En el año 1925 se celebró en Moscú el primer gran torneo internacional de ajedrez, que contó con la presencia de los grandes campeones del momento, entre ellos la carismática estrella cubana José Raúl Capablanca. En aquel entonces no había relaciones diplomáticas entre la URSS y el país caribeño, y el gran campeón fue incluso advertido por las autoridades del tremendo peligro que corría yendo de visita a aquella metrópolis del bolchevismo, donde muy probablemente le arrancarían la piel a tiras o se le comerían los niños. Capablanca, hombre de mundo y admirador del pueblo ruso por el amor que este prodiga al ajedrez, por supuesto hizo caso omiso y marchó al país de los soviets, donde fue recibido en olor de multitudes.

Fue este torneo un acontecimiento de tal importancia, sobre todo de cara a la imagen exterior del país, que no se repararon gastos en su promoción y montaje, lo que incluía por supuesto su publicidad en la gran pantalla. Además de los consabidos noticieros que dieron cuenta de su desarrollo, se hizo este divertidísimo cortometraje que afortunadamente podemos disfrutar en buena calidad.
Es la historia de un joven totalmente alienado por el juego de los escaques que, como aquel pobre protagonista de la inmortal Partida de ajedrez de Zweig, llega a jugar consigo mismo. Es tal la afición que tiene que ha olvidado que es el día de su boda, así que lo que nos cuenta la película son las ajedrezadas peripecias de este pobre chaval y de su desgraciada prometida. Ella, que no es aficionada, está harta de la afición por el ajedrez que todo lo inunda. Porque su novio es solo uno más de los que va por ahí haciendo ejercicios, memorizando aperturas, anotando partidas. Toda la ciudad está en el ajo del jaque mate, así que los esfuerzos por llegar al casorio, como se puede intuir, se verán frenados por mil y una desventuras a cada cual más desternillante.
Estamos pues ante una comedia muda en toda regla, y una de las buenas además. En el mejor estilo slapstick, aunque sin poner las tintas en las hazañas físicas, porque al fin y al cabo… ¡es una fiebre intelectual!
Se trata de la primera película de ficción dirigida por Pudovkin, con guión de Shpakovsky. Se hizo a la vez que preparaba Mecánica del cerebro, sobre los famosos experimentos de Pavlov bajo la supervisión de Kuleshov. Según nos cuenta Jay Leyda en su imprescindible Kino curiosamente Capablanca, que es la estrella invitada de la película, intervino en ella pensando que hablaba para un noticiario o algún anuncio de propaganda. Es posible eso y que, como razonablemente afirma Leyda, jamás llegara a ver el resultado de su cameo.
Esta pequeña intervención suya sirve además de ejemplo del método de Kuleshov, (pues es más un método que el famoso “efecto” del que todo el mundo ha oído hablar, pura anécdota) que enseñaba éste en su escuela de cine, en la que se formó Pudovkin, y que como sabemos consiste básicamente en pensar el montaje entendiendo que cada una de los planos y escenas se significan a partir de las demás, y no como unidades de sentido aisladas. Así, insertada la breve conversación de Capablanca con la protagonista (Anna Zemtsova, a la sazón mujer de Pudovkin) en el contexto de una comedia alocada, queda como un gag simpático y ocurrente lo que sería la simulación de una charla intrascendente e ininteligida a causa de la mutua incomprensión idiomática.
El ajedrez ha dado lugar a un puñado de películas no muy amplio de entre las que me gustaría destacar Fresh (Boaz Yakin, 1994) por la que siento especial debilidad. Nada tiene que ver con esta comedia alocada y ocurrente. Es un dramón barriobajero que nos cuenta la historia de un chico que mediante ardides que imitan la táctica ajedrecística se enfrenta a bandas de camellos y hace frente a su futuro oscuro en ese barrio opresivo del que tantas veces hemos visto que parece imposible salir. Muy recomendable.
Y de postre una pequeña guinda, la primera película sobre ajedrez del pionero Robert W. Paul, en la que ya quedan patentes los peligros que acompañan -y más con chupitos de por medio- a este deporte favorito del señor de la guadaña bergmaniana.

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Dios mío, me interesa muchísimo este post. Curiosísimo. Lo he leído con entusiasmo. Y lo que voy a disfrutar en cuanto vea el corto. En mi casa el ajedrez siempre ha estado muy presente, sobre todo porque es la pasión de uno de mis hermanos. Por cierto, el relato de Stephen Zweig es una pasada.
Beso
Hildy
Me gustaMe gusta
Ay, tuve un tiempo de incipiente afición pero tuve que dejarlo porque tengo muy pocas aficiones pero todas necesitan mucho tiempo, así que ni me cabe en la agenda. Además no se me daba bien.
El corto te va a encantar cuando puedas echarle un ojo, es encantador.
Un besote
Me gustaMe gusta