Vania en la calle 42 (Vanya on 42nd Street, Louis Malle, 1994)

A principios de los 90 Andre Gregory puso en marcha una peculiar iniciativa. Ante la falta de apoyo económico para levantar sus propios proyectos, decidió proponer a otros compañeros de las tablas ocupar ese tiempo muerto creando una especie de comunidad chejoviana. Simplemente reunirse de vez en cuando para interpretar al gran maestro ruso, un poco cada uno a su aire, como válvula de escape creativa. Interpretar por interpretar un material dramático profundo y universal, disfrutar de la actuación por sí misma, al margen de expectativas o criterios comerciales. De esas reuniones surgió la idea de montar un Tío Vania sui generis. En el viejo teatro New Amsterdam, entonces en ruinas, se celebraron unas sesiones muy especiales. En vez de funciones abiertas al público, lo que ideó Gregory fue una especie de ensayo general con invitados VIP. Cada acto se representaría en una parte distinta del teatro, pues el escenario no se podía usar, comido como estaba por las ratas, y entre uno y otro se haría una pausa con su aperitivo, para que el público pudiera hablar con los intérpretes. 

Leo por ahí que a estas sesiones acudieron entre otros Woody Allen, Susan Sontag y por supuesto Louis Malle, amigo personal de Gregory, con quien rodara años antes aquella deslumbrante conversación de Mi cena con André (1981) con el Vania de nuestra película, Wallace Shawn. A Malle le encantó el proyecto, así que cuando antes de finiquitarlo Gregory le pidió que lo rodara en cine, el director francés accedió con la única condición de que reuniera él los razonables 800.000 dólares que costaría la producción. Esta última obra de Malle, hermoso cierre de su incomparable filmografía, no fue pues un proyecto propio, sino una suerte de encargo ilusionante. De hecho estaba por entonces gestando su siguiente film que nunca llegaría a rodar, con Uma Thurman como Marlene Dietrich. Una súbita enfermedad cerebral se lo llevó en pocos meses y falleció el 23 de noviembre de 1995.

La película se rodó en tan solo 15 días. La premura es apreciable en algún fallo de rácord, como cuando Vania-Shawn le acaricia el mentón a Yelena-Julianne Moore y en el contraplano su mano, más recatada, ya se ha ido. También la elección de la puesta en escena, aunque idónea para el proyecto, delata sencillez autoimpuesta. Con la excepción de unos planos callejeros al principio del film en el que vemos llegar a los actores, director y público entre los peatones de una Nueva York atestada a los que ni una cámara ni la presencia de alguna cara conocida parecen alterar, todo está rodado dentro del teatro, en los pequeños escenarios improvisados, que consisten en mesas y sillas con ruina al fondo. La planificación es muy sencilla: planos medios y primeros planos sobre los intérpretes salpicados con los imprescindibles planos generales de situación. La cámara al hombro bien controlada, sin temblores ni desenfoques, pone un toque mínimo de tensión escénica que encuadra sin exaltar la agitación interna de cada personaje. 

Una clave de la película es la espectacular, por sencilla, iluminación. Siendo un ambiente polvoriento y gris, y sin tramoya alguna, pues los actores van vestidos en ropa de calle, y no hay ambientación ni de época ni de contexto, hay sobre ellos una luz cálida pero muy escénica que les separa de la oscuridad que les circunda, como una especie de reflejo de aquello en lo que consiste la obra de Chejov: unos cuantos mundos interiores aislados de los demás que con torpeza tratan de adaptarse a un contexto, esa Rusia cuasi feudal de 1899 que solo vislumbra la modernidad, y a otras personas que también tienden a aislarse estando forzados a convivir en una gran finca cuya gran extensión, paradójicamente, hace que su mundo sea pequeño. Tan pequeño como una mesa y unas sillas en un viejo teatro que se comen las ratas. 

El texto original fue adaptado por David Mamet y luego ajustado por el propio Gregory a la pantalla, pero para mi sorpresa, cuando he vuelto a repasar la obra original tras ver la peli, descubro que apenas se han trastocado algunas frases poco importantes. A pesar de ello el tono de este Vania de la calle 42 es más enfático, más intensito, que el original del maestro Chejov que, como en cada uno de sus cuentos y obras teatrales, no se aparta nunca de cierta jovialidad irónica o ingenua que aquí está ausente. Esa ligereza chejoviana se conserva en el primer acto, pero luego, mientras más se van levantando las murallas del yo de cada personaje, más se intensifica en sus intérpretes contemporáneos la vena “metódica”, que la relajada dirección de Malle, por suerte, no deja que llegue a abrirse.

