrevivió su hermano.

Los verdaderos hermanos Straight

El recorrido de Alvin a 5 millas por hora por los campos cerealistas de Iowa y las colinas que preludian el valle del Mississippi demoró unas seis semanas. La película dura menos de dos horas, pero es tal su intensidad emocional, transmitida sobre todo por Richard Farnsworth, que parece que necesitaríamos al menos esas seis semanas de rodar contemplativo para terminar de comprender cómo surgen las estrellas nocturnas de la luz del día, en el plano final. Los problemas de movilidad de Farnsworth que vemos eran reales, de hecho estaba mucho más impedido que el verdadero Alvin, pues sufría un cáncer extendido a los huesos con el que terminó él mismo, suicidándose un año después. Es un añadido, una rémora emocional que conlleva ver esta película y volver a verla -debo de ir por la décima experiencia-, saber que lo que asoma a los ojos azules de Farnsworth -que fue entre otras cosas doble de acción de Henry Fonda en Fort Apache y de Kirk Douglas en Espartaco– es fruto de un dolor verdadero y de la conciencia tranquila de que el telón bajará pronto. Es imposible describir, para mí al menos, el mérito ya no sé si decir actoral o qué de este hombre en las últimas que puede a la vez representar a un tipo recio y en cierto sentido simple, cazurro, y, con un mínimo gesto y a veces ni esto, con un solo empañársele los ojos, expresar un conocimiento profundo de la naturaleza humana y de lo que pintamos en este mundo por el que pasamos, por desgracia, más como esa pobre mujer que atropella ciervos cada semana que como lentos profetas en tractorcillo.

Una historia verdadera es Farnsworth, pero también es la grúa y el helicóptero, esos planos sobreelevados que, cuando son usados con verdadera maestría, crean algo trascendente, que sobrepasa el nivel terrenal. Así, los campos trazan líneas en sus lindes y en sus surcos que son el trasunto vivo y fructífero de la carretera que Alvin sigue. La cosechadoras haciendo su trabajo son la otra parte de lo que Alvin supone. Él es un sabio al final de sus días que en su invalidez comprende el valor de lo vivido, mientras que esas cosechadoras de alguna forma expresan el poderío de una vida en pleno rendimiento que saca de la tierra el sustento de los otros sin pensar y con prisas, trabajando a destajo sin cansancio ni tregua, en plenitud. La generosidad visual con la que Lynch y sus magníficos operadores tratan estos campos, y la perfecta banda sonora de Angelo Badalamenti, son el manto de belleza que cubre la decrepitud de Alvin y la monotonía de su recorrido por rectas interminables y angustiosas. 

En The Straight Story todos aprenden de todos. Los años de experiencia y las muchas vivencias dolorosas de una vida ya muy cargada de recuerdos le sirven a Alvin para aleccionar a quienes encuentra en su camino, como la chica embarazada o los ciclistas borrachos de juventud y salud. Los dos mellizos mecánicos también se llevarán lo suyo, y el cura dirá “amén” a sus pequeños sermones. Alvin es un santón que circula sin frenos en el remolque y se alimenta de insanas salchichas de hígado, pero a la vez es un hombre humilde y sensato, amable con los amables, cuya catarsis definitiva consistirá en renunciar por fin a lo que sea que le hiciera discutir con su hermano. Alvin se transforma en el camino y transforma a su vez a quienes le tratan. La misma naturaleza tiene arco de transformación en esta película: las tormentas que encantan a Alvin y a Rose, su hija, traen malas nuevas, pues con un trueno llega la noticia del infarto de su hermano, y en lo que sigue Alvin huye de ellas y las contempla con más respeto. 

¿De qué sirve vivir? decía al principio que me parece que es la pregunta a la que The Straight Story quiere responder. O mejor, parece que es la pregunta a la que Alvin responde con su viaje. La cosa es que la respuesta es el viaje mismo. Millones de vueltas del caucho de unas rueditas de cortacésped que conducen hacia un hermano que puede que no esté o que quizá no sea mejor persona que el hermano con el que se discutió. El viaje de Alvin también enseña que la vida se desgasta y se disuelve en la memoria, como los compañeros soldados muertos en las guerras pasadas, cierto es, pero que también ese hálito que exhala el olvido oxigena el presente demasiado precario para un viejo como él. Comprender que la vida se marchita parece que es condición necesaria para entender que un día fue fragante y colorida como un ramito de flores silvestres. Vivir sirve de mucho, pero se descubre cuando queda poco. Por eso, y por las muchas derivaciones de eso, le lloran tanto los ojos a Richard Farnsworth / Alvin Straight.

PD: les dejo un mapa interactivo con el recorrido aproximado que hizo Alvin, según pudo saber reconstruirlo un cicloturista de la zona en 2010. Aquí más datos.

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8 comentarios sobre “Una historia verdadera (The Straight Story, David Lynch, 1999)

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  1. Hola tocayo
    Ya pensaba que habías tomado un atajo en tu ruta bicicletera pero, como en el cine clásico, el truco se desvela al final.
    Me gusta mucho Lynch peeeero (pausa valorativa = acertaste) no he visto Straight Story. Sé que me pierdo una buena. Y más siendo la última de Farsnworth. Y con Spacek. No tengo disculpa.
    Mentiría si te confesase mi envidia con esa ruta cicloturistera; en mi escudo de armas -escrito en élfico- pone ¡Qué trabajen los motores!
    Un saludo desde mi «yondir» de juguete. Manuel.

