Ruta infernal (Hell Drivers, Cy Endfield, 1957)

Cy Endfield fue uno de los directores que integraron la infausta lista negra propiciada por el Comité de Actividades Antiestadounidenses y que tuvo que abandonar Hollywood y buscarse las habichuelas fuera, en su caso en Reino Unido. De sus filmes ingleses quizá el más recordado sea Zulú (1964), pero hoy toca hablar de Ruta infernal, una peli a la vez tan convencional y tan peculiar que no puedo resistirme a decir algo de ella.

Una empresa de transportes tiene unos cuantos camioncitos volquetes -que he averiguado que son unos chulísimos Dodge “Kew” D100 -que usa para ir a por grava a una cantera que está a unas 10 millas. Para obtener la máxima rentabilidad el jefe de la empresa -luego averiguaremos que con oscuras intenciones- obliga a sus conductores a hacer el mayor número de viajes al día que sea posible. El récord son 18, que suele lograr casi cada jornada Red, un tipo avieso a más no poder interpretado por Patrick McGoohan y que es imposible no relacionar, por su aspecto y sus ademanes, con el sueco malo de Fargo que interpretó Peter Stomare.

Red (curioso nombre, ahí lo dejo) para conseguir su marca -y los beneficios extra que le reporta- usa un atajo por el que los demás camioneros no osan pasar o lo han hecho con fatales consecuencias. Sustituyendo precisamente a un antagonista anterior de Red, que ha quedado chafado por intentar atravesar ese atajo, llega a la empresa Tom (Stanley Baker) envuelto en una bruma de misterio que lo señala como el ex convicto que luego sabremos que es y que ha pagado ya su pena con la sociedad. Es sin embargo un hombre íntegro, honrado y decente que tendrá que luchar sobre todo consigo mismo para resistir el acoso constante y el poco respeto que le muestran sus compañeros de trabajo, a excepción de un buen muchacho italiano, Gino Rossi, el único con el que podrá amistarse. No diré más de la trama, tan solo que terminará girando en torno a un muy tópico triángulo amoroso que sirve para dar cuerpo dramático a la verdadera finalidad de la película, que es mostrar camioncitos a toda pastilla… 

Hell Drivers parece anterior. Tiene ingredientes típicos del cine de los 30 de los que ya hemos hablado en varias ocasiones en algunos apuntes del especial Wellman. Hay cierta tosquedad narrativa, en especial en la primera parte, hasta que luego sabemos del pasado de Tom y se enreda en amoríos, que la hacen parecer casi abstracta. Es una pena que no se haya podido mantener ese tono inicial durante todo el metraje, pues nada tiene que envidiar al posterior y legendario Diablo sobre Ruedas de Spielberg. En esta primera mitad apenas hay intercambio de frases ni calor humano, hay algo de western fantasmal en el hombre que llega de no se sabe dónde por no se sabe qué y que se encuentra con algo peor que otros hombres: se encuentra con camioncitos numerados, todos iguales y todos con el mismo objetivo: superar a los demás. Son una metáfora poco disimulada de la violencia y la deshumanización que exige la competencia y a la vez un entretenido y espectacular motivo fílmico gracias al que, si no se tiene el día introspectivo y no apetece reflexionar sobre alegorías y zarandajas, pues se lo pasa uno estupendamente.

A pesar de que no es una gran producción, y de que por lo tanto hay abuso de las transparencias, cámaras rápidas y otros truquillos regularmente resueltos, las “carreras” en carretera abierta están bien rodadas y muchas de sus soluciones de puesta en escena lucen más modernas que el resto del filme. Porque como decía, parece una película de los 30 por su monotema camionero, por su fijación con el tópico de la culpa y la redención y por el esquematismo de los personajes y de la estructura narrativa. También hay algo añejo pero muy atractivo en el modesto virtuosismo de movimientos de cámara y reencuadres en que se empeña Enfield, por ejemplo en las secuencias de la gravera. Además tiene algo en su planteamiento inicial extraño, y es que Tom llega a la empresa y en cuanto le dicen de qué va la historia desea ganar, ser el que más viajes hace, vencer a Red, pero no por algo personal, eso llega después. Es un personaje translúcido, Tom, un hombre que busca algo que se nos oculta, a lo que además contribuye mucho el aspecto hierático y animal al tiempo de Stanley Baker, con su aire de fiera herida. Es una pena que, como decía, en su segunda mitad la película se vuelva más convencional y el interés pase a los diálogos y las historias personales porque, aunque sigue siendo una historia atractiva y entretenida, a uno se le desinflan un poco las expectativas.