Para quien no la recuerde, Tio Vania cuenta la historia de unos personajes que conviven o coinciden en una finca de la Rusia de finales del siglo XIX. Estos son los principales:

  • El profesor Serebryakov (George Gaynes): viudo de la hermana de Vania. Es un viejo investigador que al final no ha aportado gran cosa al conocimiento humano. Se ha retirado a la finca y vive encerrado en su estudio, leyendo, escribiendo y fastidiando a todo el mundo con sus horarios y caprichos.
  • Vania (Wallace Shawn): se encarga de administrar la finca junto a su sobrina Sonia. Para ello ha tenido que renunciar a sus aspiraciones intelectuales. Es un hombre inteligente y cínico, pero en el fondo un conformista que se siente fracasado.
  • Sonia: hija del profesor y sobrina de Vania. Poco agraciada en lo físico -esto en la película provoca una pequeña distorsión, porque Brooke Smith es muy atractiva- vive conforme con su destino, pero está enamorada del Doctor Astrov, que la ignora, y a la vez no logra congeniar con su madrastra, Yelena.
  • Dr. Astrov (Larry Pine): el típico personaje chejoviano que es un trasunto parcial del mismo Chejov. En este contexto rural conservador, este hombre atractivo y carismático es culto y además se preocupa por el futuro de la tierra. Agobiado por el retraso de su país pero entregado a la bebida, uno de sus principales males, se deja caer por la finca siempre que puede con la excusa de velar por la salud del viejo profesor, pero llevado en realidad por el deseo de estar con Yelena y cortejarla.
  • Yelena (Julianne Moore): hermosa y deseada, sobre ella gira realmente toda la trama. Nadie tiene muy claro por qué se casó con el viejo profesor, a quien respeta pero no desea hace mucho. Se pasa los días sin hacer nada de provecho, lo que levanta las suspicacias de las otras mujeres de la casa. Poco a poco iremos descubriendo que, en realidad, lo que desea es no confrontar con ellas, vivir al margen hasta que pueda regresar a la ciudad, donde pertenece. Entre los hombres despierta pasiones. Tanto Vania como el Doctor la desean. Es una especie de luz ardiente en el frío páramo que ocupa la propiedad donde conviven. Ella lo sabe pero a sí misma se percibe más bien como una llama en riesgo de apagarse sin haber incendiado nada.

No diré más de la historia. Solo alabaré el gran mérito que hay en esta película: como algo tan sencillo, tan sin artificio -cualquier viejo estudio 1 de TVE contaba con una producción más compleja- puede alcanzar tan altas cotas de emoción y profundidad. Creo que la mayor parte del mérito es de la puesta en escena de Malle, contra lo que pudiera pensarse, por delante del texto adaptado de Mamet e incluso del grandísimo trabajo de actrices y actores. Creo que en esta ocasión, una vez más, lo que se ha restado de complicación y artificio ha sumado al todo, pues ha dejado en casi completa desnudez las palabras de Chejov, el texto puro que a pesar de sus 100 años conservaba toda su fuerza. O quizá no es que la conserve, sino que pertenece a otro tiempo y la leve disrupción que es verlo encarnado en personas modernas refuerza un poco la anomalía que son esas vidas interiores en un mundo que ya no piensa en esas cosas ¿Quién sufre hoy de verdad -en una pantalla, que tengamos que pagar por verlo- porque quería ser un Dostoievski y se quedó en administrador de finca? ¿Quién, como Sonia, vive de verdad cegada por un amor que nace de la admiración? ¿Quién, como Yelena, renuncia a casi todo teniendo hermosura, y además se lo calla? ¿Quién, como el Doctor Astrov, dibuja mapas?

En fin, lo dejo ya recordando un minuto de la película, el 70 exactamente, en que por última vez en su carrera, pero de forma respetuosa con el encargo que le han hecho y con el formato escogido, Malle rompe de nuevo con lo razonable y, con esa naturalidad con la que tantas veces antes nos había traído lo anómalo a la pantalla, deja que sea la voz en off de Julianne Moore sobre la imagen de su rostro callado la que confiese lo que siente de forma que solo nosotros, espectadores de cine, podemos oír lo que los otros espectadores, los VIP del teatro ruinoso, tienen que adivinar. Solo un minuto robado ha bastado para convertir en puro cine lo que era puro teatro.

