Días sin vida (Beloved Infidel, Henry King, 1959)

Supongo que el que puso el nombre para España de este melodrama que imagino que no se estrenó aquí en su momento lo hizo parafraseando Días sin huella, otro título alambicado -que a mí me gusta más que el original, El finde perdido– de famoso melodrama alcoholizado. La verdad es que el original inglés no es ninguna maravilla, pero se corresponde, creo, con el del libro autobiográfico en el que Sheila Graham (Deborah Kerr) cuenta la historia. Se trata del recuento de los últimos años de vida de F. Scott Fitzgerald (Gregory Peck) los cuales, según la versión de parte que vemos, pasó perdidamente enamorado de Graham, columnista británica de cotilleos. Para Fitzgerald fueron años de declive personal en todos los aspectos, cosa que la película muestra con el edulcoramiento pertinente. Vivía amargado por tener que trabajar como guionista de segunda, además con poco éxito, en Hollywood, cosa que siempre detestó, (al menos nos quedan de esa experiencia Las historias de Pat Hobby) pero había que pagar las facturas de la vida dandy, de la triste muerte en vida de su mujer, Zelda, encerrada en psiquiátricos desde hacía tiempo, y de su hija adolescente, internada en algún colegio lejos de la realidad. La película narra estos últimos años, desde 1936 hasta 1940, en los que comparte vida y pesares con Sheila Graham. El formato es un melodrama clásico contado por Henry King en planos generales a la altura de los ojos. La fotografía es bonita, la música de Franz Waxman presente y pertinente y, curiosamente, los hombres van a la moda de los 30, pero Deborah Kerr se peina y viste al estilo de 1959, cuando se estrena. Con profusión de momentos playa-bañador, por cierto, que cinemascopean en technicolor De aquí a la eternidad.

Sin ser una gran película, me parece que hay elementos en Días sin vida interesantes, que me llaman la atención. Por ejemplo, la cantidad de ideas que contiene de cualquiera de las dos primeras versiones de Ha nacido una estrella, pues en el fondo la historia es la misma: una hermosa profesional emergente lidiando con un alcoholizado artista decadente. Esto es lo que mejor se ha logrado en mi opinión, la construcción del Fitzgerald en sus periodos de recaída en el alcohol. La película, como sucede habitualmente en el cine clásico, para no demonizar el consumo de bebercio lo presenta como una actividad que, simplemente, se retoma y se abandona cuando uno quiere, como la ingesta de yogures macrobióticos. En ese sentido no es realista el comportamiento del personaje de Peck, que es siempre un tipo adorable, con su evidente carga de ironía y vanidad -¡es uno de los mejores novelistas y cuentistas del s XX!- y solo se transforma en bicho malo cuando le llega un disgusto en forma de despido y pasa a beberse el agua de los floreros y a amargar la vida a su flemática amante británica.

Gregory Peck, ya lo sabemos, no da la imagen de tipo violento y despreciable comido por la enfermedad y el desprecio al mundo. Es un hombre sano y guapo que cae bien a todo el mundo así que, y esto me ha encantado, cuando se emborracha y pierde los estribos, en especial en una primera situación, en la que acompaña a Kerr a Chicago para una prueba en la radio, en vez de comportarse de forma violenta o despreciable, decide pasar por borrachín simpático. Esta es una decisión no sé si de Henry King o del mismo actor, pero es doblemente sabia, porque por una parte resuelve esa evidente limitación de Peck para resultar antipático, pero por otro lado genera una tensión horrorosa, pues como su comportamiento no es abiertamente violento, sino cómico y amoroso, sufrimos con la pobre Deborah cómo él va saboteando su vida sin perder la sonrisa. De hecho, cuando finalmente se produce el estallido violento que tenía que venir mucho después, apenas ocupa metraje y además la novia -recordemos que es un relato autobiográfico- no le da el más mínimo margen, y le abandona de inmediato.

Esa sabia gestión de la imagen de borracho que hace Peck llevándosela a su terreno es el mejor ejemplo de la mayor virtud que tiene esta película, que es ver a estas dos estrellas del cielo en acción. Cada uno en su sexo, tengo la sensación de que Gregory Peck y Deborah Kerr son casi el mismo tipo de intérprete: formidables profesionales, hermosos y carismáticos, nunca dejan de ser ellos mismos aunque interpreten papeles muy distintos pero, eso sí, sin haberse convertido en un personaje, como les ocurre a otros intérpretes cuando no se les dirige bien o sus personajes tienen poco fuste. Lo cierto es que en esta película se puede defender que no destilan mucha química erótica entre ellos. Eso es así, en ocasiones da la sensación de que son dos personas muy distintas a las que han puesto en el mismo lugar y se les ha dicho que se quieran. Puede ser, pero es tal la profesionalidad de ambos que, a pesar de sus limitaciones, la película se pasa en un suspiro y no se me ocurren motivos para no verla.

