
Por primera vez, creo, los títulos iniciales y el rótulo de “Fin”, se impresionan sobre un paño de lino, como será norma general después en el cine de Ozu. No sé si a estos créditos les acompañaba una simpática música horterilla, como luego sería habitual. Ukigusa Monogatari se estrenó sonorizada, es decir, sin diálogos pero con acompañamiento musical. De hecho se canta una canción en ella que en las copias de exhibición originales se reproducía grabada. Sin embargo solo nos ha llegado celuloide silencioso. He de decir que la magnífica copia que he visto de Criterion se acompaña de una música que seguro que nada tendrá que ver con la original. Es un piano que acompaña con sencillez y dulzura, imitando el estilo de las piezas pedagógicas, para la juventud, de Robert Schumann, de sus Opus 15 y 68. Debo advertir que esas melodías ingenuas y tiernísimas a mí me llegan especialmente, y que quizá me nublen un poco el juicio y me predispongan a verla con especial emoción.
Donald sosin, compositor de esta nueva banda sonora, creo que ha acertado con una música que con seguridad no se parece a la original, pero que casa perfectamente con el sabor lírico e ingenuo que Ozu supo dar a esta historia de las hierbas sin tierra.

No en barco como en la versión de 1959, sino en tren, como se marcharán, llega la compañía teatral al pueblo sin nombre. Dirige esta troupe pobretona Kihachi, interpretado por Takeshi Sakamoto que, por cierto, cuenta con todo un ciclo de películas en que interpreta a un personaje con este nombre, Kihachi, como luego ocurriría con Setsuko Hara y sus Norikos. Este hombre media la vida por su edad y es testigo, como las teteras, los tendales y las botellitas de sake puestas a calentar, de que la vida se marcha y con ella el vigor que le acompañó algún día, y no digamos la fama que no ha conseguido en su oficio. Le queda sin embargo el hijo que vive en este pueblo cuyo nombre desconocemos en el que sucede toda la historia que es, básicamente, la que contamos en la primera parte dedicada a la versión de 1959. Se nos pasó entonces decir, por cierto, que parece ser que la historia está basada en un film de 1928, The Barker, de George Fitzmaurice, que no he podido encontrar. Se trata de una cinta centrada en el mundo de las ferias.

Volviendo a Kihachi, es un hombre más joven y más simpático que el cascarrabias protagonista del remake. Lidera con relativa autoridad una compañía teatral que está en las últimas. Una de las mejores escenas de la película, en mi opinión, es esa en la que empieza a llover y la función tiene que interrumpirse porque el local del que disponen ni siquiera está debidamente techado. La pobreza de esta gente es absoluta, y cuando la lluvia persiste durante días llegan a no tener para comer y fumar. Con una ternura muy medida pero muy presente Ozu casi se recrea en estas escenas menesterosas para que comprendamos mejor el desconcierto de Kihachi cuando percibe que su hijo, Shinkichi, tiene interés en el teatro. También nos ayuda a entender el tremendo enfado de Otaka, su novia, porque si decide quedarse con el hijo y volver con la vieja amante ella no perderá solo un hombre, sino su medio de vida con la disolución de la compañía. Al final una cosa sucede y la otra no. Los finales de Ozu tienden a ser medio felices.

Creo que es una lástima que Ozu no optara, por pura comodidad -detestaba rodar en exteriores- por hacer más películas de ambiente rural. Ukigusa Monogatari es la mejor prueba de que la naturaleza y los espacios abiertos convienen especialmente bien a su maestría en la composición y su gusto por cierto lirismo ambiental, por llamarlo de alguna forma. Si fue capaz en decenas de ocasiones de convertir edificios de oficinas, ferrovías pobretonas o un pasillo con una fregona, en estampas poéticas, qué no habría podido hacer si hubiera rodado más escenas como las dos que siguen.
La primera, una de las pocas que sucede al sol en esta película casi por completo nocturna, es esa en la que padre e hijo (este aún ignora su condición) van a pescar al río. Ozu insiste en mostrar la complicidad de ambos con sus movimientos unísonos y enfocándoles desde distintos ángulos que enseñan que la armonía que hay entre ellos es la que rige los elementos de la naturaleza, el río, el viento, los árboles, las hierbas flotantes. Es tan pleno ese momento que ni siquiera la pérdida de la billetera con los escasos recursos de Kihachi y quizá de la compañía, parece importar apenas, y es más motivo de chanza que de disgusto.



La otra me parece uno de los momentos más bellos, evocadores y fascinantes de todo el cine de Ozu, por lo simple, casi infantil, que es, y lo enrevesada, casi arriesgada, que es sin embargo su puesta en escena, por no hablar de su poderío visual.