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4 respuestas a “Vania en la calle 42 (Vanya on 42nd Street, Louis Malle, 1994)

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  1. Hola tocayo

    No llegué a conectar con «Vania…». Me gustaba mucho Malle pero me decepcionó tanto con «Damage, Herida» que cuando vi esta no me gusto, creo que ni la entendí, recuerdo que estaba todo el tiempo comparándola con «la nuit américaine, Truffaut».

    La gran triunfadora de la peli fue Julianne hasta ese momento una discreta actriz de TV que en cine, prácticamente, hacía los papeles que nadie quería. Aunque la peli se llama «Vania en la Calle 42» el cartel y la imagen de la peli era ella. Altman, que estaba en racha, se fijo en su trabajo y la ficho para su siguiente obra «Short Cuts». Todo el mundo comentó que era «pelirroja natural» y ¡Boom! al firmamento de las grandes estrellas. Tal vez el universo sea justo y eso enlaza con que en tiempos de Tío Vania, la calle 42 era el «barrio rojo» de Manhattan.

    Un saludo, Manuel.

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    1. Hola tocayo,

      me encanta tu comentario porque pone la película y mi reseña en una perspectiva que yo no puedo tener. Es a la vez una suerte y una desgracia que llego a casi todo el cine desde el presente. Por ejemplo, no conozco con profundidad la trayectoria de Julianne Moore; sí tenía más o menos claro que este debió de ser su primer protagónico, porque si ya fuera famosa habría pedido más dinero del disponible, pero no sabía que fuera habitual de la tele. La verdad es que es curioso porque aquí en Vania ella es como una actriz aparte de los demás, que son todos muy expresivos y se les percibe muy «entrenados» sobre las tablas, mientras que ella está mucho más limitada a nivel expresivo. No pasa nada porque pega con su papel, pero llama la atención. En el fondo es como su personaje: es lo que parece que es -buena actriz/mujer del profesor- por su belleza. Como curiosidad, aunque no lo dije, leí por ahí que el cartel produjo cierta confusión porque mucha gente llegó a la sala pensando que ella era la tal Vania.

      Puedo entender que no te gustara en su momento, pero no sé qué te hizo recordar La noche americana, porque son dos películas absolutamente distintas, aunque tengan en común el metameta.

      Saludos de moreno natural

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  2. Amo esta película.

    Me hizo adorar mucho más a Chejov de lo que ya lo amaba en el momento de su estreno.

    Siempre que vuelvo a ella la disfruto.

    Me hizo amar más el teatro de lo que lo amo (ayyyy, debería ir más. Con el teatro tengo épocas de no parar de ir y otras de sequía intensa).

    La película encierra la magia del ensayo.

    Me quedo siempre ante ese monólogo final de Sonia a tío Vania:

    “¿Qué se le va a hacer? Tendremos que vivir. Y nosotros viviremos Tío Vania. Viviremos una larga sucesión de días y de largas veladas; soportaremos pacientemente las pruebas que nos depare el destino; trabajaremos para los demás, ahora y también en la vejez, y cuando nos llegue nuestra hora moriremos resignados. Luego, más allá de la tumba, diremos que hemos sufrido, que hemos llorado, que hemos tenido penas, y Dios se comparecerá de nosotros, y tú y yo, querido tío, veremos una vida radiante, espléndida, hermosa, nos sentiremos gozosos y contemplaremos nuestros sufrimientos de ahora con indulgencia, con una sonrisa…, y descansaremos”. 

    Y como colofón de la carrera de un director, me parece tan hermosa.

    Beso

    Hildy

    PD: A mí me encanta Julianne Moore. Solo por sus papeles, tanto en la película que reseñas, como en Boogie Nights, El fin del romance, Magnolia, Las horas, Lejos del cielo o Don Jon le guardo un hueco en mi olimpo de actrices de cine, jajajaja. Todas esas películas que te he nombrado de la buena de Moore me llegan bastante a la patata…

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    1. Queridísima Hildy,

      ya imaginaba yo que te gustaría Vania en la calle 42. Qué hermosas las palabras finales de Sonia, y a la vez que tristes. Hacer de lo irremediablemente triste algo irremediablemente hermoso es una de las virtudes que tiene Chejov, al que vuelvo cuando puedo, pero siempre menos que lo que debo. Por cierto, tengo pendiente de ver una peli de la que hablaste hace unos meses, Compartimento nº 6, porque tengo la impresión de que algo tendrá que ver con El Pabellón nº 6, uno de los mejores cuentos del maestro de Odesa.

      Un besazo

      PD A mí también me gusta mucho Julianne Moore, espero que mi texto no haya dejado la impresión de lo contrario.

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