Es una pena que el guion, de diálogos inteligentes pero con un desarrollo desesperadamente previsible y lineal -además de que sabemos cómo acaba- y la dirección correcta pero nada creativa de King lastren una película con ingredientes suficientes para haberse convertido en un clásico en manos de algún Mankiewicz, por ejemplo. Por lo demás es hermosa de ver, por sus protagonistas y por sus espléndidas tomas de la orilla del mar, que metafóricamente separa este barrio del otro al tiempo que sirve de excusa para que la Kerr luzca más y más bañadores. Además guarda algunas pequeñas sorpresas por aquello de hablar del cine mismo y trasladarse a la época dorada de Hollywood, habiéndose producido justo dos décadas después, en la época contrachapada de Hollywood. Por ahí están algunas famosas frases de los moguls, como que los mensajes son cosa de la Western Union, o que los adjetivos no pueden filmarse. 

Les dejo como postre un vídeo al que no sé cómo he llegado pero que me ha conducido a ver esta película. No tiene nada de especial, pero más especial no puede ser. Le entregan a Deborah Kerr su Oscar honorífico en 1994.

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6 comentarios sobre “Días sin vida (Beloved Infidel, Henry King, 1959)

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  1. Hola tocayo

    O sea que la buena de Sheila escribe un libro sobre lo mucho que la quería Scott y lo sacrficada que fue ella y, llevado al cine, le prestan la presencia de Deborah y -lo más importante- su melena pelirroja ¡Que dura es la vida de los escritores!

    En muy poquito tiempo aquellos días etílicos pasaron a ser rojo profundo (otro beso para Kerr) como las rosas y el vino. Pero aquello era otra película.

    Como apuntas, cuando las majors dirigían el cotarro tenían muy claro donde poner a cada actor y los estupendos Peck y Kerr estaban, tal vez, demasiado protegidos. Curiosamente las empresas se adaptaron a los tiempos y para Remick y Lemmon volvieron al blanco y negro ¡Pero bien que los arrastraron por las viñas del Señor!

    Un saludo y un brindis de buen cine, Manuel.

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    1. Hola tocayo!

      me recuerda tu atinado comentario que hace mucho que no remiro Días de vino y rosas. No sé si «me dejó mal sabor de boca las anteriores veces que la vi» es la mejor forma de excusarme, pero sí que pongo en una balanza lo hermosa que la recuerdo y el mal rollo que deja y… En fin, me decanto por volver a ella.

      ahora caigo en que juntas a Peck y a Kerr y también te queda, además de un melodrama playero, una presentadora ochentera de lo más rockopopera

      Un saludo beatrífico!

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  2. Equivocación, o lo que ocurre cuando Hollywood decide llevar al terreno de lo convencional una historia y unos personajes de difícil acceso en esos términos. Pese a ello, olvidándonos del nombre de los dos personajes protagonistas, la película funciona como un sólido melodrama con momentos de gran fuerza, merced a la probada competencia de su veterano realizador. Hasta ahí creo que llega la cosa.

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    1. Hola Teo,

      coincido contigo en lo primero que dices; no suele salirle bien a la industria convertir en producto convencional lo que fuera un realidad excepcional, y llena posiblemente de momentos desagradables y no proyectables en aquel tiempo por parte de las grandes compañías. En eso estoy contigo, pero me aparto un poco de tu punto de vista en lo referente a Henry King, que en mi opinión por supuesto no es culpable de la medianía de la película, pero sí que, me parece, podría haberle dado más brillo cinematográfico con algo más de empeño. Como digo arriba creo que se limita a cumplir y nada más. Pero bueno, son opiniones.

      Un saludo!

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  3. Totalmente de acuerdo con Teo. Esta película de Henry King funciona si nos olvidamos de que los protagonistas son Francis Scott Fitzgerald y Sheila Graham. Es un melodrama elegante, que te atrapa. 

    Además es una película de Deborah Kerr, con a mi gusto una filmografía interesantísima plagada de títulos que a mí me chiflan. Logra una química especial con algunos de sus compañeros de reparto, como con Gregory Peck.

    Con Robert Mitchum está maravillosa en Solo Dios lo sabe.

    Con Burt Lancaster está magnífica en De aquí a la eternidad y Los temerarios del aire.

    Con Yul Brynner tiene química brutal en Rojo atardecer y El rey y yo…

    En fin que la Kerr tiene una colección de títulos que merecen mucho la pena y que si me pongo a nombrarlos te hago un comentario interminable.

    Y, bueno, es que Henry King, el director, tiene otro melodrama que adoro, «La colina del adiós»

    Beso

    Hildy

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    1. Gracias, querida Hildy, por tu muy pertinente repaso a las buenas compañías de Deborah Kerr, que pena no haber estado entre ellas…

      Pero como digo arriba no coincido en que haga buena pareja con Gregory Peck, la verdad.

      Un besazo!

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