La vi en una plataforma de color verde y me extrañó encontrar al principio un rótulo inaudito: ¡No recomendada a menores de 18! Quiero pensar que se debe al homenaje que toda ella hace a la conducción temeraria, la explotación laboral y el desprecio por la vida y por la seguridad ajena. Aunque todos hemos visto en otras películas palomiteras a camiones persiguiendo a coches o motos -es una imagen fácil, el monstruo imparable- no recuerdo yo otra que se centre en carreras entre volquetes de obra, porque tampoco es una historia de sufridos camioneros agotados, como They Drive by Night (Raoul Walsh, 1940) y otras por el estilo. Aquí se trata de velocidad, derrapes, adelantamientos imposibles…

La verdad es que los stunt drivers se ganaron el sueldo, porque ya hay que tener valor para andar así con esos cacharros pesadotes y sus frenos de chichinabo, pero yo la medalla se la pondría al que conduce un humilde Austin Seven, creo que es, al que a lo largo de la película ponen en peligro varias veces, pues obviamente está todo rodado en dos o tres tramos de una carretera cortada y los coches que “pasan por allí” son siempre los mismos. Me preguntaba al verla por la relación que el público británico de 1957 se supone que tiene que tener con este asunto de los camiones desbocados. Quiero decir, que no sé si sería un problema que se comentara en la calle y haya una especie de denuncia social de fondo o simplemente se trata de una ocurrencia temática como otra cualquiera sin mucha conexión con la vida cotidiana. En todo caso, gran invento el tacógrafo.

Otro aliciente de Ruta infernal es encontrarse con el Sean Connery de los comienzos, que hace de uno de los conductores y que, aunque apenas dice unas frases, es curioso verlo junto a Baker, del que semeja una versión pulida y algo más civilizada. Se parecen físicamente, y da la sensación de que uno llega como relevo del otro. También está Peggy Cummings, la demonia de las armas (madre mía qué peliculón, a ver cuándo me atrevo a hablar de él) y muchos camioncitos todos iguales pero cada uno con su número, creo que ya lo he dicho. Camioncitos volquetes. Tom conduce el número 13.

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5 comentarios sobre “Ruta infernal (Hell Drivers, Cy Endfield, 1957)

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  1. Hola tocayo
    Se me acumulan las naderías para comentar. Voy, más o menos, por orden:
    Ver un camión tan de aquellos días y tan rojo, extraña que no lleve mangueras y escaleras en la parte trasera. ¿No es un bebe lo que parece «viajar» de copiloto?
    El antagonista se llama Red (ahí dejao’) y el amigo del prota, un italiano apellidado Rossi (ahí dejao’ por colorao).
    Supongo que será Peggy la conductora que vemos con un volante en el lado derecho; los camiones y el «adelantamiento» van por el lado natural inglés. ¡Están locos estos galos, digo estos Ingleses!
    Yo creo que es una buena metáfora del competitivo mundo laboral, las dificultades en la reinserción y la lucha por el santo Grial o pitillera dorada.
    Ya es mala suerte que te toque el número trece. Pero es mala leche que la matricula parezca una cuenta atrás para los emmy; Lo suyo hubiese sido 3,2,1 OSCar
    Un saludo y una confesión: de pequeños todos queríamos un volquete y yo tuve uno -rojo y bien grande- y aquí sigo en mi «road to hell» (que comience a sonar el tema de Chris Rea). Manuel

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  2. El bebé viaja de piloto, no de copiloto, ¡que es un camión inglés!

    Efectivamente esa es Peggy a bordo de su Jeep. Qué bien le sientan a esta mujer las películas automovilizadas.

    Lo de la matrícula también me llamó la atención, pero ya había comentado demasiadas naderías. De todas formas me parece haber visto ese número (321) es bastantes matrículas, no sé si hay motivo que lo justifique.

    Yo el infierno lo rehúyo, el «calor» lo prefiero «enlatado», así que mejor me pongo On the Road again.

    Ráfagas!

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  3. Hola otra vez
    En mi cabeza ese «on the road again» siempre va enlazado a «room to move» con esa harp y esas voces tan parecidas. Tarde años en darme cuenta que el tema de Mayall no tenía batería, cuando los vehículos pesados van sin frenos tampoco necesitan baterías.

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  4. Yo cuando la vi en su momento también vi bastante claro que la historia es una metáfora sobre el competencia desaforada que provoca el capitalismo, pero como dices realmente apenas se profundiza en ese aspecto y apuesta por ser una película de camiones entretenida, aunque la idea sobrevuela por ahí.

    Coincido contigo en que la mejor parte es la primera y que la parte dramática hizo que el filme me decepcionara un poco, ya que iba con muchas expectativas porque me venía muy recomendada y el inicio me hacía esperar un filme de suspense puro y duro muy entretenido. No obstante vale mucho la pena y Stanley Baker es un actor que me cae en gracia aunque no sea de mis favoritos.

    PD: aunque sea una tontería es agradable encontrarse en los comentarios referencias a John Mayall y la versión que quiera que estén escuchando de On The Road Again (la mía siempre fue la de Canned Heat que, por vincularlo de una forma algo cutre con el tema camionero, cogieron el nombre de un brebaje alcohólico que se preparaba la gente en la era de la Ley Seca con gasolina entre otras cosas. No lo prueben en sus casas).

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  5. Yo también soy de Canned Heat, mi querido Doctor. Qué tiene el blues que convierte cualquier cosa en mito… ¿Se imagina usted beber Canned Heat en un Killing Floor? No habrá cosa peor en la tierra que esa experiencia de miseria, pero…

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