El caso de un secuestro sucedido en los años 30 que también inspiró la gran Fury de Fritz Lang, con la que no es casual que esta peli comparta vocablo, está en la base de la novela de Jo Pagno, que firma el guion junto al mismo Cy Enfield que la dirige. Con un presupuesto de 500.000 dólares a caballo entre la A y la B, inevitablemente The sound of Fury, que fue una producción independiente distribuida por United Artist con escaso éxito, carga con los defectos de la serie B, esos que el tiempo ha vuelto enternecedoras curiosidades y que mencionaremos más adelante, pero el presupuesto dio para organizar unos minutos finales en los que una masa enfurecida bien numerosa se reúne preparando un linchamiento en toda regla armando un tremendo ruido animal, desgarrador, ese sonido que menciona el título.

A pesar de su registro limitado, por expresarlo con cariño, el protagonismo de Frank Lovejoy es una estupenda decisión de casting: es un pobre hombre que ha emigrado a la soleada California pero no encuentra trabajo y se acumulan las facturas por pagar para sacar adelante a su familia. Su personaje, Howard, tiene la cara de un tipo que parece que se acaba de dar cuenta de que le han robado la cartera en un lugar concurrido, pero que por vergüenza no da la alarma. Un hombre así hará mal negocio si se arrima al jefe de los carteristas. De eso exactamente tiene toda la pinta el excesivo, pero muy convincente, Lloyd Bridges. Su personaje es un vividor con rasgos psicopáticos, sin sentido alguno de la moral, que al percatarse de la miseria y la debilidad que atenazan a Howard, le capta para que colabore con él en sus cosas de ratero. Howard, agobiado por la pobreza, acepta el trato y comienza así una pequeña ola de asaltos que culmina con un intento de secuestro que sale mal, pues matan al secuestrado.
Todo esto es la sinopsis de justo la primera mitad del metraje, que genéricamente es un puro negro de serie B ágil, intenso, muy atractivo y con algunos de esos paréntesis curiosos en los que tienden a enfrascarse los guiones de bajo presupuesto. Aquí hay uno curioso, una escena de bolera en la que es imposible no acordarse de El gran Lebowski de lo mucho que degeneró esta curiosa estirpe ficticia con El Nota.

Intercaladas con la trama delictiva se han ido presentando otros personajes que en la segunda parte del film lo conducirán hacia su verdadera razón de ser, que es la denuncia social. En brutal oposición a la vida pobretona y la desesperación de Howard, conocemos a Gil Stanton (Richard Carlson), un periodista local de pluma relamida al que invitan a hacerse cargo de esta “ola de crímenes” y que él, por pura autocomplacencia, convierte en una serie de artículos sensacionalistas que se recrean en los más bajos instintos para especular sobre unos criminales de los que realmente aún no se sabe nada. También, y este es un momento curioso, Enfield se detiene en la fascinación que la televisión ejercía ya entonces sobre la clase media, por eso Howard promete a su mujer y a su hijo que en cuanto ahorre algo tirarán la vieja radio y la cambiarán por la tele, y por eso cuando vuelve a altas horas de la noche de un atraco y encuentra una nota pegada a la puerta de casa, que por la inexpresividad de Lovejoy nos pareciera una nota de despedida, descubrimos que no, que están en casa de un vecino viendo la tele, en cuyo salón ellos y más gente del barrio miran embobados la caja tonta. Enfield hace un travelling lateral muy significativo que deja claro su desdén por un medio que, como el periódico sensacionalista del pueblo, emboba al público. Como respuesta crítica a esta situación aparece un personaje curioso, un científico italiano que no sabemos qué pinta en el pueblo, pero que se aloja con el periodista y que, preocupado por su deriva sensacionalista, le recuerda que es la razón y no la emoción lo que deberíamos usar para explicar las cosas, incluso la cruel naturaleza de unos asesinos despiadados como parecen ser Jerry y Howard.

La segunda parte del film comienza cuando, obligado a alternar con Jerry, el único asesino despiadado de los dos, Howard, se da a la botella roído por la culpa y por el miedo de enfrentar la realidad en casa, y suda mucho mientras una amiga de la amiguita de Jerry intenta ligar con él. El personaje de esta chica debo reconocer que me ha fascinado porque es ella misma un resumen completo del cine negro de serie B. Se trata de una solterona desesperada por encontrar a alguien que la quiera, así que cuando aparece Howard, aunque ni es guapo ni apenas le dirige la palabra ni hace otra cosa que sudar y beber wiskis dobles, se enamora hasta las trancas. La actriz que la interpreta, que se llamaba Katherine Locke pero nació con otro nombre supongo en lo que hoy es Bielorrusia, es una intérprete mala tirando a pésima, pero es precisamente su forzada expresividad mal modulada, y su rostro atractivo pero poco fotogénico lo que realmente la hacen creíble, o mejor dicho, parte misma de ese contrato por hora y media con la incredulidad que supone el visionado de estas películas. Su malestar en la pantalla acompaña de forma que parece natural y fluida el malestar mal interpretado por Lovejoy, que llora y se desespera tan torpemente que solo una intérprete torpe que anima un personaje torpe puede secundarlo.