La joven Otoki, que ha sido convencida por Otaka para que conquiste a Shinkichi. Le espera tras un árbol sagrado, rodeado de banderines que evocan viejos espíritus sintoístas. Allí se esconde tras el tronco mientras pasan otros ciclistas hasta que aparece por fin el hijo del patrón, y le conquista. En adelante la bicicleta del chico, cuya matrícula me gustaría poder descifrar, señalará su presencia.
Otro momento en exteriores poderoso y lleno de belleza es uno en el que el tren pasa casi sobre ellos, simbolizando la pronta despedida de ella, que debe marchar con su compañía teatral.





Estas secuencias y otras muchas llenas de ternura y lirismo hacen de Ukigusa Monogatari un filme bellísimo, humano y sin embargo recio, por las pequeñas tragedias que forman su urdimbre. El pilluelo, Tomio Aoki, ya se va haciendo mayorcito (con una broma sobre esto casi empieza la película) y la risa que nos provoca con su disfraz de perro se nos hiela cuando descubre que sus mismos compañeros le roban dinero de la hucha que a partir de ahora vivirá bajo sus ropas.
Lo dejo aquí. Mucho más se podría decir de esta Historia de las hierbas flotantes, por ejemplo que por tercer año consecutivo logró el primer premio de la revista Kinema Jumpo, la última ocasión en que lo ganó una película muda. Estas cosas siempre se me pasan, pero sepan ustedes que Ozu es el único director que ha ostentado ese honor en seis ocasiones. Para que vean que era un cineasta exitoso y reconocido, no un rarito ensimismado.

Esta entrada forma parte del Especial kanreki de Yasujiro Ozu
Todas las citas literales de Ozu, salvo que se indique lo contrario, están extraídas de La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine de Yasujiro Ozu, traducido por Amelia Pérez de Villar y editado en Gallo Nero.
Si menciono a Antonio Santos suelo referirme a lo leído en su monografía sobre Yasujiro Ozu editada por Cátedra.
Se pueden consultar la ficha de cada película y otros análisis en IMDB, Filmaffinity y Letterboxd.
En inglés se puede leer el análisis técnico de David Bordwell de cada película legal y gratuitamente de su libro Ozu and the poetics of cinema en este enlace.
En Internet Archive hay algunas películas de Ozu que no se pueden encontrar en las plataformas habituales.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Amigo Manuel, después de unas semanas de obligada ausencia regreso aquí a ponerme al día y me encuentro un doble post sobre mi Ozu mudo favorito. Poco puedo añadir a lo que usted ha explicado tan bien, solo que recuerdo que vi la versión muda sin esperar gran cosa y me supuso una más que agradable sorpresa, y que coincido en que es una pena que Ozu no se prodigara más en exteriores. Me vienen a la mente algunas escenas de Había un padre, que es una de mis favoritas suyas, en favor de ese argumento.
Muy interesante lo que comenta en otro post sobre el remake y las circunstancias en que se produjo, datos que desconocía por completo y me han ayudado a entenderlo.
Un saludo.
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Mi querido Doctor, qué alegría tenerle de vuelta.
A mí también me sorprendió la versión muda porque había visto antes la sonora que, como en el otro post, no está entre mis películas de Ozu predilectas. De hecho me siento un poco raro porque este apunte merecía haber sido mejor escrito, creo que no refleja bien la belleza de una peli que no sé si es mi muda favorita del maestro, pero podría serlo perfectamente.
Un abrazo errante.
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Hola tocayo
Entiendo que, siendo nosotros más de pueblo con -posible- estación de tren que de puerto marítimo, estemos más cómodos con la versión «terrestre» pero, por otro lado, me parece que al personaje de padre le viene mejor el desencanto -la hierba seca- de la versión «urbana».
Esas escenas de padre e hijo apurando los últimos momentos en común con una caña en la mano, pocas palabras y la comida, siempre preparada por la madre, se perderán como las carpas de los ríos.
Si no lo digo reviento ¡Qué bonitos quimonos llevan ellas! Un saludo, Manuel.
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Querido tocayo,
tendremos estaciones de morondanga, pero lo mismo de aquí a unos años nos une una vía verde para paseantes y ciclistas, así que podemos montar un remedo de la escena que digo arriba, y tú me esperas en kimono rodead@ de banderitas votivas (puedes sustituirlas por escapularios de la Virgen de los Dolores) y yo llego en bici desde mi pueblo al tuyo, y hablamos.
Un saludo enkimonado
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