La versión más conocida de esta historia es la de 1953: Los crímenes del museo de cera (House of Wax) dirigida por André de Toth y protagonizada por Vincent Price. Curiosamente coincide con la del 33 en que atraía la atención de la audiencia con sus innovaciones técnicas. La del 53 se ofrecía con un sistema “Natural 3D” de la Warner y la del 33 se vestía de rojo y verde, pues está rodada en Technicolor bicolor. Aunque leo por ahí más entusiasmo por la del 53 que por la original, me temo que no puedo estar nada de acuerdo. Comprendo que solo Price en una historia de misterio de presupuesto justo ya es razón suficiente para muchos para alabarla, pero, sinceramente, vistas las dos seguidas, me parece mucho más mediocre cinematográficamente y menos curiosa e interesante esta del 53. De todas formas esto no es una sesión doble de ambas y por ello dejo aquí la comparación, pues la que me interesa y creo que merece un pequeño reflote es la de Michael Curtiz.

Los crímenes del museo (Mystery of the Wax Museum) pertenece a esa raza indómita que son las pelis pre-code, y en general el cine de los primeros 30, y no le falta ninguna de las inefables cualidades que las caracterizaron: experimentación técnica, desopilante mezcla de géneros, independiente protagonista femenina liberada sexualmente, chispeantes diálogos pícaros y pueriles por igual, y un minuto final más raro que un perro verde que no se sabe a qué viene. Pero antes la historia.
En el Londres de 1921 que curiosamente parece más el de Jack el Destripador, el victoriano, un escultor de origen eslavo (¡se llama Ivan Igor!) dedica su innata pericia escultórica a representar personajes y escenas históricas en cera. Su idea es que el museo que se está gestando debe servir para educar al personal, no para alimentar el morbo como otros que atraen la atención del público con sus muñecos de asesinos y sus escenas truculentas. Esto mismo es lo que quiere que haga su socio inversor que aparece en el taller con el papel del seguro de incendios y sin muchos miramientos le prende fuego a las esculturas, que se derriten con mucha gracia a la vez que arde el estudio completo con Ivan Igor dentro.
De vuelta a la actualidad, en concreto a la Nueva York de 1933, tenemos a Ivan Igor en silla de ruedas, con las manos quemadas, que dirige a unos escultores en la gestación de un nuevo Museo de Cera que abrirá pronto. Uno es sordomudo, otro muy rarito (luego descubriremos que por ser yonqui) y otro más normal, novio a su vez de una chica que interpreta Fay Wray, futura novia de King Kong y que es idéntica a la muñeca de María Antonieta que nos enseñó antes Igor en su estudio de Londres. Esta chica, muy mona y formal, vive con otra que es un terremoto, la verdadera protagonista, Florence (Glenda Farrell) que trabaja en un periódico y descubre, desesperada por encontrar alguna noticia interesante, que alguien ha robado de la morgue el cadáver de una actriz famosa que al parecer se ha suicidado. No cuento más, obviamente algo tendrá que ver ese robo con Igor y el nuevo museo…

Esta es una de esas películas cuyo valor, o esa es mi impresión, se basa más en el amontonamiento de características peculiares que en su mérito cinematográfico, que es simplemente mediano. Es un film normalito pero exótico e irrepetible por muchas razones. Veamos alguna de ellas.
En primer lugar salta a la vista el llamativo resultado del proceso bicolor. Todo es rojo o verde, claro, y el aspecto visual es por ello extremadamente postizo. Sin embargo me ha sorprendido lo bien pensada que está la fotografía y la composición para separar en el plano lo que es de uno u otro color. Normalmente el fondo es rojizo y el frente verdoso, y al final uno termina percibiendo la cinta como un peculiar blanco y negro de pelos verdes. Además, a pesar del tremendo tamaño que tenían aquellos equipos, la puesta en escena es ágil y está llena de movimientos fluidos de cámara, como mandaban los cánones. También el diseño de producción está logrado y los decorados tienen un aura arquitectónica que me recordaba por momentos a la posterior Satanás (The Black Cat, 1934) de Edgar G. Ulmer.
Si visualmente la peli llama la atención, lo que de verdad le da carisma -alguien dirá que la estropea, yo no- es la sucesión de géneros o, mejor, estilos dramáticos y narrativos, que se van sucediendo sin ton ni son. Así, lo que comienza con una típica escena prólogo de película de terror, deviene luego en Nueva York en una comedia alocada que recuerda, y muchísimo, a al posterior Luna nueva, pues Glenda Farrell interpreta a una periodista comprometida que, como la Hildy Johnson mujer del film de Hawks, habla atropelladamente con su director sin respiro alguno. Es curioso, porque he hecho un revisionado, aprovechando este parecido, de la Front Page de Milestone, la primera versión, que es de 1931, y en ella Adolphe Menjou y Pat O’Brien no llegan a la agilidad y el atropello de los diálogos de Cary Grant y Rosalind Russell en 1940, que casi alcanzan en esta olvidada película de crímenes cerúleos en bicolor de 1933.

