El tren de las 3:10 a Yuma (Delmer Daves, 1957)

Desde las alturas

La lluvia no llega, la sequía va para tres años y Dan Evans (Van Heflin), ganadero que no acertó al elegir sus terrenos, se acerca al abismo de la miseria junto a su mujer amada y sus dos hijos que, hasta ahora, le han admirado. 

Ben Wade (Glenn Ford) asalta una diligencia y para ello ha interpuesto unas vacas sueltas en su camino. Son las de Dan, que se encuentra con la escena y contra su voluntad participa de ella. Es testigo de dos muertes a manos de Wade. Es un criminal astuto, pero también un hombre tranquilo, pacífico y conciliador a su manera. Este primer encuentro, casual y respetuoso, es un proemio.

Una narración bien compuesta de 3:10 to Yuma y las debidas claves para acercarse a ella están en muchos sitios, por ejemplo en este artículo en  El Antepenúltimo Mohicano de José Luis Forte. Como en otras ocasiones remito allí para esas informaciones generales -pero ojo que hay destripe- y aquí me dedico a anotar al margen.

La etiqueta de “western psicológico”creo que no es la más acertada para esta película, lo mismo que para El pistolero, Johnny Guitar, Incidente en Ox Bow, o la inevitable Solo ante el peligro, entre otras muchas. Es una etiqueta que uniformiza producciones que varían mucho entre sí y que  conduce a la confusión y el prejuicio. Si acaso podrían llamarse “westerns dilemáticos”, lo que sería más preciso pero horriblemente feo, así que mejor tratarlas a cada una en particular. Lo que tienen en común es una estilización de los motivos más clásicos -los de Ford y Hawks, vaya- y un mayor trabajo en los vericuetos interiores de sus personajes. Hay en ellas más psicologismo, cierto, si queremos usar el tecnicismo, pero no creo que sea acertado adjetivar con él a todo un nuevo estilo que da un paso adelante -o al lado, o atrás-, al género del oeste, desde siempre añejo y atrayente, desde siempre renaciendo. En el caso de El tren de las 3:10 a Yuma, por ejemplo, el paisaje y su tratamiento visual sigue siendo muy importante, como luego comentaré, mientras que en otras películas de este nuevo  estilo se renuncia prácticamente al lenguaje de exteriores; pienso por ejemplo en la fundacional El pistolero, de Henry King.

3:10 to Yuma es una película con su propia personalidad, aunque todo lo que en ella ocurre ya lo hayamos visto otras veces. Más allá de eso, a mí me parece casi experimental, un hito creativo de altura mucho mayor que la del purgatorial círculo dantesco en el que sea que repose, eso por supuesto. No sé si su magia es el resultado de muchas felices casualidades o si bien es el fruto de la meditación profunda y el mejor oficio por parte de Daves y el equipo creativo. Son tan geniales sus hallazgos que no sabe uno ni qué pensar. 

Una prueba de su naturaleza extraordinaria es que su remake de 2007, dirigido por James Mangold y protagonizado por Russell Crowe y Christian Bale, palidezca tantísimo a su lado. Y Lo hace siendo un producto bastante potable y digerible, que responde a los gustos y los usos del Hollywood del s XXI y sus tics habituales (olvido de la profundidad de campo, cientos de planos inútiles, personajes de justito calado y más cosillas) pero que, ciertamente, está hecha con respeto al género y la audiencia y es bien disfrutable. 

Hay dos hallazgos en la versión original -debidamente obviados por la copia de 2007, claro- que por sí solos ya merecen que la elevemos a lo altares mayores del cine y la creación. El primero y el más memorable es Ben Wade, el “malo” interpretado por Glenn Ford. Es un personaje absolutamente asombroso. Es el definitivo malo-bueno, sin duda el más complejo y usualmente menos exitosos de los caracteres dramáticos que existen. Wade es malo, mira por él mismo, quiere engatusar a Dan, el vaquero honrado que debe vigilarle hasta la llegada del tren. Ladrón, asesino, mujeriego, distante, manipulador… Y sin embargo, desde su primer segundo en pantalla nuestro corazón está con él, aunque no queramos que se salga con al suya, aunque su simpatía y aparente dignidad sean el reverso de una maldad perseguida en todo el condado. La clave está en que es íntegro, en que es de fiar. Es como un vendedor de seguros que nos avisa de lo que no cubren sus pólizas, es como un profesor que te dice la pregunta difícil que te va  a caer para que te la prepares. Hay en él una potencia moral intensísima. Constantemente advierte a Dan de lo que le va a ocurrir, le ofrece incluso asistencia física si la necesita, pero en ningún momento simula ser buena persona, o engaña en sus intenciones. Incluso cuando le ofrece increíbles cantidades de dinero por dejar de retenerle, nosotros sabemos mejor que Dan que volverá de México, si escapa, para pagarle. Es como un Jano de un solo rostro. Muy pocos actores podrían haber interpretado a este hombre de forma creíble, y Glenn Ford desde luego lo borda. Curiosamente, las que en algún momento podrían considerarse limitaciones actorales del protagonista de Los Sobornados y Gilda, que son esa suerte de media sonrisa perpetua y la aparente  falta de dureza o solemnidad en el gesto característica de los protagonistas clásicos, en este film se vuelven sus mejores aliadas, pues ayudan a que Wade combine un rigor moral altísimo con el espíritu pendenciero y gamberro que tenemos que presuponer por sus actos y su pasado. 

