La casa en la sombra (On Dangerous Ground, Nicholas Ray, 1951)

La idea de perfección hoy en día está un poco denostada, pero durante siglos alimentaba sesudos debates ontoteológicos porque, como sabrán, sea lo que sea la perfección es uno de los atributos que el Dios de los cristianos atesora, y por lo tanto a ella nos podíamos remitir por ejemplo para demostrar su existencia, como hizo Descartes en el siglo XVII remozando la demostración del siglo XI de San Anselmo de Canterbury desarrollada en su Proslogion y basada en la noción de grandeza, que en el fondo es equivalente a la perfección.  Aquí un didáctico vídeo cristiano lo resume con mucha pericia pedagógica y bastante trampa lógico-metafísica.

Bien, no me quiero ir por las ramas. A lo que voy es a que en ninguno de aquellos debates filosóficos se contemplaba, por ir contra el primer principio de la lógica, el de no contradicción, que la imperfección pudiera ser perfecta. Vamos, que no habían visto La casa en la sombra, quod erat demostrandum.

Cada una de las piezas que constituyen el complejo mecano que es un film resulta, en el caso de este extraño thriller negro y melancólico, indudablemente mejorable. Para empezar la estructura misma de la historia: empieza siendo una película puramente negra, nocturna, urbana, policial… Y de pronto se convierte en una especie de drama romántico rural, blanco de nieve y de amor puro. Imperfectos son sus protagonistas: Ida Lupino porque aparece muy tarde, realmente tiene poca presencia en términos cuantitativos, lo que siempre es una pena porque era una actriz de personalidad excepcional y especial carisma a mi entender. Su personaje además no sabemos muy bien ni de dónde proviene ni cómo se las apaña, siendo ciega y teniendo que convivir en mitad de la nada con un hermano con severos problemas mentales que le empujan al crimen. Ward Bond, que en un rol secundario interpreta al padre de una chica que el hermano de lupino acaba de asesinar, es todo él -su papel- un dechado de incoherencias: le acaban de asesinar a la hija y sale con la escopeta dispuesto a cargarse al asesino, pero llega a casa de Lupino-hermano asesino y aburrido por no haber obtenido presa se duerme tan ricamente en un sillón. Luego, cuando la cosa termine y el chaval asesino se vea que actuó perturbado, en un giro absurdo se convierte en un tipo extremadamente racional y empático. Por cierto que la peli y la venganza transcurren cuando se supone que este señor debería de estar enterrando a su hija y acompañando el duelo de su familia, pero él se encuentra más a gusto durmiendo en el sillón de Ida Lupino.

Pero sin duda el más incoherente o imperfecto de los personajes es el agente de policía Jim Wilson, que interpreta uno de mis actores favoritos de la vida, el grandísimo Robert Ryan. Es menester, para comprender la perfecta imperfección del personaje de Ryan, contar brevemente la película. El agente Wilson, junto a otros compañeros suyos de una unidad especializada del FBI, intentan atrapar a unos tipos que son culpables del asesinato de otro poli hace dos semanas. La primera parte del film sigue con minucioso detalle las pesquisas de este grupo, en el que Wilson/Ryan destaca por su brutalidad, ya que saca la información a los raterillos del barrio a base de hostiones en off. Luego volveremos sobre este asunto de la brutalidad. El caso es que el jefe de Wilson, acuciado por las denuncias de malos tratos, decide enviarle a ocuparse de otro caso, el asesinato de la chica que decíamos, muchas millas al norte, en pleno campo nevado. De pronto Ryan/Wilson se encuentra en un ambiente rural y embrutecido en el que una turba de paisanos quiere linchar al asesino de la pobre hija de Ward Bond. Para controlar la furia vengadora de este padre desgraciado Ryan le acompaña, incluso toman prestado un coche con el que se accidentan y del que nadie vuelve a preocuparse, y terminan dando con la pequeña casa aislada de Ida Lupino, ciega, que infructuosamente intenta ocultar a su hermano el asesino, que finalmente es descubierto por Ryan y Bond y me callo como termina la cosa. Bueno, no, la cosa termina con que Ryan se da la vuelta camino que iba de Nueva York y parece que renuncia a la brutalidad y a la soledad de sus días de solterón volviendo junto a la cieguita Lupino. Aunque han estado muy poco tiempo juntos, y en complejas circunstancias, resulta que se han enamorado y The End.