Pero es que también hay algo de comedia sexual en el flirteo sorpresivamente no consumado que la periodista mantiene con un personaje que realmente no pinta nada en la acción, que es no sé si el hermano o el ex novio -se me ha olvidado enseguida- de la actriz que se suicida y cuyo cuerpo es robado de la morgue. Que por cierto, sepan ustedes que en la Nueva York de principios de los 30 las autopsias eran públicas, o al menos se invitaba a los periodistas y allegados que lo presenciaban todo haciendo chistecillos para matar el tiempo. Y si en la vida real no eran públicas -qué pena- bien sirve la ocurrencia a la trama. Y de lo fácil que es llevarse un cadáver por la ventana ya no les digo nada.

En su último acto la película vuelve a transfigurarse en una especie de rojiverde Frankenstein con su científico-escultor con complejo de Dios, su laboratorio subterráneo y los casi musicales aullidos de terror de Fay Wray que, como nuestros tímpanos consignan, llegó a novia de King Kong con las cuerdas vocales bien entrenadas. El género policial también asoma la cabeza en uno de los más simpáticos interrogatorios que tengo vistos en el que para sacar información al cómplice yonqui se limitan a dejar que le llegue el lacerante dolor del síndrome de abstinencia mientras, los polis, bromean con mucho regodeo sobre otros casos similares, la debilidad de la condición adicta y el rostro desencajado que se le va quedando al pobre drogata en el paroxismo del mono, justo antes de cantar la Traviata.


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Hola tocayo
Fay protagonizó King Kong en el mismo año que esta; por tanto, en el ámbito mezcla-géneros, podemos decir que la Wray fue toda una pionera: «Dar cera, pelar plátano». En el 29 Fay hacía de chica atrae desgracias, tan de los veinte, en la peli «Thunderbolt» (localizable en YouTube) que tenía su versión «silente», cinco años más tarde ya estaban jugando con los filtros RG (red-green, rojo-verde). La gente debía flipar con los adelantos tan trepidantes. Porcierto la foto de Wray con el teléfono parece la clásica imagen coloreada ya en RGB (rojo-verde-azul).
Un saludo en hastaluegosurrouuundddd-stereo, Manuel.
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Hola tocayo,
la del teléfono no es Fay Wray, sino Glenda Farrell, menos guapa y más ojerosa pero desde luego mucho más simpática. Es como digo la verdadera protagonista de la peli.
Me apunto Thunderbolt, y de dar cera y pelar plátano mejor no digo nada, que lo mismo se me ofenden los apicultores canarios.
Un saludo verdirojo en modesto mono pelaplátanos.
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Muy interesante texto, amigo Manuel. Y es que a mí me parecen tanto ésta como el remake dos películas totalmente menores, pero en su crítica consigue algo que me gusta leer en posts de este tipo: no tanto que se me haga ver la película mejor de lo que es (porque da para lo que da) sino la forma de resaltar detalles o elementos que, si bien no la convierten en una gran obra, como mínimo la vuelven interesante. Y de eso precisamente hay mucho en el cine de los primeros años 30, por ello una película de ese periodo con sus defectos para mí tiene las de ganar. Si bien es cierto que Vincent Price es mucho Vincent Price…
Un saludo.
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Hola Doctor,
Eso de comentar las particularidades de películas menores es algo que a veces me apetece, y además lo tengo trabajado gracias al especial Wellman. En efecto este film es menor, muy irregular y sin más carisma que su peculiar aspecto y las cosillas que comento, pero bueno, de alguna forma creo que se aprende mucho viéndolo, y tiene momentos que a mí me parecen muy interesantes desde el punto de vista histórico-cultural. Esa especie de desprecio por determinadas convenciones morales que hoy consideramos incólumes, como el respeto a los muertos, me interesa mucho. Si fuera un tipo realmente experto en cine de los 30 y en asuntos filosóficos, y no el cantamañanas que soy, y si a alguien le interesara esto, escribiría algún estudio sobre el asunto.
El remake de Vincent Price ya no tiene estas peculiaridades, así que para mí no tuvo mayor gracia que su protagonista, que tampoco crea usted que yo soy tan fan de él.
En cualquier caso me toca agradecerle a usted el haber visto esta y el remake, pronto sabrá por qué.
Saludos en bicolor
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Valga esta película para hablar de realizadores como Michael Curtiz, que no solo dirigió Casablanca, sino que era un peso pesado de la Warner en el sistema de estudios. Y tiene en su filmografía todo tipo de películas, como has demostrado en excelente entrada.
Tengo especial cariño a Ángeles con caras sucias, Robin Hood, Alma en suplicio o El trompetista. Solo por todos estos títulos tiene un hueco en mi galería de directores clásicos.
Beso
Hildy
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Claro que sí Hildy. Cierto es que aquí el oficio no le luce mucho, pero como en casi todas las carreras de estos grandes currantes hay por lo menos una joyita para cada dedo de las manos.
Me apunto El trompetista que no conozco, las otras que citas también me encantan.
Por cierto, una curiosidad sobre Casablanca. Siempre la pongo como ejemplo de película sobre la que nuca hablaré aquí, no porque no me encante, sino porque todo está dicho de ella. Me ha dado por mirar en tu casa y veo que sí te atreviste a hacer un emocionado pequeño y sin embargo pertinente apunte hace ¡casi 13 años!
Qué valiente eres, y qué buena.
Un besazo muy fuerte.
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