Desde luego la apuesta por este personaje era altísima. Qué fácilmente podría haberse deslizado por la pendiente del histrionismo o, peor, del buenismo paternal, lo que hubiera trastocado totalmente nuestra suspensión de credulidad -tan necesaria en esta historia- y hubiera convertido el film en un producto indigesto y cansino. Sin embargo, siendo el suyo un carácter más que improbable e increíble, que además funciona por machacona insistencia, al ser una especie de voz interior encarnada, en vez de generar hastío o incredulidad en el espectador va, por el contrario, elevando por sí mismo la tensión dramática hasta que nos lleva, como al pobre Dan, a un estado insoportable en el que agitamos, pero no mezclamos, el deseo de que no se salga con la suya y  nuestra estima y respeto, que por otra parte se ha ganado. 

El otro gran hallazgo al que quiero dedicar unas líneas es visual, y es el uso de la grúa. No soy muy entendido en el funcionamiento de toda la cacharrería cinematográfica y poco suelo hablar de ella, pero creo que esta película es una suerte de monumento a la grúa de filmación. No sé si por una decisión creativa y consciente o bien por haber planteado para las escenas de exterior un tono fordiano que invite al espectador tradicional a esperar grandes cosas, pero el caso es que se decidió rodar prácticamente todos los planos exteriores y muchos interiores, con grúa.  Esto da como resultado una representación del espacio fílmico muy particular, pues es tan constante pero a la vez tan medido y conveniente, el movimiento ascendente y descendente en el que estamos inmersos los espectadores, que termina por haber una perfecta correspondencia entre nuestro punto de vista visual y nuestro punto de vista narrativo.

En efecto, la película cuenta una fábula bastante poco creíble que necesita mucha depuración y trabajo de guion y puesta en escena. Es una historia fantasiosa en un contexto físico que, aunque sea territorio mítico en el plano histórico, es un lugar al que se accede muy sensorialmente -una de las razones del éxito de este género- por lo que, si pretendemos convertir los exteriores en espacios de abstracción, se necesita situarnos en un plano muy especial. En 3:10 to Yuma ese plano es el que deja la grúa: flotamos sobre escenas de las que nunca terminamos de despegar, y nuestra posición privilegiada no es sin embargo la del espectador omnisciente, sino la del que observa, se integra en el medio, reconoce los rostros y los hechos pero sabe luego alejarse grácilmente. 

Que todo esto que cuento no es un desbarre mío sino un pilar estético de la película, me atrevo a decir que queda demostrado en sus últimos planos, cuando (pequeño destripe) llega la lluvia ¿De dónde llega ese agua si en el cielo no hay ni una nube? Pues llega de nosotros, la traemos en la grúa. Es un salto de la cuarta pared, esta vez de nosotros al espacio fílmico, que regamos agradecidos por la grandeza humana a la que terminamos de asistir.

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3 comentarios sobre “El tren de las 3:10 a Yuma (Delmer Daves, 1957)

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  1. Una de mis debilidades es el western, y este, El tren de las 3:10 a Yuma, me sorprendió gratamente, por muchas de las cosas que explicas en tu post. Además desarrolla tan espectacularmente bien la relación entre el protagonista y el antagonista, y esa especie de «cordialidad» que construyen, que la película me atrapó sin remedio. Qué riqueza y matices hay en los dos personajes.
    Y tienes razón Glenn Ford está magnífico. Y es curioso porque con este actor he tenido siempre una relación amor-odio, pero al final es cierto que hay tantas películas de su filmografía que me interesan, que creo que le he cogido cierto cariño, y ahora lo analizo de otra manera.
    El tren de las 3:10 a Yuma no es una película plana, y es cierto que la psicología de los personajes y las situaciones que viven enriquecen totalmente esta película de Delmer Daves. Un realizador que realizó otros western que me gustan un montón como Flecha rota o La ley del talión.

    Beso
    Hildy

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