Una vez hecha la sinopsis, vamos con el personaje de Ryan. Por lo pronto, es contradictorio en el aspecto argumental. Se supone que es un policía violento, un hombre amargado porque solo ve mierda y maldad a su alrededor y eso le empuja a la brutalidad. Sin duda es el mejor precedente de Harry Callahan, el inolvidable personaje inmortalizado por Clint Eastwood, y de hecho algunas conversaciones de Ryan con sus jefes tiene uno la sensación de que veinte años después se han reutilizado casi sin variación para Harry el sucio y sus secuelas setenteras. Curiosamente, estas conversaciones en las que el capitán (Ed Begley) recrimina su actitud violenta a Wilson, no formaban parte del guion original, sino que se añadieron por indicación expresa de la oficina de censura, que no veía con buenos ojos esta imagen de la policía, por lo que se añadieron los diálogos aleccionadores. Pero el caso es que el personaje de Ryan, aunque actúa violentamente -en off– realmente nunca refleja eso en su rostro ni en su lenguaje corporal, y aquí viene la otra gran incoherencia/rasgo de imperfección de su trabajo. Robert Ryan, que fue ante todo un actor físico, sobrio y carismático, aquí crea un personaje extraño, porque en todo momento, incluso cuando se supone que es violento y visceral, parece un tipo tranquilo y calmado. Pero es que además, cuando despiertan sus sentimientos y se transforma, es absolutamente incapaz de transmitirlo. Aquí ocurre una cosa muy obvia, y es que el emocional Nicholas Ray le ha pedido que se comporte como un Brando, como un Newman, que exteriorice un interior, que ponga caras, pero Ryan, simplemente, pasa. La actuación de Robert Ryan en La casa en la sombra es una de las más extrañas que recuerdo, porque en pocas ocasiones ocurre que a un buen actor se le fuerza a actuar mal. De hecho hay un momento, cuando Ray le impone un primer plano en el que se supone que él debe mostrar sus sentimientos, en el que me da la risa tonta porque Ryan, simplemente, pasa.

Algo parecido a esto que le ocurre a Ryan en La casa en la sombra le ocurría a Robert Mitchum en El rastro de la pantera de Wellman, película con la que esta guarda no pocas concomitancias. Y no me refiero solo al ambiente nevado y la amenaza poco amenazante escondida en el exterior, y su punto de home invasion, como dicen los modernos, que ambos films tienen en común. Hay una atmósfera extravagante que emana de las conversaciones raras, de las ideas peregrinas pero bien armonizadas, que seguro que tienen que ver con que ambas surgieron de la pluma de A.I. Bezzerides, guionista de esta y otras extrañas perlas como El beso mortal de Aldrich.

Hasta ahora solo he comentado imperfecciones de La casa en la sombra. Su estructura absurda, su protagonista mal actuado por un actor inmejorable, sus parches de la censura… Y aún podría decir más a nivel técnico, como varios errores de continuidad en forma de saltos de eje, o personajes excesivamente trabajados para su protagonismo final, como la prostituta chivata cuya voluntad Ryan conquista apretándole la muñeca (?) o al revés, caracteres centrales, como el de la misma Ida Lupino, apenas esbozados siendo protagonistas… En fin, muchas imperfecciones, pero queda por decir la perfección.


Cuando se termina de ver esta película irregular curiosamente a uno se le queda en el cuerpo la misma sensación que al terminar otras pequeñas obras maestras, por ejemplo The Set-up, protagonizada también por Robert Ryan. Es esa sensación de haber asistido a algo hecho de cualquier forma que a pesar de todo queda de la mejor manera. La visión lírica de Nicholas Ray tiene mucho que ver, supongo, con que a pesar de sus defectos La casa en la sombra se aloje en nuestro corazón como si fuera muy buena. Ese lirismo de Ray también es el de la RKO, a pesar de que en estos años estaba ya en descomposición, por culpa de Howard Hughes y sus idioteces. Aunque no veo que tuviera que ver en ella, se puede oler el rastro de Val Newton. Recuerda irremediablemente a las mujeres panteras de Jacques Tourner este intento de cine negro teñido de blancura. Me resisto a atribuir al por otra parte genial Nicholas Ray el mayor mérito del éxito artístico -no he mirado recaudaciones- de La casa en la sombra. Pienso en que él es, con su humanidad confusa pero certera, el detonante creativo de esta extraña experiencia, pero que son realmente el guion estrafalario de Bezzerides, el contexto decadente de la RKO, la estupidez de la oficina de censura, forzando la inteligencia de los creadores, y la resistencia de Ryan y creo que también Lupino a dejarse llevar donde no quieren estar lo que convirtió finalmente esta historia en un perfecto ejemplo de imperfección elevada hasta donde San Anselmo de Canterbury, que ni vidrieras góticas conoció, hubiera flipado de conocer su existencia.

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2 respuestas a “La casa en la sombra (On Dangerous Ground, Nicholas Ray, 1951)

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  1. Hola tocayo

    Muy fino eso de «… debates ontoteológicos (…) sea lo que sea la perfección…» (Se diría que te a invadido el espíritu de NicholasRay, juas, juas)

    ¡Qué bellos ojos tiene Lupino -para estar ciega-! Conectan con la Belinda-Jane Wyman de Negulesco y con la Dorothy McGuire-Escalera de Caracol de Siodmak. Por cierto Negulesco e Ida Lupino trabajan juntos estupendamente te aconsejo que revises «Road House» (hablando de perfección: Ida está perfecta en un papel que no es para ella, gracias, sobre todo, a una dirección impresionante de Negulesco -y canta con super-clase-).

    Un saludo desde la sombra peligrosa, Manuel

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  2. Hola Tocayo,

    Los ojos de Ida Lupino hay que hacer fuerza por verlos aunque no te vean. Justo lo contrario de lo que hacían en aquellos debates ontoteológicos.

    Me apunto la de Negulesco. Te confieso que, siguiendo con el olor a incienso, salvo La mayor historia jamás contada, el viejo Titanic y alguna otra, lo tengo bastante inédito.

    Para que veas la afición que estoy cogiendo a repetirme, lo siguiente será un post doble en el que de nuevo una actriz buena y valiente metida a directora hace de cieguita, aunque esta, la otra, más espabilá.

    Un abrazo clarete

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