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    1. Hola tocayo,

      se te nota lo finos que sois en Castilla o en León por como pronuncias el nombre del tractorcillo, en mi infancia eran «yondere», aunque mi padre tenía un David Brown (pronunciado como suena, no deivid braoum). Ya que dices que eres muy de motores, a lo mejor te suena que el tal David Brown fue creo que un ingeniero que también diseñó algunos Aston Martin, entre ellos el clásico de Bond, que es el modelo «DB 7» , DB de David Brown.

      Sé que a lo largo de este tiempo que tan felizmente me apostillas has tenido que sufrir varias pequeñas punzadas por mi ignorancia o el gusto antiochentero que me suele acompañar, pero 3 ó 4 de ellas quedan compensadas por el debe de no haber visto Una historia verdadera. Aprovecha la molicie estival para verla y recorrerla.

      Un abrazo fuerte

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  2. Hola bicicletero. Te escribo desde los campos de esa vieja Castilla, cuna de esa santa que lo flipaba y tenía línea directa con vaya usted a saber quién.
    Ay, siento esa misma emoción que tú por esta joya. Desborda humanidad y sencillez en cada uno de sus fotogramas; una hermosa historia que en cada uno de mis visionados (y van unos cuantos), siempre, y digo siempre, me emociona hasta la congoja, especialmente la escena final cuando ambos hermanos se sientan sin decir palabra para contemplar las estrellas.
    Y si, Una historia verdadera es Farnsworth, un gran testamento cinematográfico, y ya me sería imposible imaginar esta hermosa película sin él como protagonista. Soberbio.
    Un abrazo castellano,

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    1. Hola nuncaelolvido,
      no puedo más que coincidir contigo en lo que coincides conmigo. Es una película de las que te agarra de no se sabe dónde, y que no te suelta y ya va contigo para siempre.
      Curiosamente creo que hasta este visionado, que será sobre el décimo como digo arriba, no había caído en la cuenta de que cuando aparecen las estrellas en el plano final ¡es de día! Eso dice mucho de la profunda intensidad de la peli, que hace llegar a un estado tal de emoción en ese momento que -hablo por mí- hasta dejo de ver lo que estoy viendo, y solo veo lo que siento. Una maravillla.
      Un abrazo

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  3. Manuel, este texto es precioso. Me han entrado ganas tremendas de volver a verla.
    Hay escritos de los que se pueden coleccionar frases. Este es uno de ellos.
    Hoy me quedo con «Comprender que la vida se marchita parece que es condición necesaria para entender que un día fue fragante y colorida como un ramito de flores silvestres».
    En fin, lo importante es el viaje. Las aventuras y los obstáculos que nos depara.
    David Lynch es cierto que consigue mover las emociones. A mí sus propuestas más «sencillas» y menos experimentales me conmueven profundamente. Me estoy acordando ahora de El hombre elefante.

    Beso
    Hildy

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    1. Muchas gracias Hildy queridísima por tus halagos, aunque esa frase yo mismo sopesé antes de «darle al intro» que bordea la cursilería alambicada en la que, maldición, no puedo evitar caer a veces.
      El hombre elefante es «otra».

      Un beso muy fuerte

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  4. Amigo Manuel, qué texto tan bonito y tan apropiado para la película que reseña, chapeau!
    Me gustó mucho el filme y por algún motivo no he vuelto a revisionarlo, quizá por ser una de esas películas tan especiales que te da miedo que no mantengan ese aura tan especial en un revisionado. Pero a ver si este otoño le pongo remedio.
    Me gusta especialmente cuando un cineasta asociado a un estilo o un tipo de películas muy determinadas se desmarca con una totalmente distinta y te demuestra lo versátil que podría ser si quisiera. Ya no es que Lynch sea capaz de narrar un drama convencional (en fin, alguien con su experiencia en el medio podría hacerlo sin problema), sino transmitir tantísima sensibilidad sin caer en la sensiblería. Hay tipos que seguramente se han dedicado más a menudo a este género y no han logrado algo tan emotivo y puro como esta pequeña joya.
    Un abrazo.

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    1. Es curioso lo de revisionar esta peli… Cuando la vi en el cine, aunque salí muy impactado recuerdo que le veía alunas faltas, por ejemplo me daba la impresión de que se habían recortado escenas con poco disimulo, por ejemplo la de el picnic con los ciclistas.
      Sin embargo mientras más la veo más perfecta me parece, y también más compleja en su puesta en escena… No sé, esta película es que me llega tanto en el aspecto emocional como en el «crítico» que creo que ya me ha rebasado en cierta forma, y soy incapaz de verla con objetividad.
      En cuanto a directores que se salen de lo suyo, me ha recordado usted lo mucho que disfruté hace poco La ley del Hampa, de Budd Boetticher. Me chiflan sus westerns con Randolph Scott y hay que ver qué distinta, pero qué parecida a la vez, esta joyaza gansteril.

      Boetticher… Menudo personaje! otro en el que me gustaría tener más tiempo para profundizar en él….

      ¡El único director-torero que en el mundo ha sido!

      Un abrazo!

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