En fin, tan torpe no era la chica, que es capaz de huir y denunciarlo, y cuando lo detienen primero a él, y luego a Jerry, se viene la masa enfurecida. En esta última parte del film en la que se organiza un linchamiento frente a la comisaría local los dos reos quedan prácticamente al margen de la trama, que ahora recae por una parte en la intriga de si se consumará o no el crimen colectivo, y por otra parte está la vertiente política o social, el mensaje final sobre la naturaleza de la justicia, la democracia, y el peligro que supone alimentar los más bajos instintos desde los medios de comunicación, empeñados en modificar la realidad adaptándola a los deseos de la audiencia. Los últimos quince minutos en los que se resuelve la trama son poderosos, intensos, y los movimientos de masas están salpicados, como el resto del metraje, con unos magníficos planos-secuencia nada artificiosos pero muy bien diseñados que además de ahorrar dinero nos mantienen atentos a la pantalla, pendientes de esa oleada brutal de ciudadanos embrutecidos que parece imparable, a pesar de que alguno, en primera fila, no pueda contener la risita tonta del figurante mal pagado.

Porque The sound of Fury es una película de tesis, otro caso más de esa peculiar ola de cine social de aliento progresista, casi izquierdoso, que recorrió en EEUU las pantallas de los últimos 40 y muy primeros 50. Aunque recibió buenas críticas en general no tuvo éxito. Se la acusó desde algunos medios, como a otros films por el estilo, de ser antiamericana en el sentido de que representa una sociedad en cierta crisis económica -el drama de los excombatientes sin empleo- en la que además la ciudadanía se deja arrastrar por impulsos atávicos. En fin, Enfield tan solo quería darnos una pequeña lección sobre la conveniencia del uso de la razón y la necesidad de comprender los contextos de forma científica e ilustrada. Nos pide que antes de juzgar sin saber los hechos, tengamos presente la complejidad del alma humana, el peso abrumador de las circunstancias, el fango oscuro de lo que desconocemos sobre el otro. En fin, Cy Enfield nos pedía cosas muy sencillas y muy sensatas por boca de un extraño científico italiano. A él un comité presidido por un borracho sudoroso, como Howard, con rasgos psicopáticos, como Jerry, le sacó de la industria al año siguiente y le forzó a irse a vivir a Inglaterra donde, como ya sabemos, se ganó pacíficamente la vida hasta el fin de sus días haciendo películas de Zulúes y Camioncitos.


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Hola tocayo
Precisamente la vi no hace mucho -bajo el nombre de «Try and Get Me!»- y me pareció una peli más que digna. Disfrutable incluso con sus muchas debilidades.
Tenemos interpretaciones tan ajustadas como el prota, sobreactuadas como Lloyd, y, seguramente la más difícil, la beata ante su última oportunidad que -como apuntas- es el detonante de la detención con la que arranca la «segunda peli». Yo creo que la actriz no es mala pero es un papel demasiado funambulista al igual que muchas de las acciones que ocurren; tenemos que hacer un poco la «vista gorda» para seguir disfrutando.
Se juntan muchas actuaciones y acciones distintas pero forman un todo muy atractivo. También tiene muchos aciertos de dirección… y bastantes cosas que deberían haber repensado.
Vamos, que merece la pena «Intentar Entenderla!» Un saludo, Manuel.
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Hola tocayo,
me alegro mucho de que teniéndola fresca coincidas en general con mis impresiones. Sobre si los intérpretes son «malos» o no, el debate es complejo porque estas pelis se hacían tan rápido y con tan poca preparación y ensayo que en algunos casos quizá sea injusto juzgarlos a ellos en general y no a su trabajo en particular. En ocasiones hay que hacer la vista gorda, como dices, o te sacan de la película, pero hay personajes concretos en los que para mí esa falta de pericia o como quieras llamarlo crea algo especial, como en el caso de la beata.
Sobre el título correcto, aunque estuve bicheando por ahí no sé con qué mercados o se corresponde uno u otro. Aunque el original estoy seguro de que es The sound of Fury, la verdad es que si buscas carteles, aparece más el otro que obviamente quiere despistar al espectador del mensaje reivindicativo y centrar la atención en el personaje de Bridges.
En cualquier caso, como dices, merece mucho la pena a pesar de sus defectillos perdonables.
Un saludo en b!
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No, el original es «Come and Get Me! pero fueron tantos los palos que se llevó que la re-estrenaron con el otro, intentando aprovechar la peli anterior sobre el mismo hecho real.
Te induce muchas referencias posteriores -además de la obvia anterior-; los delincuentes uno malo-malo el otro tonto-inocente parecen anticipar «A sangre fría» (novelón-pelicula), la beata/infantil tiene algo de la Betsy Blair de «Calle Mayor»…
Luego tiene personajes fatalmente dibujados como la esposa que «nunca pregunta de donde sale todo ese parné, el lío amoroso/social del periodista que no pinta nada.
Pero la parte del periodista es taaan tristemente actual que sólo por eso hay que poner la peli en un buen altillo.
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Pues mira que yo suponía más razonable The Sound of Fury, porque es más comprometido y además se hace referencia a ello en la peli, pero si tu sabes que fue al revés, pues concedido, pero es Try, no Come.
Bien visto lo de A sangre fría, y lo de Betsy Blair es cierto, aunque tengo la impresión -no la recuerdo muy bien- de que esta chica es más cercana a su personaje de Marty, otra peli rara donde las haya.
Un abrazo
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