
Dicen que es el primer “policíaco” de la historia. No estoy seguro, pero tiene novedades muy interesantes: las transiciones de disolución para indicar causalidad y continuidad en el cambio de espacio, y la representación del pasado sin abandonar el escenario, pues el “flashback”, que son los sueños del criminal, se muestra en el mismo escenario. Final “tajante” y sin contemplaciones.
Como es habitual en este cine hay una concepción de la moral (o mejor dicho, de la culpa y sus alrededores) diáfana y resuelta. Se espera del público tan poca capacidad de empatía y reflexión sobre los actos del criminal como el criminal tuvo con su víctima. En estas películas brevísimas y faltas de recursos narrativos complejos se busca la reacción de un espectador, que, por otra parte, no asistía a un evento de introspección compartida, por así decirlo, como sucede hoy en día, sino a un espectáculo sin forma ni pasado del que se espera satisfacción y sorpresa. No en vano habla Nöel Burch de que este cine primitivo funcionaba como una especie de sustituto o complemento del alcohol para la clase más misérrima y explotada, que es la que acudía a las barracas donde se proyectaba.
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